
Foto: Madhyamam.com
Estimada Liudmila:
Debo confesarle que en algún momento creí que nuestros intercambios habían concluido por razones que ahora no vienen al caso desmenuzar. No solo no han terminado, sino que usted, demostrando la altura científica y ética que debería tener cada cubano que viva o no en la Isla, ha preferido continuar el debate. No porque tengamos más o menos razón debemos continuar. Es que acceder al intercambio respetuoso de ideas es un acto de libertad suprema, muy bien resumido por el poeta alemán Goethe cuando escribe que sólo es digno de ella quien sabe conquistarla cada día.
También ha sido placentero, en el orden personal, visualizarnos mutuamente. Los nombres, para los antiguos, tenían un significado, un propósito, una misión. El suyo es Liudmila; mi segundo nombre es Alexei, ambos eslavos. Me cuentan que mi padre leía una novela soviética durante el embarazo de mi madre. Trataba del hecho real de un piloto que, derribado en la guerra, pierde las piernas y, años después, regresa a conducir aviones de combate a reacción. La fuerza de voluntad y tenacidad de este hombre motivó a mi padre a ponerme ese segundo nombre. Y para serle sincero, aunque no lo uso, he tratado de cumplir con esa misión de mi destino notarial.
Eso me lleva a una tercera digresión introductoria que, como dicen en inglés, is the last but no the least ―es la última, pero no la menos importante―, ambos somos un producto genuino de la Revolución cubana, con todas las implicaciones positivas y negativas que eso tiene. Como podrá usted comprobar, nacido en 1961, fui de los primeros niños en “probar” los círculos infantiles, comer las compotas que se intercambiaron por los prisioneros de Playa Girón, estudiar en semi-internados, ver cómo se esfumaban los Reyes Magos y aparecían los juguetes básicos, no básicos y dirigidos, desaparecía la bodega del gallego de la esquina —“El Sol de Miramar”—, las siembras de café en el Cordón de la Habana con mi padre, las ESBEC y después el INPUEC, el éxodo del Mariel, las misiones internacionalistas… en fin, Liudmila, toda una experiencia vital. Aunque llevo un tiempo fuera de Cuba, no pasa un minuto en que alguno de esos recuerdos no vengan a mi mente de manera involuntaria, y le den un color especial a mi vida diaria. Como reza el proverbio chino, “es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto”.
Hago este breve recuento porque yo estuve donde usted estuvo o está hoy día. Hijo también de una madre gineco-obstetra, toda mi vida he oído hablar en casa de abortos, legrados, infertilidad, hijos bienvenidos y también rechazados. Y del citado profesor Celestino Álvarez Lanjochere que usted mencionaba antes y a quien conocí personalmente. Para mí era algo normal, y lo siguió siendo, porque poner fin a una vida humana no nacida, era un ‘derecho”. Un derecho justificado en aquellos círculos de “ateísmo científico”, a los cuales me enorgullecía pertenecer y defender. Y al ser becario durante casi toda mi adolescencia, creí –y aun creo- en la igualdad real de la mujer, porque en la beca de mis días juveniles, las “niñas” siempre tenían la preferencia. Digo igualdad real, no la de quienes promulgando su liberación panfletaria, las condenan a tres turnos de trabajo: en la calle, en la casa y en la cama.
Por último, al salir de Cuba en misión internacionalista como médico, precisamente en el año que usted nació, conocí el mundo. No es mejor ni peor que Cuba. Es otro. No es el del periódico ni el de la televisión. Y también, como muchísimos cubanos, tuve contacto con otras formas de pensar, incluyendo las religiosas. No sabía quién era Jesucristo porque en la época que yo estudie poner en cualquier planilla de trabajo o estudio que usted era “religioso”, lo “marcaba”. Mi abuelita escondía en su cuarto el Corazón de Jesús para que el de vigilancia del CDR no lo viera. Mientras la humanidad contaba sus días y sus noches por un calendario basado en el nacimiento de Jesús —no antes o después de “Nuestra Era”—, en Cuba jamás pude ver una película, un documental, leer un libro u oír música de temas religiosos; creo, sinceramente, que nadie puede decirse en verdad culto si desconoce la religión –aunque no la profese- que ha acompañado a Occidente por dos milenios. Aquella experiencia de la misión internacionalista en Nicaragua marco mi vida en ese y muchos otros órdenes.
I
Voy pues, a asumir el papel del “opresor” para debatir respetuosamente sobre sus argumentos.
Primero: creí haber sido suficiente explícito sobre el tema del feminismo. Pero con cierto dolor compruebo que no he sido comprendido en la totalidad. Como psicoterapeuta, no puedo prescindir de los aportes teóricos y prácticos del feminismo a la hora del abordaje de los conflictos matrimoniales, y de pareja. En sentido más amplio, tampoco en los conflictos sociales. Junto a la teoría sistémica, y la narrativa, puede decirse que el feminismo nos dio otra visión del comportamiento humano. Hasta la década de los años 60 y principios de los años 70 primaba el pensamiento lineal de causa-efecto, antecedente-conducta-consecuencia. El sinergismo de estas tres bases teóricas permitió plantearse los problemas en una dimensión circular; es decir, una causa puede transformarse en un efecto, y pudieran existir “poli-causales” sin efectos visibles.
Eso hizo que la linealidad víctima-victimario desapareciera como hipótesis de trabajo o de estudio. En el caso que nos ocupa, esto es de suma importancia. Hay una diferencia radical entre el feminismo que defiende el derecho, y la igualdad de oportunidades, y aquel otro que hace de la mujer una víctima, poniéndole, para “defenderla”, el cartel de “paridoras” y “sufridas”. Al colocar el membrete de “víctima” a la mujer, diferencialmente hace victimario al hombre, quitando toda responsabilidad en el conflicto ―circularidad― a la mujer. El ejemplo más socorrido es el de la violencia doméstica.
Más de un colega ha tenido que salir corriendo de su consultorio al recomendarle a la mujer golpeada que deje al marido. A los pocos minutos el hombre está frente al colega para darle una paliza. Lo que unos llaman “Síndrome de Estocolmo”, no es más que una relación de circularidad donde víctima y victimario intercambian papeles: el hombre golpea con la mano, la mujer devuelve el golpe con la denuncia y la policía, pero no puede abandonar el territorio porque hay una co-dependencia. ¿Cómo puede hacerse psicoterapia si se equipara género –una construcción social- con lo biológico, lo sexuado, lo genital? En el caso anterior, también etiquetar lo masculino con el opresor, y lo femenino con el oprimido, es una simpleza y carece de todo valor axiomático. Quien haga hoy psicoterapia en el mundo sabe que no puede negar la influencia de las corrientes feministas de pensamiento en su trabajo. Citar fuentes en este artículo es, además de pedante, innecesario.
Sin embargo, a pesar de que a veces es muy difícil separar el hacer profesional del individuo que lo practica, añadiré que también en la teoría del género a ratos siento escondido un pensamiento totalitario, de pretensiones colonizadoras, como ha dicho el Papa Francisco. Ha escrito en una exhortación apostólica: “Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer” (Exhortación Apostólica post-sinodal Amoris Laetitia, 2016).
II
Segundo: critico a las mujeres que ríen a punto de hacerse la interrupción del embarazo porque nadie me lo ha contado: lo he visto y lo he sufrido yo. La puerta de mi consultorio estaba a dos puertas del lugar donde se hacían las “regulaciones” en mi policlínico en Cuba. No pocas veces tuve que salir y pedirle a muchachas muy jóvenes, casi niñas, que por favor dejaran de reírse y se callaran porque estaban en un centro de salud. Yo invito a cualquiera que lea estas líneas a tomar un pequeño video de ese momento y mostrarlo por el mundo para que comprueben cuan desafortunada y patética es esa imagen. Las chicas acaso no tienen ni la menor idea de lo que están haciendo porque para ellas “lo que tienen adentro no es un ser humano”. A ese nivel de deterioro antropológico ―como dice Dagoberto Valdez― hemos llegado en nuestra Patria.
La señora Morales pregunta: “¿Cómo piensa usted que funciona la culpa y la criminalización? Como muchas veces, por la ausencia de un confesionario cerca, o el desconociendo de su existencia, algunas de esas muchachas terminaron en mi oficina, puedo decir, con total sinceridad, que una gran cantidad de ellas sienten, en la intimidad, que no han obrado bien, que con ayudas y mejor situación material hubieran tenido la criatura. Y casi todas concluyen con la frase que el próximo embarazo “se lo van dejar”. ¿Es una construcción social de “paridoras de la especie”? No lo sé. Pero en un país donde después de medio siglo de práctica abortista inducida ―me consta que muchos médicos no preguntan si van a tener el bebé, sino si se lo va “dejar”. No hay culpas inducidas por nadie porque en la Isla no hay programas de radio, de televisión ni periódicos que promulguen una línea “pro-life”. Tampoco he visto publicaciones científicas que contradigan la política liberal y centralizada del aborto. Es, Liudmila, que tal vez los seres humanos ―y aquí, como en tantos misterios de la vida, no tengo una explicación plausible― tenemos un “sexto sentido” para, en un momento de reflexión profunda, darnos cuenta de que no hemos actuado bien, o no hemos hecho todo el bien que podíamos. Si eso se llama culpa, pues bienvenida sea.
Hay mucha validación científica sobre el tema del aborto y sus repercusiones físicas y mentales sobre la mujer, la pareja y la sociedad toda. Que esas investigaciones jamás se publiquen en Cuba, no quiere decir que no existan, que no sean reales, que no preocupen al resto de la Humanidad. Una reciente investigación llevada a cabo por la Real Academia de Obstetricia de Inglaterra, demostró que el 59 por ciento de las mujeres que abortan tiene altas probabilidades de sufrir problemas psiquiátricos graves y permanentes. Síntomas como depresión, hostilidad y conductas auto-destructivas se están clasificando bajo el rótulo de “Síndrome Post-aborto”. Está siendo estudiado en Estados Unidos, Canadá, Finlandia, Francia, Suiza e Inglaterra. Algunos investigadores lo comparan con el “Síndrome de Estrés Postraumático”, por los altos niveles ansiedad, pesadillas, abuso de alcohol y drogas, y ruptura de parejas después de la terminación voluntaria del embarazo.
Sobre la criminalización de la mujer que se hace un aborto, casualmente acaba de salir un texto del Papa Francisco donde el Pontífice ―quiere decir puente entre la divinidad y lo terrenal―, pide a los ordenados ser misericordiosos con las mujeres que se ven necesitadas de abortar, y si muestran arrepentimiento, ser perdonadas. Por supuesto, esto solo compete a quienes, de forma voluntaria, comulgan con la Fe cristiana. Pero el detalle deja entrever que la “criminalización” aludida no es total responsabilidad de la Iglesia.
Por cierto, una aclaración incidental, pintoresca: mencioné a Beethoven, no a Mozart. A diferencia del Ángel de Salzburgo, Beethoven creció en un hogar menos favorable, rodeado de enfermedades y muertes prematuras. Su sobrevivencia e inmortalidad musical, a pesar de su conocida sordera y su mal carácter, es un verdadero milagro. Hay pues una gran diferencia entre estos dos genios de la música, separados por el periodo clásico y el romántico de la música sinfónica y la opera.
III
Tercero: por último, me incita usted, Liudmila, a debatir sobre la biología de la mujer. El problema, como yo lo veo, es que no se trata solo de la biología, porque esta es inseparable de la psicología y de la sociedad. Somos, como usted bien sabe, una unidad bio-psico-social y además, espiritual ―que para algunos es otra cosa. Si la mujer es la “paridora de la especie” -el término que usted empleo primero―, es porque la naturaleza o la Creación así lo determinaron. Los hombres no tienen ovarios ni úteros. No hay cabidas aquí para la ideología o el pensamiento. Por cierto, cuando se habla poéticamente del Pecado Original en el Génesis, se establece claramente una línea divisoria entre lo que es dado al hombre como naturaleza objetiva, fuera de su razón, y la capacidad del hombre para disponer de ella a su antojo. Esos breves versículos contienen una sabiduría que trasciende toda época y lugar. Hay un Árbol del Conocimiento, y del cual Dios ha prohibido comer. Hombre y Mujer pueden tocarlo todo menos eso. Pero no. Provocados por la serpiente, símbolo del Mal, ellos desobedecen. Y ya sabemos las consecuencias, también narradas en forma lírica.
Aunque la naturaleza no puede ser un grillete a la invención y el desarrollo humano, ciertas transgresiones son fuertemente castigadas, no por Dios, sino por hacer caso omiso al orden natural de las cosas. A mí, por ejemplo, me enseñaron en la escuela que la voluntad “transformara del hombre” debía cambiar el medio; y mis maestros, casi tan jóvenes como yo, pero que seguían el llamado “planeamiento” del Ministerio de Educación, nos decían que un ejemplo de esa “voluntad humana” en Cuba eran los planes para desecar la Ciénaga de Zapata o hacer el Cordón de la Habana ―de triste recordación. Por si hay dudas, por ahí esta una carretera ahogada, cortada por las inundaciones de un embalse construido “de a pepe”, contra los dictados de la infalible naturaleza.
Por eso, tal vez, hay tantos “diegos” en donde usted dice que “digo”. Tan producto de la Revolución cubana como usted ―o quizás más, por más viejo―, defiendo la libertad de la mujer y su dignidad plena. Pero mire usted esta curiosa frase de otra mujer grande, Indira Gandhi: “Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con los hombres, sino libres en sus capacidades y personalidad”. ¿Cuáles son esas capacidades innatas, propias solas de la mujer, y que no tienen por qué rivalizar con los hombres?
En primer lugar, y lo sostengo, la maternidad. Ver nacer un niño es el acto más tierno y emocionante que he vivido en toda mi vida profesional; es lo único que me hace soltar las lágrimas cada vez que lo veo. No hay nada que se le compare. Cuando acercan el bebé al seno materno, y esa criatura deja de llorar junto el pecho de la madre, estamos en presencia del acto más sublime de la especie, no solo humana. ¿Y me va usted decir que eso no es un privilegio? No es una obligación parir. Hay muchas formas de evitar ser madre. Pero una muy deshonesta es meterle en la cabeza a las mujeres que dar vida a una criatura es un acto nimio, intrascendente.
En segundo término, señora Morales ―uso el señor y señora hace muchos años, no lo vea con suspicacia―, no tengo ningún prejuicio social contra quienes deciden no tener hijos. Ahí debe usted incluir a las monjas, a quienes conozco bien y por quienes siento un profundo respeto, admiración. Fueron ellas, las “madres”, y no los hombres, quienes con su paciencia, sabiduría y humildad me llevaron a conocer la Iglesia de Jesucristo. Pero tengo amigas muy cercanas que por razones ajenas a su voluntad, no pudieron tener hijos. Y siempre he tratado, como corresponde a mi talante, de que no se sientan disminuidas por eso.
Por último, “ser madre sacrificada” no es un estereotipo. Es una verdad más grande que nosotros mismos. Me extraña que siendo usted una conocedora de nuestra historia, y de la historia de las mujeres cubanas, diga que es un estereotipo cultural ser “madre sacrificada”. José Martí, nuestro apóstol, salvó la vida y su infancia gracias a que Leonor Pérez decidió entregarle la educación de “Pepe” a su maestro Mendive. En un hogar rodeado de mujeres y un padre autoritario, poco instruido, español hasta la médula como corresponde a casi todo valenciano, nuestro apóstol jamás hubiera podido brillar. A pesar de eso no hay una gota de rencor hacia el padre cuando Martí marcha al exilio. Hay que releer la carta de despedida a Leonor Pérez para tener una idea exacta del aprecio que sentía por su madre: “… Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio?”… y en la postdata: “…No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca”. Pero a través de los años, la madre cubana, sacrificada por antonomasia, ha sido Mariana Grajales, y sobre la cual no voy a extenderme innecesariamente. Por último, la Patrona de Cuba es la Virgen de la Caridad del Cobre, madre de todos los cubanos, y por la cual desde nuestros mambises hasta muchos de los que combatieron en la Sierra Maestra, lucharon bajo su advocación. Si algunos creen que “la mano que mece la cuna” es la que mueve el mundo, y que es un estereotipo, un cliché, una frase hecha, cuéntenme entre los “esterotipados”.
Un par de confesiones de pecador-opresor antes de una fraterna despedida, si insiste usted en dar por terminado este intercambio, pues no pondré yo el punto final. “Ensonatados” es una forma cínica de referirme a ciertos sacerdotes que ocultan, como cualquier otro ser humano, sus defectos y graves faltas debajo de una sotana. Como ya prácticamente la sotana ha desaparecido, verlos caminar con ese paso corto y fingido me hace buscar una palabreja acorde a mis sentimientos. Ya se lo dije: no crea que en la Iglesia son todos “corderos”; no en pocas ocasiones, son los pecadores quienes más buscan consuelo y perdón.
Y hablando de perdones históricos Liudmila, ya que usted comenzó este intercambio con una anécdota personal, yo tengo otra. Corrían los años 60 y una señora que ya tenía dos hijos y vivía condiciones no muy cómodas, salió embarazada otra vez de su esposo, un hombre mayor. Fue a La Quinta Covandonga, en La Habana, donde conocía a un ginecólogo famoso por ser un experto “abortista”. Pero cuando llegó el día de la cita, el médico se había ido en una lancha para Miami. No había nadie con experiencia para hacerle el legrado a la mujer. Tuvo que parir la criatura. La señora es mi suegra. El bebé nacido por “ausencia del abortista” es la madre de mis hijos, la abuela de mis nietos, mi esposa por más de 30 años.
María dice:
Señor Almagro Domínguez, gracias por tan ecuánime y bien redactada respuesta. Yo he seguido este debate (fue pura casualidad) y le confieso que leerle me ha sacado las lágrimas. Soy cubana, aunque vivo “afuera”, soy cristiana, católica como usted, y conozco muy de cerca la triste realidad del aborto, muy de cerca…
Le agradezco de todo corazón sus palabras. ¡Cuánto desearía que en Cuba se pudiera hablar de estas cosas con tanta libertad! He seguido la polémica de los escandalosos videos de Planned Parenthood en los Estados Unidos, las discusiones sobre la nueva ley de “interferencia digital” en Francia… Veo la lucha de ambos lados y sólo me pregunto, qué pasaría en Cuba si hubiese la posibilidad de “hablar” pro-vida, de mostrar el otro lado de la moneda… Una vez más, gracias.
Francisco dice:
Estimada Maria.
También fue casi por casualidad que decidí polemizar sobre el tema. Debemos agradecérselo en primer lugar a Cuba Posible, cuyos directivos han sido pacientes y profesionales al facilitar estos intercambios. Los conozco personalmente y doy fe de su amor por nuestra Patria, y el deseo de que este foro goce de libertad y bien obrar. Y la señora Liudmila ha hecho bien, defendiendo sus puntos de vista con razones, con emociones. Hubiera deseado que el tema abarcara lo ético (hasta qué punto somos responsables frente a este dilema), lo biológico-filosófico (donde se puede considerar que comienza la vida humana), lo legal (en base a lo anterior que legislar para incluir la mayor cantidad de criterios posibles). Me hubiera gustado, además, ‘oír” otras voces. Esa polifonía es vital para que un pueblo se desarrolle y crezca, sea verdaderamente feliz. Gracias por sus comentarios. Espero que Liudmila y otros lectores también se sientan retribuidos con sus palabras.
Francisco Almagro.