
El pasado domingo 11 de marzo ejercieron su derecho al voto en la segunda etapa de las elecciones generales en Cuba, según datos oficiales, el 85.65 por ciento de los electores inscritos; lo cual significa que acudieron a las urnas 7 millones 399 mil 891 personas y que dejaron de asistir 1 millón 240 mil 098 ciudadanos. Dicho con palabras: votaron casi 7 millones y medio de cubanos y dejaron de votar más de 1 millón de personas.
Dos datos que representan dos caras de un mismo fenómeno, que puede ser visto desde diferentes ángulos según la óptica del vaso “medio lleno” o “medio vacío” o la metáfora de “las manchas y el Sol”, pero que si se quiere ser objetivo, no pueden ser analizados el uno sin el otro, fuera de contextos y sin interpretar lo que cada uno de ellos y ambos en conjunto, significan.
Quiero dejar claro desde el inicio que el hecho de que hayan asistido a las urnas voluntariamente más de 7 millones de electores, en un ambiente de tranquilidad y seguridad ciudadana, y que casi el 95 por ciento de los votos hayan sido válidos, son elementos importantes, destacables y que no pueden obviarse; pero resulta difícil pensar que haya habido un cubano con sentido del deber cívico que no levantara sus cejas o frunciera el ceño cuando escuchó que en su país la participación había sido de un 85.65 por ciento (preliminarmente se había informado un 78.57 por ciento y luego un 82.90 por ciento). Que más de un millón de personas hayan decidido no votar en Cuba, puede ser un dato para criticar o celebrar (según la orientación ideológica de quien lo mire), pero nunca para ignorar o quedarse indiferente.
Sin embargo, la prensa oficial, sí lo hizo. El objetivo de este trabajo no es realizar un ataque, ni una crítica despiadada a algo que ya está hecho, sino insistir —una vez más, por si sirviera de algo— en las consecuencias nocivas para el sistema mediático, la ciudadanía, e incluso para el propio sistema político, de estas prácticas similares al “síndrome del avestruz”, que opta por enterrar la cabeza en la arena para desconocer los problemas o características de su entorno, como si con ello, estos fueran a desaparecer.
¿Qué (no)s dijo la prensa oficial sobre las elecciones y sus resultados?
Sobre el tratamiento dado por la prensa oficial a estas elecciones en los días posteriores al hecho, lo primero que llama la atención es la parquedad: media Mesa Redonda (30 minutos) con una sola panelista. Granma y Trabajadores enfocaron sus coberturas del lunes 12 de marzo en la acción de voto de los principales dirigentes del país y de personas comunes de diferentes localidades, pero al igual que Juventud Rebelde dedicaron pocas líneas en ediciones posteriores para trasmitir (solo trasmitir) los datos ofrecidos por la Comisión Electoral Nacional (CEN), sin que mediaran análisis de los resultados, más allá de las declaraciones ofrecidas por las autoridades electorales. La emisión estelar del Noticiero Nacional de Televisión basó su cobertura en la repercusión del suceso en medios internacionales (cuatro televisoras amigas) y la relatoría de los datos ofrecidos por la CEN. De manera general, la cobertura fue bastante homogénea en forma y contenido en los medios nacionales y los encuadres con que se caracterizaron y destacaron las noticias sobre las elecciones y sus resultados fueron: masividad, tranquilidad, disciplina, organización, compromiso, respaldo.
Otra de las características de la cobertura a las elecciones fue que los datos se ofrecieron siempre en positivo, es decir, se informaron los números y porcientos de las personas que sí votaron, pero ni siquiera se mencionaron las cifras relacionadas con quienes no asistieron (1 millón 240 mil 098 ciudadanos, representativo del 14.35 por ciento del padrón electoral), dejándolas al cálculo de los interesados y “evitando” así focalizar la atención en ese aspecto.
Otro enfoque ausente en los medios oficiales fue la suma de las boletas “anuladas” y “en blanco” con la de personas que no asistieron a votar, un número que —según cálculos realizados por mí, a partir de los datos oficiales— se eleva a 1 millón 653 mil 012, más de un millón y medio de cubanos de los más de 8 millones y medio con derecho al voto; es decir, casi el 20 por ciento; un guarismo que llama la atención incluso al más confiado. No en vano, muchos de los comentaristas que entraban a sitios web de medios oficiales pedían que los especialistas se pronunciaran y ofrecieran interpretaciones sobre el significado de estos números.
Resulta preocupante que esta manera de enfocar los hechos —desconociendo una de las aristas del fenómeno que puede contradecir la tesis central— sea consecuente con las recomendaciones instrumentales de la Teoría Psicología Experimental norteamericana de la primera mitad del pasado siglo, sobre el uso de argumentos unilaterales en temas controvertidos para persuadir a públicos de bajo nivel de instrucción. En un país con uno de los mayores niveles de instrucción del continente y donde “la cultura política y compromiso de la población con la Revolución” se recalcan constantemente desde el sistema político y mediático, es contraproducente que se intente escamotear de una manera tan evidente el planteamiento de realidades objetivas, cuyo análisis no tiene por qué demeritar algunos de los aspectos positivos que los medios oficiales destacaron de las elecciones. Y sobre todo es preocupante, porque no creo que este sea un problema propiamente de los medios, ya que en Cuba, la cobertura a las temáticas de alta prioridad —como es el caso de las elecciones— no se deja a la iniciativa de directivos de medios ni periodistas, sino que se rige por orientaciones precisas emanadas del máximo nivel, lo cual explica la generalidad y coherencia de las pautas de tratamiento aquí descritas.
En el seguimiento realizado a medios nacionales (Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores, Mesa Redonda y emisión estelar del NTV) en días posteriores a las elecciones, solo una vez se hizo referencia, de manera indirecta, al tema de la abstención: en la Mesa Redonda del 12 de marzo. El enfoque dado por la periodista fue: “Hay que irse acostumbrando a cómo son las cosas actualmente, y un 82.90 [aún los datos eran preliminares] es un porciento de asistencia excelente aquí y en cualquier otro lugar. En cualquier otro lugar del mundo es una quimera”. Punto.
En El Salvador, Colombia u otro lugar, más de un 80 por ciento, o incluso un 60 por ciento de asistencia, pueden ser números de ensueño, pero en Cuba, donde la media histórica en las últimas décadas había sobrepasado ampliamente el 90 por ciento, es un dato al que “aunque haya que irse acostumbrando”, invita, al menos, a reflexionar al respecto y no asumirlo de una manera tan light y despreocupada; a no ser que tengamos conciencia de que los números anteriores fueran ficticios o que estemos esperando a llegar a los niveles de participación de otros países con “democracias cuestionables en las que los ciudadanos no se sienten representados”, para entonces comenzar los análisis y las rectificaciones de errores.
Si observamos la siguiente gráfica construida a partir de datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información y del periódico Granma, la anterior estabilidad y el descenso evidente de la línea de participación nos obliga —si tenemos algo de responsabilidad—, a plantearnos una serie de preguntas acerca del presente, el pasado y sobre todo el futuro de los números que observamos.
Los números y las palabras
Desde hace mucho tiempo el axioma de que los datos hablan por sí solos ha sido ampliamente cuestionado, debido a que la realidad ha demostrado que los números fuera de contexto no significan nada, y que su interpretación muchas veces depende de las posiciones e intenciones de quien interprete. A los datos, se les hace hablar.
No obstante, antes de lanzarnos a buscar respuestas (o reafirmar las que ya tenemos) sobre un fenómeno complejo y sin dudas multifactorial, cuyo análisis requiere de saberes especializados; sería importante analizar las preguntas que pueden desprenderse de cada una de esas posibles respuestas o, mejor aún, apertrecharnos de interrogantes con las cuales cuestionarlas.
Ante la respuesta de que los números de estas elecciones son “más realistas”, cabría preguntarse entonces: ¿qué pasaba con los resultados anteriores si se ha mantenido el mismo mecanismo electoral? ¿Se estaban ofreciendo como resultados oficiales números ideales u obtenidos de maneras irreales? ¿Es esto tolerable en un sistema que se presenta como uno de los más transparentes del mundo? ¿Qué garantiza que los números “realistas” de hoy no se conviertan en “poco realistas” dentro de 10 años?
Para quienes piensan que estos números se encuentran influidos por la gran cantidad de cubanos que se encuentran fuera del país sin perder su estatus de residentes permanentes —una realidad que no parece que se revertirá a corto plazo—, entonces: ¿qué piensan hacer las autoridades cubanas para que en procesos futuros estas personas puedan ejercer su derecho extra fronteras, como ocurre en muchos países del mundo?
No obstante, si aceptamos que esta puede ser solo una arista de un problema mucho más complejo que evidentemente tiene fuertes implicaciones políticas, y que el hecho de que más de un millón de cubanos se haya ausentado a las urnas no se debe a situaciones fortuitas, ni al cambio de hora —como algunos han querido justificar—; entonces tenemos que llegar a las preguntas que, al parecer, se han querido evitar a toda costa:
¿Qué significa no salir a votar en Cuba? ¿Estamos ante una muestra de apatía, indiferencia, escasa conciencia cívica o, por el contrario, es evidencia de que un grupo importante de personas han asumido la abstención como “posición política”? ¿Qué piensa hacer el país ante cualquiera de estos escenarios o sus posibles combinaciones? ¿Abstención o invalidación del voto quieren decir oposición a los principios del proyecto sociopolítico cubano, desacuerdo con el estado actual de cosas o solo inconformidad con un sistema electoral que no se considera adecuado? ¿Significa que existan diferencias antagónicas entre los casi 7 millones que votaron favorablemente y los más de un millón y medio que “no participaron”, “anularon” o “dejaron en blanco”? Si tenemos en cuenta que más de 400 mil personas asumieron una posición política activa —del signo que sea— anulando o dejando en blanco sus boletas, ¿se pueden desatender sus preocupaciones y criterios cuando, en su conjunto, representan 40 veces más del número de firmas que exige la Constitución para promover iniciativas legales?
Sin dudas mucha preguntas para las cuales no existen respuestas sencillas, pero que deben ser asumidas desde una certeza definitiva: la mejor manera de encararlas y buscarles soluciones —para beneficio de los que votaron, y los que no— es mediante su análisis abierto, público y responsable; un proceso en el que los medios de comunicación tienen que jugar un papel primordial, en vez de ser privados de cumplir con la función social que les corresponde.
De la inteligencia, justicia y valentía con que se enfrenten los hechos e interrogantes que han vuelto a poner ante nuestros ojos las recientes elecciones, dependerá en buena medida los números que se obtengan en los próximos cinco o diez años, pero sobre todo, el día a día de una Cuba que puede debatirse entre la indiferencia tozuda o la aceptación proactiva de realidades tan complejas como evidentes. Porque el problema mayor, de fondo, no radica en cuestiones de números o mayorías, sino en principios éticos fundacionales; se trata de inclusión, de participación, de construcción de consenso en un país que debe erigirse “con todos y para el bien de todos”. Una tarea a todas luces ardua para el grupo de personas que, a propuesta de la Comisión de Candidaturas Nacional, serán ratificadas el próximo 19 de abril por la recién electa Asamblea Nacional del Poder Popular—de seguro con cifras tremendamente superiores a las de este proceso— para ocupar los máximos puestos del Estado y el Gobierno cubano.