El empeño por comprender nuestros desafíos





 

Debate sobre la naturaleza y los objetivos de Cuba Posible.

 

“La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos…”

 José Martí                                                                                                                                                                                                                                 
    
I    

Agradezco a Ovidio D´Angelo, investigador y amigo, por el análisis que ha enviado a Cuba Posible, con el próposito de interpelar a su equipo de trabajo y a todos los lectores interesados. Agradezco, además, por la estima que manifiesta hacia el desempeño que compartimos con muchos compatriotas, durante una década en Espacio Laical y desde hace un año en este proyecto. Su interpelación pública llega en un momento oportuno, cuando muchos solicitan que expliquemos de manera más exhautiva la naturaleza y los objetivos de esta iniciativa novedosa. Este reclamo obedece a la excepcionalidad socio-política que vive el país y a los peligros que pudiera generar el quehacer social y/o político irresponsable de cualquier cubano, ya sea de manera individual o en relación con otros.

La generalidad de los actores vínculados, no orgánicamente, a este trabajo han demostrado con creces durante sus intensos servicios al país que no buscan fama ni recompensas egoístas, sino sostener la Casa Cuba para que no se desbarranque, logre afirmarse y se enrumbe cuesta arriba. Sin embargo, la excepcionalidad mencionada y las carácterísticas de las gestiones sociales y políticas no oficiales, que han pretendido ser o no partidistas, durante el último medio siglo, despierta suspicacias en grandes sectores afines al gobierno. Igualmente, un proyecto que integra la política y no se subordina a la institucionalidad oficial, pero tampoco se opone a ella, ni la considera enemiga, resulta considerado, facilmente, por los adversarios del sistema, como algo raro, ambiguo, cobarde y hasta cómplice del status quo.

En estos momentos el quebradizo marasmo que emana de estas disímiles dudas pretende sumergir y deslegitimar a Cuba Posible. En tal sentido, debemos aceptar la posibilidad que nos ofrece, o exige, Ovidio para posicionarnos ante las opiniones de quienes nos elogian, porque estiman la identidad y los fines del proyecto o porque advierten que satisface (realmente o no) anhelos propios, y también ante aquellos ofuzcados en considerarnos adversarios (cuando no enemigos), en uno u otro lado del expectro socio-político nacional.  

II

Cuba Posible es el resultado de una década de trabajo en Espacio Laical, donde procuramos analizar todas las temáticas medulares de la nación, así como dar participación a la pluralidad de cubanos y crear confianza política entre nacionales con pensamientos y posiciones diferentes, a veces enfrentados. Por su parte, el actual proyecto desea acompañar, de forma modesta, el actual proceso de cambio de los imaginarios y de las dinámicas sociales, así como la incipiente reforma de nuestro entramado institucional. Para hacerlo, insiste en contribuir al análisis y al debate sobre las temáticas medulares de la vida nacional, pero al modo de un “laboratorio de ideas”; aunque sin quedarnos en la construcción teórica, pues deseamos también influir en la sociedad, en la política.  

En este empeño presentamos los anhelos y las esperanzas de los sectores que, de alguna manera, se consideran diferentes y aspiran a reforzar las circunstancias que puedan equipararlos socialmente. Me refiero, por ejemplo, a la llamada diversidad de razas, de género, de cultura, de condiciones socio-económicas, etcétera. Por supuesto que en este desempeño también damos espacio a la pluralidad política. Sin embargo, sólo tienen y tendrán cabida aquellas ideas y posiciones políticas que respetan la diversidad pero, a su vez, defiendan radicalmente la igualdad. Un criterio encaminado a desarrollar asimetrías innecesarias, injustas, nunca tendrá espacio en nuestro quehacer.

El pensador y ensayista Julio César Guanche, miembro de nuestro equipo de dirección, precisa continuamente por medio de artículos, conferencias y entrevistas, que “promovemos la diversidad y que objetamos la inequidad”. Lenier González, vice-coordinador del proyecto, en muchas ocasiones ha enfatizado que “estamos obligados a cambiar mucho, quizás a cambiarlo casi todo; pero que no debemos renunciar a ese sueño histórico y hasta teológico de igualdad y de justicia”. Estas ideas constituyen el contenido esencial que nutre la bella metáfora Casa Cuba, del padre Carlos Manuel, con la cual nos sentimos intensamente comprometidos.

Para ello, exploramos las formas convenientes para que las particularidades puedan ensanchar su libertad. Sin embargo, consideramos, además, que la libertad no debe emplearse como una oportunidad “egoísta”, sino sobre todo como un medio para promover que también otros puedan ejercerla, y que aquellos carentes de condiciones para acceder de manera directa y efectiva a las oportunidades puedan lograrlo progresivamente. Esta resulta nuestra manera de comprometernos con la promesa martiana de: “Con todos y para el bien de todos”.

Cuba Posible tiene un carácter político, pero no constituye una plataforma particular, un partido. No pretende diseñar un programa específico, ni representar directamente a sectores sociales, ni erigirse en líder social y político, ni competir por el poder. Buscamos identificar los aspectos sociales-culturales-jurídicos-económicos-políticos esenciales, universales y cohesionadores de la conciencia colectiva cubana, del desempeño ciudadano, de cuantas cosmovisiones políticas puedan existir y del equilibrio entre todo esto, con el propósito de re-descubrir continuamente los potenciales objetivos comunes de nuestra sociedad.

Al respecto, hace unas semanas, el destacado académico Pedro Monreal, miembro del equipo de trabajo, señalaba que Cuba Posible no constituye una plataforma política, ni una organización civil, ni una entidad académica. Sin embargo, aseguraba que incorpora elementos políticos, civiles e intelectules y los pone en relación, pero sin usurpar el rol de las entidades políticas, civiles y académicas establecidas (algo bastante sui generis, destacaba). Esto, afirmaba, constituye una desventaja, pero también una ventaja e indicaba que teníamos el compromiso de consolidar dicha novedad y ponerla humildemente al servicio de todos.

En este empeño definimos cuatro líneas de trabajo: I. La promoción de la educación, la cultural, la espiritualidad y la información. II. El desarrollo de una visión económica orientada al desarrollo y al bien común. III. El discernimiento acerca de la edificación de una República que tenga como finalidad la justicia “toda”, por medio de una democracia robusta, que asegure la centralidad de una ciudadanía en condiciones suficientes de libertad, igualdad y solidaridad. IV. El fomento de una relación de Cuba con todos los países del orbe basada en la paz y la cooperación; a partir de la cual se alcance el necesario equilibrio entre la integración con el mundo y la defensa de la soberanía cubana (tanto nacional como ciudadana).

Durante este primer año de trabajo hemos conseguido los objetivos propuestos; gracias al compromiso, al esfuerzo y a la inteligencia del grupo gestor y de todos los colaboradores que se han ido incorporando. Logramos organizar el trabajo mancomunado de un buen equipo multidisciplinario. Esto ha permitido que organicemos, por medio de programas, el trabajo de tres de nuestras líneas de estudios. En tal sentido, pronto comenzarán a funcionar: el Programa “Fraternidad”, dedicado a los temas socio-culturales, el Programa “Pobreza Cero”, comprometido con los temas socio-económicos, y el Programa “Ágora”, que tratará los temas sociales y de ciudadanía. Asimismo, trabajamos para desarrollar, aún más, la gestión en torno a la línea de estudio dedicada a las relaciones internacionales e ir convirtiéndola también en un nuevo Programa.   

En esta labor intentamos presentar ideas, enriquecerlas de forma mancomunada por medio del diálogo, y colocarlas en la esfera pública cubana e internacional. Consideramos que el debate, el diálogo y la deliberación constituyen la metodología por excelencia para la interrelación, la comunicación y la comprensión humana. Por ello, el diálogo y el entendimiento resultan el pilar fundamental que asegura el desarrollo de una libertad personal y social responsable, de la solidaridad, y de una democracia orientada al consenso, al bienestar general y a la justicia.

En tanto, Cuba Posible ha contribuido al diálogo, en especial al diálogo sobre temas nacionales. A partir de este compromiso, en determinadas circunstancias pudieramos asumir cierto liderazgo en relación con el diálogo entre cubanos, facilitarlo más allá de lo que corresponde a un modesto proyecto, y representar opiniones y sintesis de criterios y sugerencias. Sin embargo, reitero que tal protagonismo sería saludable únicamente en circunstancias especiales y no de forma absoluta. En tanto, reitero igualmente que siempre será necesario evitar dicho rol. Lo contrario sería producto de una ambición retorcida o de un error lamentable.  

La realización del necesario diálogo entre cubanos supera los estrechos marcos de cualquier persona o entidad. Debe desarrollarse intensamente en todo el entramado social y ha de convertirse en la norma capaz de asegurar que cotidianamente edifiquemos juntos el país. Para eso, resulta imprescindible ampliar, flexibilizar y dinamizar la esfera pública nacional. Esto demanda, por ejemplo, que las organizaciones civiles establecidas se comporten de acuerdo a la naturaleza de su objeto social, que sean legalizados todos los proyectos sociales legítimos pero aún no reconocidos legalmente, que se amplie el acceso a los medios de comunicación, que se vigoricen las instituciones ramales y especializadas responsables de cuestiones a considerar, y que se garantice a la ciudadanía una mayor participación en la elaboración, aprobación y ejecución de la generalidad de las políticas.

Debemos comprender que todas las personas y entidades deben participar en el diálogo social y en la concreción de sus resultados. Sin embargo, del mismo modo, hemos de aceptar que ninguna persona o entidad debe constituirse en custodio absoluto del diálogo social y de sus resultados. Ello ha de ser custodiado, en última instancia, por realidades que trasciendan las particularidades de personas, grupos, sectores e instituciones; o sea, por todo el universo social y, sobre todo, por los imaginarios, las cosmovisiones, las prácticas y las normas que suelen ir expresando la evolución de la conciencia colectiva. Sólo entonces cualquier diálogo nacional y las conquistas alcanzadas através del mismo, serán el resultado de un auténtico protagonismo ciudadano y estarán mejor resguardadas.  

III

Cuba Posible no sólo desea estudiar y debatir los elementos comunes que pueden atravesar nuestra actual pluralidad social. Del mismo modo, queremos análizar, diálogar y socializar los riesgos y las perspectivas que atraviesan nuestra historia, tanto colonial como republicana y revolucionaria. Con ello, pretendemos alertar sobre nuestros fracasos pasados y encontrar las realizaciones de la nación que reclaman una continuidad, aunque no lineal, sino através del logro de saltos cualitativos. Por ende, al menos me referiré a la última etapa, porque esta determina directamente las circunstancias actuales, donde debemos trabajar y conseguir el desarrollo social debido.

Un torbellino nos condujo al 1 de enero de 1959 y, no pudo ser de otra forma, la redención pretendida generó otro torbellino. Basta mencionar dos ejemplos para comprender la necesidad de rehacer la República cubana. Quienes revisen la colección de Cuadernos de la Universidad del Aire, donde Jorge Mañach daba espacio, sobre todo, al pensamiento de derecha y de centro-derecha, se percatarán de que los análisis sociales y políticos aupados por este proyecto, impugnaban el ordenamiento de la República. Por otro lado, si revisamos la encuesta realizada por la Agrupación Católica Universitaria, en la década de 1950, encontramos una sociedad muy desigual, con muchos pobres y otros muchísimos más pobres. Estos ejemplos, y muchos otros que pudieran presentarse, hicieron posible que la generalidad social reconociera que la Revolución constituyó un acto legítimo y patriótico, liderado fundamentalmente por los movimientos 26 de julio y 13 de marzo.

Sin embargo, trastocar el entramado de posiciones y relaciones sociales, internas e internacionales, para intentar una respuesta amplia, radical, rápida e irreversible a los compromisos notificados al país, convertía a la Revolución en un acto políticamente inverosímil. No obstante, la mayoría de los cubanos, siempre dispuesta a sentirse retada por lo imposible, tomó partido a favor de los sueños teleológicos que acumulábamos, y acrecentábamos, desde el siglo XIX. Esta particularidad, que expresa una vocación tal vez estimulante, bastante generalizada en nuestra historia, de aventurarnos a procurar cosas y maneras nuevas y mejores, nos condujo por vericuetos insospechados.

Numerosos logros que se comenzaron a desarrollar con la implementación de un universo de programas de la Revolución, representaron la dignificación de muchos cubanos. Sin embargo, estuvieron condicionados al encogimiento de espacios de libertad para ciertos actores y determinadas ideas, que eran considerados como obstáculos muy dañinos, y a la ruptura con Estados Unidos, con la implicación de este rompimiento en las relaciones con otros países. Lo anterior introdujo en el proceso cuotas agudas de perjuicios y frustraciones, radicalismo y confrontación. Esto no sólo marcó las relaciones entre los representantes del régimen derrocado y quienes aspiraban a uno distinto, sino también entre diversos actores dentro de las filas de los movimientos que hicieron colapsar el viejo orden. No era factible evitar esto, sin que los revolucionarios triunfantes renunciaran a ese destino cuasi imposible que siempre nos ha retado.  
Entonces, la nueva oposición política siguió el modo tradicional que se impuso, de manera progresiva e intensa, sobre todo durante la segunda mitad de la década de 1950: la desestabilización, las bombas y la guerra desde las montañas. Sin embargo, agregó el acople de su gestión al desempeño de mecanismos de poder en Estados Unidos, en muchísimos casos a la CIA. Estos sucesos generaron una beligerancia civil que fue derrotada por los militantes de la Revolución; y como consecuencia, se acrecentó y se consolidó la fractura político-ideológica entre cubanos y se constriñeron los marcos de libertad que hubiesen sido necesarios para que los vencidos y sus herederos políticos ganaran terreno dentro de la Isla.  

Mientras tanto, durante la década de 1960, muchos se esforzaron en la búsqueda de un modelo propio y en definir un desarrollo económico capaz de sustentar el logro de los anhelos compartidos por la generalidad de la población. Para intentarlo, se integró al quehacer gubernativo el caudal organizativo e intelectual, así como las redes nacionales y la experiencia de gestión, de una de las fuerzas que, aunque tardíamente, compartía la gestión revolucionaria: el Partido Socialista Popular (comunista). Por otra parte, el enfrentamiento, cada vez más agresivo, entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, y el activismo de los comunistas cubanos, fueron acercando la Revolución (nacionalista y popular) hacia la órbita de relaciones y beneficios que aseguraban la URSS y el bloque socialista de Europa del este. Esto hizo posible que, en un momento de crisis, difícil, el gobierno asumiera el carácter socialista del proceso, sin renunciar a diseñarlo según un modelo propio. Muchos lo consideraron positivo porque socializarlo todo (la economía, la democracia, el poder, la libertad, etcétera) podría ser una metodología efectiva para lograr los objetivos programados. No obstante, los intentos fracasaron y en 1970 el gobierno, ante la disyuntiva de ponerse de rodillas ante los poderes de Estados Unidos o seguir adelante, integró plenamente a Cuba en la órbita socialista gobernada desde Moscú, aunque logró hacerlo sin llegar a constituirse en satélite de dicha órbita.

La gran mayoría de la militancia revolucionaria de entonces, sobre todo quienes poseían bastante información, compartía muchos de los propósitos de este bloque de países socialistas y comprendía que Cuba no podría sostenerse sin un entramado de relaciones y de alianzas, pero recelaba de la institucionalidad “socialista” creada desde Moscú y de muchas de sus prácticas. Sin embargo, el mundo giraba en torno a dos cosmovisiones y una, liderada por Estados Unidos, no aceptaba el proceso cubano, y la otra, gobernada por la URSS, se ofrecía para apoyar y desarrollar a Cuba. Los revolucionarios cubanos, aun los que preferían otros caminos, se colocaron de este lado; muchos con la esperanza  de mantener lo alcanzado y procurar mejores condiciones para ir modificando, progresivamente, el modelo soviético que la realidad les hacía implementar en la Isla.

En medio de este escenario, el gobierno cubano, en contra de las preferencias de Moscú, se implica en la gestación de procesos revolucionarios en América Latina y en luchas emancipadoras en África. Esto respondía a una vocación manifiesta del gobierno cubano en cuanto a lo que consideraba la lucha por la liberación en todo el orbe. Sin embargo, intuyo que en ello estaba implícita, además, otra motivación: la existencia de nuevos procesos y Estados afines políticamente, en varios continentes, que le permitieran a Cuba disfrutar de una multiplicidad amplia de relaciones y alianzas, con el propósito de reforzar el desarrollo interno y la capacidad de re-diseñar el modelo social con mayor autonomía. Incluso, se preveía, con discreción, para cuando este intento estuviera suficientemente avanzado, una renovación generacional de la dirigencia del país.

Sin embargo, la URSS y todo el bloque del este se derrumbaron, la pretendida liberación de América Latina no ocurrió en ese momento ni de la forma esperada y, en este contexto, la emancipación de países africanos la condujo por otros senderos. Este escenario colocó a Cuba en una situación extremadamente difícil, en todo los ámbitos. ¿Qué hacer?, fue la pregunta de todos.

Quienes siempre se habían opuesto a la Revolución señalaron que lo más consecuente sería reconocer que todo había sido un error y ordenar el país según las perspectivas de los principales países capitalistas. Algunos de estos llegaron a proponer más; por ejemplo: que los revolucionarios pidieran perdón, se flagelaran durante el resto de sus vidas y dejaran gobernar a los herederos políticos de Fulgencio Batista. Esto hizo inadmisible la primera propuesta, incluso para muchos que habían pensado en la posibilidad de asumirla.

Otros, dentro de la Revolución, opinaron que era necesario mantener los principios, las convicciones y los fines, incluso la impronta socialista, pero que era preciso agregar ideas, instituciones y procedimientos nuevos, para evitar un colapso semejante al de Europa del este y definitivamente enrumbar al país por senderos de progreso. Algunos, valorando la complejidad del asunto, y analizando las circunstancias internas y externas, lograron la victoria de la resistencia. Estos fundamentaron su tesis a partir de argumentos relacionados con la falta de solidez interna y de alianzas externas que permitieran hacer reformas, con estabilidad y certidumbre, sin correr el riesgo de colocar al país en manos de cualquiera y a merced de políticas con escaso recato. Muchos aceptaron, con sinceridad, esta posición; pero también señalaron la esperanza de poder avanzar, con cautela, en la creación de condiciones que llegaran a facilitar el desarrollo, también con prudencia, de todo el modelo social.

Sin embargo, no conseguimos, con la rapidez y hondura necesarias, crear esas mejores condiciones e impulsar, de manera suficiente, una evolución del modelo social cubano. En la víspera de este periodo, y durante el mismo, se agudizaron las contradicciones entre los “revolucionarios” y los “contrarrevolucionarios”; y, como suele ocurrir en épocas convulsas y sombrías, se acrecentó también la discrepancia entre muchos que militaban dentro de la Revolución. Algunos de estos actores no lograron la debida comprensión mutua, hubo quienes resultaron lastimados, quienes terminaron siendo perdedores y hasta quienes se han considerado traicionados. Esto ocurre en todo proceso político, y sobre todo en tiempos de crisis.  

Dichas circunstancias acrecentaron la pobreza y cierto egoísmo, el agotamiento de los paradigmas y la debilidad de los imaginarios sobre Cuba, la apatía y la carencia del entusiasmo necesario para implicarse en la búsqueda del desarrollo social, la burocratización de la sociedad y el autoritarismo, y hasta una dosis peligrosa de desidia. Sin embargo, también desató el compromiso y la creatividad de muchos que se han empeñados en la búsqueda de soluciones para estas dificultades.

No obstante, en este momento se extendió, en cierta medida, el criterio de que las carencias sociales provenían de defectos estructurales y errores políticos, y comienzan a surgir nuevos actores, grupos y proyectos socio-políticos de oposición. Estos encauzaron su gestión a partir de dos premisas que, si bien pueden intentar justificar a partir de las circunstancias en las que surgieron y se desempeñaron, constituyen errores políticos que atentaron en su contra desde el surgimiento mismo. Siguiendo la tradicional cultura política cubana, marcada por la deslegitimación absoluta del otro y la necesidad de prometerle a priori el aniquilamiento, la generalidad se erigió como heredera política de la contrarrevolución derrotada en la década de 1960. Por otro lado, ante la falta de posibilidades para obtener legalidad, lograr trabajar dentro del entramado social y adquirir lícitamente los recursos necesarios, se aliaron orgánicamente a los sectores de poder enfrascados en una guerra con el gobierno cubano, sobre todo en Estados Unidos. Con esto ratificaron, conscientes o no, que eran una reproducción de aquellos sectores derrocados precisamente porque representaban intereses foráneos en detrimento de los anhelos y de la seguridad del país.

Insertados en estas lógicas, la generalidad impregnó al desempeño opositor de una identidad que ahondó sus dificultades para conseguir legitimidad, no sólo ante el gobierno de la Isla, sino sobre todo ante los diferentes sectores populares. Fundamentaron su gestión sobre perspectivas débiles, o erróneas; por ejemplo: no lograron programas universales que pudieran ofrecer a la sociedad entusiasmo y certidumbre; estimaron que el pueblo estaba detrás de las puertas, esperando para salir a derrocar al gobierno, sin percatarse de que la sociedad desea grandes cambios, pero sin atravesar por situaciones de conflicto y sin que hayan nuevos vencidos; no se consideraron como un complemento político de quienes ejercen el poder, sino como quienes deben destruirlos, estimulando así una dinámica de guerra que dificulta el establecimiento de una metodología democrática de relación-tensión; y no desplegaron su quehacer a partir de una relación, lo más intensa posible, con los actores sociales del país y se enrolaron con intereses determinados por círculos de poder en el extranjero.

Desde los inicios todo este acontecer agudizó el daño al quehacer político del país, incluso para las fuerzas de la Revolución. Quedaron constreñidos los espacios de deliberación política y aún dentro de la militancia oficial, era difícil definir qué opiniones y propuestas eran legítimas o no en aras de asegurar el triunfo y los compromisos contraídos. Esto, por supuesto, constituyó un empobrecimiento esencial que aseguró otros perjuicios.  

Sin embargo, ha pasado el tiempo y se ha avanzado, poco a poco, un tanto, en el camino hacia la creación de condiciones que podrían facilitar el desarrollo del modelo social y, por ende, de la calidad de vida de la población en todos los ámbitos. En tal sentido, algunos perciben que el presidente Raúl Castro posee un programa, o hasta una estrategia, quizás minuciosamente elaborada, para trabajar a favor de la consolidación de elementos esenciales que deberán facilitar a sus colaboradores y a sus sucesores evitar el descenso a una crisis mayor, y potenciar cuidadosamente el camino progresivo hacia el desarrollo y la estabilidad.

Muchos se empeñan en diseñar y gestionar un desarrollo económico, rápido y grande, con mecanismos eficientes de redistribución de las riquezas, que satisfaga las necesidades de los cubanos y los coloque en condiciones de ofrecer buena parte de su tiempo y de sus energías en función del bienestar colectivo. La mayoría espera una dinámica política (heterogénea y vital, inteligente y creativa) que entusiasme e implique, con pasión y tesón, a la generalidad de los cubanos en la edificación y consolidación del bien común.

Algunas dinámicas intentan potenciar lo anterior. Entre ellas podemos encontrar la ampliación del universo de formas empresariales posibles, la inversión extranjera en casi todos los ámbitos, y la sanidad financiera del país. Igualmente se trabaja para lograr una nueva ley de asociaciones adecuada a los cambios del tejido social, una ley capaz de dotar al proceso electoral de mayor eficacia y colocarlo en el lugal adecuado dentro del sistema socio-políitico, la reforma y dinamización de las funciones parlamentarias, una mayor y mejor funcionalidad y descentralización del gobierno, el reclamado fortalecimiento del desempeño judicial. Del mismo modo se anhelan maneras renovadas de ejercer la política, aunque sobre este asunto queda camino por recorrer para conseguir el consenso mínimo necesario. Por otro lado, se aporta condiciones y estabilidad a este proceso a través de una intensa gestión a favor del logro de unas relaciones internacionales basadas en la multilateralidad. En este sentido, merece destacar la normalización de las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, el incremento de los vínculos con otras potencias, y el empeño por avanzar en la necesaria integración del país en América Latina y el Caribe.  

Según analistas nacionales y extranjeros reconocidos, el quehacer anterior puede ser ampliamente criticado, y demanda más esfuerzo y mayores logros, pero ha sobrepasado las expectativas de muchos, y se realiza con suma seriedad y sorprendente serenidad.   

Recientemente el presidente Raúl Castro acaba de proponer una actualización y fortalecimiento del pacto social. Esto podría constituir un hecho de suma importancia para el presente y para el futuro próximo, porque colocaría todo el desempeño nacional dentro de las coordenas acordadas socialmente y en función de los fines compartidos. Para ello, el primer mandatario aspira a definir “qué socialismo queremos y cuáles podrían ser las mejores formas para concretarlo”. Un debate universal, flexible y pluriforme, podría cincelar un modelo capaz de integrar dentro de una “aspiración socialista” toda un gama de tendensias que pueden resultar legítimas si se sostienen en la buena voluntad y en el compromiso nacional, como por ejemplo: colectivistas, comunitaristas, socialistas de diferente tipo, republicanas de diversos matices y liberales sociales. Quizá Cuba tenga la oportunidad de mostrar la posibilidad de un socialismo “radical”, pero diverso políticamente.

Esto, por supuesto, demandará un estudio intenso y un debate amplio sobre un cúmulo casi infinito de cuestiones, sobre las que debemos opinar en su momento. No obstánte, debo destacar ahora que el proceso reclamará que modelemos una libertad más amplia y que, además, seamos capaces de nutrirla de los sentidos de justicia que nos caracterizan como nación. Asimismo, en este momento de la historia poseemos el reto de aceptar la comprensión categórica de que obtendremos poco si no asumimos las relaciones entre cubanos desde la metodología martiana que propone: “poner remedio blando al daño”.

Sin embargo, falta por constatar si esta deliberación, llamada a incorporar diversos mecanismos y múltiples formas de paticipación directa, logra efectuarse a través de metodologías que aseguren su efectividad en el escaso tiempo disponible.
 
IV

Resulta necesario destacar que este proceso de desarrollo social será efectivo si el país consolida unas relaciones exteriores signadas por la multilateralidad y la intensidad. En esta evolución del entramado de vínculos con todas las naciones del orbe, se destacan la normalización de relaciones con Estados Unidos y la progresiva integración en América Latina. Estos dos últimos acontecimiento marcarán, de seguro, las dinámicas internas de la Isla, y por ello estamos obligados a prestarle mucha atención y apoyo. Por eso, aprovecho la ocasión para opinar al respecto.

El proceso desatado públicamente el 17 de diciembre de 2014 continuó con mucha inteligencia, profesionalidad y celeridad. Han sido numerosas las visitas de trabajo a Cuba de diversos e importantes estadounidenses. En sólo siete meses se ha concretado la apertura de embajadas en ambas capitales y se institucionalizan los procesos de diálogo sobre diversas temáticas. Durante la visita a La Habana de John Kerry, secretario de Estado norteamericano, éste y Bruno Rodríguez, ministro de relaciones exteriores de la Isla, dieron muestras de un vínculo bilateral posible fundamentado en la apertura humana, en la lealtad a los principios de cada cual y en la decisión de trabajar juntos a favor del bienestar mutuo.

Por otro lado, se ha llegado a tener en perspectiva la visita a Cuba del presidente Barack Obama, quien ha hecho gala de estratega, y de político inteligente, valiente y tenaz en muchos asuntos medulares, entre ellos el empeño por desmontar los mecanismos de hostilidad y subversión contra nuestro país. Del mismo modo, quisiera ser testigo de una pronta visita a Estados Unidos del presdiente Raúl Castro, donde se encuentre con diferentes sectores de la sociedad de ese país y hasta con una representación, lo más amplia posible, de las comunidades de cubanos radicadas allí.

Sin embargo, se hace imprescindible señalar que todo esto podrá ser realidad únicamente si el camino hacia el arreglo y las relaciones que se consigan establecer, posean como fundamento la decisión radical de deshacer, con transparecia y lealtad, el universo de estructuras instituidas para la confrontación. Igualmente deberá evitese, a toda costa, la reproducción de los errores cometidos en las relaciones con Cuba que conllevaron a la tensión entre los dos países y a la posterior ruptura. Esta fórmula se ha convertido en propuesta oficial, sustentada por el propio mandatario cubano y por el canciller de la Isla al inaugurar la embajada en Washington. Por otra parte, este reclamo ha sido manifiestamente aceptado en varias ocasiones por el secretario de Estado John Kerry y hasta por el presidente Barack Obama, al asegurar que la política de su país no debe procurar “el cambio de régimen en Cuba”. La novedad de esta fórmula no desestima la discrepancia, que de seguro abundará, pero se empeña en evitar la ruptura y defiende que se resuelvan los conflictos por medios políticos (entendiendo la política en su sentido más correcto).

Lo anterior, por supuesto, tendrá que lidiar con pretensiones diferentes. Son varias las maneras de concebir cuál debe ser la intencionalidad legítima de Estados Unidos en las relaciones con Cuba. En tal sentido, unos defienden que las relaciones entre los dos países deben basarse en la consideración de que somos dos pueblos cercanos, geográfica y culturalmente, y en el aporte mutuo de experiencias, con la seguridad de que podremos aprender mucho de Estados Unidos e incorporaremos a nuestro quehacer todo lo que consideremos positivo y oportuno. Otros presentan el restablecimiento de relaciones como una estrategia que podría ofrecer mejores oportunidades para influir directamente en el proceso de transformación que vive el país. No considero ilegítimo lo anterior; la cuestión es que algunos dejan entrever que dicha influencia directa debería estar encaminada a usar todo el poder de Estados Unidos para imponer determinadas agendas particulares, ya sean de cubanos como de poderes extranjeros. Esto sí sería ilegítimo.

De manera simultánea Cuba ratifica y profundiza su compromiso de integración con América Latina. Para la Isla esto resulta importante por un conjunto de factores, por ejemplo: una especie de identidad compartida, vínculos culturales e históricos, cercanía geográfica y compromiso político. La buscada pertenencia, de alguna forma orgánica, en las dinámicas de la región, también podrá ofrecer a nuestro país solidez para intentar un mejor equilibrio ante las peligrosas asimetrías en sus relaciones con Estados Unidos.  Todo esto nos fuerza a discernir acerca de cuál integración será posible y cómo conseguirla. Además, hemos de hacerlo dando respuesta a sectores latinoamericanos de izquierda, de centro-izquierda y de ciertas derechas, así como a otros segmentos menos politizados, que reconocen la necesidad del re-establecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, pero temen a las consecuencias de una posible perdida del capital simbólico que, según ellos, señaló a la potencia del norte, con insistencia y agudeza, el costo de su torpeza en las relaciones con la región.
En tal sentido, existen argumentos a favor y en contra de los costos de tales posiciones para Cuba y de los beneficios que reportó a muchos. En cualquier caso, un buen cubano, aunque no se haya identificado de manera absoluta con esa política, puede sentir agrado de que amplios sectores latinoamericanos se consideren beneficiados por el rol hemisférico de su país.  

Sin embargo, los tiempos actuales reclaman que la “lucha” a favor del equilibrio inter-americano no sea por medio de políticas y posiciones signadas por la confrontación y el aislamiento de unos y/o de otros. Estamos frente a un nuevo escenario mundial y américano. En este contexto, la mejor manera de contribuir al equilibrio hemisférico será cooperando, de forma modesta pero comprometida, a favor de la integración de América Latina y el Caribe, y en pro del entendimiento, el debate y la concertación entre el norte y el sur del continente. Esto demanda, por supuesto, la preponderancia de actitudes y metodologías fundamentadas en conductas humanistas, recursos políticos y modos diplomáticos.    

Del mismo modo, quiero señalar que no es posible concebir una futura República de Repúblicas latinoamericanas y caribeñas al modo de bloque, como en su momento fue pensada la idea de nación independiente. La buscada integración, la necesaria unidad, tiene que aceptar y proteger toda relación particular entre países o disímiles grupos de países de la región, así como con países o grupos de países de otras regiones del mundo y con cuantas entidades supranacionales estimen pertinente hacerlo. La cuestión será promover la capacidad para consensuar los fines compartidos y concertar los modos para asegurar que todas las dinámicas de cada país miembro, de alguna forma, contribuyan al desarrollo de los objetivos de la generalidad, y juntos garanticen que la ciudadanía de la región y de cada uno de sus Estados retengan el control de la comunidad regional y del país respectivo. Esta pauta se nos impone como el nuevo modo para defender y desarrollar la soberanía, cada vez más compartida, de cada uno de nuestros puebos y de toda la región.

Cuba, por su parte, tendrá la oportunidad de mostrar estos nuevos caminos durante la concreción de sus próximas relaciones con Estados Unidos, y a partir de la contribución creciente que logre ofrecer a la integración regional, en la medida que alcance mayores cotos de desarrollo económico, social y político. De esta manera la Isla, leal al proyecto “americano” de José Martí, podrá continuar aportando, con eficacia, a la estabilidad y a la justicia en los vínculos entre el norte y el sur. Sin embargo, este reto actual de la Isla, que le exige diseñar maneras nuevas para contribuir a la evolución de un continente distinto, convoca la sabiduría y el compromiso de todos los cubanos, y también demanda el apoyo de los pueblos de la región. Este momento de la historia reclama que el desarrollo de todos y el respeto de Estados Unidos los construyamos juntos.  

Cada vez más el mundo se convierte en una comunidad y, por ende, las problemáticas y las soluciones de cualquier ciudadano y de cualquier sociedad, son compartidas globalmente. Por ello, nuestro proyecto, comprometido primordialmente con Cuba, comenzará a internacionalizar y, sobre todo, a latinoamericanizar los análisis sobre la mayoría de las temáticas que tratamos.

V

Por otro lado, me referiré a dos cuestiones que algunos suelen identificar con nuestro trabajo: la crítica al gobierno y la oposición política “constructiva o leal”. Pensamos que la crítica puede resultar necesaria, pero que lo imprescindible siempre será crear. Lo importante no es protestar, sino proponer, construir. Por tanto, deseamos ser creativos, no críticos. No obstante, como he señalado en otras ocasiones, de este quehacer emanarán críticas, pero ellas no serán nuestra finalidad; y siempre pediremos que al criticar se haga de manera que quienes resulten cuestionados puedan responder de forma positiva y sentir que aquellos que los reprochan también desean su bienestar. Sólo así será posible sepultar trincheras, construir puentes y edificar juntos.

Del mismo modo, ratifico que hemos promovido el debate sobre una hipotética oposición constructiva, leal a los anhelos profundos del país, pero reitero que nuestro desempeño no pretende asumir este carácter. Esto no significa que personalmente, aunque sin consenso con la mayoría de los actores que nos acompañan, le reste méritos al necesario trabajo político partidista y a su importante lugar en las dinámicas sociales.

He sostenido la posible legitimidad del pluripartisimo político, en determinadas condiciones que siempre esbozo. Estimo lícita la existencia de cuantas plataformas políticas sean capaces de conseguir su debido desarrollo, así como la garantía de recursos para que todas se realicen como complemento mutuo y hasta compitan entre ellas. Sin embargo, no considero válido que la esencia de los partidos políticos sea la lucha, muchas veces bien sucia, entre sus élites, en detrimento del bien común y, por tanto, de gran parte de sus propias bases socio-políticas.

Opino que las diferencias entre dichas fuerzas deben canalizarse por medio de la tensión y la competencia, pero entre plataformas que comparten un destino común, y como compañeros, no como enemigos, interactúan y se complementan, aunque en ocasiones sea por medio de la crítica y de forma apasionada. No obstante, tampoco quiero empeñarme en desterrar este vocablo de la teoría y la práctica políticas, porque cuando un sistema socio-político no expresa y promueve objetivos realmente comunes, y ciudadanos, grupos y sectores sociales, llegan a ser colocados ante la disyuntiva de: “ellos o no nosotros”, entonces estos pudieran verse compelidos a utilizar la libertad política como campo de batalla. Para que las diferencias políticas entre cubanos no estén sostenidas por esta lógica de combate, cuando no de odio, trabajamos.

VI

Finalmente me referiré a una interrogante con la cual el profesor D´Angelo concluye su análisis: “¿Cuáles fuerzas sociales o posiciones políticas, estarán dispuestas a compartir, de manera concreta, esos principios?” Todos pudieran, y debieran, participar de una dinámica responsable y serena de diálogo social, capaz de re-orientar sistemáticamente las posibilidades de un país mejor. Sin embargo, existen personas, en todos los lados del espectro social y político, que han incorporado la rigidez, y en algunos casos hasta la beligerancia, a su naturaleza y esto las incapacita en gran medida.

No obstante, la generalidad, que resulta muy diversa, se considera compatriota, y comparte toda su pluralidad de criterios y cosmovisiones, sin prejuicios y sin pretender aniquilarse mutuamente. Esta constituye la esperanza del país y para concretrarla se hace necesario que la institucionalidad le ofrezca, cada vez más, la oportunidad de canalizar el desempeño ciudadano.

Sin embargo, deseo precisar que el desarrollo conseguido através de este protagonismo también debe beneficiar ampliamente a quienes, desde un lado u otro, se resisten a compartir el país. Quizás entonces estos comprendan la virtud del encuentro, del diálogo y del consenso, y se conviertan así en actores favorables y útiles. Es la hora de elevar los sufrimientos de todos para convertirlos en experiencia histórica, y desde este fundamento construir un presente más próspero.

En la búsqueda de estos propósitos, Cuba Posible podría ser considerada, por todos, como una pequeña contribución, positiva, al actual proceso de reforma (económica, social, cultural y política –al decir del propio presidente Raúl Castro) que se desarrolla en el país.


Sobre los autores
Roberto Veiga González 95 Artículos escritos
(Matanzas, 1964). Director de Cuba Posible. Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas. Diplomado en Medios de Comunicación, por la Universidad Complutense de Madrid. Estudios curriculares correspondientes para un doctorado en Ciencias Pol...
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