
El creciente estado de incertidumbre sobre la suerte que correrán las dinámicas de normalización entre Cuba y Estados Unidos bajo la Administración Trump continúa convocando la opinión de expertos en la tarea de desentrañar los designios del Presidente norteamericano, a raíz de sus últimos comentarios el pasado 20 de mayo y del anuncio de un comunicado para las próximas semanas. Tarea difícil descifrar agendas ocultas, cuando a ratos ni sus tuits resultan legibles.
El hecho de que supuestamente se concibiera el 20 de mayo para transmitir un mensaje sobre el tema es, de por sí, conflictivo, pues este día no se celebra como el “Día de la Independencia de Cuba”, tal como ha comentado desatinadamente el The New York Times, sino como el inicio de una República cuya partida de nacimiento quedó estampada con la onerosa marca de la Enmienda Platt.
Tiene sentido especular –como hace el profesor Carlos Alzugaray— que el frustrado comunicado parece haber sido, más bien, el resultado de los acostumbrados ecos de El Nuevo Herald y otros medios de prensa de Miami, ante rumores puestos a rodar desde el Congreso por partes interesadas en el asunto, más que una decisión de la Casa Blanca.
Múltiples voces coinciden en que no habrá una reversión radical del proceso iniciado por el ex-presidente Barack Obama en diciembre del 2014, ni siquiera cambios sustanciales a los mismos. El consenso se basa en que para la propia Administración Trump no es beneficioso una reversión total de las medidas, puesto que ello lo colocaría en enfrentamiento con un gran número de oficiales de los departamentos de su gobierno que proponen no modificar la política en vigor hacia Cuba, tal como se planteó en una reunión de alto rango liderada por el Consejo de Seguridad Nacional en mayo. ¿Necesita Trump más opositores y críticas?
Por otra parte, es obvio que su equipo de asesores en materia de economía vería como una pérdida, más que como un beneficio, una reversión de dicha política.
La impopularidad de una regresión a los tiempos pre-D17 se hace notable con respecto al tema de los viajes a la Isla. Hace una semana, los senadores Jeff Flake (R-Ariz.) y Patrick Leahy (D-Vt.), reintrodujeron un ley que permitiría a los norteamericanos viajar a Cuba en calidad de turistas. Esta legislación, la cual contaba solo con ocho partidarios en la sesión anterior del Congreso, ha acaparado 55 patrocinadores, según reporte de The Hill. Datos como estos son indicadores de hacia dónde se mueve la balanza con respecto al tema de Cuba, si bien no es menos cierto que no es este uno de prioridad dentro del complejo panorama en que se encuentra empantanada la actual Administración.
Una reversión acaso parcial es, no obstante, una posibilidad a considerar, como consecuencia de factores de presión política de sectores conservadores. El Presidente puede sentirse influido a hacer concesiones ante las presiones de la derecha cubanoamericana en agradecimiento por el voto de miembros de este grupo a favor de su nueva legislación en materia de salud (la AHCA o Ley Estadounidense de Cuidado de Salud, que deroga las disposiciones fundamentales del “Obamacare”). Tal es el caso de Díaz-Balart, quien no dejó de aprovechar la oportunidad para montar su película de vacilación ante la nueva ley de salud de Trump, dándole más importancia así a la decisión final de su voto favorable. Esta es una herramienta política de no poco alcance, sobre todo si se cuenta con que la primera versión de la ley sufrió una escandalosa derrota el pasado marzo, cuando los conservadores del propio partido del Presidente fueron quienes coadyuvaron a su fracaso. Dichas presiones conservadoras podrían, incluso, tener más peso que las promesas electorales en Miami, puesto que Trump sabe que necesita aliados dentro del predominante panorama de impopularidad dentro del que se mueve en su propio circuito.
Pero los políticos cubanoamericanos que atacan los valores de la nación y las familias cubanas y cubanoamericanas saben que una reversión total de las medidas de Obama hacia Cuba es también poco plausible. Por eso se arreglan acaso una agendita sumisa y mínima que logre capitalizar algunos puntos claves (la vuelta a las licencias específicas de viaje; la suspensión de tratos en materia económica con sectores ligados al cuerpo militar cubano), y alimentan la prensa con sus trasnochados deseos, que hasta la fecha son solo eso: deseos.
Este dossier, que iniciamos con una entrevista al historiador, profesor e investigador Jesús Arboleya, busca precisamente lo contrario: sustentar las expectativas de todos aquellos que apuestan por la irreversibilidad del proceso de normalización. Se incluirán los comentarios de expertos, académicos, activistas y líderes de organizaciones que, tanto desde Cuba como desde los Estados Unidos, han contribuido al nacimiento de una nueva era para los dos países. Los que construyen, y no los que destruyen, tienen la palabra.
Otros artículos del Dossier:
Marguerite R. Jiménez: “WOLA ha trabajado para hacer avanzar las relaciones entre ambos países”
Collin Laverty: “Cuba seguirá cambiando a su propio ritmo y dentro de su propio contexto”.
Giancarlo Sopo: “Nuestra misión continuará y no se verá afectada por estos cambios de política”.