
En el actual contexto que vive el país (y en medio de las transformaciones que pueden estar por llegar) Cuba Posible ha dialogado con el chileno Ignacio Walker, ministro de Relaciones Exteriores de Chile durante el gobierno de Ricardo Lagos, en torno al socialcristianismo como corriente política y filosófica presente en el mundo y en Cuba.
- ¿Cuáles son los quehaceres y proyecciones que integran la llamada posición socialcristiana? ¿Cuáles resultan las especificidades más importantes de cada una de ellas?
El socialcristianismo debe entenderse como parte de una larga tradición en el campo de las ideas que incluye la tradición judeocristiana, aritotélico-tomista, y grecoromana, entre las más importantes, y cuya especificidad está dada por el aporte de los filósofos cristianos de la democracia como Jacques Maritarin y Emmanuel, Mounier, entre otros, especialmente en los años 30 y 40 del pasado siglo XX; y la doctrina social de la Iglesia Católica, desde Rerum Novarum (1891) y Quadragesimo Anno (1931), y de ahí en adelante.
El socialcristianismo tuvo alguna relación con tendencias del conservadurismo de principios del siglo XX, pero también de ruptura con esa tradición, en la medida que, especialmente en los años 30 y en el período “entre-guerras”, surgió una bifurcación entre un catolicismo conservador e integrista, por un lado, y otro pluralista y democrático, por otro. El socialcristianismo y la democracia cristiana se identifican más bien con este último.
Un punto de inflexión es el Concilio Vaticano II, especialmente los documentos Gaudium et Spes (Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo de Hoy) y Dignitatis Humanae (libertad religiosa), los que vinieron a confirmar y enriquecer el diálogo entre la Iglesia Católica y el mundo moderno, democrático y secular (de ahí la democracia cristiana como expresión política, no confesional y no clerical, de esta tradición).
El socialcristianismo y la democracia cristiana son el intento de conciliar la tradición cristiana con el mundo moderno, democrático y secular, en un diálogo que se abre a otras tendencias, espirituales (de occidente y oriente, católicas y protestantes) y políticas (principalmente la socialdemocracia, o socialismo democrático). En la tradición cristiana se incluyen vertientes católicas y protestantes, de creyentes y no creyentes.
- ¿De dónde emanan los fundamentos y valores que deben sostener las proyecciones socialcristianas? ¿En qué medida estas proyecciones han sido y son coherentes con dichos fundamentos y valores?
La dignidad de la persona humana es el principio básico y fundamental del socialcristianismo (“trama y guía de toda la doctrina social de la Iglesia”, según el papa Juan Pablo II).
También está el concepto de comunidad política: el ser humano, como animal social y político (doctrina aristotélico-tomista) se considera como naturalmente perteneciente a una comunidad, desda la familia y la vida de la polis, desde el barrio hasta la comunidad internacional.
A diferencia de las teorías contractualistas, basadas en la idea, desde Hobbes, Locke y Rousseu en adelante, de que firmamos un contrato social para formar una “sociedad política” (tal sería el contrato), la tradición socialcristiana habla de una “comunidad política” a la que naturalmente pertenecemos, sin perjuicio de que un gran pacto social y político, y varios pactos y contratos, ayudan a construir la vida de la polis.
Un tercer concepto básico es el de bien común (el bien del todo y las partes –comunidad de personas-, al decir de Tomás de Aquino). En otras palabras, la persona humana vive en la comunidad política en torno a una finalidad (“thelos”, en el griego) que es el bien común, definidio este último por la Iglesia Católica como el conjujnto de condiciones sociales, económicas, políticas y culturales que permiten a la persona su más plena realización material y espiritual.
Un cuarto concepto es la dignidad del trabajo y el trabajador, que, junto con la dignidad de la persona humana, tal vez constituyan la clave de toda la tradición socialcristiana.
Un quinto concepto es el destino universal de los bienes (la idea de que los bienes –no males, sino bienes- nos han sido dados para el uso y goce de todos, y no de unos pocos). La propiedad privada es la forma más concreta –Tomás de Aquino la justifica en la razón práctica, no filosófica- que se ha establecido para propender al destino universal de los bienes, entendiendo que la propiedad privada está gravada por una “hipoteca social” (Juan Pablo II), que es otra forma de referirse a la función social de la propiedad, que constituye el punto de convergencia entre el destino universal de los bienes (como principio) y la propiedad privada (como derecho).
- ¿Cuánto han aportado, en diferentes países y momentos históricos, en la lucha por la redención y la justicia social? ¿Qué capacidad de influencia (social, cultural y política) poseen en la actualidad? ¿Cuáles constituyen sus más grandes retos?
El socialcristianismo solo puede entenderse en la perspectiva de una fe encarnada, que se hace presente en la historia. Es un ideario político, un movimiento político y, muchas veces, un partido político, que procura conciliar los principios que sostenemos en común (los cinco que hemos mencionado, principalmente) con la realidad social, en la que estamos insertos.
Esos principios tienen que dialogar con la realidad social. Este no es un ejercicio académico, abstracto, o desprovisto de realidad; es histórico y apunta a perfeccionar, modificar y remover estructuras que permiten –o atentan contra- la realización de la justicia social.
La justicia social –en la tradición de la justicia distributiva de que nos habla Tomás de Aquino- es, tal vez, la piedra angular de todo el socialcristianismo.
- ¿Cuánto podrían aportar los cristianos a los actuales procesos sociales y políticos de América Latina? ¿Cuáles proyecciones socialcristianas se esbozan en el laicado cristiano de la región? ¿En qué condiciones se encuentran para realizar dicho compromiso?
La política es tarea de los laicos. Gaudium et Spes reconoce la “justa autonomía” de las realidades temporales (principalmente referidas a la ciencia y la política), en los que se reconoce un papel esencial para los laicos, en diálogo con la fe, o iluminada por la fe (cuando proceda), al margen de todo clericalismo (el socialcristianismo rechaza el clericalismo; somos cristianos sin cristiandad).
Muchas veces la propia Iglesia Católica, cléricos o laicos, desconocen esta justa autonomía de la política y la ciencia, y aquello deviene en clericalismo, que puede considerarse como una enfermedad de quiénes han tratado de encapsular, a través de la historia, la vida de la polis en el gobierno de los cléricos (desde la Inquisición hasta los Talibanes y el Estado Islámico). Hay que rechazar tanto el integrismo como el relativismo, y buscar la justa ecuación entre fe y política.