
Cuba se enrumba hacia el año 2018 con el reto de responder(se) cuantiosas, grandes y fundamentales preguntas. Todas están intrínsecamente relacionadas con su destino como país. Nuestra sociedad se encuentra ante esta encrucijada porque no hemos sido capaces de actuar con toda la madurez necesaria ante la naturaleza de los procesos históricos. Desde hace décadas estamos nuevamente ante el desafío de re-convertirnos en una República de élites o de re-fundar una República para la equidad. Esta tensión nos ha acompañado durante toda la historia y quizá aún nos acompañará durante muchas décadas; sin embargo, en estos momentos padecemos de uno de sus pináculos más complejos y riesgosos.
Al decir de un amigo (es más, de un maestro), si Cuba fuera rica en recursos, tal vez nunca hubiera logrado ser un país, además independiente; pues quizá hubiera sido incorporada, incluso por la fuerza y/o antes de que tuviera sentido de sí misma, a las potencialidades de un país mayor. En tanto, carecer de recursos puede haber sido una oportunidad pero, en todo caso, también una debilidad. En estas condiciones, un modelo social clásico, aceptado mundialmente, sobre todo por sus élites y poderes, jamás consiguió un desarrollo inclusivo y equitativo en Cuba. Sólo alcanzó una República de élite y oligárquica, donde siempre “sobró” un por ciento significativo de cubanos, análogo proporcionalmente al millón y medio o dos millos de cubanos (esos mismos que hoy sobran del entramado laboral estatal y que no logran acceder a las necesarias condiciones de vida).
Ante esto, reconocíamos juntos, el país se propuso un nuevo modelo socio-político signado por la equidad. Sin embargo, el enfrentamiento con el clásico orden social y con sus exponentes naciones e internacionales, así como la inherente fragilidad económica y la radicalidad (quizá indispensable en aquellas circunstancias) del proceso, aseguraron la equidad pero no el desarrollo. Asimismo, para proteger el compromiso con la igualdad y su futuro histórico, redujo libertades que finalmente resultaban indispensables para el progreso y para la evolución socio-política del país. No obstante, sin desconocer los errores y los males introducidos en tal proceso, que incluso en muchos casos llegaron a prefigurarlo, resultaba imposible y aún durante mucho tiempo resultará imposible, establecer un modelo de equidad social en Cuba sin “violentar el orden natural” que emerge y tenderá a imponerse, a partir de nuestra debilidad económica y de nuestra estructura demográfica. Sin embargo, este convencimiento no me aleja del compromiso a favor de quienes apuesten, sin escatimar esfuerzos, por un República para la equidad.
Lo anterior no resulta una contradicción, ni una extravagancia. No acepto pensar en una Cuba donde no quepan todos los cubanos y además cualquier segregación ocurra como consecuencia de un presunto “fundamento lógico”; aunque reclamo que una Cuba para todos sólo será posible, en nuestro contexto y en nuestras circunstancias, si alcanzamos un universo de capacidades. Estas deberán estar encaminadas a comprender que necesitamos y hemos de solicitar el compromiso y la heroicidad de los cubanos, pero sin pretender apartarlos del gozo sano de la existencia, pues ni los héroes más reconocidos de la historia pudieron comportarse como tal en cada acto y momento de sus vidas; que incluso resultará necesaria la convivencia entre quienes puedan desear una República de élites y quienes se comprometan a favor de una República para la equidad; que siempre será legitima la concurrencia de disímiles ideas y posibilidades para contribuir a la equidad; que por ende no se le debe temer a la autonomía política y/o económica, pues ello suele desnaturalizar y frustrar a las personas y a las sociedades; que esto, por ejemplo, ha conllevado a yerros como ese que cuasi decreta el final de la economía y de sus beneficios, para así “erradicar los pecados y peligros” del mercado, del dinero, de la iniciativa empresarial, de la autonomía laboral y/o financiera; que se hace insostenible clausurar el desarrollo de una sociedad porque las formas posibles para lograrlo o para acercase al mismo, ya no podrán ser jamás como otras que en épocas pasadas le parecieron justas a unos u a otros; y que siempre será injusto naturalizar la pobreza y la resignación. En fin, constituye un reto ineludible entender que podría lograrse cierta libertad y determinado desarrollo sin igualdad y equidad, pero nunca sería posible conseguir una equidad “humanizante” sin libertad y desarrollo. Sé que es difícil, pero el sacrificio en pro de la equidad puede despojarse de su esencia y finalidad verdaderas si no se asume de la manera más integral y a costa de los mayores riesgos.
En tal sentido, en nombre de la justicia social, incluso de anhelos socialistas, y de ese importante referente martiano de república, formulado por medio de la frase: “con todos y para el bien de todos”, no permitamos que algunos hipotequen el bienestar de tantos cubanos. No dudo de que muchos de ellos puedan hacerlo en aras de compromisos y aspiraciones nobles; pero las consecuencias de sus actos laceran nuestra historia, sacrifican a la sociedad cubana y ponen en peligro el futuro de Cuba. Debemos conseguir que esos compatriotas atrapados por el pasado y por otras debilidades políticas, le permitan al país “consensuar un nuevo sueño” y “construir caminos de esperanza”.
Para ello, será forzoso que cada cubano y que todos los cubanos, puedan hacer suyas las grandes preguntas que desde hace mucho se integran y ya claman, casi como una sola voz, desde lo más profundo del alma nacional. A continuación me atreveré a esbozar un conjunto de esas interrogantes, por supuesto que a partir de mi comprensión, acerca de temas económicos, culturales, sociales y político.
En materia socio-económica puedo citar las siguientes incertidumbres: i. ¿Cuál es el estado actual de la economía cubana? ¿Cuáles son los recursos y condiciones del país para enrumbarse por senderos económicos de desarrollo? ¿Qué decisiones políticas serían necesarias para que esto sea posible y eficaz? ii. Teniendo en cuenta los desafíos anteriores, ¿cuáles deberían ser los fundamentos y los fines del modelo socio-económico cubano? iii. ¿Cuáles podrían ser las estrategias con capacidad para hacer evolucionar todo lo anterior y asegurar que sea irreversible? iv. ¿Cuánto crédito internacional necesita Cuba? ¿Cómo obtenerlo? ¿Cómo implementarlo? ¿Cómo hacerlo de modo que sus costos no hipotequen el futuro, no dañen el anhelo de un desarrollo social lo más equitativo posible, ni exporpie a los cubanos de sus derechos soberanos? v. ¿Cuál podría ser la mejor estrategia a favor del desarrollo de un entramado empresarial, público y privado, tanto nacional como extranjero, que garantice el crecimiento de la producción, de los servicios, de la tecnología, de la profesionalidad y especialización laboral, y del trabajo decente? vi. ¿Cuál renglón, o cuáles renglones, de la economía del país podría, o podrían, generar un desarrollo que, a su vez, aporte al desarrollo de otros renglones importantes y/o necesarios –algunos aseguran que el turismo-? ¿Cuáles podría ser estos otros renglones? vii. ¿Cuán importante sería la inversión extranjera? ¿Desde qué perspectiva deberíamos orientar el desarrollo de esta? ¿Será posible procurar el desarrollo amplio y de manera rápida, optando de manera radical por el sostenimiento de un proceso inversionista que sea sólo en la medida en que el Estado cubano pueda conservar paridad con los inversionistas privados –además, no sólo extranjeros? viii. ¿Cuán importante y necesaria resulta la gestión encaminada a la unificación monetaria? ¿Cómo podría asumirse este reto tan sensible? ¿Cómo atenúar los efectos nocivos que en lo inmediato produciría dicha unificación? ix. ¿Qué políticas serían necesarias para asegurar que los ciudadanos cubanos, sobre todo los residentes en la Isla, puedan acceder, con celeridad y de manera suficiente, a créditos, para así poseer recursos que les permitan desarrollar el llamado emprendimiento? x. ¿Cuáles resultan los mejores pilares de cualquier sistema tributario? ¿Cómo se asegura el mejor empleo de las finanzas recaudadas por medio de impuestos? xi. ¿Cuáles condiciones habrían que asegurar para el desarrollo de la infraestuctura socio-económica del país (por ejemplo: la electricidad, las comunicaciones, el sistema vial, el transporte y la vivienda)? xii. ¿Cuáles elementos deberían ser centrales en una estratégica de desarrollo que procure la evolución proporcional y equitativa de todos los territorios del país? ¿Cuánta autonomía de gestión deberían poseer los empresarios y los gobiernos locales? xiii. ¿Cuál debería ser el sector público cubano? ¿Cuál habría de ser el mejor modelo de sector público? ¿Cómo sostenerlo? xiv. ¿Cómo lograr una solución al sensible tema de la seguridad social? xv. ¿Cuánto podría costar, en materia de recursos económicos, sostener el desarrollo de un sistema de educación para todos y con calidad, de un modelo de salud pública universal y muy profesional, y un acceso general a la cultura, ya sea como sujeto creador y como beneficiario de la misma? ¿Cómo lograrlo, sin afectar el desarrollo proporcional de otros ámbitos también medulares?
En cuanto a lo socio-político resulta posible señalar las inquietudes siguientes: i. ¿Cómo enrumbar la realidad laboral cubana hacia estándares reconocidos como “trabajo decente”, hacia un redimensionamiento de los derechos de los trabajadores, y hacia un sindicalismo pujante, que resultan instrumentos esenciales para el empoderamiento ciudadano y la justicia social? ii. ¿Cómo hacer progresar el acceso universal a una educación cualitativa, profunda e integral, así como especializada para los casos requeridos; como condición para la igualdad y la libertad, para el progreso y la justicia? iii. ¿Cuándo y cómo será posible un entramado legal e institucional que garantice la promoción de la vitalidades de la sociedad civil, lo cual constituye un reclamo de los derechos ciudadanos y un imperativo para garantizar el bien común? iv. ¿Cuándo institucionalizaremos los derechos a la información y a la transparencia, así como una prensa que sea fuente de información y de cultura, capaz de erigirse en un instrumento excepcional a favor de la humanización y del empoderamiento? v. ¿Cuándo y cómo asumiremos el imperativo de instrumentalizar y asegurar la “carta de ciudadanía” y la canalización de la pluralidad socio-política del país? vi. ¿Cuándo será posible el desarrollo de las dinámicas sociales y políticas, y de las reformas legislativas necesarias, para que la sociedad se enrumbre hacia un redimensionamiento del pacto social y hacia la necesaria reforma constitucional?
Por otra parte, en cuanto a la reestructuración del Estado resultan obvios los desafíos que esbozo a continuación: i. ¿Cuándo y cómo cincelaremos nuestro sistema justicia, para adecuarlo a los desafíos del país y al emergente modelo de sociedad? ii. ¿Cuándo definiremos la práctica parlamentaria que demanda la actual sociedad cubana? ¿Cómo la implementaremos? iii. ¿Cuándo y cómo adaptaremos las estructuras de gobierno para asegurar la participación ciudadana y la ampliación de las facultades de los gobiernos locales, así como el desarrollo progresivo de la gobernabilidad en términos de legitimidad política y la gobernanza eficaz? iv. ¿Cómo sacar definitivamente de la inopia a la institucionalidad pública del país?
Después de indicar una parte del amplio universo de preguntas que pudiera señalarse, debo resaltar que estas demandan respuestas, además con urgencia. Sin embargo, también alerto que no será posible esperar a que el “cuerpo de respuestas” se origine, desarrolle y concrete con la precariedad y lentitud en que han cuajado tantas preguntas. Si fuera así, cuando lleguemos a las respuestas, quizá ya no hayan oportunidades que salvar. Por ende, sería imprescindible la promoción y consolidación de los espacios, las garantías y la confianza que requiere tan gigantesco empeño. Asimismo, dichas respuestas llegarán a ser “la respuesta” ante los desafíos de nuestro país y de nuestra República, únicamente si se alcanzan a través de una sólida deliberación nacional, donde la opinión y la propuesta de cada cubano estén atravesadas por el criterio y las poyecciones de todos los cubanos. En lo particular, me interesa conocer e interiorizar los posibles análisis y sugerencias de todos; en especial de los más pobres, de todo aquel que padezca desventajas, de los ancianos, de los jóvenes, de las mujeres, de los trabajadores, de los campesinos, de los emigrados, de los empresarios, de los nuevos emprendedores, de los académicos e intelectuales, de los militantes del PCC, de los cubanos con otras cosmovisiones socio-políticas, y de los militares. Esto, como es lógico, demandaría mucho esfuerzo y responsabilidad de cada uno y de todos los cubanos.
Gerardo Verdecia dice:
La única respuesta que interesa es a la pregunta de cuando se abrirá Cuba a la democracia y las libertades. Lo hará el propio régimen o resultará de cambios bruscos o conflictivos?