El consumo personal o humano es una categoría económica y social amplia e indispensable, porque no solo contribuye a satisfacer necesidades humanas y el desenvolvimiento de las personas socialmente, sino que es uno de los indicadores fundamentales del crecimiento económico y el nivel de vida de la población. Es también una categoría económica relevante, parte integral del proceso sistémico de las economías y los clásicos conceptos de estas; donde habitualmente se analiza la producción, distribución, el cambio y el consumo.
La sociedad contemporánea, al reflexionar sobre el papel del consumo, lo divide o clasifica en: a) productivo y b) personal; el primero, sirve para reponer necesidades o desgastes producidos en los medios de producción y, de esta manera, continuar desarrollando la producción de bienes materiales; el segundo, para lograr reproducir o satisfacer los requerimientos de los trabajadores y sus familias.
El consumo personal (y no el productivo) es el objeto de este trabajo. Es el que posibilita a la sociedad cubrir o satisfacer sus demandas de bienes de consumo y garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo, al propiciarles al trabajador y a su familia la permanente reproducción de la vida.
A su vez, la dinámica o crecimiento de la demanda interna, constata la solvencia económica de la sociedad, mostrando la situación real del empleo u ocupación laboral (dado el aumento o disminución de la demanda). Esto resulta ser un indicador importante en la economía, porque muestra el poder adquisitivo de los consumidores y, por tanto, los estímulos o alcances económicos con que cuentan o reciben de la sociedad. Ello contribuye a activar el crecimiento económico en general y hacer crecer el producto interno bruto (PIB), que en una dirección u otra resulta asociado a la solvencia económica que exista socialmente; por lo que el aumento o decrecimiento de las fuentes de empleo, o el mismo desempleo laboral, resultan indicadores de gran importancia.
Décadas atrás, en las economías de mercado de los países más ricos o desarrollados, el amplio y diverso consumo personal transformó esas sociedades, convirtiéndolas en colectividades de consumo y, luego, desató el consumismo. El consumismo originó y/o desarrolló una época de mayor dinámica en las economías capitalistas avanzadas, pero por sus características y fuerte nivel de competitividad fomentó gran irracionalidad en la producción, comercialización y consumo de los bienes materiales. Ya en la actualidad no se trata solo de satisfacer las necesidades esenciales o crecientes de las personas, sino de satisfacer también las de estatus social, o que satisfagan deseos o gustos de jerarquías clasistas para diferenciarse.
El consumismo viene promoviendo el individualismo hedonista, las apetencias materiales y el derroche material; causando la desaparición o agotamiento de innumerables recursos naturales; propiciando el endeudamiento de los ciudadanos (sobre lo necesario y, también, sobre lo que no lo es); y tras su filosofía o modus operandi se ha adueñado de la mayoría de las economías de mercado, que junto a la globalización neoliberal que lo promueve y santifica, se ha consolidado en el mundo de manera casi permanente.
Tal etapa del capitalismo monopolista, ha traído consigo perniciosas consecuencias sociales y ambientales, que difícilmente la humanidad pueda soportarlo durante mucho más tiempo. De tal envergadura y dañinas consecuencias han sido y son sus impactos, que representan un elevado peligro para los destinos de la humanidad y el propio planeta en que vivimos.
A pesar de su vigencia y extensión hay que decir, se acrecienta la conciencia universal ciudadana contra dicho irracional modelo económico/social y, cada vez más, se comprenden los peligros que promueve el consumismo. Este hace surgir poderosas corrientes de opinión y combativos movimientos de consumidores y ambientalistas (originados desde la sociedad civil), que trabajan muy relacionadas entre sí. Ambos movimientos coinciden en la necesidad de poner fin a las irracionalidades del modelo consumista, causante de inaceptables impactos sobre los ecosistemas y de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, todo esto resulta perjudicial para la capa de ozono y es determinante del calentamiento global.
En Cuba, hace más de medio siglo, se implementó como medida de protección al consumidor (tomando en cuenta las complejas situaciones políticas que se vivían, las agresiones se recibían desde el exterior y las vulnerabilidades de la economía), un sistema de abastecimientos a través del cual se garantizó una canasta de productos básicos, que junto a otras formas de comercialización, posibilitaron un consumo esencial generalizado, fundamentalmente austero, aunque decoroso, que con ventajas y desventajas benefició a la población. Ese consumo no ha estado, ni está, ajeno a situaciones o momentos de déficits, relacionados a las disponibilidades de los abastecimientos y, en consecuencia, ha impactado en ciertas circunstancias a los consumidores cubanos.
Cierto es que el consumo a la población no ha sido amplio, tampoco estable, ni diversificado y aún resulta pobre su nivel de surtidos. Se ha caracterizado, en no pocas ocasiones, por la desaparición de productos. Esta realidad obliga al consumidor a acumular productos cuando aparecen en el mercado, producto de la inestabilidad en la red comercial de abastecimientos.
Tales situaciones se desarrollan en circunstancias en que las unidades comerciales se encuentran, en general, vetustas; atípicas (si se quiere), comparadas con los mercados convencionales. Estas últimas se caracterizan no por su eficacia, si se valoran la escases de bienes, la inestabilidad de los productos, la pobre diversidad en los surtidos, la baja calidad, o la heterogeneidad de los precios; todo ello unido al inconveniente ciudadano de tener que operar con una doble moneda.
Esas situaciones guardan similitudes a las de los mercados de consumo en condiciones de guerra; que unido a los bajos salarios y pobres estímulos a los trabajadores del comercio, contribuye a que se manifieste el mal servicio, atención deficiente al cliente y, en no pocas oportunidades, se engaña a este y se desarrolla la corrupción.
Es de suponer que la economía no parece encontrarse en condiciones de acometer, definitivamente, la liberación plena o normalización del mercado de consumo, modernizar u homogenizar la red comercial; cuestiones fundamentales estas para la economía y para los consumidores. Este proceso deberá producirse más temprano que tarde.
Varias han sido las generaciones que les ha tocado vivir en tan complejas circunstancias de consumo, a lo que se unen otras limitaciones relacionadas a las necesidades generales de las gentes: viviendas, equipamientos de estas, transportes, comunicaciones, u otros recursos vitales que son imprescindibles para satisfacer las demandas de consumo y servicios.
Tales circunstancias prolongadas en el tiempo (quiérase o no), se encuentran entre los factores que contribuyeron a desencadenar una prolífera emigración de cubanos, distribuidos por todo el mundo, aunque radicados mayormente en Estados Unidos. En simultáneo a esa emigración, habría que sumar la preocupante baja natalidad existente, propiciadora -junto a otros factores positivos- de un amplio proceso de envejecimiento de la población. En tales circunstancias económico/sociales, es imprescindible poner atención a las necesidades y al consumo de la población y, lógicamente, al conjunto de factores que lo posibilitan.
Desde nuestra percepción de la situación existente, consideramos que el “Período Especial” (con las medidas y restricciones que lo caracterizaron); lógicamente para superar la crisis económica, los impactos en el consumo y vida de las personas (determinado por el colapso del “socialismo” europeo) y luego por la implementación de rígidas medidas para estabilizar la situación, determinó que la excepcional coyuntura situacional que se produjo, contribuyera a imponer una situación atípica o fuera de lo normal, que para muchos justificó la política de “plaza sitiada”.
Sin embargo, al prolongarse el “Período Especial” más de lo esperado, en determinadas personas ocasionó escepticismo, frustraciones y al tornarse la situación social y económica compleja y difícil, algunos prefirieron tomar el camino de la emigración. Esta vez, y en lo fundamental, entre los jóvenes.
La crisis económica atravesada, unida al fenómeno migratorio que desencadenó, agravó la situación del envejecimiento poblacional; reduciéndose la tasa de natalidad de la población, llegando a convertirse en una de las más bajas de la región, sino la más.
Una sociedad que logra proveer a sus ciudadanos de trabajos dignos y bien remunerados, así como otros estímulos necesarios; si además cuenta con una adecuada contrapartida de bienes en el mercado doméstico y ofrece posibilidades, propicia desarrollar una vida más plena, en lo individual y familiar. Esos factores disipan o minimizan las ideas o decisiones migratorias de las gentes. Además, se renueva el interés por el trabajo (ya que en el mercado se puede satisfacer la demanda), todo ello sin tener que promover o acudir a un consumo irracional y, mucho menos, caer en el consumismo.
En un contexto de restricciones y/o regulaciones de los bienes de consumo, como en su contrario (el de un mercado liberado a partir de las leyes mercantiles de la oferta y demanda), la cuestión de los derechos de los consumidores y la necesidad de hacerlos valer protegiéndolos, es un requerimiento necesario ante cualquier sociedad.
Los derechos de los consumidores consisten en garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, la seguridad, la información, a escoger o seleccionar los productos, a la organización, reparación, la educación y a un medio ambiente saludable.
En Cuba se hace imprescindible que esos derechos se asienten y/o consoliden en las estructuras institucionales, marcos jurídicas y la sociedad civil de la nación; en las leyes que se hagan necesarias para garantizarlos y no solo a estos, sino se posibilite que los consumidores se organicen para velar por ellos y así lograr defender al consumidor individual o aislado, en sus justas demandas de reivindicaciones concretas y denunciar cualquier tipo de irregularidades se cometan durante los actos de compra/venta en el mercado de consumo.
De otro lado, la defensa de los derechos de los consumidores se inserta, dentro del conjunto de los universalmente proclamados derechos humanos, porque en realidad son parte de ellos y de la necesaria protección de la vida misma de las personas.
Desde nuestra visión del tema, y dejando correr la imaginación, sobre todo en sentido perspectivo, es de suponer que cuando la economía se fortalezca o crezca, se normalicen las acciones o el funcionamiento de su mercado interno y de este último con los consumidores y usuarios, satisfaciendo con plenitud las necesidades de la población. Tales favorables circunstancias otorgarán estabilidad a los asentamientos poblacionales humanos en sus áreas respectivas; eliminando o reduciendo los flujos migratorios y lo más significativo, volverá a crecer la tasa de natalidad en la población cubana.