
La Geografía Política no se caracteriza por tener un campo específico de conocimiento, sino que es multidisciplinaria y, más bien, se distingue por abordar áreas del conocimiento de otras disciplinas usando una mirada distinta. Esta mirada tiene en cuenta la distribución del poder (casi siempre desigual) a través de espacios físicos; esto no se reduce a un simple repaso de fronteras, recursos naturales, instituciones y el control de grupos sobre estos elementos, sino que ahonda también en nociones referentes al discurso y como este refleja la distribución del poder.
En este sentido la geopolítica, como concepto abordado dentro de la Geografía Política, intenta articular un mapa de la realidad atravesado siempre por la noción del poder. Una posición crítica en geopolítica implica, entonces, de-construir los discursos hegemónicos que subyacen en estos dibujos de la realidad. Desde esta perspectiva, creo que resulta necesario abordar la política cubana desde dos posiciones: desde dentro, y desde fuera. En este caso, ambas miradas no aluden estrictamente a lo territorial, sino a la cercanía política con las narrativas hegemónicas analizadas en cuestión. Esto es, un análisis desde dentro es aquel que se articula como enriquecimiento, respuesta, o alternativa al discurso hegemónico y/o empoderado del Partido Comunista (PCC) en Cuba. Por otro lado, un análisis desde afuera es aquel que se articula fuera de los márgenes de poder y/o hegemonía del discurso del propio gobierno cubano actual y, por tanto, toma dicha narrativa como alternativa a un dibujo determinado que se funda como hegemónico y/o empoderado en otro contexto. Es desde esta perspectiva dialéctica que debemos trascender el espacio crítico de de-construcción para llegar al escenario de re-articulación del mapa político cubano tomando ambas miradas (hacia dentro y hacia fuera).
Por un lado, y tomando una perspectiva “desde fuera”, la Revolución cubana ha sido la articulación de una narrativa alternativa “desde el Sur”, que buscó responder al discurso hegemónico modernista y más tarde neoliberal. Dicha narrativa alterna intentó crear una corriente de pensamiento global que pudiera disputarle el poder a los Estados del “centro” y elites transnacionales. En esta ambición, el “gobierno revolucionario” ha buscado y construido alianzas globales para también legitimar su administración del poder dentro de Cuba. El apoyo a movimientos de liberación nacionales en África, la participación en el Movimiento de Países No Alineados, el intento de fundar organizaciones regionales alternativas como el ALBA, y el aporte intelectual a las causas del “Sur” o la “Periferia” son ejemplos de cómo “la Revolución cubana” se ha situado como símbolo de alternativa a una globalización que impone modelos “occidentales” como recetas que niegan la diferencia y ocultan una voluntad neocolonial de fondo.
Por otra parte, este mismo gobierno, conducido hoy por el PCC, ha excluido del acceso al poder interno a un sector de la nación cubana, y del acceso a las redes de poder global a casi toda la ciudadanía que reside en Cuba. Si bien la Revolución se convirtió en contestación a escala global, a escala interna ha imposibilitado o deslegitimado cualquier espacio crítico que se mueva fuera de los márgenes ideológicos que defiende el PCC. Entender esta dinámica, profundamente contradictoria, que ha marcado al gobierno del PCC es fundamental para trascender cualitativamente este binomio de gestión del poder que conduce el gobierno cubano: hacia fuera y hacia dentro. Un binomio que se traduce en una potenciación a escala global de narrativas alternativas que intentan revertir las desigualdades Norte-Sur o Centro-Periferia, y una des-estimulación o anulación (a nivel nacional) de redes, grupos y discursos alternativos al hegemónico y/o empoderado dentro de Cuba.
¿Hasta qué punto la Revolución cubana representa hoy una alternativa viable a la hegemonía neoliberal del actual orden global? Seguramente surgirían aquí respuestas diferentes y hasta contrarias; sin embargo, lo que sí parece claro es que la Revolución sigue siendo, a pesar del lógico desgaste de su liderazgo a escala internacional, un símbolo de resistencia para muchos grupos y naciones que creen que otros caminos alternativos para el desarrollo son posibles.
Partiendo de este reconocimiento del papel de contestación a escala global que sostiene la Revolución cubana como proceso, y el PCC como grupo que lidera un gobierno que emergió de dicha Revolución es que podemos, desde dentro, crear un espacio de impugnación al actual orden político que tenemos en Cuba. Muchos de los actores globales que han mirado y aun miran a la Revolución cubana como símbolo de lucha deben comprender que aquellos cubanos que demandan una democratización y redistribución del poder en Cuba, son también símbolo de lucha. Muchos de los movimientos sociales y organizaciones internacionales que entienden a la Revolución cubana como constructora de narrativas desde el Sur o la Periferia, deben ser convencidos también de que las narrativas que son alternativas dejan de serlo desde el momento en que pasan a ser hegemónicas y subyugan la emergencia de nuevos discursos y formas de explicar y gestionar la realidad.
Sin más, no basta con una disputa por la hegemonía a nivel nacional, sino que resulta imprescindible, al mismo tiempo, disputarle a la “Revolución cubana” el espacio simbólico (o parte de este) de “oposición a la globalización neoliberal”. Debemos y tendremos la responsabilidad, entonces, de buscar aliados internacionales que sean también símbolo de lucha y alternativas a la globalización neoliberal. No nos servirá colocarnos en el eje tradicional derecha-izquierda, porque ya ese eje no representa la diversidad de movimientos y grupos que luchan por la redistribución del poder alrededor del mundo; y, además, dicho eje está saturado de actores y agotado de ideas renovadoras que consigan seducir a la gente; debemos recolocar las piezas y cambiar el tablero. Así que no se trata de desplazar o acompañar al gobierno cubano de su posición a la “izquierda” en el eje geopolítico global, sino cambiar el tablero y jugar bajo otras reglas. Podemos jugar, por ejemplo, en el eje que divide el campo entre “los empoderados” y “los despojados de poder”. De este modo, la lucha discursiva ya no es, en primer lugar, por cómo se gobierna, sino por cómo se facilita el acceso de la gente a las herramientas de poder; esto es, la lucha viene a ser, en última instancia, por la continua democratización de las sociedades locales y nacionales, y de las organizaciones supranacionales.