Igualdad de género: espíritu donde florece la libertad

Un hombre toma conciencia de su condición de machista. Descubre las naturalizaciones, matices y sutilezas de esa condición. Encuentra huellas claras en su historia de vida: acoso, desprecio, cosificación, posesión, subestimación e ignorancia. Da un paso más allá. Toma conciencia de ser resultado de la cultura de la dominación, la que ostenta en la desigualdad de género una de las joyas más preciadas de su corona.

Descubre la historia de mentiras, injusticas y deformaciones en la relación entre mujeres y hombres. Historia de negación de derechos; de desigualdad social programada, de división del trabajo, de arremetidas contra la dignidad y la identidad, de colonización del lenguaje, de castración de los afectos, de mutilación de la plenitud sexual. Historia sustentada en sentencias religiosas, científicas y del sentido común que consagran la superioridad del “ser” macho, varón, masculino por sobre el “ser” hembra, mujer, femenina.

Este hombre descubre el entramado social, clasista, cultural y político de su machismo: el patriarcado. Sistema contra el cual decide luchar. Resuelve enfrentar no solo su aprendizaje y hábito de vida personal, sino las estructuras políticas y subjetivas que sustenta la desigualdad de género.

Se abre así, ante él, un camino lleno de dificultades y de tentaciones. Asume, con el canto del poeta, que “el que sigue buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar”. Las sillas de los moralismos y dogmas inquisidores, de la desaprobación y la exclusión, del castigo a quien pretende mover los límites, de la descalificación a quien sueña y obra en bien.

Entre todas, la silla de mayor tentación es la de los privilegios que resultan del patriarcado. Este hombre, resuelto a desaprender su machismo, ha de renunciar a tener mejor salario por igual trabajo, a tener perspectivas más promisorias para el empleo, a subestimar el trabajo reproductivo, a llevar ventaja en la vida pública y distancia del trabajo en comunidad.

Este hombre ha de cambiar la visión de mujer/cosa/inferior y superar las concomitantes emociones fatuas que lo llevan a ser tolerante, cortés, delicado, proveedor, condescendiente. Ha de asumir que los vocablos nosotros, ellos, los hombres no contienen ni representan al nosotras, ellas, las mujeres, sino que las invisibiliza, las subordina.

Este hombre tendrá que romper sus sometimientos adosados al machismo. Exponer las fragilidades ocultas, el llanto suspendido, la emoción domesticada. Tendrá que deshacerse de la rudeza a prueba de fuego y de la razón incólume, del control permanente sobre sí y sobre todo lo demás. Tendrá que desaprender la ternura como debilidad y asumirla como su humanización. Tendrá que aprender los placeres de la humildad, posible cuando crea y sienta el valor de la mujer como su semejante.

Renunciar a los privilegios es una apuesta radical por la redistribución del poder. Entraña poner a disposición de la mujer el poder que él ocupa de más. Contribuye al desmonte de las relaciones opresivas y al empoderamiento colectivo contra las injusticias de género.

Crece en espíritu cuando renuncia. Crece en libertad y en ternura. Pero no es suficiente. Este hombre no irá más allá si no se reconoce, también, como parte de una historia de resistencias, de un acumulado complejo de lucha por la igualdad social de la diversidad humana. Lucha para que rija un orden liberador en muchas dimensiones: individual, clasista, comunitaria, social, racial, etaria, étnica, heterodoxa…

Lucha que abarca, en un mismo empeño, los territorios políticos y espirituales. Para la cual la convivencia, la mutualidad y la igualdad deben reconocerse en las políticas del Estado y en el estado del alma. Para la cual la espiritualidad significa conquistar la ternura como esencia de la ley; como contenido de vida cotidiana en el taller, en la escuela, en el barrio, en el parque, en el hogar. Esencia y contenido alcanzables solo cuando la igualdad de género sea un sentimiento naturalizado en el Derecho.

Tomar conciencia de su ser machista, luchar contra ello, le exige a este hombre cambiar el paradigma de sus relaciones sociales, recrear el espíritu de amor que mueve la redención, saber que su libertad será, también y esencialmente, en la libertad de la mujer. Le exige comprender que es parte de una totalidad a la que no se llega con una lucha aislada o enquistada en su justeza.

Este hombre descubre que el desafío político y espiritual de la igualdad de género exige comunión de sentidos entre mujeres y hombres. Lo que no significa obviar que las condiciones de partida difieren. Mientras la mujer desafía a la dominación en sus expresiones más perversas, de las que lleva marcas pavorosas en la piel y en la historia, el hombre consciente renuncia a sus privilegios de dominador. Este se suma a una batalla que, por su carácter, no es formalmente suya, sino una lucha femenina a la que decide servir; pero que, independiente de su deseo, le exige transformar nociones y prácticas de la masculinidad como un imperativo para la igualdad de género.

Crear comunión de sentidos implica entender que la igualdad con justicia va en muchas direcciones. Es un proceso de ruptura y creación radicales. No se trata de cambiar un tipo de dominación por otra. Tampoco de amoldar las agendas justas al interior de un orden intrínsecamente desigual y deshumanizador, sin plantear su superación. No se trata de maquillar leyes vetustas, sino de crear un Derecho en el que quepan todos los derechos, esencialmente el de la mujer y el del hombre a vivir su dignidad en armonía y en ruptura permanente con las relaciones patriarcales.

Crear comunión de sentidos implica entender que la libertad está en la igualdad social de las diferencias humanas. Exigencia para alcanzar una espiritualidad profunda en su dimensión humana femenina y humana masculina, no como pacto de contrarios, sino como identidades de una mutua plenitud.

Un hombre toma conciencia de su condición de machista y la enfrenta. Opta por una comprensión feminista de la historia y enaltece su masculinidad. Entonces florecen, en su espíritu de igualdad, la libertad y la felicidad.

Sobre los autores
Ariel Dacal Díaz 30 Artículos escritos
(Camagüey, 1974). Educador Popular. Doctor en Ciencias Históricas, Universidad de la Habana (2007). Miembro del equipo de formación en Educación Popular del Centro Martín Luther King. Principales publicaciones: Rusia: del socialismo real al capi...
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