Introducción
Con mucha frecuencia se repite el término “calidad de vida” en casi todos los medios de comunicación de nuestro país hasta niveles de saturación. Lo mismo ocupa espacio en la prensa escrita o digital, en los programas de televisión y radio y desde cualquier ámbito, ya sea estrictamente económico como cultural, educativo o de salud pública. Es cierto que ese uso exagerado del término no pertenece exclusivamente a Cuba, y para comprobarlo basta revisar libros, artículos, blogs y crónicas internacionales, cuyos contenidos contribuyen a su propagación. Si lograr calidad de vida representa un desafío individual y colectivo, entonces cabe preguntarse: ¿por qué el auge en la reproducción acrítica de ese término? ¿Por qué ese interés, en ocasiones desmesurado, en utilizarlo? Cuando medito las respuestas de esas preguntas, refuerzo mi criterio sobre el desafío que representa lograr calidad de vida.
Algunas variaciones conceptuales
Desde el punto de vista semántico si realizamos un sencillo ejercicio con un diccionario en mano, podemos traducir fácilmente su significado al enlazar las palabras “calidad” y “vida”, que para algunos se traduce como algo a lograr, un sueño cumplido, un ser humano feliz, una meta en ocasiones inalcanzable y para otros representa una aspiración, sustentada en formas de vida altamente materializadas o rodeadas de objetos.
No ceso de preguntarme: ¿qué es calidad de vida? Quizás para un monje tibetano alcanzar un alto grado de elevación espiritual sea disfrutar de una buena calidad de vida; para las figuras públicas, consiste en ser aceptadas por los ciudadanos; para una parte no despreciable de un segmento de la actual generación cubana, sería poseer todos los bienes materiales que le ofrece la sociedad de consumo; para un anciano, mantenerse activo, compartiendo las vivencias de su núcleo familiar y con sus necesidades básicas cubiertas.
Podría elaborarse un glosario con el significado que tiene el término “calidad de vida” para cada uno de los que aquí vivimos, pero mi intención es enfocarlo desde la visión de la salud, aceptado que el concepto de calidad de vida actualmente incorpora tres ramas de las ciencias: la economía, la medicina y las ciencias sociales. Cada una de estas disciplinas ha promovido el desarrollo de un punto de vista diferente respecto a cómo debiera ser conceptualizada (1). Antes de adentrarnos en ese enfoque de calidad de vida (mirada desde la salud), es pertinente ofrecer algunos conceptos y valoraciones sobre el término, que contribuirán a comprender mejor el contenido de mi exposición, aunque sin intención de realizar una exhaustiva revisión bibliográfica, como exigen los cánones.
Entre las definiciones que me parecieron esclarecedoras, está la publicada por Fernández, Fernández y Alarcos (2), quienes expresan: “Parece fundado mantener cierto escepticismo al manejar el concepto «calidad de vida» como término científico por su uso indiscriminado en diversos campos. La primera utilización del concepto tuvo lugar a fines de los años 60. En las décadas siguientes el término «calidad de vida» se usó indistintamente para nombrar innúmeros aspectos diferentes de la vida como estado de salud, función física, bienestar físico (síntomas), adaptación psicosocial, bienestar general, satisfacción con la vida y felicidad. El sentido del término «calidad de vida» es indeterminado, y aunque tenga un ajuste adecuado en determinadas circunstancias no deja de tener un riesgo ideológico”.
En otra de esas diversas acepciones, se consideró que: “La calidad de vida es un concepto multidimensional e incluye aspectos del bienestar (well-being) y de las políticas sociales: materiales y no materiales, objetivos y subjetivos, individuales y colectivos. A menudo el concepto de “bienestar” es usado como sinónimo de calidad de vida. En el pasado ha estado fuertemente ligado a los ingresos y más comúnmente a la presencia de medios adecuados. Sólo recientemente se ha atribuido mayor importancia al bienestar (well being) como la cualidad de obtener satisfacción a través del disfrute de los recursos disponibles, y no sólo de su mera posesión” (3).
En los hallazgos sobre conceptos y definiciones alrededor de la calidad de vida, me sorprendió agradablemente que el reconocido filósofo y matemático inglés Bertrand Russell, hace casi un siglo y sin emitir criterios conceptuales específicos expresara: “Hay cosas indispensables para la mayor parte de los hombres, pero son cosas sencillas: la casa, la comida, la salud, el amor, el éxito en su trabajo y el respeto de los suyos” (4). Tal vez coincidamos en que esta aseveración representa una forma sencilla de aproximarse a las actuales definiciones de la calidad de vida para los seres humanos.
Todos los estudiosos del tema coinciden en que la calidad de vida posee dimensiones bien definidas; por eso, ese concepto ha comenzado a utilizarse cada vez más en el campo de las evaluaciones en salud o como medida de bienestar. Pese a esto, no existe una definición única del concepto ni una completa diferenciación con otros conceptos similares, siendo frecuentemente mal utilizado. Su uso extendido es a partir de los años 60, cuando los científicos sociales inician investigaciones en calidad de vida recolectando información y datos objetivos como el estado socioeconómico, el nivel educacional o el tipo de vivienda; siendo muchas veces estos indicadores económicos insuficientes (5) (6)
Suscribo totalmente el criterio de la autora citada en un párrafo anterior y que transcribo: “la calidad de vida no debe ser considerada solamente tomando en consideración la perspectiva de los individuos, sino también que hay que considerar la perspectiva social” (3). Esta opinión se aviene perfectamente a la visión que de la salud se concibe desde las ciencias de la Salud Pública; por tanto, también se reconoce la importancia y la vigencia del término calidad de vida como un factor imprescindible al estudiar la determinación social de la salud.
En tal sentido, y como contraparte de esa visión social del término, los autores antes mencionados (2) distinguen el concepto “Calidad de Vida Relacionada con la Salud” como: “El aspecto de la calidad de vida que se refiere específicamente a la salud de la persona y se usa para designar los resultados concretos de la evaluación clínica y la toma de decisiones terapéuticas. Esta utilización básica del concepto se inició en Estados Unidos hace unos 30 años… La Calidad de Vida Relacionada con la Salud (CVRS) es la percepción individual de cómo se vive la salud reducida a los dominios de la salud y los relacionadas con ella”.
Por supuesto, no se debe ni se puede obviar en un tema tan complicado el concepto ofrecido por un grupo de trabajo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que se denominó “OMS Calidad de la Vida” y cuyos integrantes propusieron la definición siguiente: “La calidad de vida es la percepción individual de la posición en la vida en el contexto de la cultura y sistema de valores en el cual se vive y su relación con las metas, expectativas, estándares e intereses” (7) (8).
En otra reciente publicación, sus autores revisaron 1,845 estudios (meta-análisis) relacionados con la aplicación de un instrumento diseñado por la OMS para evaluar la calidad de vida en diferentes regiones del mundo. En esa revisión hallaron que en nuestra región, el país con mayor número de publicaciones fue Brasil (9). Es notorio el número reducido de estudios o investigaciones cubanas sobre la calidad de vida en la dimensión de la salud, a diferencia de los frecuentes estudios que realizan los profesionales de las ciencias sociales desde sus diversas disciplinas; en las últimas décadas, un buen número de las investigaciones relacionadas con la dimensión “salud” están referidas a los grupos poblacionales en edades extremas, que constituyen un grupo prioritario en el país (10).
Según opinión de Urzúa y Raqueo (11) “pese a la gran cantidad de investigaciones que en la actualidad es posible encontrar sobre calidad de vida y fundamentalmente sobre su relación con la salud, aún es posible encontrar líneas de discusión que podrían afectar el desarrollo de esta área de estudio”. En ese sentido, y con relación a los estudios que vinculan la calidad de vida y la salud, resulta aleccionadora la conclusión siguiente: “la calidad de vida y el estado de salud son constructos distintos, y los dos términos no deben utilizarse de forma intercambiable. Muchos instrumentos útiles para medir el estado de salud, incluyendo cuestionarios basados en utilidades e índices de percepción de salud, pueden ser inapropiados para medir la calidad de vida” (12). Esta advertencia se aviene muy bien al tema, porque obliga a establecer precisiones y a ofrecer evidencias irrefutables, antes de emitir conclusiones científicamente poco rigurosas.
¿Poseemos o carecemos “calidad de vida”?
Expuestos algunos conceptos sobre la calidad de vida en la dimensión de la salud, el objetivo principal que estimula la redacción de este trabajo es comentar acerca de la percepción de la calidad de vida (¿poseemos o carecemos?); así como sobre la aceptación tácita del compromiso gubernamental de ofrecer integralmente a los ciudadanos las condiciones que aseguren su calidad de vida, y no como regalo ni premio. Para confirmar la necesidad de ese compromiso gubernamental, utilizo una paráfrasis: la calidad de vida y del bienestar de las personas dependen parcial o totalmente de las políticas existentes.
Este criterio, incuestionablemente cierto, no resulta de tan fácil cumplimiento y más cuando la salud es percibida como la ausencia de enfermedad y no como la capacidad de funcionamiento que deben poseer las personas y que, incuestionablemente, se vinculan al hecho biológico individual y al hecho social de tener satisfechas sus necesidades básicas, lo que les permitiría mantener y conservar un buen nivel de salud.
La calidad de vida de los cubanos
Los análisis de cada etapa del devenir histórico de un país deben estar libres de posiciones pendulares, que solamente conducen a tergiversar los hechos reales. Sin pretensiones de periodizaciones o recuentos, es pertinente ofrecer algunos comentarios breves, con un lapso no muy distante, sobre la calidad de vida de los cubanos. Al respecto, existe valiosa información sobre la calidad de vida de los 6 millones de cubanos antes de 1959 y que, a mi juicio, pueden comprobarse en los datos fidedignos de la citadísima “Encuesta de los trabajadores rurales” realizada por la Asociación Católica Universitaria (13), hasta las cifras elocuentes del reconocido alegato “La historia me absolverá” (14). En estos dos valiosos documentos, se resumen elementos que facilitan nuestra comprensión sobre la calidad de vida de nuestros compatriotas de entonces.
Por supuesto, mi visión salubrista exige analizar el tema desde esa óptica; por eso reconozco que iniciada la etapa revolucionaria, las políticas gubernamentales se desarrollaron desde su inicio para lograr el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, con el loable propósito de elevar su calidad de vida. En ese sentido, los indicadores convencionales que miden la situación de salud de la población, han mostrado resultados positivos durante más de cinco décadas; aunque dados los cambios políticos, económicos y sociales prevalecientes y particularmente, el surgimiento de nuevas generaciones de cubanos, es ineludible un franco proceso de ajuste y adaptación del sistema nacional de salud, a través de la renovación de objetivos y estrategias que aseguren el nivel de salud requerido y resultante de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Considero que los indicadores de salud alcanzados estuvieron vinculados básicamente a varios elementos: 1) la voluntad política para desarrollar acciones de promoción de salud (no totalmente reconocidas por quienes consideran la salud como lo contrario a la enfermedad); 2) al aporte presupuestario otorgado al sistema de salud y 3) a la formación y superación del personal incorporado al sistema de salud y que según el Anuario Estadístico 2016, su cifra ascendió a 493,368 personas (distribuidas entre profesionales, técnicos, auxiliares y personal de servicio) (15).
La atención de salud de la población, que se ofrece a través del sistema de salud, se sustenta en un conjunto de estrategias y programas de control de enfermedades y daños, cuya priorización opacó en buena medida las consecuencias favorables de esa acción promocional del gobierno, que estuvo dirigida a modificar o eliminar factores negativos en las condiciones de vida (sin duda influyentes en el estado de salud de la población), como son: la falta de instrucción, la deficiente alimentación, el desempleo, las condiciones ambientales desfavorables, las riesgosas condiciones laborales, en fin, las denominadas “necesidades básicas”.
La orientación preventiva de la estrategia sanitaria, unida a la decisión política estimuladora y a las acciones promocionales gubernamentales, propiciaron el desarrollo de una percepción colectiva de salud; sin embargo, ni la eficacia de esas acciones de promoción de salud directa e indirectamente desarrolladas por el gobierno, ni tampoco su reconocida contribución a la elevación del nivel de salud de los cubanos, tuvieron una justa valoración (16). La resultante fue el desarrollo acelerado del médico-centrismo hegemónico dentro del sistema de salud, bien representado por el predominio de la atención recuperativa individual, con desmedro de los aportes derivados del enfoque social de la Salud Pública, que también beneficiaron integralmente a la población.
Entre los indicadores que permiten evaluar el desarrollo del nivel de salud de un país, siempre se han destacado en la esfera socio-sanitaria “la esperanza de vida” y “la tasa de mortalidad infantil”. En el caso cubano la mortalidad infantil, a partir de la ejecución del programa de control en 1968, desciende paulatinamente de 38,7 por 1,000 nacidos vivos en 1970 a 4,3 en 2016 (15). Los recursos invertidos para disminuir la tasa son incalculables, tanto humanos como materiales, y la contribución epidemiológica fue relevante para disminuir la proporción que aportaban las enfermedades transmisibles en la cifra de muertes en ese grupo de edad, al iniciarse ese eficiente y eficaz programa.
En cuanto a la “expectativa de vida”, desde la década del 50 se observaba una tendencia a su elevación, que se confirma en décadas posteriores con la resultante de 76,5 años para los hombres y 80,4 para las mujeres, y una expectativa global de 78,4 años. Un logro inobjetable de los programas de control epidemiológico fue el descenso de las tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas y parasitarias, de 45,4 por 100,000 en 1970 a 9,5 por 100,000 en 2016 (15).
Para lograr el intento de igualdad social, principio rector del proceso revolucionario socialista cubano desde sus primeras décadas, se desarrollaron acciones promocionales resultantes de políticas públicas bien establecidas y beneficiosas para aquella generación de cubanos, que sirvieron de cimiento a los indicadores sociales y de salud, que enorgullecieron a quienes laboraron incansablemente para lograrlos y sirvieron como modelo del buen desempeño de un sistema nacional de salud para otros países, dentro y fuera de nuestro continente.
La irrupción en el panorama nacional de una crisis socio-económica insospechada a inicios de los años 90 del pasado siglo y enfrentada estoicamente por la gran mayoría de los cubanos, propició que las condiciones de vida sucumbieran, en unos casos, y se modificaran, en otros. Aquella devastadora crisis, pretendidamente minimizada con la denominación de “Período Especial”, tuvo consecuencias impredecibles para la calidad de vida de la población desde todas las dimensiones, con predominio de los problemas relacionados con el nivel de salud y de lo cual sobran evidencias inobjetables, como el brote de neuropatía (17) (18). ¿Cómo mencionar en esos momentos el término “calidad de vida”? ¿En qué desconocido rincón del individuo y de la sociedad se ocultó?
Surgieron, entonces, algunas estrategias económicas -que no políticas públicas- para contrarrestar esos efectos deletéreos y cuyas consecuencias, unidas a otros factores, aún nos afectan. La actual situación epidemiológica[1], no totalmente originada por aquella etapa y reconocida por los expertos, tanto de salud pública como de las ciencias sociales, se caracteriza por: acelerado envejecimiento, disminución de la natalidad y la fecundidad (19), desordenada urbanización, deterioro de las condiciones higiénico ambientales y como afección individual más importante, la prevalencia de las enfermedades crónicas no transmisibles, bien relacionadas con los comportamientos poco saludables que muestra una parte de la población cubana (20). Si a este panorama, un tanto desalentador, se unen los reconocidos problemas en el ambiente social (21) (22) (23) (24), no debe demorar la respuesta que contribuya a su disminución o total eliminación.
Surge, entonces, una interrogante ineludible: ¿cuáles serían las políticas públicas para modificar este panorama socio-sanitario y que deben contribuir a mejorar la calidad de vida de los cubanos? Recientemente, en un taller cuyo tema central era la determinación social de la salud (25), surgió el debate sobre la dificultad en definir una política pública; esa que, a mi juicio, contribuye a que se alcance la calidad de vida que anhelamos.
La conceptualización del término “política pública” es también tema de discusión, según sea el objetivo con que se analice, pues para unos está centrada en dilucidar los conceptos de “la política” y de “lo público” desde una visión económico-social (26) y en otros casos (como en Chile) se relaciona con la pérdida de confianza de los ciudadanos para las políticas públicas de salud. (27) No obstante la versatilidad conceptual de las políticas públicas, en un destacado informe de la OMS se transcribe: “Las políticas públicas en el sector de la salud, junto con las de otros sectores, tienen un enorme potencial en lo que se refiere a garantizar la salud de las comunidades. En la mayoría de las sociedades dicho potencial está en gran medida desaprovechado y es muy común que no se llegue a implicar eficazmente a otros sectores. Si miramos al futuro, a los diversos desafíos que plantea la creciente importancia del envejecimiento, el desarrollo urbano y los determinantes sociales de la salud, resulta evidente que hacen falta mayores capacidades para aprovechar este potencial” (28).
Desde ese mismo organismo internacional, en 2010, y como elemento impulsor de políticas públicas para beneficiar la dimensión “salud”, surge un planteamiento denominado “Salud en todas las políticas”. Este planteamiento constituye un llamado a los gobiernos -recordar que la promoción de salud es responsabilidad gubernamental- y su propósito es: “Ayudar a los líderes e instancias normativas a integrar consideraciones en materia de salud, bienestar y equidad durante la elaboración, aplicación y evaluación de las políticas y los servicios” (29) (30). Este planteamiento se reconoce como otro aporte de los organismos sanitarios internacionales para lograr calidad de vida en la población, y no debe asumirse como una consigna más, al contrario, deberíamos adaptarlo en cada país o territorio a su contexto.
Ciertamente, es una responsabilidad gubernamental establecer esas políticas públicas que conceptualmente resulta difícil reconocer, y de las cuales los ciudadanos poseen limitada percepción, pero que son imprescindibles para que se cumplan las premisas que se sintetizan al definir la calidad de vida y que deben estar en correspondencia con las reales necesidades y problemas de los diversos grupos sociales.
Si la población cubana alcanzó niveles de salud encomiables, no fue directa y única consecuencia de la construcción de hospitales y policlínicos hasta en los más apartados sitios de nuestro país; sin duda, las condiciones de vida apuntalaron esa situación de salud que a partir de los 90 inició su deterioro. Suscribo totalmente un postulado del que denomino “canon sanitario”, que parafraseado reconoce que el número de médicos no determina el estado de salud de una población; y éste aserto es muy válido para entender el significado del término “calidad de vida”. El médico intenta recuperarnos de una enfermedad o daño y si amplía su espectro de atención, nos alerta de los riesgos amenazantes para la salud, pero ¿qué o cuáles condiciones nos mantienen aparentemente sanos? ¿Es responsabilidad médica esa tarea o surge, entonces, la participación gubernamental en ese compromiso?
No se niega la importancia del autocuidado y la autorresponsabilidad, que conducen a reclamar derechos y cumplir deberes para con la salud (20), pero si esto no se acompaña de condiciones de vida favorables, la simple atención médica se transforma en una tremenda inversión de recursos materiales y en el desgaste humano del personal que presta servicios de salud, con la consecuente ineficacia e ineficiencia para el sistema de salud.
Que se informen pública y frecuentemente las cifras del presupuesto estatal dedicadas al “sector salud” -que no a la salud- no libera al Estado de establecer políticas públicas que sí benefician el nivel de salud de los ciudadanos, al mejorar su calidad de vida. La crisis que genera la falta de vivienda, las irregularidades del transporte público, el bajo ingreso con la consecuente reducción del poder adquisitivo, el deterioro higiénico-ambiental, las falencias educativas, unido a los bolsones de pobreza diseminados en el país, originan desigualdades sociales y contradicciones latentes bien investigadas con elevado rigor científico y que alertan sobre la situación y la calidad de vida de las actuales y futuras generaciones de cubanos (21) (22) (23) (24).
No obstante estas barreras para lograr calidad de vida, existen grupos en nuestra sociedad contemporánea cuyas diferencias sociales se agudizan tal vez como consecuencia de los cambios que se realizan a nivel macro-social. En ese sentido y según criterio de una investigadora: “el proceso de reformas al modelo económico en Cuba ha incidido en todas las dimensiones de la vida del país, incluyendo las dinámicas de las relaciones sociales entre los distintos grupos que la componen”. La misma autora concluye “…van solidificándose relaciones sociales cuyos patrones no son los defendidos ni deseados para nosotros en una sociedad socialista. ¿Qué hacer para mantenerla, con prosperidad y sostenibilidad? Reto de todos” (31). Me atrevo a responder su retadora pregunta con esta sugerencia: diseñar políticas públicas consecuentes con el sistema social y, sobre todo, que satisfagan las necesidades básicas de nuestros ciudadanos.
En un país cuya población envejece como resultado de las beneficiosas políticas públicas de anteriores décadas, las respuestas son lentas ante ese reto. Los estudios, investigaciones y llamados de atención sobre ese fenómeno demográfico, ofrecieron tiempo para preparar una respuesta consecuente (19). Envejecer no es en sí un problema, el problema se origina por la obligación de asegurarles a los ancianos de hoy y a los de mañana, las condiciones de vida que requieren y merecen, en un país que ocupa uno de los primeros lugares en nuestro continente por su nivel de envejecimiento, situación que se acelera inexorablemente.
¿Calidad de vida del anciano? El anciano con su familia, compartiendo el espacio que contribuyó a crear, pero su permanencia en una familia donde a juicio de una experta cubana existan “altos niveles de funcionalidad, en que las jerarquías sean claras y flexibles…” (32). La actual situación familiar del anciano sería tema para otro trabajo, aunque era inevitable una referencia a este difícil reto social, que amenaza la calidad de vida en esa edad de recuentos y recolección de la siembra.
A propósito, traigo a colación el criterio que sobre la vejez expresó hace más de 70 años un reconocido intelectual francés: “El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo, es la indiferencia del alma. Pero contra esta indiferencia, podemos y debemos luchar. Los hombres que envejecen menos a prisa son los que han conservado razones de vivir” (33). Ante esta irrefutable verdad, me pregunto: ¿qué mejor razón para vivir, que mantener condiciones de vida favorables, esas que inexorablemente nos conducen a tener calidad de vida?
Los ciudadanos cubanos que tienen cubiertas una buena parte de sus necesidades básicas, con frecuencia acompañada de un “empobrecimiento del espíritu”[2], tal vez ni se percatan de esa carencia de políticas públicas que contribuyen a mejorar su calidad de vida. ¿Todo es tan complicado? Sobran ejemplos de las regulaciones y disposiciones de la Asistencia Social estatal, de la actividad desarrollada por las comunidades religiosas en iglesias y asilos y el aporte de los integrantes de numerosas familias cubanas que, desde el exterior, tratan de paliar la crisis económica que afecta la calidad de vida de sus ascendientes y descendientes.
¿Nos tranquiliza saber que esto ocurre? Al menos, la actitud altruista que subyace en las acciones mencionadas muestra que aún quedan en las entidades y en las personas, ese “gen” de humanismo que nos ha distinguido de los primates. A mi juicio, ese rasgo humano diferencial representa la vertiente subjetiva de la calidad de vida (34) (35), el componente individual que aporta una cuota de sueños, deseos, aspiraciones y realizaciones que contribuyen a elevar esa condición humana que cimentada en un sistema de valores y en las condiciones materiales necesarias e insustituibles, permitirá elevar nuestra supervivencia. Todo ese conjunto, en mi opinión, es lo que hemos dado en llamar “calidad de vida”.
Como se ha descrito, han existido, existen y existirán términos de nuestro lenguaje cotidiano que tienden a convertirse en simples expresiones de uso común, y el término “calidad de vida” pertenece a ese grupo de expresiones que, por reiterado, obvian su verdadero valor y reducen la importancia de su significado. Lo paradójico es que ese término -que abarca innumerables aspectos que aseguran nuestra condición humana- no sea merecedor de toda la atención que requiere y sería injusto e inaceptable que por esa desatención, perdiéramos la característica humana que nos distingue del resto de los seres vivos de nuestro planeta.
La respuesta a la interrogante que da título a este trabajo, debe surgir del análisis individual que derive de su lectura y estimo -para ser consecuente con lo expuesto- que aún distamos de tener la calidad de vida que merecemos, sea cual fuese la etapa del ciclo vital que nos corresponda. Que se ofrezca a los ciudadanos cubanos algunos beneficios sociales y económicos para mejorar sus condiciones de vida, no significa que se alcance la calidad de vida que necesitamos y tampoco debe eludirse la cuota de compromiso individual (componente subjetivo) en ese empeño.
Al respecto, recordemos la definición de los expertos de la OMS (7): “La calidad de vida es la percepción individual de la posición en la vida…”. Los propósitos de proporcionar bienestar y prosperidad a las personas, deben transformar el discurso en realidades que permitan reconocer nuestra “posición en la vida” desde todas sus dimensiones. Sería inaceptable no reconocer que lograr “calidad de vida” es una tarea ciclópea, por eso es un desafío y no una meta.
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Notas al Pie:
- Situación epidemiológica: situación derivada de los problemas de salud que afectan a la población, los cuales se relacionan directamente con los determinantes sociales.
- Frase que sustraigo a Pablo Rodríguez Ruiz (cita22).