
Preámbulo
Durante décadas estuve vinculado a los acontecimientos más importantes que han repercutido en el movimiento sindical, tanto en Cuba como en el ámbito internacional. El sindicalismo, para quien lo ejerce por muchos años “ejerciéndolo”, constituye una especie de “bichito”, que penetra y no se suelta jamás.
Hace dos o tres años la directiva de Cuba Posible me instó a que escribiera mis experiencias en la vida sindical. Nunca me negué; pero siempre —por una u otra razón— le di largas al asunto. Nuevamente me lo propusieron, porque les preocupaba que sobre el tema se hablara y se escribiera muy poco en los medios. Sus directivos le dan mucha importancia al papel e influencia del movimiento sindical frente a los profundos y constantes cambios que se experimentan y que tienden a lesionar sensiblemente a los trabajadores. Su interés era introducir el tema en la esfera pública, por medio de un artículo que despertara la reflexión y el debate por parte de sindicalistas y analistas, en Cuba y en otras partes del mundo. Aunque no me considero el más indicado para desatar esa “apertura” sobre el tema en la esfera pública, accedí a la colaboración amparado en mis más de 30 años de experiencia consagrado al trabajo sindical.
El sindicalismo, a nivel planetario, se ha debilitado, en lo fundamental, por el impacto de factores internacionales; aunque también ha sido por errores y desviaciones locales, que sin pretenderlo, en algunos casos, le han hecho el juego a sus enemigos: un capitalismo y una burguesía que sólo quieren el mundo para sí.
Sobre esos temas incursiono en este texto para Cuba Posible. Podré tener omisiones y seré susceptible a la crítica, a la adición y actualización; pero si sirve para entronizar un debate constructivo, creador y responsable quedaré plenamente satisfecho. Al hacerlo, me atreveré a proyectarme de cara al futuro y hasta formularé propuestas. Sin embargo, no me creo un docto en problemas sindicales, por ello desearía que mis consideraciones se asuman como ideas preliminares que deben enriquecerse. Solo eso.
Por otra parte, desearía que los sindicalistas que tengan acceso a este trabajo lo reciban como un modesto esfuerzo de un hermano de clase que sería inmensamente feliz si, en las postrimerías de su vida, pudiera constatar que existe un movimiento sindical que ha crecido, se hace sentir y marcha al frente de las luchas que libran nuestros pueblos.
Una historia de luchas. Tendencias principales en el siglo XX
El origen y desarrollo del movimiento sindical está muy asociado a la evolución de los acontecimientos económicos y sociales más importantes que han decursado en el devenir histórico; en particular a las luchas libradas por los trabajadores por mejorar sus condiciones de trabajo y de vida.
Con el advenimiento del capitalismo, en sus primeras fases (“producción mercantil simple” y “producción mercantil capitalista”), aparecen en la sociedad los patronos o empleadores y los trabajadores asalariados. Desde ese momento hasta nuestros días, la humanidad es testigo de una lucha incesante entre ambos. Estos últimos, para imprimir fuerza a sus acciones reivindicativas, se constituyeron en gremios (organización por oficios) y después en sindicatos (organización más amplia e integral). Más recientemente, en la fase imperialista del capitalismo, con la transnacionalización de la producción, el capital y las finanzas, surgen organizaciones sindicales que rebasan los marcos nacionales y se proyectan internacionalmente.
El capitalismo en gestación implantó jornadas diarias de 16 y 18 horas de trabajo y condiciones de laborales miserables. Explotaba indiscriminadamente a las mujeres y a la población infantil. La literatura recoge las innumerables huelgas y otras formas de protestas realizadas en aquellos tiempos. La clase obrera inglesa, en 1844, después de largas luchas, logró la implantación de la jornada de 8 horas y esto se consideró un gran éxito. A fines del siglo XIX se generalizó la demanda por las 8 horas de trabajo diarias. La lucha por esa reivindicación fue larga, brutalmente reprimida y costó mucha sangre. Tuvo repercusión la historia de los mártires de Chicago; doloroso acontecimiento que sirve de base a la conmemoración del primero de mayo en muchos países. A partir de la Primera Guerra Mundial comenzó a extenderse la jornada de 8 horas diarias, particularmente en Europa.
En Cuba, la clase obrera estaba obligada a laborar 12, 14 y 16 horas diarias y se registraron importantes huelgas de albañiles, portuarios, obreros eléctricos y otros sectores, levantando la consigna de la jornada por las 8 horas. No se logró el objetivo; pero, en algunos casos, se obtuvieron ventajas parciales. Finalmente, la Constitución de 1940 dictó la jornada de 8 horas diarias, la semana de 44 horas, con pago de 48 horas, el descanso retribuido y otros beneficios laborales. Para cumplir estos preceptos fue necesario continuar presionando a funcionarios corruptos e indiferentes, muy comunes en los gobiernos de aquella República que tuvimos que derrocar. A partir de la Revolución, que triunfó el primero de enero de 1959, se trabajó intensamente para solucionar los conflictos laborales y sindicales pendientes.
La historia del movimiento sindical, como todos deben conocer, ha sido una historia de luchas, de avances y retrocesos, de triunfos y derrotas. En las primeras décadas del siglo XX era habitual la división del movimiento sindical en casi todas las regiones y países, como consecuencia de las distintas tendencias prevalecientes en su seno, promovidas por ideólogos que, en muchos casos, respondían a las clases dominantes en cada país. Existían tres Federaciones Internacionales de Sindicatos: 1) la Federación Sindical Internacional, que en 1913 sustituye a la Secretaría Internacional de Sindicatos, creada en 1901, de tendencia reformista; 2) la Federación de Sindicatos Cristianos, inspirada en la doctrina social cristiana, creada en 1920, también de tendencia reformista y 3) La internacional Sindical Roja, apéndice de la Internacional en Moscú, en 1921.
Por otro lado, los servicios de inteligencia de Estados Unidos tenían al movimiento sindical entre sus prioridades estratégicas. A través de diversas fachadas y métodos, penetraban el sindicalismo; incluso, acudían al soborno, al chantaje, sembraban la confusión y, donde era posible, promovían la corrupción. Asimismo, poseían un minucioso control de los líderes reales y potenciales. Le ofertaban cursos, becas, encuentros de estudios, ayuda económica y otras formas sutiles con el interés de acercarlos a su ideología. La burguesía, en el poder, utilizaba las prerrogativas proporcionadas por el poderoso aparato del Estado y el monopolio de los medios de expresión y de propaganda de su ideología, para influir en los trabajadores y sus dirigentes, y hasta para manipularlos en muchas ocasiones. Los comunistas tenían limitaciones para desempeñarse en el movimiento sindical y, en algunos lugares, su actuación era reprimida. En este contexto, dos tendencias fundamentales dominaban en el movimiento sindical internacional: la llamada clasista y la denominada reformista. Obviaré las tendencias anarquistas y anarco-sindicalistas, que tuvieron peso en los albores del movimiento obrero.
Con la denominación clasista muchos se referían a quienes luchaban por objetivos revolucionarios y defendían los intereses de los trabajadores, pero subrayaban que no bastaba con contrarrestar los efectos del capitalismo, sino que —además— era necesario alcanzar la liberación definitiva de la clase obrera. Se pronunciaban no solo por erradicar los males, sino por extirpar de raíz sus causas. A los reformistas se les acreditaba ser “voceros” de la ideología burguesa, pues sus reivindicaciones económicas y sociales no pretendían lesionar la esencia del sistema capitalista. Estos trataban de crear la convicción de que la clase obrera podría lograr sus principales aspiraciones mediante el mejoramiento paulatino del capitalismo. Por otro lado, tenían muy arraigadas las ideas del anticomunismo.
En tal sentido, en mis tiempos de activista sindical, era habitual el uso indiscriminado de etiquetas entre los sindicalistas de diferentes tendencias. No faltaban entre los llamados clasistas quienes señalaban a los sindicalistas de otras tendencias, como reformistas. Los que emitían o recibían tal calificativo le daban una interpretación peyorativa. Tildar a un sindicalista de “reformista” era, de alguna manera, cuestionar su integridad como dirigente. Algunos suponían que ser “clasista” era un atributo exclusivo de quienes tenían en sus bolsillos el carnet de un partido comunista; sin embargo, no tenían en cuenta dos cosas: 1) vivíamos en un mundo donde los comunistas eran una pequeña minoría (además sometida a una propaganda negativa por parte de la burguesía) y 2) era muy superficial usar indiscriminadamente este calificativo para evaluar la honradez, la lealtad y la firmeza de un dirigente sindical, no importa la tendencia que abrazara.
Los clasistas decían que “los otros” eran reformistas; y “los otros” les respondían que ellos eran “comunistas”. Esa guerra de etiquetas no propiciaba la unidad sindical, y alimentaba un clima de desconfianza y recelo que enturbiaba las relaciones y hacía difícil conversar entre los sindicalistas integrantes de las diferentes tendencias. Era un favor gratuito que se le hacía a quienes se empeñaban en evitar el contacto entre los dirigentes sindicales.
Hasta tal extremo se llegó, que al constituirse la Confederación Internacional de Sindicatos Libres (CIOSL), se prohibió a sus organizaciones afiliadas tener contactos con los dirigentes sindicales clasistas y, en particular, con los dirigentes de los países socialistas. Tal situación congeló las relaciones durante varios años. Pero con el tiempo, organizaciones afiliadas, que violaron esa decisión, comenzaron a conversar con los sindicalistas comunistas. Eso provocó la más airada protesta de los dirigentes reaccionarios de la AFLCIO. Presionaron con fuerza a los directivos de la CIOSL para que adoptaran medidas al respecto; es más, amenazaron con retirarse de la organización si incumplían sus exigencias. La CIOSL trató de complacer a sus colegas del norte, pero sin ningún resultado. La AFLCIO definitivamente abandonó la CIOSL.
Del mismo modo, existían y existen organizaciones sindicales denominadas “independientes”, debido a que no estan incorporadas a ninguna estructura sindical internacional. Estas se identificaban, indistintamente, con las dos tendencias antes citadas. Hay otro tipo de sindicalismo que no se podría agrupar en ninguna de las tendencias mencionadas, que era algo carente de ideas, de principios y de ética. Me refiero al movimiento sindical conocido como “oficialista” o “amarillo”. Ambos conceptos se mezclaban y complementaban. Eran organizaciones en las que, generalmente, los dirigentes accedían a sus cargos de forma tortuosa, se subordinaban incondicionalmente a los gobiernos de turno, y su preocupación principal no era defender a los trabajadores, sino vivir de los trabajadores; estos solían entrar en arreglos sucios con los patronos. Por lo general, eran elementos corrompidos. En Cuba hubo casos notorios.
La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Su repercusión en el movimiento sindical
Hubo un acontecimiento que provocó cambios sustanciales en el movimiento sindical: la Segunda Guerra Mundial. En los años que la precedieron el mundo estaba preocupado por los peligros de una inminente agresión fascista. Para rechazarla, predominó la idea de favorecer la unidad nacional e internacional de los Estados y pueblos. Nació, con ello, la propuesta de crear los Frentes Amplios en cada país, que implicaban la unión de gobiernos y organizaciones sociales. O sea, la cohesión de todas las fuerzas políticas en un objetivo común. Fue un momento en que los comunistas encontraron espacio para desplegar sus actividades e influir en el movimiento sindical.
En 1939 se constituyó la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), que desde ese mismo momento integró a todo el movimiento sindical cubano, en la que prevalecían los líderes comunistas. La secretaría general fue ocupada por Lázaro Peña quien, por su intensa labor unitaria, fue acreedor de esa alta responsabilidad. Similar composición se mantuvo en las Federaciones Nacionales de los Sindicatos. La organización unitaria de los sindicatos en la Isla fue un hecho inédito en la historia de la región. Cuba se convirtió, así, en un punto de referencia en lo que atañe a la lucha por la unidad sindical. En este importante acontecimiento coincidieron tres factores: el momento oportuno, una política sindical correcta y la existencia de un hombre con las condiciones indispensables para liderar ese proyecto. Fue en la etapa de 1939 a 1947 cuando se alcanzaron los mayores éxitos en el movimiento sindical cubano.
La agresión fascista en la Segunda Guerra Mundial trajo consecuencias catastróficas para la humanidad. Al concluir, el mundo se estremeció cuando conoció, en toda su magnitud y profundidad, la destrucción y los horrores perpetrados por el fascismo. Por ello, se hizo un reclamo universal para que un holocausto similar no se repitiera jamás. Había que promover la unidad y la paz entre todas los Estados y pueblos del planeta.
Nació así la Federación Sindical Mundial (FSM). Su congreso constituyente se celebró en París, en 1945. Era una de las innumerables iniciativas adoptadas para concretar los anhelos de toda la humanidad. Agrupaba a todas las organizaciones sindicales, sin distinguir posiciones políticas e ideológicas. En el caso de Estados Unidos, incorporó al Congreso Industrial de Organizaciones (CIO), pero quedó afuera la Federación Americana del Trabajo (AFL). Sin embargo, nunca antes se había logrado algo similar.
Estados Unidos, después de la guerra, a diferencia de los principales contendientes en aquel conflicto, estaba en una situación privilegiada. Su economía y territorio permanecieron intactos; y al lanzar la bomba atómica sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en Japón, pretendían poner en evidencia su superioridad militar. Ese horrendo genocidio no perseguía fines militares, sino políticos, en contra de sus adversarios y, en particular, de la URSS. En tales condiciones, Harry S. Truman, presidente de Estados Unidos, decretó la Guerra Fría, que perseguía, entre otros, los objetivos siguientes: 1. Intervenir en la vida económica y política de las naciones europeas, otorgándole créditos para su reconstrucción e integrarlas en un bloque militar encabezado por Estados Unidos (Plan Marshall). 2. Impedir el ingreso de la República Popular China (RPCH) en la Organización de Naciones Unidas (ONU). 3. Reforzar la influencia de los capitales norteamericanos en América Latina, y boicotear las relaciones económicas y diplomáticas de la URSS. 4. Dividir el movimiento sindical representado por la FSM y controlar el movimiento obrero en nuestro continente, a través de los líderes afines a su ideología, pertenecientes a la Federación Americana del Trabajo (AFL).
En febrero de 1949, los representantes de las organizaciones sindicales de Estados Unidos y de la mayor parte de las organizaciones de los países europeos (tomando como pretexto la oposición de la FSM al Plan Marshall), abandonaron la misma, así como otras organizaciones sindicales nacionales del tercer mundo. La mayor parte de los disidentes de la FSM organizaron la Confederación Internacional de Sindicatos Libres (CIOSL), que junto a la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), sucesora de la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (CISC), conformaron el escenario sindical internacional. Éste quedó dividido en tres organizaciones: La FSM, que se atribuía una posición clasista, la CIOSL y la CMT, a las que se le acreditaban una orientación reformista.
Dentro de la FSM quedaron el movimiento sindical de los países socialistas, las principales organizaciones nacionales de Francia e Italia, y algunas otras del tercer mundo. Después, se adhirieron otras provenientes de países árabes y africanos liberados del yugo colonial. Años más tarde, como consecuencia de las contradicciones chino-soviéticos, los sindicatos chinos y albaneses también se retiraron de la FSM.
Sin embargo, la FSM continuó influyendo y aprovechó las circunstancias para fortalecer su carácter clasista. En tal sentido, siempre estuvo al lado de las causas justas de los trabajadores y los pueblos; condenó al imperialismo, al racismo, al colonialismo, al neocolonialismo, al sionismo y al Apartheid. Fue, en todo momento, solidaria con la Revolución cubana y tenía representación en la ONU, la OIT, la UNESCO y la FAO. Para desarrollar su labor se apoyó en la organización y desarrollo de las Uniones Internacionales de los Sindicatos (UIES). Por otra parte, resulta necesario destacar que la CIOSL, a diferencia de la CMT, tenía peso a nivel global, pues contaba con las principales organizaciones nacionales de las sociedades capitalistas y, en especial, de los países desarrollados.
Las tres grandes organizaciones sindicales internacionales antes señaladas buscaron, además, una forma de representación regional. La FSM, después de un infructuoso intento por crear una organización sindical única en América Latina (en una reunión sostenida en Brasilia, a principios de la década de los años 60 del pasado siglo), constituyó el Congreso Permanente de Unidad Sindical de Trabajadores de América Latina (CPUSTAL). No se trataba de una estructura sindical, sino de una comisión provisional que debía propiciar la organización de una Central Regional Unitaria. Estuvo conformada por la CTC y otras agrupaciones de la región; posteriormente se adhirió la importante Central General de Trabajadores de Perú (CGTP). La (CPUSTAL) tenía su sede en el Distrito Federal de México. La CIOSL, por su parte, creó la Organización Regional de Trabajadores (ORIT). Era una estructura sindical que comprendía importantes agrupaciones sindicales del área, también con sede en el Distrito Federal de México. Entre ellas se encontraban la Central de Trabajadores de México (CTM) y la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV).
Asimismo, la CMT creó la pequeña Confederación Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), con sede en Caracas, Venezuela. Sus organizaciones eran pocas y, por lo general, sin un importante poder de convocatoria en los países donde actuaban. Sin embargo, poseía recursos financieros que utilizaban para sus fines. Cabe señalar que después del triunfo de la Revolución, sirvió de plataforma para algunos exiliados cubanos, quienes casi la convirtieron en un instrumento al servicio de la contrarrevolución.
No obstante, la Guerra Fría no impactó en el sindicalismo con idéntica fuerza en todas las regiones. En Europa occidental la reconstrucción transcurría en un clima de estabilidad y paz social. En esas circunstancias los sindicatos encontraron un espacio para desenvolverse. Por otro lado, la socialdemocracia europea, frente a la atracción e interés que pudiera despertar en la zona lo que ocurría en la URSS y los países socialistas, trataron de convertirse en una especie de punto de equilibrio o tercera posición, que pretendía capitalizar la situación a su favor para atraer simpatía y apoyo entre la población. Así surgió la publicitada idea del “Estado de bienestar”, que trajo consigo la posibilidad de que los sindicatos alcanzaran algunas ventajas inmediatas en el orden laboral y social.
En estas circunstancias, en 1973, las agrupaciones sindicales de la CIOSL, en Europa Occidental, constituyeron una Central Única. Ya por entonces el desplazamiento de las transnacionales en la región era tal, que no se podía emprender con éxito ninguna acción sindical si no estaba precedida de las fuerzas y la coordinación que solo podía proporcionar la unidad. Eso estaba determinado por la gran interrelación que experimentaba la vida económica de las naciones. Se sumaron a esa organización europea los sindicatos euro-occidentales integrados a la CMT y, finalmente, las organizaciones clasistas de la región (de la FSM o independientes); entre ellas la CGIL, las Comisiones Obreras de España y la Inter-sindical de Portugal.
En el continente americano fue diferente. Los efectos de la Guerra Fría estuvieron caracterizados por una brutal ola de represión contra los comunistas y las fuerzas progresistas en general. Conocidos son los abusos y crímenes cometidos, en ese entonces, por el llamado macartismo, en Estados Unidos. Con la más absoluta impunidad se encarceló, torturó y asesinó. En ese contexto, el movimiento sindical-clasista fue aplastado.
En Cuba, los gobiernos auténticos introdujeron el temor fascista sobre el movimiento obrero. Asaltaron a punta de pistola los locales sindicales, usurparon la CTC y los sindicatos, asesinaron a prestigiosos líderes obreros, como Jesús Menéndez y Aracelio Iglesias. Más tarde, con el golpe de Estado de Batista, durante casi siete años de dictadura, el sindicalismo estuvo completamente anulado.
Al triunfar la Revolución cubana en 1959, la Guerra Fría se prolongó y agudizó en la región. Estados Unidos descargó contra nuestro país toda su fuerza. Había que desaparecer un ejemplo que amenazaba su dominio en el continente, inspiraba a los pueblos explotados y les infundía fe y esperanza en el futuro. A partir de 1964, a los gobiernos de derecha en la región se les sumaron, por medio de golpes de Estado, varias dictaduras: en Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Después de la derrota de Estados Unidos en Playa Girón se recrudeció, aún más, la represión. Se conocen los atropellos y crímenes cometidos por el Plan Cóndor. Los poderes estadounidenses no aceptaban ningún signo de rebelión en su traspatio, pues tenían que abrir el camino a las transnacionales y a su política internacional. Fue esta una situación muy difícil, que duró varias décadas. En esas condiciones, el movimiento sindical (y particularmente el clasista), no tuvo casi oportunidades para desempeñarse.
El derrumbe de la URSS y el socialismo en Europa. Los cambios progresistas en América Latina y el Caribe
El acontecimiento que más fuerte estremeció a la FSM y a todo el movimiento sindical clasista, lo constituyó el derrumbe de la URSS y el sistema socialista en Europa. Los comunistas sintieron el cuestionamiento de las ideas por las que habían luchado toda la vida. No faltaron desertores ni quienes perdieron la fe. Había que tener convicciones muy fuertes para resistir ese encontronazo. La influencia de los comunistas y de otros dirigentes progresistas en muchas organizaciones sindicales (nacionales e internacionales), se debilitó sensiblemente. Se habían quedado sin paradigma.
La FSM perdió la membresía de las organizaciones de los países socialistas de Europa; así como de organizaciones muy importantes y representativas, como la Central General de los Trabajadores (CGT) de Francia y la CGI de Italia. La FSM no es hoy la creada en 1945 y, tampoco, la que emergió de la Guerra Fría. Sin embargo, no ha sucumbido y lucha por recuperarse. Sus nuevos dirigentes se esfuerzan por renovar su carácter clasista.
Ante estos hechos, los capitalistas y sus ideólogos proclamaron “el fin de la historia”. Se especulaba que habían quedado sepultadas las ideas revolucionarias y que nunca más se hablaría de socialismo o de otro tipo de sociedad post-capitalista. Toda esa aureola triunfalista estaba ajena a realidades incontrastables. El capitalismo, por esencia, nunca podrá resolver los problemas de la humanidad; por el contrario, suele incrementarlos. Es un sistema social excluyente, que agrede la humanidad de la persona, y profundiza las desigualdades sociales. Por tanto, no pasó mucho tiempo para comprobar que las ideas revolucionarias nunca mueren.
En América Latina y el Caribe han emergido, desde inicios del siglo XXI, nuevos factores y fuerzas que han transformado la región. Son líderes portadores de nuevas ideas y conceptos, animados con la firme determinación de alcanzar para sus países la plena soberanía e independencia y conquistar el mayor bienestar posible para sus pueblos. Se acompañan y apoyan en nuevas formas de lucha, más abarcadoras, que se nutren de trabajadores, estudiantes, campesinos y otras fuerzas integradas a los movimientos sociales.
En estas nuevas condiciones se debilitó el neoliberalismo, se apostó por la solidaridad y la integración, y se proclamó la idea de convertir nuestra región en una “zona de paz”. No han faltado los líderes que han abrazado la idea del socialismo; pero en esta ocasión desprovisto de rigidez, dogmatismo y condicionado por las características de cada país. Por todo lo antes expuesto se hace evidente que, en este proceso, fue débil la participación del movimiento sindical.
Sin embargo, a pesar de la orientación alcanzada en América latina, se reeditan las luchas de siempre. Los llamados “golpes blandos” en Honduras y en Paraguay fueron presagios de la arremetida contrarrevolucionaria a la que asistimos hoy. Para ello, se ha utilizado una caída estrepitosa de los precios del petróleo y de las materias primas (para nada casuales). Hay crisis económica global que afecta a todos, pero en el caso de los países de la región, con gobiernos progresistas, existen componentes “inducidos” que la agudizan. Eso no es ninguna novedad, es un arma tradicional.
En una ocasión Richard Nixon, refiriéndose al presidente Salvador Allende de forma prepotente y despectiva, expresó: “hay que hacer reventar la economía y terminar con ese individuo”; y precisamente eso hicieron con la economía chilena, abriendo el camino a Pinochet, quien impuso una de las tiranías más duras en la historia de la región. Un ejemplo notorio y actual de esto último, lo continúa representando el bloqueo económico a Cuba; en aquel entonces se declaró, con inaudito cinismo, de que era con la intención de hacer pasar hambre y penurias al pueblo para que éste, desesperado, derrocara a la Revolución.
En estas agresiones, siempre las oligarquías nacionales se han inclinado a favor de la desestabilización, por medio del engaño, la confusión y hasta de la violencia. Del mismo modo, la derecha aprovecha todas las vulnerabilidades de las fuerzas progresistas de la región. Ellas accedieron al gobierno por la vía electoral, a veces con alianzas poco confiables y “no mediante una revolución radical”. Fueron electos en momentos en que a los pueblos les resultaba insoportable las políticas de choque y los mecanismos infernales que acompañan al neoliberalismo, así como la brutal represión, a veces sangrienta, a la que fueron sometidos.
En este mismo sentido, debo señalar que los nuevos líderes impulsan una política social progresista en el contexto de una estructura económica dominada por los capitalistas. Por ello, en el orden interno, la derecha domina la actividad productiva, los servicios, las finanzas y el mercado interno; y no posee escrúpulos para utilizar todo ese poder como instrumento en sus actividades en contra de los gobiernos populares. Con estos resortes en sus manos, cuando lo ha considerado favorable a sus intereses, la derecha no ha dejado de recrudecer las dificultades económicas, de acaparar productos, de alimentar la especulación y de alterar precios y provocar escasez; todo esto ha dado lugar a situaciones inflacionarias que crean descontento, malestar, e inciden negativamente en el estado de ánimo de la población. Todo ello crea tensiones sociales que, a su vez, suelen verse reflejadas en los medios de prensa (que además concentra y controla), para imputarle al gobierno la “responsabilidad” de la crisis, en muchos casos, creada por la propia derecha.
La publicidad es una de sus industrias más poderosas. Los centros de poder en este mundo, para ejercer su poderío mediático, poseen recursos inimaginables en el tiempo del capitalismo clásico. Cuentan con una enorme base técnico- material y con una gran experiencia. Las sofisticadas técnicas utilizadas para vender sus productos en un mercado muy competitivo se emplean, además, para desvirtuar la realidad, crear patrones de conducta y arraigar ideas. Ahora esa maquinaria, con todos sus recursos, medios y experiencia, se desplaza con una orientación ideológica y se lanza como torrente incontenible contra los gobiernos progresistas de la región. En esta lucha, conceptos como “libertad de prensa”, “elecciones libres”, “libre empresa”, “derechos humanos”, “multipartidismo”, “democracia”, “distribución de poder”, etc., etc., etc… se venden y arraigan como verdades absolutas e irrebatibles, en contra de la izquierda regional. Algunos de estos conceptos no son incompatibles con una sociedad socialista u otro tipo de sociedad post-capitalista; la cuestión sería llenarlos de significados justos y garantizarles el horizonte debido.
Los problemas de la unidad Sindical
Ciertos ideólogos utilizan, demagógicamente, el concepto de “libertad sindical”. Algunos de ellos sostienen que las leyes al respecto deben posibilitar distintas opciones de asociación a los trabajadores; incluso, hay casos que tienden a revivir la vieja práctica de organización gremial. Ello abre espacio, en cada país, a la diversidad de organizaciones nacionales y de sindicatos en la misma rama o sector y de que existan varias organizaciones obreras en las mismas bases sindicales. Como consecuencia, en nombre de la libertad, que en toda circunstancia debe resultar un bien, se parcela orgánicamente al movimiento sindical, lo cual siempre debilita su desempeño.
Como consecuencia, en muchos países, amparados en estas legislaciones, los partidos políticos tratan de conformar su versión sindical, como un medio para influir en los acontecimientos y utilizarla con fines electorales en determinados momentos. Esto siempre constituye una interferencia que desvirtúa el papel y las funciones del sindicato. En estos casos suelen crearse organizaciones muy pequeñas, simples siglas que son llamadas “sindicatos de bolsillo”.
En esta práctica también entraron algunos partidos comunistas. No es algo nuevo. Lenin escribió mucho sobre los sindicatos y, en sus textos, fustigaba con fuerza esta desviación, que según él desvinculaba a los comunistas de la lucha en los lugares de trabajo. Al respecto sentenció: “no actuar en los sindicatos reaccionarios significa abandonar a las masas obreras, insuficientemente desarrolladas y atrasadas, a la influencia de los líderes reaccionarios, de los agentes de la burguesía de los obreros aristocráticos y los obreros aburguesados”.
Los comunistas, sobre todo en América Latina, creaban algunas de estas organizaciones; eran muy marxistas, muy puras, pero carecían de lo principal: de afiliados. Sus dirigentes asistían a eventos en la FSM y, a veces, daban la impresión de que hablaban en nombre de todos los trabajadores de su país. En Cuba nunca hubo tradición de paralelismo sindical en las estructuras superiores e intermedias, pero sí lo padecimos en la base.
Al inicio del año 1960 dirigí a un grupo de trabajadores en el montaje de la construcción de la Planta de Amoniaco de Cubanitro, en Matanzas. Los trabajadores de la construcción civil tenían su sindicato; lo mismo ocurría con los soldadores y electricistas. Había cuatro sindicatos en un mismo lugar, dirigidos por diferentes estructuras superiores. Era de la misma forma en otros lugares. Por ejemplo, en los centrales azucareros los empleados de las oficinas pertenecían a un sindicato diferente al que representaba a los trabajadores de la industria. En los puertos existían rezagos del viejo gremialismo y los estibadores tenían un gremio, los tajadores otro y así sucesivamente, según los distintos oficios.
En los primeros años de la Revolución se aprobó “La Ley de Organización Sindical”, que trataba de erradicar los males antes señalados. Aquel cuerpo legal regulaba de que en cada lugar de trabajo se organizara una sola sección sindical, en cada sector o rama de la economía un solo sindicato nacional y en el país una sola organización nacional. Por otro lado, tal decisión fue una necesidad inaplazable del momento histórico en que vivíamos. Había que fortalecer la unidad de todos los trabajadores frente al recrudecimiento de la lucha de clases en el plano interno y la creciente agresión Estados Unidos, en el plano externo.
Eso trajo su revuelo en algunos círculos, dentro y fuera del país. En la OIT, algunos dirigentes sindicales y representantes de gobiernos, se acercaron para expresar que nuestra Ley no era democrática, porque obligaba a los trabajadores a organizarse de una sola forma y no ofrecía alternativas. En una ocasión les respondí que nuestra Ley era más democrática que las dictadas en sus países, porque la nuestra se discutió y aprobó previamente por todos los trabajadores del país y después se refrendó en un Congreso Obrero. Finalmente les señalé, además, que la legislación liberal al respecto, lejos de propiciar una libertad sindical sólida y efectiva, estimulaba y promovía el libertinaje, la división y la debilidad del movimiento sindical.
Las relaciones internacionales de la CTC en aquellos años
Nunca utilicé etiquetas para enjuiciar a otros sindicalistas. Quizá fue porque, al comenzar mi vida sindical, siendo muy joven aún, sostuve vínculos con otros colegas sindicalistas a quienes admiré por su valentía, honradez y firmeza en la defensa de los intereses de los trabajadores. Sin embargo, ellos, como yo en aquellos tiempos, no sentíamos ninguna simpatía por el comunismo. Aunque pocos años después comprendimos mejor muchas cosas y consideramos lo que, en nuestras circunstancias, podría ofrecernos a favor de la Revolución que construíamos.
En este sentido, mantuve contactos con otros colegas sindicalistas del mundo y pude constatar realidades interesantes. Muchos dirigentes, de tendencias opuestas, miembros de los partidos burgueses, tenían fuertes contradicciones en el seno de sus partidos. Un obrero, miembro de un partido de derecha, que dirige en un sindicato, no piensa igual que el burgués o funcionario que actúa en ese partido. Cada cual ve las cosas desde diferentes puntos de vista. Los primeros están “dentro de la candela sindical” y, los segundos, “nunca sienten el calor de ese fuego”.
Es así porque el sindicato no se organiza según las preferencias políticas de sus afiliados. Agrupa a un colectivo heterogéneo que rechaza la decisión de cualquier partido, si es incompatible con sus intereses. Los directivos de los sindicatos no pueden eludir esa realidad, no importa la tendencia política a la que pertenezcan. De no hacerlo, les sería muy difícil sobrevivir como dirigentes, siempre y cuando, en la organización donde actúen, prevalezcan los principios de la democracia sindical. Un sindicato no es fuerte y poderoso, si no es profundamente democrático. Esto último resulta medular.
Por esto, la CTC siempre prestó importancia a las relaciones con los sindicatos de otras tendencias. Siempre se procuró que los encuentros fueran abiertos y transparentes. Igualmente, la CTC no trasladaba una imagen espectacular de nuestra realidad; hablaba de lo que nos faltaba y del por qué nos faltaba. Pero también señalaba lo mucho que habíamos conseguido. No acudía a la retórica revolucionaria, ni a las citas de los textos marxistas. Exponíamos todo, basándonos en ejemplos extraídos de la propia vida. Además, centrábamos la conversación en temas donde podíamos converger, pues los intereses comunes eran muchos. No tratábamos de captar a la otra parte para nuestra ideología, y tampoco aceptábamos que lo intentaran con nosotros. A veces algunos cruzaban esa línea roja; en esos casos, nunca perdimos el control emocional, respondíamos ratificando nuestros principios, porque no apreciábamos a los interlocutores como enemigos, sino como obreros iguales a nosotros, aunque con ideas diferentes; luchábamos por una causa común.
En los primeros encuentros no era usual alcanzar resultados concretos con los colegas con quienes teníamos diferencias. Por lo general, lográbamos conocernos mejor, hablábamos de nuestras familias, de nuestras vidas, de nuestras preocupaciones y de nuestro trabajo. Para algunos podía parecer trivial, pero eso repercutía y ayudaba a romper las barreras. Una vez logrado, se abría un clima de confianza y, en algunos casos, se comenzaba a crear una amistad que podía perdurar en el tiempo. Todo eso era un preámbulo que creaba bases para ir progresivamente concertando intercambios de colaboración y de acciones.
Tuve el privilegio de tener dos maestros, sustraídos del pensamiento sectario e incansables luchadores por la unidad: Lázaro Peña y Fidel Castro. Lázaro era un artífice de la unidad; lo demostró al fundar la primera organización sindical única en Cuba. En su labor internacional fue un batallador incansable por la unidad y alcanzó resultados importantes. En su mente no cabía la idea del paralelismo sindical. Criticaba a sus compañeros comunistas que acudían a esa práctica; a veces muy fuerte, con palabras duras ante lo que él denominaba “una deformación aislacionista y sectaria en el movimiento sindical”. Hablo de comunistas, viejos compañeros de Lázaro; luchadores honestos, con una intachable historia que, a pesar de su pobreza, eran insobornables, pero que en ese aspecto estaban equivocados.
Me tocó ocupar la responsabilidad de Lázaro en la FSM. Me vi obligado, por la misma causa, a criticar a esos compañeros, aunque siempre fui muy cuidadoso al hacerlo. A Lázaro lo admiraban y querían y, por ende, le aceptaban cualquier señalamiento, no importa la forma en que lo hiciera; pero yo no era Lázaro.
Fidel Castro, por su parte, tuvo una particular sensibilidad con el tema y, en muchísimas ocasiones, abogó a su favor. En febrero de 1982 se celebró, en Cuba, el X Congreso de la FSM. Cuando conversé con Fidel sobre el tema me recomendó hacer un evento con la representación de todas las tendencias del movimiento sindical internacional. La CTC salió a cumplir ese objetivo y por ser la sede, tenía la prerrogativa de extender las invitaciones que considerara oportuna. Asistieron al Congreso 135 países y 353 organizaciones sindicales que agrupaban a 200 millones de trabajadores; 80 eran afiliadas a la FSM y representaban a sólo el 20 por ciento de los participantes. Fue una auténtica expresión de democracia sindical. Todos se expresaron con libertad de criterios y existió consenso sobre los principales problemas que preocupaban a los trabajadores. Las cifras son elocuentes, obviaré cualquier comentario.
Por otro lado, recuerdo el año 1985 del pasado siglo como si fuera ahora mismo. Fidel estaba enfrascado en la lucha contra el pago de la deuda externa y había sostenido reuniones en nuestro país con diferentes fuerzas y sectores. La CTC acordó convocar una Conferencia Sindical Latinoamericana contra el pago a la deuda externa. Le consulté la iniciativa y no vaciló en compartirla; solo me hizo una pregunta que interpreté como una indicación: ¿piensas traer a los sindicatos de todas las tendencias? Pensé unos segundos, y le respondí: sí. Era un serio compromiso, pero mi respuesta no era improvisada. La CTC ya había evaluado esa posibilidad. Había organizaciones afiliadas a la CIOSL, cuya presencia era determinante. Si ellas anunciaban que vendrían a un evento de esa magnitud en Cuba, el resto de las organizaciones de la CIOSL asistirían sin grandes dificultades.
Cuando era solo una idea en ciernes visité las principales organizaciones sindicales de México y Venezuela, y el proyecto se recepcionó positivamente, aunque faltaba que ambas organizaciones lo hicieran público. En el caso de México, participé con el presidente de la CTM, Fidel Velázquez, en rueda de prensa celebrada en aquel país, en la cual se anunció la participación de los mexicanos a la conferencia.
Más adelante, durante la preparación, Fidel Castro me preguntó si había inconvenientes. Él tenía razón: gestiones realizadas con los argentinos no auguraban buenos resultados y era muy importante la asistencia de su organización. Expuse un resumen de nuestra exploración preliminar y, finalmente, señalé esta preocupación; entonces me preguntó: ¿qué te parece si le envío una carta al Secretario General de la CGT Argentina? Todavía sorprendido, le respondí: “magnífico”. Elaboró el documento y me entregó el mismo para hacerlo llegar a su destinatario.
Realmente su contenido era conmovedor. He lamentado muchas veces no haber guardado copia. Por la transcendencia que le concedí, decidí que se entregara de forma personal. Le encomendé esa misión al compañero Alfredo Suárez, entonces miembro del Secretariado de la CTC y secretario general del Sindicato Nacional del Transporte. Antes de que partiera llamé por teléfono al interesado, le informé y coordiné el recibimiento del emisario. No se cómo la noticia se filtró en Argentina y la prensa se hizo eco del asunto, que generó una gran expectativa. Alfredo fue recibido con mucha cortesía, la misión fue cumplida, y los argentinos participaron positivamente en el encuentro.
Vino a la Conferencia una representación muy amplia de todas las tendencias y logramos un consenso significativo sobre los temas convocados. Ello, más que un éxito de Cuba, lo fue de América Latina. Nunca había ocurrido en el área algo similar. Fidel hizo la clausura en ambos eventos. En el primero, sentenció: “por encima de cualesquier diferencia filosófica, religiosa o política es mucho más lo que une a los trabajadores que lo que los separa…” Y agregó: “Nos une la historia, nos une el destino, nos une el porvenir”.
¿Qué factores influyeron para que, a pesar de toda la campaña en contra de la Revolución, Cuba pudiera atraer tan amplia y diversa representación? Con independencia de las formas con que los sindicalistas cubanos entablamos las relaciones internacionales, a mi entender hay un factor determinante. Nosotros representábamos a la CTC de la Cuba revolucionaria, del pequeño país que rechazaba victoriosamente la feroz embestida del poderoso imperio que pretendía rendirlo; sin embargo, estaba ahí de pie, defendiendo firmemente la causa que había abrazado. A los sindicalistas occidentales, aunque tuvieran diferencias ideológicas, les llamaba la atención esos hechos. Generalmente eran colegas de extracción obrera y, por ello, no podían evitar que en el fondo de sus corazones brotara cierta simpatía o, por lo menos, curiosidad por Cuba y su Revolución.
Al final, Fidel dialogó con la generalidad de los sindicalistas invitados y se tomó una foto con casi todos. Estos, antes de partir de Cuba, reclamaron esta foto con el Jefe de la Revolución. Era un recuerdo que querían conservar para toda la vida. La gente respeta y admira a quien tiene convicción, aunque no la comparta, y quien está dispuesto a morir por defenderla, más aún si está inspirada en el bienestar de su país.
La propaganda contra la FSM y los sindicatos en los países socialistas.
Ideólogos, así como maquinarias políticas de toda índole, trataron siempre de desacreditar a la FSM y a los sindicatos de los países socialistas. La acusaban de ser una caja de resonancia de la política exterior del Partido Comunista de la URSS (PCUS). Era una calumnia ampliamente difundida y algunos la creían. Cuando se me acercaban con ese tema tenía que hacer un esfuerzo para controlarme. Conocía que era una gran mentira. Fui casi doce años vicepresidente de la FSM; conocía bien la organización, estaba consciente de sus fortalezas y debilidades, y entre éstas últimas nunca estuvo la de dejarse manejar.
Realmente, la organización más importante de la FSM eran los sindicatos soviéticos. Representaban a los trabajadores de una superpotencia, que era además el primer Estado socialista en la historia de la humanidad, con un número muy alto de afiliados, y aseguraba un significativo aporte económico para financiar sus gastos. Un miembro con esas características tiene consideraciones especiales y, desde luego, siempre resulta muy respetado; pero de ahí a poder manipular la organización había un gran trecho. Los enemigos habituados a pensar que quién paga manda, inferían que los soviéticos mandaban en la FSM y, por lo tanto, convertían sus supuestos en afirmaciones.
La FSM, para resguardarse de la suspicacia de un “ordeno y mando” soviético, procuraba no tener en las principales funciones ejecutivas de dirección a dirigentes sindicales procedentes de los países socialistas. La inmensa mayoría provenían de los países capitalistas. Había muchos franceses e italianos, que eran muy capaces y experimentados; así como otros provenientes del tercer mundo.
Los soviéticos tenían un comportamiento muy cuidadoso. Nunca observé en ellos signos de prepotencia; incluso, hasta en los casos de propuestas suyas que no fueron aprobadas y, sin embargo, nunca insinuaron retirarse de la organización –como hizo la AFLCIO en la CIOSL, que amenazó con abandonar la organización si no aceptaban sus exigencias. No obstante, como es lógico, hubo discrepancias normales y también existieron fuertes encontronazos. El más significativo fue cuando el ejecutivo de la FSM condenó la entrada en Checoslovaquia de las tropas del Pacto de Varsovia.
Los problemas internos de la URSS, que después incidieron en el derrumbe, se conocían en Europa. La prensa los difundía constantemente y, en algunos casos, los sobredimensionaba. Denunciaba a los partidos comunistas de Europa Occidental de contemporizar con ellos u ocultarlos. Ello deterioraba su imagen y las encuestas reflejaban que perdían apoyo popular. Por esa razón, algunos partidos comunistas decidieron tomar distancia de la URSS y apareció aquello conocido como “el eurocomunismo”. Esa decisión provocó disputas entre los sindicalistas comunistas franceses e italianos, con los sindicalistas soviéticos y los de algún que otro país socialista. La FSM, aunque herida por esta crisis, sobrevivió a la misma y pudo hacerlo –pocos cubanos lo conocen–, porque en la organización había un hombre reconocido y respetado por todos, de auténtica vocación unitaria y de un poder persuasivo extraordinario: me refiero a Lázaro Peña. Más de una vez, a solicitud de los interesados, le vi mediar entre las partes y, en los momentos más complejos, él siempre encontró el elemento de progreso que contribuyera a calmar los ánimos y a alcanzar el consenso.
Conocí a Louis Saillant, Pierre Geensus, Enrique Pastorino e Ibrahim Zacarías; fueron los hombres que encabezaron la FSM en un buen período de la segunda mitad del pasado siglo. No todos eran comunistas, pero sí combatientes con historia, forjados en la vida sindical, con valores, criterios propios y experiencias; a ninguno de ellos, nada ni nadie podía haberlos manipulados jamás.
La propaganda que se desplegaba contra los sindicatos de los países socialistas era intensa; los acusaban de no ser verdaderos, sino simples marionetas del Estado. A veces algunos dirigentes socialistas se sugestionaban por esa propaganda. En los primeros años de la década de los 80 del pasado siglo, al asistir a una reunión de la OIT en Ginebra, participé con otros colegas de los países socialistas en una entrevista. Eso era habitual. Se acordó mi intervención después que lo hiciera uno de mis colegas. Un periodista le preguntó sobre las relaciones Partido, Gobierno y Sindicato en su país. El entrevistado incursionó en una larga disquisición teórica, sobre autonomía, correa de transmisión, etc., etc., etc. Ocupó más de 40 minutos y, más que responder, dejó un ambiente de dudas.
Me levanté en el momento en que los periodistas se pusieron de pie y se disponían a marcharse del salón. Me imagino que pensaron que les daría “otra muela” similar. Casi gritando les expresé: “en un minuto le daré mi opinión”. Tal vez por curiosidad no se retiraron, aunque algunos se quedaron de pie. Tomé el micrófono y les dije: “esto es muy simple, en mi país: Partido, Gobierno y Sindicato son tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Me aplaudieron todos. No estarían de acuerdo con la respuesta, sino por la sinceridad. El colega que me antecedió, enrojecido y con los ojos que parecían salírsele de las órbitas, me miró como si hubiera cometido una gran herejía.
Hace poco tiempo escuché a Raúl Castro responder a un periodista, en conferencia de prensa, sobre el tema del multipartidismo. La pregunta era una evidente provocación. Éste le respondió: “eso es igual que si en Cuba hacemos dos partidos, uno lo dirige Fidel y otro lo dirijo yo”. No lo dijo, pero interpreté que se refería a esa sentencia de muchos, acerca de que en Estados Unidos no hay nada más parecido a un republicano que un demócrata. Con ello reviví una conversación que sostuve en Caracas, hace casi 40 años, con los colegas de la Central de Trabajadores de Venezuela. En un diálogo cordial y respetuoso, un venezolano me dijo: “pero usted es comunista, es miembro del Buró Político del PCC, por lo tanto, allí los sindicatos hacen lo que dice el Partido”. Otro, de soslayo, mencionó el problema del derecho a la huelga en los países socialistas. Me sonreí, y muy calmado respondí: “¿ustedes son de la alta dirección de CTV y pertenecen a los partidos Acción Democrática y COPEI? ¿Qué diferencia hay en la política de ambos? Empezaron a improvisarme respuestas. En todas pude demostrar que se trataba de problemas de formas, de matices, pues en el fondo no había diferencias al respecto.
Señalé, además: “si piensan que por ser del Partido Comunista, los sindicatos que dirigimos en Cuba hacen lo que dice el Partido, entonces puedo pensar que ustedes, por ser “adecos y copeyanos”, los sindicatos que dirigen en Venezuela, hacen lo que dicen los partidos a los que ustedes pertenecen”. “No, no es así”, me respondieron. Les aclaré entonces: “solo he usado el razonamiento que aplicaron conmigo”.
No obstante, en relación con el derecho de huelga fui muy parco. Recordé lo que leí una vez en un libro y les pregunté: “¿Ustedes han visto alguna vez una huelga de patronos en Venezuela?” Era tarde, había otras actividades que cumplir en el programa y concluí mi intervención. Me quedé con la insatisfacción de extenderme en el diálogo acerca de las diferentes formas de participación que pueden tener los trabajadores y los sindicatos en la sociedad.
Retos del movimiento sindical contemporáneo
A partir de los años 80 del pasado siglo, los países industrializados están envueltos en una profunda crisis económica, cuyos efectos repercuten con fuerza en los países subdesarrollados. El flagelo del desempleo azota a Europa. La situación es más tensa en aquellos países más vulnerables como Grecia, España, Portugal y los antiguos países socialistas. La demanda de empleo en el mercado capitalista global se ha multiplicado.
Sin embargo, ante ello, como ocurrió hace ocho años en Estados Unidos, al ponerse de relieve la crisis inmobiliaria y la conocida burbuja: ¿qué hizo el gobierno? Pues proteger a los verdaderos causantes de la crisis: las corporaciones y los bancos. Fueron los contribuyentes norteamericanos los más afectados y no los victimarios de la crisis. Pero aún más, el capital financiero continuó beneficiándose de la internacionalización de la actividad productiva, del comercio, de las inversiones y de los créditos, etc. Aprovecharon los logros sin precedentes alcanzados en el transporte y las comunicaciones para internacionalizar el capital financiero. En fin, han convertido la economía mundial en un entramado de interrelaciones cuyo objetivo es instaurar una globalización de carácter neoliberal, con sus consecuentes efectos negativos para las mayorías. Para eso han utilizado el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), así como los tratados de Libre Comercio (TLC). Ha sido una estrategia encaminada a fortalecer las Empresas Transnacionales (ETN) y asegurarles prerrogativas para invadir países y regiones. Por otra parte, si hiciera falta, en estos propósitos pueden llegar a utilizar también sus fuerzas militares.
Este es el complicado mundo en que ha de actuar el movimiento sindical contemporáneo. Ahora fraccionado orgánicamente, como consecuencia del paralelismo sindical y con una débil influencia en el mundo del trabajo. En Francia, el movimiento sindical, que en las décadas del 70 y del 80 del pasado siglo llegó a tener fuerza e influencia, según un estudio de Don Gallín, publicado en 2005, estaba dividido en 7 u 8 organizaciones nacionales, con sólo el 5 por ciento del total de trabajadores afiliados. En cuanto a los sindicalizados en el mundo en relación con el total de trabajadores, los autores consultados difieren; unos señalan el 5 por ciento, otros el 7 por ciento o el 10 por ciento. De estas cifras, la que más pueda acercarse a la realidad siempre será muy baja y es necesario elevarla.
Los sindicatos han perdido influencia y han limitado sus posibilidades de negociación. Se han derogado reivindicaciones antes logradas a través de duras luchas, y se registran lugares donde fueron hostigados y hasta reprimidos. En el viejo continente volaron en pedazos los beneficios que acompañaron al fallido “Estado de bienestar”, auspiciado por la socialdemocracia. Se ha satanizado y prohibido el derecho a la huelga en muchos países. Derechos que antes se reconocían como legítimos y habituales, ahora son cuestionados y conculcados.
Los sindicatos tienen que actuar en nuevas y complejas condiciones. Los tiempos han cambiado, y han convertido en obsoletas las posiciones obreristas y vanguardistas. La revolución científico técnica ha renovado la propia estructura de la clase obrera. Ya no existe ese tipo de obrero, apéndice de la máquina en las épocas de Ford y Taylor. Ahora, sobre todo en el sector industrial de los países capitalistas desarrollados, es un obrero instruido, con elevada preparación y bien remunerado en relación con los demás trabajadores.
Cuando estuve al frente de la inversión del montaje del horno eléctrico de Antillana de Acero, hace casi 30 años, una de las principales obras que acometía el país en aquel momento, fui por razones de trabajo a Milán, Italia. Allí visité una siderurgia especializada en fabricar hornos eléctricos para fundir acero. Estuve casi dos semanas en esa importante instalación, conversé con ingenieros y especialistas, y en algunos casos, con sus familias. Al conocer esa industria me sorprendí. Todo estaba automatizado y robotizado, apenas veía trabajadores. Su fuerza laboral estaba altamente calificada y disfrutaba de un buen nivel de vida. Las motivaciones e intereses de esos especialistas no tenían nada que ver con la de los obreros descritos en los textos marxistas.
Pese a los retrocesos mencionados en materia de derechos laborales, en el mundo existe una clase obrera muy joven, desinformada y desorientada en cuanto a las luchas y sacrificios que costaron, a lo largo de la historia, las ventajas laborales que disfrutan. No tienen idea del esfuerzo, incluso de la sangre, que se derramó para alcanzar la jornada de 8 horas. No conocen la historia de los mártires de Chicago. Ni siquiera en Estados Unidos el movimiento sindical organizado (que, por cierto, sólo agrupa al 11 por ciento del total de trabajadores), se preocupa por educar a sus afiliados sindicales. A los políticos les interesa el apoyo de los directivos sindicales; no por la influencia que puedan ejercer entre los afiliados, sino por los recursos económicos que pueden ofrecer a un sistema electoral montado sobre la base del dinero.
Actualmente, hay una gran masa de trabajadores que suman millones, en particular mujeres y jóvenes, que ejercen múltiples labores en la actividad de los servicios, que no están sindicalizados. Hay otra gran masa, que también suman millones, dedicados al trabajo informal y, en algunos países, son mayoría. Estos últimos están desprotegidos laboral y sindicalmente, y en algunos casos socializados en entidades diversas que poco tienen que ver con una correcta formación como trabajador y ciudadano.
En los países donde se instalan las ETN, los gobiernos carecen de potestades para regular su comportamiento. Allí los gobiernos no tienen facultades sobre las ETN. Si alguno intenta intervenir en sus funciones, es llamado de inmediato por la Organización Mundial del Comercio (OMC) y corre el riesgo de ser penalizado. Es un mecanismo que trasgrede la soberanía e independencia de los pueblos. Igualmente, en los conflictos internos que surgen con los trabajadores en estas entidades, está excluida la participación de los sindicatos del país que les sirve de sede.
Es inaceptable que la ciencia y la técnica avancen impetuosamente y los pobres continúen más pobres, para que una élite privilegiada disfrute cada vez más de sus beneficios. Algunos autores anuncian que en este siglo los progresos se multiplicarán veinte veces en comparación con la pasada centuria. No conozco los fundamentos que sostienen ese pronóstico y, aunque me parece exagerado, lo cierto es que concluido este siglo los avances serán inimaginables. Sin embargo, cabrían las siguientes preguntan: ¿continuará esta tendencia en detrimento de los pobres?, ¿cómo será el mundo llegado ese momento? Al respecto, no me queda duda de que solo la conciencia que alcancen los trabajadores y los pueblos, y la unidad y contundencia que desencadenen sus acciones, podrán revertir positivamente el actual estado de cosas.
Epílogo
Me sumo a los que piensan que a un capitalismo global hay que anteponerle un sindicalismo global; que a la globalización neoliberal hay que enfrentarla con una globalización sindical de lucha y solidaridad. El desarrollo de las organizaciones sindicales internacionales resulta un imperativo de los nuevos tiempos. Algunas han alcanzado resultados, pero aún son insuficientes.
No puedo afirmar que sea una situación dominante, pero conocí casos de directivos de estas organizaciones encapsulados en una sede y dedicados a reportar acontecimientos, sin vincularse a las organizaciones nacionales e interiorizar en sus problemas, así como coordinar y emprender acciones concretas que tiendan a transformar los acontecimientos.
Es importante que estos sindicatos sean encabezados por líderes con prestigio, talento y creatividad, que puedan impregnar a la lucha la dinámica que exigen las circunstancias. En tal sentido, resulta necesario introducir procedimientos que garanticen líderes que reúnan las condiciones para cumplir esta importante misión. Aquí sería indispensable “aplicar una verdadera política de cuadros y no una política para cuadros”. Del mismo modo, en este momento de la historia, no debe haber cabida para otro tipo de valoración acerca de las posiciones de los dirigentes sindicales, que no sean aquellas que los coloquen como directivos que viven para los trabajadores o como directivos que medran a costa de los trabajadores. Es así de simple.
También es necesario enterrar la práctica del paralelismo sindical. No son momentos para tentarnos buscando la exclusividad. No podemos mantener o crear “casitas apartes”, cuando necesitamos construir, si queremos vencer, un edificio sólido e indestructible. A pesar de las adversidades, existen condiciones favorables para retomar la idea de crear una nueva organización sindical mundial que agrupe a todas las tendencias. En este caso, no sería motivado por las dramáticas circunstancias del año 1945; pero lo será por otras no menos dramáticas. Hay tres factores que proyectan una luz en medio de la oscuridad:
1. Ya anotamos que en Europa Occidental se unieron todos los sindicatos de las diferentes tendencias en una organización regional. Se conoce también que en el año 2006 se fundieron las CIOSL y la CMT, junto a otras organizaciones independientes, y crearon la Confederación Internacional Sindical (CIS); y transcurrido tan solo dos años ya se constituyó en nuestro continente la Confederación Sindical de las Américas (CSA). Dos pasos importantes que tributan a la unidad orgánica del movimiento sindical. Ambos acontecimientos, separados en el tiempo, pero unidos por el imperativo de las realidades. En el primer caso, por el desplazamiento de las Empresas Transnacionales en Europa y, en el segundo, gracias al auge alcanzado por estas organizaciones internacionales después de la desaparición del sistema socialista. Lo que no lograron los diálogos, encuentros, y acciones aisladas, y lo que quisieron impedir los divisionistas, lo impuso la vida. Todos se van uniendo en una sola organización, a pesar de las diferentes tendencias.
2. Se advierte un protagonismo creciente de una nueva generación de líderes sindicales, despojados de los prejuicios y recelos que tanto daño hicieron en el pasado; que asumen posiciones unitarias y son portadores de nuevas ideas acerca del contenido y del alcance del movimiento sindical.
3. Ya no asistimos a la estrechez de miras del sindicalismo clásico, que predominó en gran parte del pasado siglo. Estamos ante un sindicalismo nuevo, que asocia el destino de los trabajadores al bienestar de sus respectivos pueblos. Es un sindicalismo que se proyecta por vincular sus luchas a las de los movimientos sociales y, si es posible, encabezarlas, sin anticipar un vanguardismo no demostrado todavía. No es algo surgido de la noche a la mañana, sino un proceso que comenzó a gestarse varias décadas atrás.
Me refiero a un nuevo sindicalismo que condena el neoliberalismo hegemónico; está por un nuevo orden económico internacional y por el desarrollo sostenible; lucha por más empleo, pero no sólo para sus afiliados, sino para todos; rechaza la discriminación laboral en relación con las mujeres y los jóvenes; se pronuncia por una educación y salud de calidad para todos; es sensible a la lucha por el cambio climático; reivindica los derechos humanos, la justicia social y la democracia participativa; en el caso de nuestra región apuesta por la integración de nuestros países; condena todo tipo de violencia y se proyecta a favor de la paz. Estas son banderas de lucha susceptibles para ser enarboladas por todos. Estos objetivos no son frutos de mi imaginación, en un momento de infundado optimismo. Búsquenlos y los encontrarán en el programa de lucha de la organización más poderosa del continente: la CSA.
Si en 1945 hubo razones para crear la FSM, ahora éstas se multiplican para favorecer la unidad orgánica del movimiento sindical, así como una resuelta y contundente unidad de acción; no sólo a favor de los derechos laborales, sino también de la liberación y el desarrollo integral de los pueblos. Sería una fuerza que, con objetivos comunes bien definidos, cohesionada y con acciones correctamente articuladas, podría contener las mezquinas aspiraciones de quienes pretenden gobernar un mundo que, aunque estos no alcancen a comprenderlo, si continúa su curso desde las lógicas actuales será cada vez más ingobernable y más injusto.
Sobre el autor:
Roberto Veiga Menéndez (Matanzas, 1936). Actualmente está jubilado, pero dirige un equipo de consultores económicos. De origen obrero metalúrgico, estudió contabilidad y ciencias sociales. Laboró más de 30 años en la actividad sindical, desde la base hasta el nivel internacional. Fue dirigente sindical y político en Matanzas y en el antiguo Oriente. Al fallecer Lázaro Peña fue electo secretario general de la CTC nacional, ratificado en sus XIV y XV Congresos; y durante 12 años ocupó una de las vicepresidencias de la Federación Sindical Mundial (FSM). Proveniente del Movimiento 26 de Julio, es militante del Partido Comunista de Cuba; y durante tres periodos integró su Comité Central y, durante dos periodos, integró además su Buró Político. En tres legislaturas resultó electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Consejo de Estado de la República de Cuba.