“Casa Cuba” y pensamiento político cespediano: 25 años después

Con cariño entrañable hacia el padre Carlos;

el esfuerzo por una Cuba posible, que concertamos juntos, se  ha consumado.

El próximo año 2019 se estarán cumpliendo 25 años de la trascendental participación de monseñor Carlos Manuel de Céspedes en las jornadas de la Segunda Semana Social Católica, celebrada en La Habana aquel terrible año 1994. En su magnífica conferencia (que posteriormente sería publicada en formato de libro bajo el título Promoción humana, realidad cubana y perspectivas, en 1996) fue donde, por vez primera, quedó esbozada la metáfora de “Casa Cuba”. Con motivo de este aniversario cerrado, y más temprano que tarde, Cuba Posible quiere reeditar y poner en manos de sus lectores este gran ensayo que condensa, como pocos, el pensamiento sociopolítico, antropológico y teológico de monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal. Igualmente, ofrecemos en este Cuaderno, otros tres textos significativos del ilustre y querido sacerdote habanero: La Iglesia católica en Cuba en la aurora del Tercer Milenio; Cuba presente en Wilton Park y Cuba, la que llevo dentro.

La metáfora “Casa Cuba” (que es imposible de entender sin penetrar el momento oscuro en que es acuñada) entraña, para él, una doble dimensión: a) una reafirmación de su lealtad a una manera específica de entender a Cuba y su destino histórico en un momento de riesgo real de colapso y b) la capacidad de anunciar una propuesta ecuménica de reformulación sociopolítica y antropológica para el futuro de la nación cubana. Es por ello que “Casa Cuba” es, a la vez, reafirmación existencial y propuesta de futuridad. Para el padre Céspedes, acuñar y defender la metáfora “Casa Cuba” durante aquel año 1994 fue, ante todo, un ejercicio de reafirmación de su compromiso radical con su país y con el destino de cada cubano.

¿Cuál fue el contexto en el que resultó escrito ese ensayo iluminador? Año 1994: una situación económica en la cual se había reducido abruptamente el 35 por ciento del Producto Interno Bruto nacional; Cuba había perdido su espacio de inserción internacional; la situación social era tensa: no había qué comer, los apagones estaban a la orden del día, decenas de miles de cubanos había cruzado el Estrecho de la Florida en balsas, y varios cientos de ciudadanos se habían lanzado a las calles de la capital, en el verano, a protestar contra el Gobierno. El consenso internacional, y de diversos actores nacionales extra-oficiales, era que todo estaba perdido y que no quedaba otro camino que avanzar hacia un régimen liberal (en lo económico y en lo político); máxime cuando el liberalismo avanzaba triunfante en América Latina. Para algunos de estos actores este tránsito hacia un sistema liberal era codificado en clave de restauración y de revancha. Por vez primera desde 1959, el riesgo real de colapso y caída del Gobierno era visto “a la vuelta de la esquina”.

El ámbito eclesial no escapa a esta situación polarizadora. En 1993 la Iglesia había hecho pública, con gran impacto nacional e internacional, la Carta Pastoral “El amor todo lo espera”, donde mostraba preocupación por la situación nacional, se lamentaba de la lentitud de respuesta de las autoridades y, en esencia, brindaba una visión de la situación nacional radicalmente distinta de la ofrecida apenas unos años antes en el Documento Final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Si antes llamaba a todos los católicos a “encarnarse en el socialismo”, ahora la visión era abiertamente crítica e, incluso, legitimadora del exilio restaurador pro-embargo. Si a esto sumamos que la Pastoral fue primero una carta privada de los Obispos al ex-presidente Fidel Castro, y que desde el sistema político se les pidió mantenerla en privado y no hacerla pública; y que finalmente los Obispos decidieron mostrar sus preocupaciones a todo el pueblo, pues podemos entender a cabalidad el terrible “choque de trenes” que se produjo entre la Iglesia y el Estado.

Ya en el año 1996, con motivo de la celebración del Encuentro Conmemorativo por los 10 años del ENEC (ECO), el Documento Final de la reunión –redactado por un grupo de laicos católicos- afirmaba que el orden constitucional cubano se había roto el 10 de marzo de 1952 (con el golpe de estado de Fulgencio Batista) y que no se había vuelto a restaurar hasta esa fecha. La misma Iglesia que había llamado a “encarnarse en el socialismo”, en 1986, borraba de un plumazo la historia nacional posterior a 1959. Las leyes Torricelli, primero, y Helms-Burton, después, fueron la respuesta a este escenario desde Estados Unidos. El colapso y la restauración parecían inminentes.

Es en este contexto, cuando en noviembre de 1994, monseñor Céspedes ofrece su conferencia en el marco de la Segunda Semana Social Católica, celebrada en la Arquidiócesis de La Habana. Dos conferencias ofrecieron visiones distintas sobre las rutas a seguir hacia el futuro: la suya, y la del laico Dagoberto Valdez Hernández, intelectual exponente del liberalismo católico cubano. Esa mañana de noviembre de 1994, el ciudadano Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, descendiente directo del Padre de la Patria, dejaba claro a todos –en Cuba y en Miami- que a pesar del riesgo real de colapso de la Revolución cubana, él optaba en ese instante por ser consecuente con sus compromisos históricos; y, a la vez, nos regalaba públicamente a todos –incluidas la Conferencia Episcopal cubana, la Secretaría de Estado vaticana, y la dirección histórica de la Revolución- un camino de cambio transicional heterodoxo y desafiante, alejado de la resistencia a ciegas y de la lógica restauradora. Ese acto de reafirmación existencial y de compromiso patriótico radical, tuvo para él consecuencias nefastas dentro de la Iglesia: sobre el padre Carlos vino, automáticamente, el vejamen, la difamación, el ostracismo, y el sufrimiento. La “Casa Cuba” fue para él, también, el calvario y la cruz.

La “Casa Cuba” cespediana es una metáfora construida en torno a dos términos concretos que, puestos en relación, articulan una polisemia rica y heterodoxa, que posee la potencialidad de esbozar una posibilidad de cara al futuro, en la cual cada ser humano o grupo social, pueden colocar una cuota de significado en “un todo” aun por construir.

Para un intelectual cristiano como Roberto Veiga (2011), la metáfora tiene un alto valor metodológico e instrumental, en la medida que llama a articular a la “libertad personal” con la consecución de la “igualdad social”; fundamentos estos, según al autor, para un orden social “solidario y fraterno”. Para Veiga, la metáfora cespediana llama, ante todo, a reinterpretar y reformular el ejercicio de las libertades ciudadanas en Cuba; a acoger a “los otros” preteridos; y a lograr con estos “otros” una relación de entendimiento fraterno a favor “del bien de Cuba”. Existe en monseñor Céspedes y en Roberto Veiga, la elección racional de lograr (casi a toda costa) una síntesis entre el mejor legado popular de la Revolución cubana, y la tradición ética, democrática y liberal de los Padres Fundadores de la nación cubana: Varela, Luz, Céspedes, Martí.

Afirma Veiga: “esta imagen (de “Casa Cuba”) invita a trabajar para conseguir la mayor libertad personal posible, y a construir, con dicha libertad-responsable, la más justa igualdad social, por medio de un desempeño solidario, fraterno. Para conseguirlo, la conceptualización de la metáfora propone la más libre expresión de la pluralidad nacional, pero también demanda una relación positiva entre toda esa diversidad (por medio de la apertura, del encuentro, del diálogo y del acuerdo), articulada en torno a una mística del deber en cuanto al bien de Cuba y de cada cubano. El análisis de la imagen indica igualmente y con insistencia, la necesidad de una gran cruzada a favor de la confianza política entre todos los cubanos y considera esta labor como el pilar fundamental de la edificación de ese ideal” (Veiga, 2011: 56).

Si bien Veiga entiende la metáfora “Casa Cuba”, sobre todo, desde la necesidad del ejercicio de la libertad individual como corazón de un orden social solidario, justo y fraterno; el crítico, pesador y ensayista cubano Rafael Acosta de Arriba lo hace desde las coordenadas de la macro-política nacional. Sistematiza Acosta de Arriba (2015) el pensamiento sociopolítico del sacerdote habanero (tomando el texto Promoción humana, realidad cubana y perspectivas como pivote central), de la siguiente manera:

  1. Fue un crítico acerbo del neoliberalismo, también del estalinismo; y fue un declarado anti-anexionista; para él el respeto de la soberanía nacional estaba por encima de cualquier consideración.
  2. Apreció y respetó la empresa revolucionaria de 1959 con la objetividad que quizás no tuvo ningún otro dignatario de la Iglesia, a lo que ayudó su entendimiento claro de que “la Revolución nació desde dentro, desde la propia tradición política cubana”.
  3. El concepto de “revolución” no le asustó nunca, a pesar de que las soluciones violentas no eran de su agrado. Para él “la revolución” era un recurso legítimo desde la perspectiva de los oprimidos.
  4. Nunca confundió a la nación con un partido, ni entendió como correcto que una ideología debiera asumirse como oficial y rectora del Estado.
  5. La tradición política cubana lo inclinó a preferir, para su patria, la solución socialista democrática y pluralista que conllevara una amplia participación popular en la toma de decisiones.
  6. No tuvo dudas tampoco en entender a la figura de Fidel Castro como una descendencia martiana. Para él, la Revolución de 1959 le devolvió la vida a Martí, a pesar de un grupo de objeciones sobre la práctica de gobierno y la estructura política de la sociedad y del Estado en estos casi 60 años.
  7. Siempre expresó un grupo grande de objeciones a la forma de gobierno existente en el país: abogó por una mayor participación ciudadana; clamó por el imperativo de reformular la Constitución vigente (o hacer una nueva); abogó por políticas públicas relacionadas con la discriminación racial; la urgencia en fortalecer la eticidad de las personas sin asociar obligatoriamente lo ético a una premisa ideológica; aspiraba a que se definiera el rumbo futuro del país antes de que desapareciera la dirección histórica de la Revolución.
  8. Aspiraba a que se amplificara el nivel de tolerancia de la política ante el disenso.
  9. Consideró necesario el fortalecimiento de la estructura jurídica para la protección y articulación de los derechos y deberes de las personas, la familia y el Estado; así como de otras realidades socio-políticas, culturales y religiosas.
  10. Consideró apremiante fortalecer la pobre formación general y humanística de la población y de los jóvenes, en particular de los universitarios, así como reconsiderar la validez de la pena de muerte y el ámbito de los denominados “delitos políticos”.
  11. La estructura del Estado fue una de sus preocupaciones fundamentales. Para su comprensión de una Cuba presente y futura, era imprescindible reconsiderar el método de elección para todos los cargos políticos, así como, en el cardinal tema de la representación de todos los estratos ideológicos en el Estado, era preciso evaluar la conveniencia de un solo partido político o, en su lugar, la necesidad de varios partidos diferenciados por sus plataformas político-ideológicas.
  12. Abogó por reducir la burocracia estatal, que consideraba desmesurada, super-intervencionista en lo social e inefectiva como poder.
  13. Consideró muy importante la necesidad de una mayor presencia de la Iglesia en la vida social del país.
  14. Vio con claridad que el espectro de tendencias y opiniones en la sociedad era muy diverso y que era preciso atender al mismo con inteligencia y sentido político.

Veiga y Acosta de Arriba llegan a conclusiones similares sobre el contenido de la obra cespediana, pero desde caminos diversos (y no excluyentes): el primero, desde las claves de una antropología de raíz cristiana (que recuerda a los filósofos personalistas del siglo XX), habla de la libertad individual que convierte al ser humano en ciudadano y en motor de la historia; el segundo nos habla, en esencia, de la transformación del Estado nacional cubano como programa político contenido en la obra de monseñor Céspedes; programa político que, dicho sea de paso, no podrá despegar jamás sin una manera radicalmente renovada de entender las libertades ciudadanas en Cuba.

25 años después la metáfora cespediana de “Casa Cuba” sigue siendo memoria y, sobre todo, proyecto. La inmensa mayoría de los reclamos de transformación nacional contenidos en su ideario no han sido cumplidos. El liderazgo de la llamada “Generación Histórica” –fundamental para el proyecto de cambio transicional cespediano- se eclipsa, poco a poco, producto de la biología; la política de diálogo constructivo entre actores diversos de la nación cubana ha sido criminalizada y tildada de “centrista”, y los actores más implicados en ella han sido igualmente criminalizados, a la vez que han visto la movilización de todo el aparato del Estado para desarticular su accionar. El nuevo gobierno ha asumido, en medio de la soledad y de la opacidad, la conducción de los destinos de Cuba en el siglo XXI. El cansancio de la sociedad parece ser un signo distintivo. En medio de ese escenario, los amigos de la restauración brindan con champan sintiendo que, definitivamente, su momento está cerca.

Puede descargar el Cuaderno 67 aquí:

66 v3

Bibliografía:

  • Acosta de Arriba, Rafael. “Cuba como pasión”. Cuadernos Cuba Posible. No. 15. Año 2015.
  • Veiga González, Roberto. “Exigencias para un orden social fraterno. Cuba: urgencias del presente, imperativos del futuro”. Revista Espacio Laical. No. II. Año 2011.
Sobre los autores
Lenier González Mederos 40 Artículos escritos
(La Habana, 1981). Subdirector de Cuba Posible. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana (2005). Estudios de maestría en Gestión Turística en la Universidad de La Habana. Estudios doctorales de Sociología en el Instituto...
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