
Al inicio del año 2018 asistiremos al relevo del general Raúl Castro, en el cargo de presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Dicho reemplazo será un gran desafío para quien resulte ser el sucesor. El capital político que consolidó en esa responsabilidad a Fidel Castro y a Raúl Castro no provino de un quehacer como funcionario, ni de la confirmación que les otorgó la Asamblea Nacional para ocupar tal responsabilidad, sino de otras realidades histórico-políticas que casi seguro no podrán repetirse en otras personas.
Por otro lado, el próximo primer mandatario se enfrentará a varios retos: modificar la manera de ejercer el poder pues ya no estará presente, al menos políticamente, la generación histórica; profundizar y consolidar un renovado, pero justo, modelo económico, con todos los costos sociales y políticos que esto puede implicar; fortalecer y dinamizar el desempeño institucional del país; robustecer una educación y una práctica de respeto universal a la legalidad; promover y articular convenientemente una pujante sociedad civil; hacer evolucionar, cada vez más, la cultura, la educación y la información; mantener y desarrollar los derechos sociales conquistados y perfilar maneras inteligentes de ensanchar otros derechos; facilitar un proceso a través del cual se modernice nuestro pacto social; y normalizar las relaciones con Estados Unidos e integrarse mucho más al mundo, pero hacerlo preservando celosamente nuestra soberanía; entre otros.
Con esta sistematización de desafíos no pretendo asegurar que actualmente se evade el trabajo en estas direcciones, y mucho menos señalarle el programa al futuro presidente. Reconozco que, en muy difíciles condiciones, y también en medio de límites personales, errores políticos y temores humanos, en la actualidad se aporta positivamente a la realización de tales metas. Sin embargo, quiero resaltar que dichos retos de seguro acompañarán a sucesivos programas de gobierno, pues durante mucho tiempo podrían continuar siendo demandas esenciales de la nación. En tal sentido, quien sustituya al presidente Raúl Castro deberá asegurar que conseguirá colocarlas en uno o en varios escalones superiores.
No obstante, puedo asegurar que el próximo jefe del Estado y del gobierno estará en condiciones de asumir estos difíciles retos sólo si consigue las bases, la legitimidad y la autoridad necesarias para afrontar dicha tarea durante un período de tiempo determinado. Para lograrlo, quizás lo más pertinente sea modificar la manera de elegir al futuro mandatario.
Imagino que este sea uno de los temas de estudio de la comisión que actualmente prepara una propuesta de reforma constitucional. Sin embargo, no poseo seguridad de que se esté estudiando el asunto y desconozco cuál podría ser el modelo preferido por sus integrantes y por los más importantes mentores de la propuesta -si la hubiera-. No obstante, sí he podido percibir que muchos cubanos (influidos por una madeja compleja de circunstancias) estiman importante poder elegir a su futuro presidente de manera directa, libre, secreta y competitiva, así como participar de alguna forma en el proceso de nominación de los candidatos.
Sería oportuno considerar esta pretensión y, en tal sentido, trabajar para asegurar que en el año 2018 podamos disfrutar, al menos mínimamente, de las condiciones sociales, económicas y políticas que hagan posible tal desempeño ciudadano y democrático. Se debe tratar de implementar dicha aspiración, porque resulta una solicitud social a través de la cual se intenta subyugar inquietudes populares, y porque así se dotaría al nuevo mandatario de recursos políticos que necesita para el desempeño de sus funciones.
Por otro lado, debo destacar, el futuro presidente de los Consejos de Estado y de Ministros deberá estar acompañado y controlado por la Asamblea Nacional. Para esa nueva realidad será necesario reestructurar asimismo el funcionamiento del Parlamento para hacerlo más activo y sistemático, así como modificar la manera de elegir a los diputados, para que pueda existir cierta competencia en base a las proyecciones de los candidatos, e igualmente alcanzar una interrelación intensa, ágil y positiva entre los representantes y los ciudadanos electores. Quizá también este sea otro de los temas que ocupa a la comisión que prepara una propuesta de reforma constitucional.
Vivimos un momento histórico, un momento de relevo. Son nuevas las generaciones que piensan y gestionan el país. Se han renovado, sin dejar de ser lo que hemos sido, los imaginarios de la sociedad cubana. La generación histórica muy pronto dejará de ocupar los cargos de dirección y Cuba demanda un nuevo modelo social que trascienda mezquindades políticas e ideológicas de todo signo. Dadas nuestras actuales circunstancias, la figura del presidente de la República, sus atribuciones y la forma de elegirlo será muy importante para garantizar la estabilidad, la gobernabilidad, la evolución continua del modelo estatal y el desarrollo social.