
Sin embargo, una vez adentrado más en el tema, el debate que promueve el autor termina por circundar alrededor de la misma idea que duda sirva de punto de partida para la reconciliación de la nación cubana. De acuerdo a René F. Gonzalez, la zona de aterrizaje de la noción de consenso que empleo es “una característica distintiva del actual sistema político cubano: el no reconocimiento e inclusión de organizaciones políticas antagónicas a la construcción del socialismo en Cuba”. Este mutuo desconocimiento de la legitimidad del otro, por un lado del gobierno de Raúl Castro y por otro de cualquier organización opuesta al socialismo cubano, es lo que casi sin querer, o negándolo, René termina por identificar como la clave que impide que ambos extremos convivan juntos dentro del espacio nacional. Pareciera entonces que es, precisamente, en este punto donde las posiciones se vuelven irreconciliables en tanto una desconoce la legitimidad del accionar de la otra.
¿Pero qué nos propone el autor como camino viable para trabajar de la mano los cubanos sin odios y rencores? ¿Cómo construir un futuro entre todos, si ambos extremos del tablero político cubano desconocen la legitimidad del otro? Es justo aquí donde René F. González nos pierde al dejar el tema inconcluso, o sin respuesta política. No hay plan alguno, no hay estrategia; y si la hay pasa inadvertida. Sus posiciones ideológicas y objetivos tal vez son claros; sin embargo, la estrategia política para implementarlos es, cuando menos, desconocida.
Barack Obama detectó que la lucha antagónica con el gobierno cubano no era un escenario viable para obtener los objetivos de su Administración o de las que le sucederán. La apertura de embajadas, la flexibilización del embargo o bloqueo, y la visita del mandatario a La Habana, sin lugar a dudas, termina de algún modo por legitimar o avalar a la administración de Raúl Castro; sin que esto signifique el fin del debate con la nación cubana toda sobre temas que Estados Unidos considera cruciales: derechos humanos, elecciones directas, etc.
La Iglesia Católica cubana y el gobierno cubano también comprendieron que una posición de diálogo, que termina legitimando la posición y rol del otro como representante de una parte de la nación cubana y sus intereses, era necesaria. Los objetivos de la Iglesia Católica cubana y del gobierno del PCC, difícilmente se transformaron drásticamente debido a este cambio en su aproximación al tema de la legitimidad del rol del otro dentro de la nación cubana.
Podríamos debatir por mucho tiempo, como efectivamente apunta René F. González, desde posturas teóricas y objetivas, el proceso de desgaste de la legitimidad del PCC como líder político en Cuba y muchos otros temas referentes a la legitimidad; sin embargo, creo que el debate más urgente hoy, para la nación cubana, atañe aproximaciones más prácticas que teóricas.
Sabía de antemano que la publicación de “Claves para la reconciliación nacional” traería consigo muchos detractores, porque el argumento central que propongo no es atractivo a ninguna de las dos esquinas del tablero que se empeñan en desconocer a la otra; como si el escenario actual fuera una batalla antagónica donde solo un grupo sobrevivirá. René F. Gonzáles, también sin querer, comprende mi propuesta desde el eje vencedor-vencido, al entender el proceso de reconocimiento de la legitimidad del otro como una claudicación en lugar de una estrategia que, muy probablemente, brinda mayor espacio para la promoción de una agenda política dada. No obstante, yo, lejos de entender la reconciliación nacional en estos términos, concluyo defendiendo una postura que aboga por el cambio de las aproximaciones y estrategias de los diferentes actores políticos, y no necesariamente de sus objetivos.
Sí, la política es, en última instancia, un espacio de lucha; pero entender dicho espacio desde el eje vencedor-vencido es, cuando menos, un reduccionismo. Reconocer la legitimidad del otro, que detenta el poder, garantiza un puesto dentro del espacio político para promover diferentes agendas. Elegir lo opuesto, es elegir “no estar”.