
Foto: Yamil Lage/AFP
La posible materialización de un porvenir socialista en Cuba no ocurrirá porque se disponga de una conceptualización que proyecta la visión de una futura nación con seis características: soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible. Todo eso está muy bien, pero no es suficiente. Ni siquiera para empezar.
Bosquejar de manera genérica el tipo de nación que se desea no es tan complicado como ejercicio intelectual. Basta tener imaginación y capacidad para el discurso lógico. Lo difícil viene luego, porque una vez que se dispone de una visión hay que evaluar, de manera realista, las posibilidades de su materialización y en este punto las cosas tienden a complicarse.
El desarrollo con prosperidad y justicia social es un anhelo caro para Cuba. Se necesitaría una inversión de aproximadamente 19 mil millones de pesos (equivalentes a dólares), año tras año para poder disponer de la infraestructura, la planta productiva, el equipamiento y las tecnologías con las que no cuenta hoy un país descapitalizado como Cuba y que son indispensables para el desarrollo. Es, por tanto, un sueño que cuesta más del doble de lo que el país puede permitirse hoy como inversión, la cual apenas alcanza los 8 mil millones anuales.
La posibilidad de alcanzar la Utopía, el socialismo próspero, o como quiera llamársele, tiene un precio para el cual habría que disponer de 11 mil millones de pesos anuales adicionales, que todavía nadie ha podido explicar convincentemente de dónde van a salir. Sin esos montos de inversión, aquello de “próspera” nunca sería parte del futuro de la nación.
Además de una cuantiosa inversión, también se necesita potenciar el trabajo, que es la única fuente de valor. Sin embargo, demandar un mayor esfuerzo laboral en un contexto donde el salario medio es muy inferior al costo de la vida, se limita a ser una apelación ideológica fútil. Escasa inversión y malos salarios forman una combinación “perdedora” que no tiene cabida en las fórmulas para el desarrollo contemporáneo.
¿SON ATRACTIVAS LAS UTOPÍAS CON FISURAS?
Todo lo anterior es pertinente porque ese tipo de evidencia debería ser importante para el análisis de la política nacional. Fue precisamente la necesidad de colocar la evidencia en un primer plano lo que llamó mi atención al leer un interesante artículo que, con el título de “Las coordenadas de la Utopía”, recientemente publicó Enrique Ubieta. El término “evidencia” puede ser utilizado de muchas maneras. Lo empleo aquí en el sentido de evidencia producida mediante la ciencia. Es decir, como resultado de una interpretación rigurosa de las observaciones de la realidad que tiene como objetivo verificar si una hipótesis ――por ejemplo, la construcción del socialismo próspero en Cuba― debe ser descartada, modificada o aceptada. El punto es importante, porque no basta con acudir a la evidencia anecdótica ni es suficiente utilizar la evidencia como un trasfondo general sobre el cual se montan discursos acerca de un futuro que no es predecible.
Concuerdo con muchos de los planteamientos expresados en el sugestivo texto de Ubieta y considero que el análisis que propone ese artículo pudiera ser enriquecido mediante una mayor atención a la evidencia disponible, especialmente en lo que se refiere al atractivo que pudiesen tener, para muchas personas, una serie de alternativas “no oficiales” de reorganización y de transformación social. La ausencia de una teoría socialista renovadora que señala Ubieta pudiera ser parte de la explicación, pero entender el asunto adecuadamente requiere fundamentar el análisis en la práctica concreta de la política nacional actual.
El problema político más importante que tiene el modelo “actualizado” de socialismo cubano que hoy existe ―excesivamente centralizado, con predominio de una propiedad estatal gestionada burocráticamente, y dependiente de decisiones claves adoptadas por un grupo limitado de actores políticos― son sus insuficientes resultados prácticos para muchos aspectos de la vida cotidiana de la gente, algo sobre lo que existe considerable evidencia.
Bastaría tomar nota de que desde 2010, año en que se aprobaron los “Lineamientos” de la “actualización”, la economía nacional ha promediado un endeble crecimiento anual del 2,4 por ciento, muy por debajo de las tasas del 5 al 7 por ciento que oficialmente se consideran como necesarias para que el crecimiento económico pueda repercutir en el mejoramiento del nivel de vida de los ciudadanos. Expresado en términos simples: un proyecto político que no logre que el crecimiento económico se refleje en la mesa del ciudadano común, tiene muy altas probabilidades de enfrentarse a la apatía generalizada o a un creciente rechazo popular.
Ni el modelo socialista “pre-actualización” (aún más centralizado y menos diverso en cuanto a formas de propiedad) ni la propia “actualización” han podido asegurar la prosperidad ni han logrado evitar la desigualdad. Ni siquiera han impedido que la pobreza crónica afecte a una parte de la población. Todo ello, a pesar de la existencia de encomiables programas sociales que expresan una materialización concreta ―no solo una idea- de justicia social.
Sin embargo, cuando la provisión socialista de bienes públicos ―como la salud y la educación-tiene que ser racionalizada como uno de los pocos pilares que resiste en medio de una estructura que cruje por muchas partes, resulta difícil presentar como atractiva esa estructura estropeada, por mucho que pudiera ser anhelado y defendible uno de sus pilares. Para muchas personas, la desazón con el socialismo cubano muy poco tiene que ver con un supuesto rechazo al igualitarismo que se expresa en los programas sociales, sino con las dudas que existen respecto a que el modelo sea capaz de “entregar” prosperidad incluyente. El acceso universal y gratuito a la educación y a la salud no es controversial en Cuba. Las penurias materiales, el costo de la vida y las dificultades para la movilidad social sí lo son.
PROPUESTAS ALTERNATIVAS Y COMPETENCIA POLÍTICA
Son algunas insuficiencias de la práctica del socialismo cubano y no simplemente las carencias de la teoría socialista, lo que explicaría entonces el posible atractivo de otras alternativas que no se limitan a ser opciones “capitalistas”, si bien pudieran ser estas las que han adquirido creciente visibilidad en algunos debates. Tal visibilidad es, paradójicamente, la consecuencia de una “hinchazón” artificial de lo que se considera como el campo de las alternativas “capitalistas”, donde se mezclan propuestas pro-capitalistas sistémicas (en el sentido de una restauración del predominio del capital), con otras que no lo son. Esto pudiera ser el resultado de “meter en el mismo saco” toda idea que se perciba como incompatible respecto a ciertas interpretaciones de lo que se considera que debería ser la visión “oficial” del socialismo cubano.
Se trata de una “hinchazón” clasificatoria que presenta contradicciones evidentes como, por ejemplo, cuando se asume que son “capitalistas” todas las propuestas no oficiales para legalizar y ampliar la empresa privada nacional, al tiempo que no se considera como “capitalista” la propuesta oficial de una creciente participación del capital extranjero. Por supuesto, pudiera argumentarse que la aceptación de la inversión extranjera tiene fines socialistas, pero en esencia también se trata de una opción de organización social de tipo capitalista, con una lógica de funcionamiento análoga a la del funcionamiento de la empresa privada nacional.
En modo alguno digo que la actual promoción estatal de la inversión extranjera en Cuba tenga que ver con una propuesta de establecimiento del capitalismo. Lo que digo es que muchas propuestas “no oficiales” que son favorables al funcionamiento de capital nacional y que desde hace tiempo se vienen realizando, tampoco son “pro-capitalistas” porque ellas no conciben una función central para el capital en los marcos del sistema socio-económico que desea “actualizarse”. El problema no es la forma capitalista, sino la preeminencia social que se concibe para el capital.
De hecho, el Partido Comunista de Cuba (PCC) propone la inserción de espacios capitalistas en el modelo por partida doble: tanto bajo la modalidad de inversión del capital extranjero (una noción que no es nueva), como bajo la fórmula de la empresa privada nacional (una noción más reciente, formalizada en abril de 2016). En ese sentido, existe una coincidencia básica de las propuestas oficiales con otras propuestas que ―desde distintas perspectivas ideológicas- también se hacen en el país.
Todo parece indicar que se puede ser hoy comunista “oficial”, comunista “reformista”, “socialista democrático”, “centrista”, “social-demócrata” y “liberal” (no digo “neoliberal”), y coincidir en las ventajas de implantar en Cuba mecanismos de funcionamiento del capital, nacional y extranjero, en “cohabitación” con mecanismos socialistas. Obviamente, se trataría de un componente dentro de las visiones más amplias que tendrían cada una de esas presumidas corrientes ideológicas y políticas acerca de cómo organizar la sociedad, un plano donde ciertamente existirían divergencias importantes y en muchos casos antagónicas; pero el punto que debe ser retenido es que la simple postulación de la necesidad y conveniencia de la acumulación capitalista en el contexto actual de Cuba no es, en sí misma, algo que permita diferenciar sustantivamente muchas propuestas que hoy se hacen en el país en relación con el funcionamiento del capital. Esas propuestas, lejos de abogar de manera subrepticia a favor de tal mecanismo, lo proponen de manera abierta y, en muchos casos, desde posiciones oficiales.
También hay que tomar nota de que un gran número de otras propuestas que se oponen hoy a un creciente peso del capital en el nuevo modelo no lo hacen desde posiciones burocráticas indolentes respecto a las necesidades del pueblo. La mayoría de las opciones radicalmente “anti-capitalistas”, “cooperativistas”, y de “socialismo democrático y participativo” que desde hace tiempo se escuchan, no parecen originarse en “las telarañas de la burocracia”.
Ese es el complejo escenario en el que debe “competir” ―como propuesta de transformación social― la “actualización” del modelo que ha sido oficialmente adoptada por el PCC como alternativa deseable del socialismo cubano.
¿UNA CUESTIÓN DE TIEMPO POLÍTICO?
No es razonable asumir que una gran parte de los ciudadanos cubanos se disponga a juzgar la “actualización” contrastándola con un modelo anterior, ni respecto al eventual modelo de un futuro que todavía no ha llegado y que, por tanto, aún no puede tener un impacto sobre ellos. El principal reto político de la “actualización” es que ya se le está midiendo respecto a su propia práctica y esta, difícilmente, puede ser calificada de exitosa.
La posibilidad de que se siga hablando sobre la “actualización”, pero que esta continúe sin “resolver” los problemas concretos de los ciudadanos, pudiera acortar la fecha de caducidad política de la “visión” que se ha propuesto. La traducción de esta en resultados concretos en materia de prosperidad tiende a funcionar como un imperativo de la política nacional.
¿Nos encontramos próximos a una situación en la que estaría agotándose el tiempo político para actuar antes de que un número aún mayor de ciudadanos se inclinasen a depositar sus expectativas en otras alternativas, incluyendo las de tipo anti-socialista? Los interesados en evitarlo deberían tomar en cuenta que muchas propuestas “no oficiales” que hoy parecen desatenderse pudieran contribuir positivamente a los consensos que, respecto a la heterogeneidad del tejido económico y social del país, se requieren para avanzar hacia el desarrollo.
Muchas dudas actuales respecto a la Utopía poco tendrían que ver con la ausencia de una teoría socialista renovadora. En realidad, se trataría de una cuestión práctica muy bien explicada por la teoría marxista clásica: las condiciones materiales de vida establecen la forma de pensar de las personas. Si la “actualización” no logra resolver los problemas concretos de la existencia material de la gente, entonces las miradas se dirigirán hacia otras alternativas.
Guillermo E dice:
Interesante
Marlene Azor Hernández dice:
Pedro excelente su análisis. Coincido en todo su razonamiento. Quisiera preguntarle, dónde se puede consultar los 11,000 millones que faltan de inversión.Lo digo porque el gobierno maneja 2,000 millones anuales o 2,500 millones anuales. Y entre las cifras que usted da y las que da el gobierno hay una gran distancia.Gracias por su artículo.
Pedro Monreal dice:
Muchas gracias. Las cifras de inversión a las que se refiere el texto corresponden a la inversión total (nacional y extranjera), medida por un indicador conocido como «formación bruta de capital», es decir, que se trata de un nivel de inversión mucho mayor que el relativo a la inversión extranjera directa (IDE), para la que el gobierno se ha planteado una meta de 2500 millones anuales (que personalmente creo que es insuficiente). Las cifras de inversión total que menciono fueron tomadas de un excelente análisis sobre el problema de la inversión en Cuba, escrito por las economistas Vilma Hidalgo y Yordanka Cribeiro, de la Universidad de La Habana, titulado “Estrategia de crecimiento y equilibrio macroeconómico en Cuba”, publicado en la revista Economía y Desarrollo vol.153 supl.1 La Habana 2015, se puede acceder online en el siguiente vínculo
http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0252-85842015000100003
Bruno dice:
Tendría que hacerle una demanda, porque prácticamente ha copiado en mi cerebro. Gracias por su trabajo es excelente. Así vengo pensando hace un buen tiempo, pero no publico en sitio alguno porque aunque soy economista, no soy «destacado»
Que pena que nadie en Cuba nos oye y ni quiere oirnos, que es peor.
Repito, gracias Monreal.