
Foto: Ramon Espinosa / AP
El próximo 20 de enero Donald Trump tomará posesión como el 45 presidente de Estados Unidos. Atrás quedan los dos últimos años, marcados por el inicio de un dinámico proceso de normalización de relaciones encabezado por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama. Para Cuba, dicho camino político ha sido el fruto de la victoria de la resistencia del pueblo cubano y, además, de una adecuada visión pragmática y estratégica por parte de liderazgo político cubano, sobre todo en el entorno del presidente Raúl Castro. Para analizar el camino desandado y qué puede deparar el futuro, Cuba Posible ha decidido dialogar con el politólogo Arturo López-Levy.
1. Barack Obama termina sus ocho años de mandato frente al gobierno de Estados Unidos. Ha sido un importante impulsor de la normalización de relaciones con Cuba. ¿Cuáles han sido sus mayores contribuciones a favor de las relaciones bilaterales entre ambos países? ¿Cuáles límites dejó?
Al valorar el papel del presidente Obama en la normalización de relaciones con Cuba es conveniente ni sobreestimar ni subestimar el rol de su personalidad. El proceso de normalización tiene su causa fundamental estructural en la victoria de la resistencia nacionalista cubana contra casi seis décadas de política imperial coercitiva de Estados Unidos, potencia renuente a aceptar las transformaciones que ocurrieron en la Isla como resultado de la Revolución de 1959. Esa resistencia expuso que la política de embargo/bloqueo contra Cuba era no solo inmoral e ilegal ante el derecho internacional, sino también contraproducente a los intereses norteamericanos. El pueblo cubano, el de a pie que fue el que cargó con los mayores sacrificios, no se doblegó. Mientras tanto, el liderazgo estatal y la diplomacia cubana construyeron una madeja de intercambios con aliados y rivales estratégicos de Estados Unidos, encareciendo el costo de oportunidad pagado por Washington en su intento de traducir la asimetría de poder con Cuba en sumisión hacia sus designios.
Dicho esto, el presidente Obama jugó un papel fundamental como actor con potencialidad de veto para el curso tomado. Estados Unidos podía darse el lujo, por otra década, de insistir en una mala política fallida pues la economía cubana era 233 veces menor que la norteamericana en 2014, y la Isla no representaba un problema sustancial a la gran estrategia estadounidense fuera del hemisferio occidental (e incluso en este). Fue el presidente Obama quien demostró la inteligencia, flexibilidad y dignidad democrática de cambiar la visión oficial norteamericana sobre Cuba, su gobierno y los procesos y culturas políticas que atraviesan el devenir de la Isla.
Los límites de Obama en el desmontaje de la política imperial del embargo y su sustitución por otra de corte hegemónico-persuasivo tienen que ver menos con su persona y carácter que con las deficiencias y méritos del sistema político norteamericano de chequeos y balances de poderes. Las leyes del embargo son solo derogables por el Congreso, y no existe una correlación de fuerzas favorable a eliminarlas.
2. ¿Cuáles son los caminos pendientes para alcanzar el tipo de relación bilateral que pueda ser compartida por los dos países?
Se necesita una lista muy grande. En dos años, desde 2014, no se puede desmantelar la hostilidad cultivada en casi seis décadas o incluso desde que se estableció una relación de dominación en 1902, reformada en 1934, y rechazada por el nacionalismo cubano a la manera mambí de Maceo, para no usar una palabra más fuerte, desde 1959.
Me referiré a lo que considero el paradigma de normalidad asimétrica que es el disponible para una relación como la que existe entre Cuba (un pequeño país, motivado por fuertes sentimientos e intereses nacionalistas) y Estados Unidos (una gran potencia en su vecindad). El paradigma de normalidad asimétrica implica que Estados Unidos acepte respetar la soberanía cubana en su totalidad, lo que implica tratar a la Isla en su política exterior e interna como una esfera fuera de su dominio. Cuba, por su parte, debe entender que por su propio interés nacional le conviene tomar nota de la disparidad de poder y ser deferente ante la realidad de que las grandes potencias tienen un rol en términos de intereses, capacidad de proyección y responsabilidades que les otorgan, incluso en la Carta de la ONU, prerrogativas especiales. La asimetría de poder a favor de Estados Unidos y de atención a favor de Cuba son rasgos estables no transicionales, por lo cual la normalización no pasa por vencer la disparidad sino por aceptarla, manejarla y negociarla; de modo que de una dinámica de enfrentamiento se pase al predominio de políticas de ganancia mutua.
3. Para lograr lo anterior, ¿qué se podría hacer durante el próximo mandato de Donald Trump?
Lo lógico es que los dos países se centren en avanzar intereses comunes y discutir sus diferencias de una manera constructiva. Toda normalización de una relación asimétrica (como la que existe entre Estados Unidos y Cuba) tiene el reto de lidiar con la novedad, pues el impasse estratégico que provocó a la gran potencia preferir una política de diálogo a una de imposición es el resultado de una historia específica y de su interpretación. El respeto mostrado por el presidente Obama a la independencia y soberanía de Cuba no fue (como afirman sectores interesados en la hostilidad) una concesión a Raúl Castro, sino a una realidad de resistencia victoriosa. La deferencia mostrada por el presidente Raúl Castro hacia el presidente Obama en la Cumbre de las Américas en Panamá y sus encuentros bilaterales no es resultado de la debilidad cubana, sino del reconocimiento de que la tirantez con Estados Unidos no es para Cuba ni útil, ni aconsejable.
Con la Administración Trump, Cuba y Estados Unidos entran en un proceso nuevo de aprendizaje en el que es clave el conocimiento y el respeto mutuo. La Directiva Presidencial del 14 de octubre de 2016 reconoce la soberanía y la autodeterminación cubana y se propuso una política persuasivo-hegemónica hacia Cuba, lo que es un cambio no solo de los instrumentos, sino de los fines de la política estadounidense hacia Cuba. Con todas las críticas que se le puede hacer a la Directiva (como su reiteración a no negociar el tema de Guantánamo), su marco de pensamiento permite un avance sustancial en el camino hacia una normalidad entre los dos países.
El problema más inmediato para la normalización de relaciones es que el Presidente electo en Estados Unidos se ha planteado una revisión de toda esa estructura y, potencialmente, revertir gran parte de la misma. Esa postura va a introducir una súbita y renovada tensión incluso si logros de los últimos años (como sacar a Cuba de la lista de países terroristas, una cooperación abarcadora de seguridad contra desastres naturales, narcotraficantes y la emigración ilegal), no son revertidos. Un proceso de acercamiento evolutivo, más gradual y largo, no tiene que ser necesariamente negativo, si resulta en una normalidad más estable. En un contexto de contradicciones entre lo que Trump haga dependiendo de la agencia del gobierno norteamericano y quién la maneje, Cuba tiene la ventaja asimétrica de la atención para crear dinámicas donde el daño causado por los “aguafiestas” sea minimizado.
Si Trump retornase a una política imperial, con el peso de todo el poder norteamericano que eso implica, a una Cuba nacionalista no le queda otro remedio que volver a la resistencia, donde es tan importante la trinchera como la flexibilidad asociada a las ventajas que tiene un país pequeño en términos de atención en una relación asimétrica.
Las bases de esa resistencia fueron planteadas por José Martí hace más de un siglo: 1) unidad, que implica manejar la diversidad patriótica, no aplastarla. 2) república industriosa y moral, más que pre-concepciones ideológicas que pongan camisas de fuerza a la defensa de la auto-determinación se necesita un modelo de desarrollo sustentable, no solo para resistir sino para participar políticamente, crecer y distribuir, cerrando el camino a la corrupción y otros males internos, que no son provocados desde fuera pero debilitan la resistencia, 3) diversificación consciente en el balance de grandes poderes de las relaciones internacionales. Caminar, tanto como sea posible, en la integración latinoamericana y en una relación cordial con Europa entre los aliados de Estados Unidos, y con Rusia y China entre sus rivales estratégicos, siempre en función de los intereses cubanos.
Hetor Danilo Pompa dice:
realmente el tema es muy interesante, sin embargo, lo veo muy sesgado en funcion de responsabilizar e todo a la politica óe USA, soy de la opinión que en 60 años el gobierno cubano tampoco ha querido buscar otra vía de negociación que no sea el enfrentamiento constante , mas alla del padecimiento de la población,Claro esta USA ha hecho lo que como gran potencia ha determinado, Cuba se la jugado en Venezuela mas alla de lo posible… hay mucha historia en lo nacional y el tratamiento del gobierno para con los mismos cubanos, los cubanos que emigramos, la criminalización de convertirnos siempre en apátridas o no cubanos , en fin, la polítca interna genera también en USA repudio por sus gobernantes . Si cuba quisiera negociar en serio, debería cambiar también algunos comportamientos y ojo que quede claro no estoy a favor de la politica de USA para con Cuba y America Latina en general, No olvides que los Rusos y los Chinos son potencias globales y no buscan AREPAS en Venezuela, ni petroleo o caña de azucar en Cuba y mucho menos mar caribe de sol y playa, no te olvides de los discursos y escritos de las cotorras amaestradas del periodismo cubano luego de la visita de Obama, donde le dieron con todo, te nombro algunos: Taladrid, Cubadebate, Soledad Cruz y otros, nunca me olvido de la sisgnatura negociación que estudie en la universidad. Cuba no sabe negociar y aun siguen bañados de consignas, sabe que, tenemos una sola vida y te lo digo con el mayor respeto