
En el contexto de los debates sobre el artículo 68 del Anteproyecto de Reforma Constitucional, Cuba Posible ha dialogado con Alberto Abreu Arcia, activista contra la discriminación racial y contra la homofobia. Abreu Arcia obtuvo, en el 2007, el Premio Casa de las Américas en ensayo artístico-literario por su libro “Los juegos de la Escritura o la (re)escritura de la Historia”.
-¿Cuál es el tema debatido? ¿Por qué resulta tan peliagudo?
Hay que mirar el asunto de manera transversal y ponerlo en contexto. El mismo no solo ha sacado a relucir viejos fundamentalismos por parte de los sectores más conservadores y reaccionarios de las iglesias católica y evangélicas, que desde los años 90 para acá se han fortalecido, y que, ahora, aprovechando esta cruzada a favor del modelo hegemónico de familia patriarcal y heterosexual, intentan colocarse como un actor político importante en la escena nacional tratando de legitimar su imaginario blanquista y excluyente.
-¿Cuáles son los argumentos más significativos presentados por los defensores del A-68? ¿Cuántas posibilidades han tenido los defensores del A-68 para presentar y defender sus posturas? ¿Cuáles actitudes han prevalecido en estos?
Mira nos hemos limitado a respaldar la propuesta del Estado, confiados en que se va aprobar porque existe una voluntad política para ello. Lo que considero un error porque no han podido colocar otros temas de nuestra agenda que también son importantes. Es un activismo que ha demostrado ser muy frágil no sólo económicamente, o a nivel de movilización, sino también de pensamiento, de articulación social, o para superar el “habano-centrismo” y establecer una plataforma común y consensuada tanto al interior de los diferentes proyectos LGBTIQ como hacia el exterior con otros grupos (como ecologistas, afro-descendientes, académicos, etc.) que tienen una agenda similar o afín. Por otra parte, la academia cubana tan encerrada en sus recintos aristocráticos, debe salir de las aulas y preguntarse cómo puede apoyar a este activismo; por supuesto que debe hacerlo de manera respetuosa, sin que parezca una injerencia. Porque se está produciendo, desde la práctica diaria, un saber “otro” que ellos necesitan incorporar.
-¿Cuáles resultan los argumentos más extendidos por parte de quiénes se oponen al A-68? ¿Cuántas posibilidades han tenido los detractores del A-68 para presentar y defender sus posturas? ¿Cuáles actitudes han prevalecido en estos?
Los argumentos parten de los perjuicios y alarmas de siempre. Solo que ahora las iglesias, sobre todo evangélicas, los han revestido de una connotación bíblica y un sustento seudocientífico. Como si se tratara de la llegada del Armagedón, aseguran que es el fin de la familia, de la procreación, que “la ideología de género” homosexualiza a niñas y niños, etc.
Pero hay que hacer lecturas de este hecho no sólo a nivel discursivo, sino también de las conexiones y alianzas de estas iglesias evangélicas con los sectores religiosos y políticos de la extrema derecha en latinoamericana. Recuerda que el término “ideología de género” es una invención vaticana de principios de este siglo, que tuvo gran acogida entre sectores conservadores no pertenecientes a la Iglesia Católica Romana y que, como han demostrado varias teólogas feministas, les ha permitido englobar bajo ese término diversas expresiones de racismo, machismo, sexismo y xenofobia. Es un término que reconfigura las agendas políticas de los grupos cristianos y de los sectores más conservadores para combatir las conquistas sociales en el orden de los derechos civiles, especialmente los sexuales y reproductivos.
Se trata de una campaña que, en determinadas coyunturas estratégicas, se ha posicionado en varios países de América Latina con un gran despliegue mediático y financiero. Poco creativas, en el caso de Cuba estas iglesias evangélicas no han innovado nada, solo re-contextualizan. Son los mismos argumentos y retórica discursivas usadas en Paraguay, en Ecuador (2017) cuando las discusiones en torno a la promulgación de la ley del aborto, en Colombia (2016) para frustrar los acuerdos que se pactaron en La Habana para darle fin al conflicto armado. En Brasil (2014) cuando impugnaron el nuevo plan nacional de educación porque su contenido sobre género y libertad sexual convertiría en homosexuales a los estudiantes. O en 2016 durante el proceso de destitución de Dilma Rouseff, cuando el aparato político del conservadurismo la acusó de estar en contra de la familia tradicional y de tener un gobierno defensor de la homosexualidad.
-¿Cómo se debió dirimir este enfrentamiento de posiciones? ¿Por qué no ha sido posible?
Mira, nosotr@s que todo el tiempo hablamos de respeto a la diferencia, debemos de respetar y hasta escuchar a quien disiente de nosotr@s. Pero la actitud de los sectores más reaccionarios de las iglesias evangélicas han trascendido los argumentos bíblicos para transitar por posturas que van del odio al insulto.
A ello súmale que las iglesias para su ejercicio cuentan, no solo de un espacio de diálogo con las estructuras gubernamentales y relativa legitimidad, sino también mayor capacidad tanto organizativa y de movilización, así como apoyo económico, redes y prestigiosas fundaciones internacionales afines. En este debate, por ejemplo, tienen mecanismos tecnológicos que les permite monitorearnos, llegar a nuestras publicaciones en Facebook y otras redes sociales.
Entre otros males y desamparos acumulados durante años por quienes llevamos a cabo cualquier activismo no institucional está la ausencia de respaldo económico. La mayoría de las veces ponemos dinero de nuestros propios bolsillos, o nuestras propias casas para realizar las actividades. Siempre estamos expuestos a las suspicacias y paranoias políticas, a los cuestionamientos ideológicos, coerciones policiales y a todo tipo de trabas. Acuérdate que el activismo sigue siendo una mala palabra.
-¿Qué experiencia nos deja esto en cuanto a la cultura de diálogo y convivencia que demanda una nación civilizada, y que exige una República justa y democrática?
Continuar trabajando, construir alianzas, plataformas comunes para poder diversificar los espacios y lograr mayor incidencia con nuestras acciones públicas. El activismo LGBTI no institucional debe reclamar su derecho a existir. Construir un saber desde nosotr@s mismo, con nuestra propia epistemología y una historia de lucha que viene desde la década del 60 del pasado siglo. El activismo es una carrera de resistencia y no deja ninguna recompensa en lo personal, cuando no sea la de hacerte un mejor ser humano. He visto a personas como Tomás Fernández Robaina envejecer en esta lucha. Por eso no critico a quien la abandona. Acuérdate que el activista no pone las reglas del juego, más bien las juega tratando de subvertirlas o erosionarlas. En la medida en que las estructuras del país sean más democráticas y propicien las condiciones para un verdadero florecimiento de nuevas dinámicas en la sociedad civil, podemos transitar a la construcción de espacios de una auténtica cultura de diálogo y de convivencia civilizada.