Domingo Amuchastegi: “Los equilibrios globales solo serían posibles si se avanzara por los caminos de la concertación y el desarme”


Compartirmos con nuestros lectores una lúcida entrevista al destacado analista cubano Domingo Amuchastegui sobre la realidad geopolítico global.

1. A su juicio, ¿cuáles son los principales centros de poder en el mundo, establecidos y emergentes? ¿Cuál es la proyección internacional de cada uno de ellos?

Al llegar a su término la bipolaridad característica de los años de la llamada Guerra Fría al final de la década de 1980, no poco se escribió –y se sigue elaborando en diferentes planos teóricos? en torno a la unipolaridad dominada por la única superpotencia que reúne todos los componentes para ser considerada como tal: Estados Unidos.

Sin embargo, en apenas tres décadas, se han configurado otros importantes centros de poder en el mundo que, como nunca antes, logran alcanzar espacios de competencia e influencia que llegan a disputar a Estados Unidos su hegemonía unipolar en muy diversas latitudes y agendas, aunque no en su totalidad, incluyendo las singularmente determinantes dimensiones económicas y tecnológicas.

La Rusia de hoy es una nueva realidad, reconstituída territorial, económica, política y militarmente. China deviene en segunda potencia económica, “fábrica del mundo” (como se identificaba a la Inglaterra victoriana), así como en enorme poder militar. Ambas potencias articulan una alianza única en un espacio geoestratégico y político sin precedentes. La Unión Europea (UE) es, no en menor medida, otro centro de poder que       –pese a sus tropiezos, reveses y nuevos desafíos de la última década? continúa siendo un enorme foco de influencia, tanto europeo como internacional. Además, constituye un aliado indispensable de la superpotencia norteamericana dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y una pregunta elemental: ¿para qué mantener entonces la OTAN y el sistema mundial de bases y flotas?

A estos tres centros de poder adicionales, se suman dos centros de poder de naturaleza, componentes e influencia diferentes. Por un lado, los crecientes niveles de concertación e iniciativas que promueven el grupo de países identificados como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y que no obstante su carácter heterogéneo en sus respectivos sistemas y escalas de poder, apuntan hacia una perspectiva única de gravitación internacional, representando los países llamados “emergentes”.

El otro centro de poder, lejos de estar basado en la acción de un grupo de Estados o países con determinadas similitudes o convergencias, se representa de manera desarticulada e incoherente, pero cada vez con mayor gravitación e influencias a través de la dinámica de los conflictos regionales. Estos conflictos en el ámbito de la Guerra Fría ganaron una enorme estatura y variadísimas implicaciones. Si la Guerra Fría no se tornó en “caliente” por un pelo, sus decádas de existencia estuvieron repletas de conflictos regionales con múltiples causales y factores endógenos, pero en cuyos desenvolvimientos buscaron ambos campos hostiles ganar terreno e influencias, desde China, Grecia y Malasia, hasta Corea, Argelia y Viet Nam y el interminable Medio Oriente. La descolonización acelerada e importantes revoluciones, introdujeron cambios mundiales que nunca estuvieron en los cálculos o planes de los grandes poderes occidentales, no obstante su poderío material.

Y las dinámicas múltiples que generó la nueva ola de conflictos regionales que siguió al desplome soviético y las tendencias centrífugas que desataron variados procesos de desintegración territorial, nacidos o negados de un plumazo en la Conferencia de Versalles de 1919 (como Yugoslavia y Checoslovaquia, el reparto territorial del Imperio Otomano, siguiendo las pautas del acuerdo Sykes-Picot, negar la fundación del Estado kurdo), desembocaron en guerras locales y tensiones fronterizas con un elevado grado de injerencia internacional, mayormente de parte de las potencias occidentales, desde Afganistán e Iraq hasta el Cáucaso y otras latitudes. Y si alguien me hubiera dicho unos años atrás que Rusia estaría conduciendo operaciones de bombardeo en Siria y que devendría en artífice de importantes arreglos regionales, lo hubiera considerado una hipótesis altamente improbable.

Y como subproducto de tales conflictos regionales, han aparecido y se han difuminado muy diversas formas de terrorismo al interior de diversos países y regiones, con crecientes desbordamientos hacia los centros de poder de Occidente y Rusia. Estos han tenido  momentos culminantes con el 11 de Septiembre, el surgimiento y consolidación de Al Qaeda, los chechenos y, más recientemente, con el Estado Islámico, cuyo nacimiento y desarrollo es inseparable de las acciones de Estados Unidos desde que invadió a Afganistán e Iraq. Intentar descalificar este desafío mediante anatemas como el de “terrorismo islámico”, “barbarie”, “salvajismo” y otros, no hace sino anular las posibilidades de una comprensión cabal de lo que está pasando, de sus posibles desenlaces y de las mejores maneras de abordar su tratamiento para que no se reduzca, simplistamente, a la acción militar devastadora e indiscriminada de los grandes poderes.  

Quiérase o no aceptar, el terrorismo y las dinámicas que ha desatado y continúa generando, se insertan hoy como un singular y complejo centro de poder cuya influencia, actividad y secuelas se tornan en una pujante tendencia que nace de los conflictos internos y regionales, que las grandes potencias han intentado sofocar y reglamentar a su antojo y con sus respectivas escalas de valores que nada tienen que ver con los escenarios locales y regionales de donde se originan estos conflictos y sus diferentes actores.

2. Teniendo en cuenta la respuesta anterior, ¿qué nuevo orden internacional se vislumbra? ¿Cuáles podrán ser los principales equilibrios y desequilibrios que lo caractericen?

En primer lugar, creo que el mundo de las relaciones internacionales tendrá muy poco de orden y mucho de desequilibrios en el futuro previsible. Al interior de cada centro de poder, y en las relaciones e interacciones entre dichos centros, se advierten tendencias muy encontradas y que en nada sugieren orden y equilibrio.

Empecemos por Estados Unidos. El patrón de conducta imperial, en lo fundamental, se mantiene. Para Washington, en cualquier litigio o conflicto, lo más natural del mundo es que ellos digan la primera y la última palabra. El multilateralismo de contenido constructivo y consensuado, no es atributo de los hacedores de política en Estados Unidos. El recurso de la amenaza de su poderío militar, o el uso de la fuerza armada, siguen siendo una seducción recurrente. Sin olvidar la más elocuente advertencia en este campo, hecha por un presidente norteamericano –Dwight D. Einsehower? en torno al complejo industrial-militar, llegamos hasta un presidente que, siendo portador ocho años atrás de las mayores esperanzas y resultando todas ellas frustradas y tardías, no vacila en comprometerse en repetidas y desastrosas escaladas militares en Afganistán, Iraq, Libia, Siria, Ucrania, Corea y China.

Pero indiscutiblemente, los pasos más confrontacionales y de un grado de peligrosidad incalculable, los asume Washington en dirección a las fronteras occidentales de Rusia. Los despliegues coheteriles y reforzamientos bélicos a varios de los vecinos inmediatos de Rusia y la flagrante injerencia –junto a Polonia? en el caso de Ucrania, echan por tierra cualquier posibilidad de construir una indispensable zona de paz o imprescindible espacio-tapón entre las fronteras inmediatas a Rusia y los despliegues agresivos de la OTAN y sus aliados.

En estos momentos, una referencia obligada al interior de Estados Unidos es el cuadro de extrema polarización social y política –como nunca antes? en el contexto de la contienda electoral. Vemos, insólitamente, a una extrema derecha vociferando a favor de despliegues de fuerzas en todas las direcciones, acompañado esto del desmantelamiento del Estado de bienestar social gestado a lo largo de décadas; y, al mismo tiempo, vemos a un hombre, un anciano de 75 años, convocar exitosamente al electorado más joven, al voto femenino e independiente y a las minorías, a favor de un inusitado lenguaje para Estados Unidos (“revolución política,” pro-socialdemocracia y anti-Wall Street), propiciando un equilibrio internacional muy diferente. Lo nunca visto en Estados Unidos.

Al interior de la OTAN/UE se multiplican también los procesos de polarización social y política, tanto a la derecha (como es el caso de Polonia y sus aliados) como a la izquierda (con diversos ejemplos de avances socialdemócratas en diversas latitudes). Ello unido a las repetidas corrientes hacia la secesión o hacia las más amplias autonomías: sea en Escocia o Cataluña. En tanto que cobran cada vez mayor importancia el número de países e influyentes figuras políticas que cuestionan la gravedad de los despliegues militares hacia las fronteras rusas. La sensatez diplomática y la propensión en favor de las concertaciones pactadas emergen en medida importante en círculos europeos, refractarios a las políticas de fuerza de Estados Unidos, pero están muy lejos todavía de convertirse en tendencia rectora.

El sistema financiero internacional no es todavía reflejo de un mundo globalizado, sino la globalización más absoluta de una superpotencia y su maltrecha moneda todavía diciendo la última palabra; al que debemos añadir sus superpoderes mediáticos y escala de valores que deslumbran e idiotizan con los peores productos cibernéticos a enormes cantidades de contingentes humanos. A ello se agrega su poderío nuclear ?¿por qué conservarlo todavía, cuál es la necesidad, contra quién se empleará?? seguido de los arsenales del Reino Unido, Francia, Rusia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte. La única lógica posible y fácil de alcanzar fue indicada al género humano no por teóricos ni por políticos, sino por un escritor, nuestro Hemingway, con su Adiós a las armas. Pero hasta ahora nadie parece interesado en escuchar ni poner en práctica sus planteamientos…

Rusia y China deben ser asumidas por Estados Unidos y sus aliados como pares en plena igualdad y no como enemigos nuevos o reconstituídos; no deberían procurar ni fomentar su debilitamiento. Un ejercicio permanente a favor del multilateralismo y la negociación, de la promoción del protagonismo de los actores regionales con respaldo político-diplomático de los grandes poderes, en la búsqueda de sus propias soluciones y concertaciones, debería prevalecer; siempre evitando los escenarios de bombardeo, desembarcos, y uso indiscriminado de la fuerza.

Si alguna vez llegamos a la conclusión de que las “revoluciones no se exportan,” tampoco la “contrarrevolución” ni la democracia son categorías exportables. Afganistán e Iraq son solo algunos de los más recientes ejemplos. Un poco antes habíamos contemplado otra “exportación” igualmente fracasada. Fuimos testigos del descomunal desastre soviético de los 80 en Afganistán, a lo que siguió una marcada declinación de Rusia por más de 20 años. Si por aquel entonces alguien me hubiera dicho que Rusia, un poco después, estaría conduciendo operaciones de bombardeo en Siria y que devendría en artífice de algunos importantes arreglos regionales, o que Estados Unidos buscaría a los combatientes kurdos como aliados en el terreno, hubiera considerado ambas hipótesis como altamente improbables. En esta medida han cambiado los diferentes contextos y conflictos, así como sus respectivos patrones de conducta.
 
Medio Oriente, África, vastos espacios en Asia e incluso en América Latina no transitaron, ni transitan, por los mismos rumbos que Europa, ni hoy ni ayer. El desarrollo desigual condiciona sociedades y culturas, así como sus diversos conflictos; no podemos moldearlas, domesticarlas, o imponerles los modelos que nos complazcan. La Europa de hoy se erigió sobre montañas monumentales de antagonismos étnicos y religiosos, de cambiantes espacios geográficos y fronteras, de muerte y devastación, de tortura brutal, hogueras y masacres que empequeñecen la barbarie saudita habitual, la del Estado Islámico, Al Nusra y otros. Y cortar cabezas fue la práctica habitual europea, con la permanencia de la guillotina hasta casi el otro día. Y mientras, se sigue hablando de Modernidad y hasta Post-modernidad.

Los posibles equilibrios solo serán posibles y estables, cuando se avance por el raciocinio de la concertación, la cooperación y el desarme. Receta fácil y nada complicada, pero ausente de las agendas prevalecientes por ahora y por largo rato.

3. En el ocaso de los grandes liderazgos globales del siglo XX, ¿qué papel le asigna dentro de esta dinámica mundial, al Estado Vaticano, o al papa Francisco?

Las religiones, la religiosidad y la espiritualidad (como elemento común en el ser humano),  poseen una enorme fuerza gravitacional a escala de todas las sociedades. No obstante, la conexión de sus expresiones institucionales con los poderes establecidos, ha creado una asociación que muy poco (o nada) tiene que ver con dicha espiritualidad y con los valores originales proclamados.

La Iglesia católica es todavía la denominación más extendida y mejor articulada dentro de la cristiandad actual. Sin embargo, no es menos cierto que en poco más de medio siglo ha perdido significativamente espacio, feligresía y dedicación, a manos de la multiplicidad de iglesias evangélicas –principalmente las que operan desde Estados Unidos. Las iglesias protestantes tradicionales han sufrido también pérdidas significativas de feligreses.

Las iglesias evangélicas han entronizado, con enorme fuerza, una manera de abordar el cristianismo que no solo se vincula a las interpretaciones más rígidas e inimaginables, sino que sus animadores se han asociado mayoritariamente de la manera más activa a las corrientes políticas más neoconservadoras de Estados Unidos. Todo esto con mucho eco en América Latina, el Caribe y otras áreas del mundo.

El Vaticano, desde los tiempos del papa León XIII, comenzó un proceso de repensar y reconsiderar ideas, proyectos y actores; lo cual inició un lento proceso de acercamiento a los sectores más desposeídos, siguiendo la ruta de Asís. El largo período de gobierno de Pío XII significó un enorme retroceso. Por el contrario, Juan XXIII y el Concilio Vaticano II abrieron un amplio universo de reflexiones, aproximaciones diferentes y propuestas que se prolongan hasta nuestros días. Estos itinerarios cobran renovada actualidad bajo la prédica, quehacer y ejemplaridad del papa Francisco. Esto ha originado una importante ola de renovación y recuperación del catolicsmo, con una clara diferenciación entre el Estado vaticano como institución y Francisco. Este pugna, a juicio de muchos, por el retorno a un cristianismo original frente a una enorme resistencia y rechazo entre numerosas figuras de las más altas jerarquías de Europa y Estados Unidos. Esta resistencia ha sido evidente en los diferentes sínodos celebrados recientemente y en otros episodios que han ganado significativas dimensiones mediáticas.

El papa Francisco libra hoy una inusual y tremenda batalla (una suerte de Vaticano III informal) por los pasillos del Vaticano; en Brasil, donde tanto ha perdido la Iglesia católica; en el México de la verguenza “legionaria”; y en la renovada fe de Manila o La Habana. Estadista excepcional, además de mensajero incansable de una novedosa interpretación y práctica del cristianismo, es indudable que los mejores valores de la Humanidad están en él encarnados.

Vale anotar la acelerada expansión del Islam –para no adentrarnos en el budismo, el confucionismo, el induismo y las religiones africanas? del cual tantos denuestos, burradas y manipulaciones escuchamos a diario, con niveles de ignorancia y prejuicios impresionantes. Aquí concurren por igual la necesaria diferenciación entre ideas y valores, por un lado, y la asociación a esquemas e instituciones de poder que distorsionan la espiritualidad musulmana y sus enormes contribuciones al desarrollo humano.

Por más de siete décadas, pero en especial después de la Guerra Arabe-Israelí de junio de 1967, Arabia Saudita ha financiado abundantemente la difusion del salafismo en sus interpretaciones más arcaicas y rígidas; y ha animado y promovido movimientos frente a las corrientes más tolerantes y laicas que aparecieron en los movimientos nacionalistas árabes de los 50 y 60. Y una oleada aún mayor de salafismo, manipulado e íntimamente ligado a las proyecciones de la política exterior saudita, se articuló por las autoridades de Ryadh luego de la Revolución iraní y el ascenso de diversas corrientes chíitas desde Irán hasta el Líbano, con importantes ecos en los bordes de Arabia Saudita, en sus vecinos de Yemen, Bahrein y en comunidades chíitas del este saudita. Esta difusión interesada del salafismo se articula entonces a un supuesto peligro de primacía chíita en todo el Creciente Fértil y en la vecindad inmediata del reino saudita, animador del salafismo en su versión más extrema: el wahabismo.

4. ¿Estos centros de poder mundiales cómo se están proyectando con respecto a Cuba y cómo se proyecta Cuba con respecto a ellos? ¿Qué ventajas y desafíos entraña este escenario para la Isla?

Comenzando por la victoria electoral de Salvador Allende, en 1970, que llevó al establecimiento inmediato de relaciones con Cuba y terminando con dos episodios en este mes de marzo ?la firma preliminar del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con la UE y la visita del presidente Obama tras iniciar el lento y conflictivo proceso de normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba?, las autoridades cubanas han culminado con todo éxito un largo proceso de reinserción y legitimación internacionales.

Desde 1992 hasta la fecha, el mundo ha venido condenando por abrumadora mayoría en las Naciones Unidas la continuada y ampliada aplicación del bloqueo, acompañado de repetidas aplicaciones ilegales de extraterritorialidad y sanciones a empresas y bancos de diversos países. En lo fundamental, este instrumento de la política agresiva de Estados Unidos continúa aplicándose y constituye hoy el principal obstáculo al proceso de normalización de relaciones entre ambos países. Cuba continúa imposibilitada de beneficiarse de potenciales inversiones y proyectos de otros países por este mismo instrumento, que incluso todavía prohíbe a sus ciudadanos practicar el turismo libremente en la Isla.

Los que critican a Obama por su política hacia Cuba argumentan que es Estados Unidos el único que hace concesiones y que el Gobierno cubano no reciproca en nada. Este es un argumento falso y una interpretación incompleta. Cuba está negociando y está dispuesta a negociar todo aquello donde ella deba negociar arreglos y/o concesiones. Sin embargo, es del otro lado donde descansa un abrumador andamiaje de políticas agresivas, sanciones, instrumentos de coerción y subversión interna, ocupación de la Base de Guantánamo, etc., todo esto tuvo su origen el 1 de enero de 1959 ?no en 1962, cuando se oficializa el bloqueo?, por lo que corresponde al agresor desmontar dicho andamiaje, no a cambio o por el chantaje de algo, sino en correspondencia con los acuerdos de Viena, que reglamentan la manera en que deben conducirse las relaciones bilaterales.

Y Cuba despliega sus relaciones, cooperación e iniciativas en todas las direcciones donde prevalezca un abordaje respetuoso y mutuamente ventajoso, desde las relaciones con Venezuela, Brasil, México, China, la UE y Rusia, hasta la más activa política de multilateralismo, procurando en todo momento un balance y diversidad en socios, mercados y proyectos, desestimando los cantos de sirena que apuntan a la restauración de la unilateral dependencia de Estados Unidos como tabla salvadora. Desaparecido el bloqueo, inversionistas y proyectos que hoy se inhiben frente a la recurrente utilización de dicho instrumento para frenar proyectos importantes, vendrían a Cuba. Las autoridades de la Isla deberán, en lo adelante, adecuar todos sus mecanismos, leyes y prácticas, a mecanismos de relaciones donde la agilidad operacional, lo expeditivo de la gestión empresarial y las indispensables flexibilizaciones, estimulen adicionalmente a los socios actuales y futuros de Cuba, incluídos también los provenientes de Estados Unidos.

Mientras tanto, Cuba se transforma en visita obligada de estadistas de todas las latitudes, de grandes poderes y pequeños Estados, de luminarias artísticas hasta figuras notables de todas las manifestaciones culturales. Pasamos de una ausencia total de turismo en los años 80, a ser el segundo destino turístico del Caribe, casi dejando atrás a República Dominicana. Cuba ha sido visitada por cuatro Papas desde 1998 –hecho excepcional en este mundo de hoy?  y, por último, fue sede insospechada del primer encuentro entre un Papa y el Primado de Moscú, luego de más de mil años de cisma. Casi nada para un país donde en 1990 y 1991 cientos de periodistas extranjeros pululaban por las calles de La Habana esperando el colapso cubano debía haberse producido y no se produjo.

5. ¿Estará en condiciones América Latina de llegar a posicionarse como un centro de poder global?

Premisas geográficas y culturales sobran; raíces históricas nos hermanan más que nos separan (dejando a un lado algunas añejas trifulcas fronterizas), recursos naturales y capital humano, niveles de crecimiento agro-industrial y de desarrollo, pudieran apuntar perfectamente hacia un sí rotundo.

Pero andamos muy lejos de dicha posibilidad. Nuestras sociedades enfrentan los niveles más elevados de pobreza de acuerdo a los estudios más recientes. Empezando por la paradoja de que las economías más diversificadas y pujantes de la región ?México y Brasil?, que deberían exhibir los niveles menos acentuados de pobreza, muestran todo lo contrario. Allí vemos el predominio abrumador de la concentración oligárquica de todos los mecanismos de poder, desde la economía hasta los medios de difusión. Esta dicotomía antagónica lastra los niveles de concertación nacional o hemisférica en la dirección a crear un centro de poder global.

Ambos países, además de enormes potenciales económicos, son hoy en día –como si les hiciera falta una cantidad mayor de recursos? piezas dominantes de los circuitos mundiales del narcotráfico. México –considerado por no pocos expertos la quinta o sexta economía del mundo? navega por la primacía del narcotráfico gracias a su inmediata vecindad con el mayor consumidor de drogas del mundo: Estados Unidos. Por su parte, Brasil, en las últimas décadas ha devenido el segundo –si no el primero, según algunas fuentes? competidor privilegiado dada su penetración y control de la mayor parte de las fronteras de Suramérica, productoras y exportadoras de drogas.

En menos de 20 años, México registra más de 100,000 muertos y 30,000 desaparecidos, más muchos miles en los reductos de las favelas y canales que controlan los carteles brasileños hacia África, Europa y Estados Unidos. Centroamérica y sus “maras”                          –dependientes de los mercados mexicanos? se han convertido en una suerte de corredor obligado para los flujos de las grandes operaciones de narcotráfico hacia Estados Unidos. Otro tanto pudiera decirse de la grande y pujante exportación de drogas desde Colombia o Perú, de manera directa, por Centroamérica, Venezuela o Guyana, o la propia Buenos Aires. Ahí están los millones de informes detallándolo todo y mucho más. Como subproducto de todo ello, una acrecentada corrupción tiende a saturar la totalidad de las instituciones gubernamentales de arriba a abajo, donde resistirse a las tentaciones de los miles y millones solo es posible entre santos varones o pocos hombres y mujeres capaces de tener el decoro de muchos. Otro subproducto de no menor importancia y de muy diversas ramificaciones lo es la inseguridad ciudadana, con su secuela de violencia criminal organizada y más muertos que en el Medio Oriente.

Los requerimientos para alcanzar una concertación capaz de convertir a la región en centro de poder global obligan a una redistribución más equilibrada y estable de la riqueza en cada país y a una estabilidad social y política que respalde una actuación hemisférica no menos estable y eficaz. Y todo esto es casi impensable sin que medie una considerable disminución de los poderes oligárquicos, un ascenso sostenido de proyectos aunténticamente enfilados a un nuevo orden social, acompañado del desmantelamiento efectivo del narcotráfico y sus poderes, la corrupción rampante y la inseguridad ciudadana.

Más de una década de ensayos neoliberales desembocaron en fracasos mayores e importantes estallidos sociales en los 80 y comienzos de los 90. Fueron seguidos por casi dos décadas de proyectos animados de tímidas mejoras económicas y sociales, encabezados por movimientos sociales y políticos de izquierda, originados en los 60 y 70, que ahora se enfrentan a significativos retrocesos en Venezuela, Argentina y Bolivia. A la vuelta de la esquina, se configuran nuevas oleadas de intensos choques sociales y políticos, para disputarse la hegemonía que ahora reclaman las opciones más neoconservadoras. Las perspectivas de conflicto e inestabilidad están a la orden del día y esto impide en los órdenes estructural, económico, social y político, la hipótesis de transformar a América Latina y el Caribe en un centro de poder global.

Sobre los autores
Roberto Veiga González 95 Artículos escritos
(Matanzas, 1964). Director de Cuba Posible. Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas. Diplomado en Medios de Comunicación, por la Universidad Complutense de Madrid. Estudios curriculares correspondientes para un doctorado en Ciencias Pol...
Lenier González Mederos 40 Artículos escritos
(La Habana, 1981). Subdirector de Cuba Posible. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana (2005). Estudios de maestría en Gestión Turística en la Universidad de La Habana. Estudios doctorales de Sociología en el Instituto...
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