
I
En febrero de 2008, Raúl Castro asumió el cargo de presidente de los Consejos de Estado y de Ministro. La ratificación de Raúl -que en agosto de 2006 asumió interinamente la dirección del país, tras la enfermedad que comprometió la vida de Fidel Castro – al frente del aparato estatal, gubernamental y partidario, inició en nuevo ciclo político en la isla caribeña.
Ya en julio de 2007, el General de Ejército había defendido la necesidad de “cambios estructurales y de conceptos”, básicamente en la gestión de una economía. Consciente de la resistencia que encontraría en los sectores más ortodoxos del Partido Comunista y en la sociedad, Raúl organizó una serie de consultas públicas. En una suerte de “catarsis colectiva” un considerable número de ciudadanos expresaron sus insatisfacciones y críticas a la realidad nacional y, a la vez, buscaron soluciones a los problemas más agobiantes.
Fue la primera vez, por lo menos que recuerde, que pudimos expresar públicamente opiniones y propuestas, antes confinadas a las conversaciones con mis vecinos en las salas de sus casas. Conversaciones de lujo en la que convergían economistas, profesores, ingenieros y estudiantes.
A una década de lo que según Roberto Veiga pudo haber sido un diálogo nacional, y a pocos días de que los diputados de la Asamblea Nacional acaban de designar a un nuevo jefe de Estado y de gobierno, es propicio rememorar algunos de los aspectos significativos de la administración del General-Presidente.
Si bien puede afirmarse que el objetivo principal de aquellos debates era recabar el apoyo de una sociedad sedienta de cambios (y que ayudara a superar 15 años de austeridad material extrema), también fue un momento de gran entusiasmo para todos los que por primera vez dijimos en público los que repetimos tantas veces en tertulias hogareñas y conversaciones de pasillo.
Aquellos debates fueron la vía para que -en medio de los Lineamientos de la política económica y social, aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista, efectuado en abril del 2011-, se colocaran temas de relevancia sobre la mesa, como la necesidad de una reforma migratoria que sustituyera las normas adoptadas en el ápice de la Guerra Fría. Fueron, también, semilla; pero no (aún) cosecha de algo imprescindible para la sociedad: la cultura del debate imprescindible para el logro de un bien mayor: la cultura democrática.
II
En esos años florecieron nuevos espacios físicos y publicaciones que, junto al ya habitual Último Jueves, de la revista Temas, acompañaron críticamente la marcha de las reformas raulistas. El más importante de ellos fue la revista Espacio Laical, por su diversidad y por el pluralismo de sus colaboradores y de los actores que acudían a los debate públicos organizados en el Centro Cultural Félix Varela. Espacio Laical, si bien se acercó a la noción habermasiana de “esfera pública”, nunca pudo escapar del poder omnisciente del Estado.
Vale la pena decir que “el fenómeno Espacio Laical” y la liberación, en 2011, de la totalidad de disidentes y periodistas independientes que fueron encarcelados en marzo de 2003, no hubiese sido posible sin otro de los logros de la administración de Raúl Castro: la normalización de las relaciones entre la Iglesia católica y el Partido-Estado.
Pese a las restricciones de acceso a Internet, los blogs, redes sociales y las publicaciones digitales acogieron una pluralidad de voces, puntos de vista y “proyectos de país”, imposible de encontrar en los medios tradicionales. El ambiente virtual facilitó la publicitación del discurso de las diferentes corrientes/tendencias políticas que confluyen en la sociedad cubana. Tras el esplendor alcanzado por los blogs personales, hoy asistimos a la consolidación de medios independientes que, por su calidad y conexión con las demandas de la ciudadanía, tensionan aún más el poder y la credibilidad del monopolio mediático estatal, bajo control del aparato ideológico del Partido.
La visita del presidente Barack Obama a La Habana, en la Semana Santa de 2016, prolongó la euforia que había generado el restablecimiento, en diciembre de 2014, de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. En sus palabras –que pudieron ser honestas, o no- , Obama invitó a los cubanos a recorrer el camino de la libertad y la prosperidad material, y se puso a sí mismo como ejemplo de lo que un joven negro puede lograr en una sociedad democrática. Con su habitual habilidad discursiva, el jefe de la Casa Blanca reconoció las consecuencias negativas del bloqueo norteamericano contra Cuba; pero también que las restricciones que el Estado cubano imponía a sus ciudadanos limitaban sus propias potencialidades.
El carisma y la elocuencia de Obama desmontaron, en cancha ajena, el esfuerzo sostenido de los propagandistas cubanos que durante más de medio siglo demonizaron el modelo social estadunidense. Eso lo que dieron a entender los voceros de la “línea dura” que desde el hall del Gran Teatro de La Habana, blogs, redes sociales y medios oficiales, se apresuraron a “inocular” el antídoto para evitar que el veneno imperialista se extendiera por todo el tejido social.
Durante las semanas posteriores a la visita de Obama, los blogs oficiosos fueron el epicentro de una campaña contra académicos y comunicadores que encontraron en los medios alternativos un espacio mínimo para existir públicamente. A la sazón, y con apuro, fue creado el término “centrismo”, una etiqueta para encuadrar a los actores que desde posturas de izquierda abogaban por un socialismo en el que la defesa de la soberanía nacional no entre en conflicto con el ejercicio de los derechos civiles, políticos y económicos tanto tiempo postergados.
El constreñimiento del espacio público cubano no ha de sorprendernos ya que, como apuntó el investigador Matt Killingsworth, en regímenes políticos de corte soviético, las esferas públicas existían con el consentimiento/control de las autoridades, y tanto el nivel de su actividad como su tamaño experimentaban variaciones dramáticas. Gabor Rittersporn afirmaba que las autoridades gubernamentales extinguían cualquier espacio tolerado de expresión pública cuando lo creían oportuno.
Durante el último año, he observado la dramática disminución de comentarios en vehículos que, como Periodismo de Barrio y El Toque, ejercen un periodismo distinto al postulado y practicado por el modelo oficial de prensa. Varias fuentes me “advirtieron” de una disposición no escrita que autoriza la lectura de ambos sitios, pero prohíbe comentar, dar likes y compartir sus contenidos.
III
Los magros resultados económicos y la no implementación del 77 por ciento de los “lineamientos” aprobados en el VI Congreso del PCC avalan la noción, socialmente compartida, de que bloqueo estadounidense y el desempeño de los organismos estatales responsables por el avance de las reformas, son la fuente de las penurias materiales de los ciudadanos.
Después de 27 años apostando al colectivismo, hoy son muchos los que afirman que la solución inmediata a la crisis de la economía familiar pasa por iniciativas individuales. “No le trabajo más al Estado” es la consigna de taxistas, dueños y trabajadores de restaurantes y cafeterías. Pese al disgusto oficial, el término “emprendedor”, tan caro al neoliberalismo, llega para dignificar lo mismo a un programador de software, que a un revendedor de artículos deficitarios y de lujo, adquiridos en algún mercado de Panamá, Guyana o Belice.
El recién concluido proceso electoral reavivó el debate sobre la postergada reforma a la Constitución, como antesala de la transformación del sistema político cubano. Reconocidos por unos, y mal mirados por otros, juristas como Julio César Guanche, René Fidel y Julio Antonio Fernández disertaron sobre los déficits democráticos y cómo superarlos, desandando los caminos del socialismo.
Semanas después, la prensa cubana informó que el V Pleno del Comité Central PCC dio a conocer que se avanzaba en la elaboración de una propuesta de reforma constitucional que reflejará “las principales transformaciones económicas, políticas y sociales» y ratificará “el papel dirigente del Partido en la sociedad cubana”.
La reforma no tendrá reparos en reconocer la existencia de la propiedad privada y la limitación a dos mandatos de los cargos gubernamentales de mayor jerarquía, al tiempo que mantendrá inalterable la subordinación del Estado y de toda la sociedad a las concepciones ideológicas y prácticas Partido Comunista; lo que implica las restricciones de siempre a los derechos de libre asociación, expresión y de prensa.
Tal como expresó José Paulo Netto, reconocido profesor y militante comunista brasilero: la democracia no se agota ni en las conquistas económico-sociales, ni tampoco en las dimensiones puramente políticas. La democracia, si es verdadera, ha de ser la coexistencia armoniosa de derechos sociales y políticos. Como yo, Netto está convencido de que la construcción socialista en la URSS se perdió por su déficit de libertad política. Agrega que cuando la transición socialista no encuentra en Marx sus presupuestos democráticos, tiene que crearlos y avanzar sobre ellos.
La finalidad principal de todo proyecto socialista no puede ser sino la democracia. Sería de tontos creer que un modelo social que se propone como alternativa al capitalismo, el cual se fortalece cada día en detrimento de las conquistas sociales y democráticas de los pueblos, puede darse el lujo de esperar una correlación de fuerzas favorable para avanzar. No obstante, los dogmas siempre han sido el principal obstáculo para el avance de la humanidad y la justificación para naturalizar la opresión. Sin democracia, el socialismo se convierte en una especie de asistencialismo que nos lleva a la lealtad, la subordinación y la obediencia al “Estado proveedor” corporizado por sus dirigentes.