
La nación cubana necesita contar con todos sus hijos para poder construir su futuro. Hemos vivido muchos años de separación a causa de ideologías aparentemente antagónicas. Los desencuentros han sido propiciados e impulsados por todas las partes; unas veces unos y otras veces otros. El resultado final con el que nos encontramos hoy es que aún no nos ponemos de acuerdo, y en lugar de debatir, nos peleamos (incluso a golpes), y en lugar de construir futuro seguimos ahogados en el pasado. El pasado no se olvida, pero tampoco se vive en él, ni de él. Por ello hablaré sobre todo del presente, y de cuáles, entiendo yo, son las claves para la reconciliación nacional.
Para conseguir que los cubanos dejemos de vernos como enemigos -cuando nuestras ideas políticas no convergen- necesitamos encontrar un punto de partida común que sirva de base para el desarrollo de diferentes ideologías dentro de un marco de consenso. El actual desencuentro de la nación cubana tiene la piedra angular en la actual estructura del Estado cubano, en el funcionamiento de su engranaje institucional, en su actual gobierno y en sus líderes políticos. La línea roja que divorcia irremediablemente a una parte de la nación de la otra se encuentra justo en el reconocimiento o no de la legitimidad de estos elementos. Esto es, el reconocimiento o no de que la actual estructura del Estado cubano y sus administradores son elementos válidos para la puesta en práctica de una determinada agenda política apoyada por una parte significativa (y tal vez no necesariamente mayoritaria) de la nación cubana.
Un acercamiento pragmático al asunto nos lleva a reconocer que tal elemento de divorcio puede ser superado si se acepta la legitimidad del actual gobierno dirigido por Raúl Castro. Esto es, ante todo, una respuesta pragmática, más que teórica, al asunto.
Max Weber discierne varios tipos de liderazgos; entre ellos el carismático y el racional. Por una parte, el primero se refiere al líder que puede ejercer su poder mediante el apoyo casi incondicional de sus seguidores. El liderazgo racional, por otro lado, ocurre cuando una rutina burocrática ha sido establecida y dicho liderazgo deja de tener carácter esencialmente personal, sino institucional; eso es, el líder pasa de ser una persona con seguidores, a jugar un rol dentro de una institución. Tales tipos de liderazgo se entrecruzan, y no se ven en la realidad nunca en su estado puro.
Reconocer la legitimidad del actual gobierno cubano conlleva, en buena medida, a entenderlo como un agente legítimo que ostenta el poder de la administración del Estado como parte de un proceso burocrático que representa a una parte importante de la nación cubana. Comprendo el dilema político que esta aseveración conlleva; sin embargo, reitero que esta es una respuesta pragmática a la necesidad que tenemos los cubanos de encontrarnos en un punto de partida para desde allí caminar de la mano, sin que esto implique pensar de la misma forma. El reconocimiento de la legitimidad de la actual administración cubana es, en última instancia, también reconocer la legitimidad ideológica de aquellos cubanos que han apoyado dicho gobierno y estructura de Estado.
Este punto de partida no implica aceptar como propia cada acción política del gobierno actual. Tampoco implica siquiera la aceptación del actual orden constitucional como inamovible, aunque sí conlleva un respeto a la legalidad actual vigente. Esto es, debemos, la nación toda, actuar en el presente dentro del marco del orden social vigente, pero dicho orden no tiene por qué ser asumido como elemento perenne de la nación.
Hay, por otro lado, un elemento en la constitución cubana que limita enormemente este proceso de reconciliación. Tal es el capítulo XV, el cual declara el socialismo como modelo inamovible del Estado cubano. ¿Cómo hablar de agrupar si excluimos de un tajo cualquier sistema de ideas que contradiga lo que un grupo comprende por “socialismo”? La única solución pragmática a este importante escollo es eliminar dicho capítulo de nuestra constitución. Sin embargo, aquellos cubanos que están en desacuerdo con el mencionado capítulo no deben esperar a que sea voluntariamente removido de la constitución por el actual gobierno para unirse al proceso de reconciliación nacional, que será largo, pero es urgente y no permite más esperas.
Una vez discernido este primer y esencial paso hacia la reconciliación nacional cubana, es imperioso dilucidar también las diferentes aproximaciones que emergen para enfrentar otro de los elementos cruciales que nos permitirán reunificar (que no significa homogeneizar) la nación hacia dentro y hacia afuera, en sus diásporas: la re-construcción de la memoria nacional en los episodios históricos más controversiales.
Resulta primordial que en los años que siguen nuestra memoria colectiva y maneras de conmemorarla sea democratizada permitiendo que actores con diferentes visiones de episodios y procesos históricos participen en la construcción de las narrativas colectivas. ¿Por qué no conmemorar desde diferentes perspectivas las incontables muertes que ha sufrido la nación a causa de la emigración insegura hacia los Estados Unidos y otros países? ¿Por qué no celebrar no solo el 1 de enero de 1959, sino también el 20 de mayo de 1902? Cada uno de estos episodios encierra elementos contradictorios, elementos de orgullo y pena. Pero la celebración y conmemoración de pasados difíciles, en última instancia, nos une en torno al eje central que es la construcción de futuro desde diferentes posiciones.
Ciertamente, las instituciones de Estado cubano controlan, en gran medida, los espacios públicos y con ello resulta harto difícil disputar las narrativas que promueve el gobierno al mando. Sin embargo, esto no significa que desde organizaciones de la sociedad civil no se pueda trabajar para desarrollar otras narrativas que en el largo plazo contribuyan a la “heterogenización” (y no polarización) de nuestra memoria colectiva como nación.
Es desde el triángulo memoria-presente-futuro que podremos alcanzar un proceso reconciliador nacional que sea sostenible en el tiempo. Todo el peso recae sobre el elemento central o hipotenusa, “presente”. Es a partir de allí, y desde ese punto de partida, que demarca el marco inicial de entendimiento, que podremos re-construir la memoria histórica de la nación para hacerla más inclusiva, y construir futuro; también más inclusivo.
Para conseguir que los cubanos dejemos de vernos como enemigos -cuando nuestras ideas políticas no convergen- necesitamos encontrar un punto de partida común que sirva de base para el desarrollo de diferentes ideologías dentro de un marco de consenso. El actual desencuentro de la nación cubana tiene la piedra angular en la actual estructura del Estado cubano, en el funcionamiento de su engranaje institucional, en su actual gobierno y en sus líderes políticos. La línea roja que divorcia irremediablemente a una parte de la nación de la otra se encuentra justo en el reconocimiento o no de la legitimidad de estos elementos. Esto es, el reconocimiento o no de que la actual estructura del Estado cubano y sus administradores son elementos válidos para la puesta en práctica de una determinada agenda política apoyada por una parte significativa (y tal vez no necesariamente mayoritaria) de la nación cubana.
Un acercamiento pragmático al asunto nos lleva a reconocer que tal elemento de divorcio puede ser superado si se acepta la legitimidad del actual gobierno dirigido por Raúl Castro. Esto es, ante todo, una respuesta pragmática, más que teórica, al asunto.
Max Weber discierne varios tipos de liderazgos; entre ellos el carismático y el racional. Por una parte, el primero se refiere al líder que puede ejercer su poder mediante el apoyo casi incondicional de sus seguidores. El liderazgo racional, por otro lado, ocurre cuando una rutina burocrática ha sido establecida y dicho liderazgo deja de tener carácter esencialmente personal, sino institucional; eso es, el líder pasa de ser una persona con seguidores, a jugar un rol dentro de una institución. Tales tipos de liderazgo se entrecruzan, y no se ven en la realidad nunca en su estado puro.
Reconocer la legitimidad del actual gobierno cubano conlleva, en buena medida, a entenderlo como un agente legítimo que ostenta el poder de la administración del Estado como parte de un proceso burocrático que representa a una parte importante de la nación cubana. Comprendo el dilema político que esta aseveración conlleva; sin embargo, reitero que esta es una respuesta pragmática a la necesidad que tenemos los cubanos de encontrarnos en un punto de partida para desde allí caminar de la mano, sin que esto implique pensar de la misma forma. El reconocimiento de la legitimidad de la actual administración cubana es, en última instancia, también reconocer la legitimidad ideológica de aquellos cubanos que han apoyado dicho gobierno y estructura de Estado.
Este punto de partida no implica aceptar como propia cada acción política del gobierno actual. Tampoco implica siquiera la aceptación del actual orden constitucional como inamovible, aunque sí conlleva un respeto a la legalidad actual vigente. Esto es, debemos, la nación toda, actuar en el presente dentro del marco del orden social vigente, pero dicho orden no tiene por qué ser asumido como elemento perenne de la nación.
Hay, por otro lado, un elemento en la constitución cubana que limita enormemente este proceso de reconciliación. Tal es el capítulo XV, el cual declara el socialismo como modelo inamovible del Estado cubano. ¿Cómo hablar de agrupar si excluimos de un tajo cualquier sistema de ideas que contradiga lo que un grupo comprende por “socialismo”? La única solución pragmática a este importante escollo es eliminar dicho capítulo de nuestra constitución. Sin embargo, aquellos cubanos que están en desacuerdo con el mencionado capítulo no deben esperar a que sea voluntariamente removido de la constitución por el actual gobierno para unirse al proceso de reconciliación nacional, que será largo, pero es urgente y no permite más esperas.
Una vez discernido este primer y esencial paso hacia la reconciliación nacional cubana, es imperioso dilucidar también las diferentes aproximaciones que emergen para enfrentar otro de los elementos cruciales que nos permitirán reunificar (que no significa homogeneizar) la nación hacia dentro y hacia afuera, en sus diásporas: la re-construcción de la memoria nacional en los episodios históricos más controversiales.
Resulta primordial que en los años que siguen nuestra memoria colectiva y maneras de conmemorarla sea democratizada permitiendo que actores con diferentes visiones de episodios y procesos históricos participen en la construcción de las narrativas colectivas. ¿Por qué no conmemorar desde diferentes perspectivas las incontables muertes que ha sufrido la nación a causa de la emigración insegura hacia los Estados Unidos y otros países? ¿Por qué no celebrar no solo el 1 de enero de 1959, sino también el 20 de mayo de 1902? Cada uno de estos episodios encierra elementos contradictorios, elementos de orgullo y pena. Pero la celebración y conmemoración de pasados difíciles, en última instancia, nos une en torno al eje central que es la construcción de futuro desde diferentes posiciones.
Ciertamente, las instituciones de Estado cubano controlan, en gran medida, los espacios públicos y con ello resulta harto difícil disputar las narrativas que promueve el gobierno al mando. Sin embargo, esto no significa que desde organizaciones de la sociedad civil no se pueda trabajar para desarrollar otras narrativas que en el largo plazo contribuyan a la “heterogenización” (y no polarización) de nuestra memoria colectiva como nación.
Es desde el triángulo memoria-presente-futuro que podremos alcanzar un proceso reconciliador nacional que sea sostenible en el tiempo. Todo el peso recae sobre el elemento central o hipotenusa, “presente”. Es a partir de allí, y desde ese punto de partida, que demarca el marco inicial de entendimiento, que podremos re-construir la memoria histórica de la nación para hacerla más inclusiva, y construir futuro; también más inclusivo.