
Las actuales circunstancias de Cuba reclaman el análisis sereno y el compromiso intenso de cada cubano, resida en la Isla o en otro país. El modelo social vigente se transforma, pero de manera sumamente accidentada. Dicho proceso está condicionado, en grado superlativo, a realidades económicas frágiles, a un avance de ciertas dinámicas sociales signadas por conductas carentes de la civilidad necesaria, a un influjo excesivo de una cultura de la burocracia y la desidia, a una innecesaria incapacidad para instrumentalizar la gestión pública, a la carencia de una institucionalidad que asegure -de manera adecuada- la participación responsable de la ciudadanía, a una intensa emigración de los sectores sociales más cualificados, y a una todavía excesiva desconexión de la realidad mundial.
Asimismo, podríamos enunciar un conjunto, tal vez amplio, de aspectos positivos; pero son estos los que nos inquietan en demasía, porque resultan la expresión de carencias medulares, que ningún pueblo debería desatender. Quizás la generalidad de la sociedad cubana comparte importantes principios, como pudíeran ser: la soberanía, la equidad y la justicia social; sin embargo, hoy nos falta “una idea de país”, construida de forma mancomunada por la ciudadanía, en torno a la cual puedan diseñarse opiniones, modelos y proyectos, que entusiasmen e impliquen a todos los segmentos sociales.
Desde hace más de una decáda hemos solicitado el desarrollo de un proceso de integración gradual de todos los criterios y proyectos responsables, que nos condujera hacia “una idea de país posible”, capaz de ensanchar la libertad, desarrollar la equidad, apreciar la solidaridad, y robustecer los procedimientos democráticos. Todo esto, teniendo siempre como referente ineludible la justicia y la lealtad entre cubanos. Debemos reconocer que se ha avanzado en estos ámbitos. Sin embargo, hemos llegado a un momento de la historia donde ya no será factible, en lo inmediato, desarrollar lo anterior desde la lógica de un proceso de integración gradual de todos los criterios e imaginarios responsables, en torno a “una idea de país compartida”.
Esto último no se consiguió mientras, de algún modo, quizás pudo resultar probable. Durante los próximos años no disfrutaremos de “una idea de país compartida por la diversidad, capaz de articular el universo plural de intereses”. Por otro lado, mientras fracasamos temporalmente en este propósito, las condiciones internas e internacionales de Cuba ofrecen vitalidad a disímiles propuestas que se sienten y/o muestran como “proyectos exclusivos de país”, que además no están dispuestas a detenerse en la búsqueda de un consenso general, por demás difícil de gestionar. En tal sentido, tampoco están dispuestas a continuar esperando para concretar el objetivo de empoderar a sus “activos”, dentro de la Isla y entorno a la misma. La inmensa mayoría de estas propuestas están decididas a constituirse en “el proyecto hegemónico”; y esto suele ser legítimo.
Este escenario nos obliga a señalar que desde hace algún tiempo, sobre todo durante los últimos meses, la “lucha política” va cobrando una dimensión (real y profunda) dentro de nuevas dinámicas sociales en la Isla que, además, se intensificarán progresivamente. Sin embargo, nos sentimos forzados a prevenir que esta “lucha política” traspasará las tensiones propias de tal acontecer, porque incluirá, de forma desmesurada, la competencia por “imponer una u otra idea y propuesta de país”. Sería ingenuo y poco responsable encubrir que “la batalla final por un modelo de país” ha comenzado. Igualmente, sería irresponsable dejar de advertir que aún si esta “batalla” lograra aparentar ser serena, no dejará de estar marcada por la deslealtad que engendra la frustración, la desconfianza, la rivalidad y el rencor.
Ante este escenario, Cuba debe sentirse interpelada; pero al menos por un momento no a modo de comunidad, sino a través del discernimiento de cada cubano, de cada grupo de amigos o de afines que deben buscar, en las profundidades de sus conciencias y en las profundidades de los anhelos de sus conciudadanos, una orientación para el ejercicio del patriotismo en este instante decisivo de la historia. La acción y la omisión de cada cubano hoy, signará el futuro de nuestros hijos y nietos, por lo menos, durante los próximos 25 o 30 años.
Apelamos a un esfuerzo para que la mayoría de la sociedad se constituya en “madre y padre de la patria”, y con este talante procuremos que dicho escenario de “batalla” se mueva -lo más posible- hacia un escenario de “ágora”, donde pudiéramos ser capaces de construir una “Esperanza” en condiciones de mitigar “los peligros de la frustración, la desconfianza, la rivalidad y el rencor”. Igualmente, apelamos a todos para que ninguna “idea de país” traicione ese misterio de “lo cubano” que ha necesitado alimentarse y comprometerse con una visión antropológica y sociológica que integra, como un todo, a la “libertad responsable”, a la “igualdad real”, a la “solidaridad efectiva”, a la “democracia robusta”, a la “soberanía nacional” y a la “justicia para todos”. Asimismo, esperamos que el gobierno de la República consiga acumular y consolidar toda la capacidad estratégica, toda la altura política y toda la madurez humanista, que reclama esta descomunal encrucijada de la historia.