
Por más que trato de alejarme de la idea, cada vez son más los momentos en que algunas discusiones que se generan en la aún reducida esfera pública digital cubana se parecen más a una “tiradera” al estilo del reguetón más “de orilla” que a un debate serio y responsable entre personas que buscan dialogar sobre problemas cruciales para su país. Etiquetas y clasificaciones arbitrarias lanzadas al por mayor sin destinatario preciso, acusaciones sin argumentos que las sostengan, evidencias descontextualizadas y descalificaciones personales priman por encima de la discusión de ideas, opiniones y puntos de vista que, aunque pueden tener matices diferentes o posiciones encontradas, muchas veces persiguen un fin común.
En este sentido, intentar abrir un debate calificando al supuesto contrario como “mercenario”, “comensal de embajada”, “sectario” o “vividor” no tiene mucha diferencia y el efecto no será distinto a cuando se suelta a mansalva con cara amenazadora y un fondo musical repetitivo que “diez yeguas como tú no hacen un caballo como yo”. En esencia, es la misma lógica de la descalificación y la negación a priori la que está funcionando, a la que, generalmente, suele responderse con las mismas armas.
Debatir y resolver diferencias de manera civilizada es algo difícil, y que le ha costado a la humanidad siglos intentar aprehenderlo, por eso nuestra historia está plagada de guerras, más que de soluciones pacíficas. Sobre todo, cuando se crece en entornos verticalistas e impositivos que se reproducen desde las dinámicas familiares, las relaciones sociales y, como es lógico, las políticas, pues es normal entonces que sea mucho más fácil evitar la confrontación o “cargar al machete” contra el adversario, que aceptar que este puede tener algo de razón e intentar analizar los argumentos que propone.
No por gusto dentro de los estudios de Retórica y la tradición conocida como Speech Communication se ha desarrollado toda una línea importante de investigación dedicada a analizar las estrategias de argumentación y a desarrollar criterios normativos que faciliten la resolución de diferencias de opiniones de manera civilizada, a la cual no sería ocioso echar una mirada –siempre con visión crítica, ya que están planteadas idealmente- y quién sabe si tal vez nos permita reflexionar acerca de las posiciones que asumimos cuando nos disponemos a defender una idea o a contra-argumentar la presentada por otra persona.
Específicamente el académico holandés Franz Van Eemeren y sus colaboradores han trabajado en las últimas décadas en desarrollar una Teoría de la Argumentación de la cual resumiré algunos puntos esenciales que considero saludables tenerlos en cuenta si de veras creemos que la discusión de ideas y la participación abierta debe ser la vía para la búsqueda de soluciones a nuestros problemas comunes. Ese es el principal -y yo diría que el único- objetivo de este artículo y sobre el cual desearía que girara el debate que el mismo pudiera provocar.
Lo primero es que una condición indispensable para que se produzca una discusión argumentativa entre dos partes con puntos de vistas diferentes en torno a una misma idea, es que ambas estén comprometidas en resolver dicha diferencia y aceptar los argumentos que hayan demostrado ser más sólidos y beneficiosos en el transcurso del debate. Si no se tiene como finalidad resolver, al menos parcialmente, una diferencia de opinión, pues el debate se convierte en un ejercicio sofístico de autocomplacencia, un gasto de tiempo. Y si no se está dispuesto a valorar en principio los argumentos presentados por el otro y aceptarlos en caso de que resulten más consistentes que los propios, pues mejor ni comenzar, porque terminaremos involucrados en una discusión bizantina en el mejor de los casos o puede que hasta en una “bronca” o “chancleteo” en el cual no se cuestionan las ideas, sino a quienes las defienden. Si analizamos críticamente muchos de los “debates” que tienen lugar en nuestra sociedad o en los que cotidianamente nos involucramos, nos daremos cuenta de que no cumplen con esta condición de partida, por lo cual no pueden llegar a buen recaudo.
Luego de aceptar esta condición de inicial, existen una serie de reglas a cumplir y falacias a evitar que deben tenerse en cuenta dentro de una discusión argumentativa, o debate, para llamarle de una manera más cercana. Aunque por cuestiones de espacio y pertinencia no puedo hacer referencia a todas[1], hay algunas que deseo resaltar por considerar que son de las que más necesitamos atender si queremos desarrollar una verdadera cultura del debate en nuestra esfera pública.
Para empezar, está un principio básico: la regla de la libertad. Las partes no deben impedirse presentar sus puntos de vista o poner en duda los de otros. Las falacias más comunes para violar esta regla (y con bastante presencia en el discurso cubano) son la declaración de determinados puntos de vista como tabués o, por el contrario, principios sacrosantos. Es común que en el discurso político cubano se empleen (a veces de manera descontextualizada) frases de Martí, Fidel, Marx o el Che como argumentum ad baculum esgrimidos para poner fin a cualquier discusión. En el momento en que las ideas de los próceres dejan de ser estímulo y guías de referencia para convertirse en chalecos de fuerza o puñetazos autoritarios, renegamos del carácter dialéctico que debe caracterizar a todo pensamiento revolucionario, dogmatizándolo y cosificándolo.
Viola también la regla de la libertad el hecho de poner presión sobre una de las partes. No existirá debate justo cuando los señalamientos de unos pueden hacer que los otros sean “puestos en la mirilla” o en “listas negras”, cuando unos tienen la capacidad de emplear los medios de difusión masiva para difundir sus criterios y señalamientos sin que los otros tengan el derecho a réplica en los mismos términos y espacios. Como se dice en buen cubano: es la pelea de león pa´ mono… y así no vale.
Como falacias que violan la cuestión de la libertad en el debate también se ubican los ataques personales contra el oponente (argumentum ad hominen), el lanzamiento de sospechas acerca de las motivaciones de la otra parte -cuando no se cuentan con pruebas para justificar tales afirmaciones- y la minimización de los puntos de vista presentados por el contrario. Aquí, no hace falta extenderse. Si revisamos las últimas polémicas en torno a las sanciones a periodistas y la más reciente sobre el “centrismo”, por solo citar algunas, encontraremos abundancia de evidencia al respecto.
Curiosamente, todas estas falacias son técnicas y figuras retóricas que se estudian, enseñan y forman parte de lo que se denomina el discurso polémico (del griego polemikós, relativo a la guerra), el cual no tiene como objetivo resolver diferencias, sino la refutación del argumento contrario y la descalificación de quien lo sostiene como vía para persuadir a un tercero acerca de la validez del punto de vista presentado. Cuando evaluamos entonces la presencia constante de estas figuras -usadas de manera ingenua o no, no lo sé- en “los debates” sobre la realidad y futuro de Cuba, cabría preguntarse: ¿para qué discutimos, con qué objetivo?”
La segunda regla está relacionada con la carga de la prueba: la parte que presenta un punto de vista está obligada a defenderlo si la otra parte le solicita hacerlo, para lo cual no vale “pasarle la bola al otro” obligándolo a que muestre que es incorrecto el argumento que él sostiene, lo cual se conoce como falacia de inversión de la carga de la prueba. Si usted sostiene que la posición política que denomina “centrismo” es nociva para el futuro de Cuba, entonces está en la obligación de identificar de manera clara quiénes son los centristas, demostrar que sus acciones y posturas coinciden evidentemente con lo que usted denomina como “centrismo” y exponer con evidencias y argumentos el daño que dichas acciones y posturas han provocado o están provocando al país; y no esperar a que sean los que se sientan aludidos como “centristas” quienes salgan a desmontar una idea que usted no ha justificado debidamente. De lo contrario, no podrá darse una confrontación de ideas, porque no existe claridad en los argumentos a refutar.
Otro principio básico a tener en cuenta, violado impunemente en la mayoría de nuestras discusiones -ya sea sobre béisbol en una esquina de barrio o en los círculos académicos más selectos- es la regla del punto de vista: los ataques de una parte en contra de un punto de vista, deben referirse al punto de vista que realmente ha sostenido la otra parte. La mayoría de las falacias que suelen cometerse para violar esta regla pueden resumirse en la cubanísima expresión de “cambiar de palo pa’ rumba”. Si nos damos a la tarea de revisar al azar los comentarios de cualquier artículo de opinión sobre Cuba publicado en cualquier medio, al llegar al final de la página nos quedaremos siempre con la misma interrogante: ¿de qué están discutiendo? ¿habrán leído lo que escribió el autor?
Al respecto, las estrategias más comunes cuando se contra-argumenta son atribuirle al oponente un punto de vista ficticio, premisas que no ha presentado, posiciones que no ha sostenido, distorsionar su punto de vista sacando los enunciados de su contexto, simplificándolos o exagerándolos. Cuando se argumenta, entonces es común violar la regla de la relevancia e intentar defender un punto de vista presentando una argumentación que no está relacionada con este o mediante el abuso de autoridad y la ostentación de las cualidades propias, lo cual es conocido como falacia ética.
En esencia, cuando nos disponemos a resolver una diferencia de opinión con otra persona, se debe dar cumplimiento a cuatro reglas básicas de la comunicación: 1- Sé claro; 2- Sé sincero; 3- Sé eficiente y; 4- Sé directo, lo cual matizado por los principios éticos elementales que deben guiar nuestra relación con el otro, pueden ser suficientes para establecer una plataforma -al menos mínima- de diálogo.
Si bien cuando se discuten cuestiones complejas e inciertas, como puede ser el futuro de una nación, es difícil discernir quién tiene la verdad en sus manos o cuánto de acierto puede existir también en algunos de los criterios considerados errados, mucho menos complicado resulta detectar quién sostiene de manera más eficiente sus argumentos, y por lo general, en diálogos entre iguales, la parte que recurre a las falacias, al descrédito y al insulto, suele estar más alejada de la verdad.
Sé que en política -como decía uno de mis profesores- se puede ser de todo menos ingenuo y que no todas las personas que participan en los debates sobre los futuros posibles de Cuba son guiados por criterios desinteresados y sinceros, pero ello no justifica que andemos con el cuchillo tras la espalda prestos a degollar simbólicamente a cualquiera que presente una opinión diferente a la nuestra. Si peligrosos son los caminos de la ingenuidad, igual de traicioneros son los de la desconfianza y la intolerancia.
Solamente pensemos, ¿cuántas de esas personas a las que se ha intentado disminuir su derecho a opinar sobre los futuros del país obtienen beneficios significativos -que no sean espirituales- de ese ejercicio? ¿Cuál es la motivación -más allá del sentido de responsabilidad y la defensa de su derechos ciudadanos- que los lleva a exponerse a acusaciones, sospechas, insultos, tensiones, simplemente por diferir? ¿Son y han sido coherentes con su discurso y su práctica aun cuando han atravesado por situaciones menos favorables que aquellas en las que ahora se encuentran? ¿No les iría mejor manteniéndose alejados de todas esas complicaciones? ¿Esa relación en la balanza costo-beneficio por la posición que asumen no es suficiente aval para considerar a cualquier persona como un interlocutor digno más allá de sus criterios?
Y si no somos capaces entonces de asumir en la práctica -y no demagógicamente- el derecho a pensar diferente y debatir esas diferencias en un ambiente de respeto, pues no sigamos engañándonos, ni gastando tiempo y recursos y dejemos claro de una vez y por todas que nuestra filosofía es “o estás conmigo o estás contra mí”, cerrando así las puertas al diálogo, al entendimiento y las soluciones pacíficas y abriendo también -lamentablemente- otras puertas que ya los cubanos hemos tenido que transitar más veces de las que hubiéramos querido y todas con su consiguiente costo de sangre, dolor y lágrimas.
El 2018 ya está aquí… y más allá de la falsa unanimidad y las timidísimas muestras de discrepancias epidérmicas en los espacios “formales” de debate que muestran -a veces- los medios de comunicación del país, el grueso de nuestras discusiones sobre las temáticas trascendentales para el futuro de Cuba se asemejan más al fuego ciego, sordo y cruzado entre dos “personajes” que vociferan su pretendida supremacía que a los ejercicios de respeto, reflexión y diálogo que requiere la República con todos y para el bien de todos soñada por Martí.
Pero lo peor es que mientras nos seguimos desgastando en discusiones intestinas y estériles, por un lado los verdaderos enemigos de Cuba se afilan los colmillos observando los frutos del “Divide y vencerás”, mientras que por otro, aquellos que ostentan hoy privilegios y cuotas de poder que no están dispuestos a ceder, cocinan y definen tras bambalinas la Cuba del mañana, alejados de toda discusión. Y en el medio (o en el centro): nosotros, justamente aquellos que de seguro caeremos en las filas de los más perjudicados si logra triunfar cualquiera de estos dos proyectos de Cuba, que dicho sea de paso, no van a ser discutidos… sino impuestos.
[1] El interesado en ahondar en estas cuestiones puede remitirse a van Eemeren, F. H., Grootendorst, R., & Henkemans, F. S. (2008). Argumentation. Analysis, Evaluation, Presentation. New Jersey: Lawrence Erlbaum Associates. Cuenta con traducción al español realizada por Roberto Marafioti y publicada en 2006 en Buenos Aires por la Editorial Biblos, bajo el título Argumentación: análisis, evaluación, presentación.
Cubanón Regusanóón dice:
Debo felicitar al autor. Con prosa directa y fácil a desnudado el trasfondo de los recientes dimes y diretes de sobre el coentrismo y plantea abietamente que, al margen de la discusión intelectual, los que verdaderamente tienen el control d ela situación ya preparan la continuación de su hegemonía sobre el país, riéndose de estos teóricos de café con lueche.
Cubana desde Adentro dice:
La mayoria coincidimos en lo necesario del debate público, sin embargo que dificil se nos hace! Lo mas corriente es caer en el show, en las pullas, en las rondas de vanidades donde se hace gala de conocimientos pero no se es entendible para todos, en los circos romanos con gladiadores blindados de escudos y armas… en fin, que las metaforas no alcanzan para enumerar todas las farsas con mascaras de debate que podemos representar. Pero OJO gente! No nos autocompadezcamos ni le echemos a otro la culpa. La clave de un autentico debate depende antes que todo de actitudes y valores personales como la madurez, la honestidad, la humildad para escuchar lo que el otro tiene que decir, para plantear lo que se piensa y recibir retroalimentacion. Machado lo decia en su verso : «¿Tú verdad? no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela.» Y para abrirse a otra verdad e ir en busca de una comun, hace falta valor cuando menos. Si queremos un debate autentico debemos quiza preguntarnos que clase de ser humano soy? como esta mi capacidad de dialogo? estoy abierto a lo que el otro tiene para aportarme, discriminaciones y prejuicios aparte? puedo reconocer cuando me equivoco y rectificar si resulta necesario? Construir lo colectivo sin reflexionar sobre la propia individualidad que lo conforma es un sinsentido, parafraseando a Gandhi si quieres grandes cambios comienza por ti mismo.
José Raúl dice:
Muchas gracias por lo comentarios. Totalmente de acuerdo. Más allá de cualquyier conideración teórico lo primero que se necesita para un debate es voluntad, decencia y respeto