Las relaciones raciales en Cuba y las actitudes anti-nacionales que la amenazan

Foto: EFE

… Cada frase revisitada en letras negritas indica la reafirmación de una postura de defensa del “ser nacional” como una sabiduría, no necesariamente ontológica, y la irradiación de una energía capaz de alimentar a “todos los cubanos” dondequiera que estén…

 Pedrinho de Cuba (2018)

 

En el presente siglo XXI, Cuba sigue enfrentando varios problemas heredados de las centurias anteriores. Uno de ellos es el asunto que en este contexto denominaré “relaciones raciales”, sabiendo que otros estudiosos y diletantes prefieren aplicar nominaciones –dicho sea de paso– válidas también, como: racialidad, cuestión racial o problemática racial, por citar tres. No es mi objetivo defender ni anunciar la posibilidad de encontrar una solución a las relaciones raciales de nuestro país, porque la vida ha demostrado que es local y mundialmente insoluble.

Evitando folklorizar/hacer ciencia ficción sostengo el criterio de que las personas necesitan entender, de una vez y por todas, que las relaciones raciales tienen una vida eterna de funcionamiento dinámico de conflictos y redes de solidaridad, que gravitan en una amplia gama de intensidades manifestadas de formas vertical y horizontal. Ante esta situación sólo queda un desafío a enfrentar: luchar sin descanso contra las prácticas de racismo, las actitudes discriminatorias y los gestos prejuiciados. En otras palabras, más crudas, hay que estar dispuesto a perecer luchando sin tregua en el universo hostil de las relaciones raciales porque el racismo es una ideología cada día más fuerte y engendra/exterioriza actitudes de carácter anti-nacional.

Cuando se habla de “raza” (y pienso en la perspectiva propuesta por Aníbal Quijano) es fundamentalmente para discutir varios asuntos de índole social, que se complementan con cuestiones económicas, políticas, ideológicas, culturales, jurídicas, psicológicas, entre otras no menos importantes. Es público y notorio que el factor biológico, específicamente las interpretaciones sobre el fenotipo del Yo/Self (mismidad) y de los otros (otredad), se mantiene presente en el accionar humano de cada una de las alteridades en nuestro país. Tales razones (y otras) provocan el abordaje del concepto de “raza” como una construcción sociocultural sin alardes biologizantes. A partir de ahí, es posible entender las relaciones raciales como los latidos conflictivos y/o solidarios percibidos en la convivencia cotidiana entre las alteridades que componen una sociedad determinada; y también las posturas frente al otro externo (léase extranjero) a decir de Tzvetan Todorov. En ese amplio espacio de sociabilidad es donde varios seres humanos sufrimos prácticas de racismo, actitudes discriminatorias y gestos prejuiciados. Pero también decidimos enfrentar, de diversas maneras, tales manifestaciones pese a la incomodidad de quien no puede parar la avalancha social que se le viene encima con sus exigencias en pro de los derechos relativos a la ciudadanía. Y esto no es una actitud anti-nacional como pretenden afirmar los “celadores de la fe” parapetados en los altos fines políticos.

Cuba aún vive de la renta politizada de un proceso histórico muy radical en sus comienzos, que hoy muchos continúan definiendo como una Revolución. El nivel de admiración que tiene nuestro archipiélago fuera de nuestras fronteras es interesante y problemático. Pero la mayoría de esos admiradores tiene muy pocos o precarios conocimientos de la realidad cotidiana de nuestro país; y por eso, en innumerables ocasiones, hablan lo que no deberían. Es decir, emiten criterios descontextualizados al estilo politiquero/politicastro. Lo que aconteció en Cuba desde 1959 está relacionado con el esfuerzo humano que genera aplicar un alto fin político que, desde la arrancada, fue denominado de justicia social. Esa fue la gran divisa de aquella juventud que asumió el poder político. Ante muchas dificultades, que enfrenta lo que es nuevo, ellos dieron las respuestas que pudieron/quisieron: en unas acertaron, porque indujeron a la población que las tradujesen como manifestaciones de orgullo y soberanía nacionales (amén de algunas deficiencias no superadas que vemos hoy); y otras fueron funestas para la nación y siguen rondándonos como fantasmas concretos por causa del voluntarismo político, la arrogancia ideológica y la falta de una visión de conjunto despolitizada (dígase sin politiquería/tequería barata) para hacer avanzar a la nación cubana por derroteros más atinados. ¿Alguien todavía cree posible adoptar una actitud anti-nacional de manera inconsciente/inocente/ingenua cuando siempre te comportas como aquella “Gatica María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano”?

Nuestro país no es ejemplo de una nación desarrollada económicamente. ¡También es verdad que nunca lo fue! Nos guste o nos disguste, Cuba siempre ha estado insertada en la parte de los proveedores de materias primas y le corresponde ser un enclave mercantil para productos elaborados en la llamada División Internacional del Trabajo tanto en su versión capitalista (denominada colonial en sus inicios), como en aquel esquema del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) bajo la égida soviética, cuyo proceder no era menos colonialista que el de sus enemigos cordiales, o tal vez por conveniencia (parafraseando a André Günder Frank).

Hasta hoy, Cuba tampoco ha sido capaz de resolver un problema clave como tener un buen mercado interno que favorezca la alimentación de una población cada día más empobrecida. No entiendo cómo algunos ilusos se aferran a la afirmación de que ya acabó el denominado “Período Especial en tiempos de paz”, que con tanta fuerza irrumpió en el país durante los 90 y sigue siendo un calvario para muchos cubanos. Realmente, esa sensación de desamparo y de precariedad sociales sigue vigente pese a las tímidas medidas estatales de dinamización de la economía, cuyos zig zags, “tira y encoje” y “dime que te diré” se muestran como un horror, un espanto y un escache (a decir de “Alejito” –Wilfredo Fernández– un simpático personaje del siempre recordado y popular programa radial “Alegrías de Sobremesa”). Si negar/enmascarar la realidad cotidiana no es una actitud anti-nacional, entonces que alguien me diga, por favor, ¿qué es?

En este panorama cubano actual (sintetizado apretadamente) entra en una discusión –más práctica que teórica– aquello que denomino y defino como “relaciones raciales”. No dar la debida atención a ese asunto engendra, necesariamente, una actitud anti-nacional (sea de forma vertical u horizontal). Detalle: no estoy hablando de soluciones definitivas, porque no existen; sino de tomar las decisiones necesarias para andar hacia un bien mayor, que va más allá de los omnipresentes altos fines políticos del Estado. Por mucho tiempo las relaciones raciales ha sido un tópico más soslayado que postergado, a conveniencia, como consecuencia de la preponderancia del discurso politizado.

Una actitud como esa fue, por ejemplo, el principal factor que provocó la masacre de los militantes del Partido Independiente de Color (incluyendo simpatizantes y otras personas que nada tenían que ver con aquella organización política) en la provincia de Oriente a mediados de 1912. ¿Será que alguien tendría la capacidad de convencerme de que después de un siglo de ese crimen –en formato de purga racial– dicha actitud anti-nacional protagonizada entonces por José Miguel Gómez tuvo un cambio sustancial después de 1959; o, simplemente, podríamos afirmar que se recicló, se metamorfoseó o se travistió para parecer menos cruenta y más sórdida? ¿Alguna vez, en nuestra historia republicana de más de un siglo, hubo un verdadero interés en promover un Estado de Derecho garante del respeto a los derechos humanos, que incluyen el acceso al conocimiento profundo de nuestra historia nacional (como nos decía incisivamente Leyda Oquendo)?

La imposibilidad de mantener el tabú del silenciamiento siempre fue un problema estatal durante el siglo XX –porque no fue inventada a partir de 1959– y aún continúa siendo así en lo que va del XXI. Por tanto, quienes estamos realmente interesados en el diálogo franco sobre las relaciones raciales en Cuba no podemos aceptar esa lógica sórdida del obstáculo amordazador. Mantenerlo de forma abierta o sutil es un inconveniente moral, político e ideológico; pero no es suficiente saberlo y quedarnos de brazos cruzados. Lo que realmente se necesita es reaccionar de forma decidida ante esa maniobra consciente y anti-nacional. La denuncia social y la conciencia crítica son dos armas a ser utilizadas con dignidad, sapiencia y sentido del deber. La lucha contra el racismo (en sus diferentes manifestaciones posibles) no puede estar presa en las redes de la archiconocida conveniencia estatal, cuyo apego a los altos fines políticos nos indica que nunca renunciará a la práctica colonial del sí, pero… Esa es una actitud anti-nacional también.

Defender nuestra nacionalidad no es patrimonio de un selecto grupo social que vive de rentas históricas, o de una casta militar, o de clanes inescrupulosos, concupiscentes y ambiciosos, o de un consejo de ancianos que se les cae la baba y están reacios a las dinámicas de la era informática. Todos ellos (y otros más que pululan a su alrededor) están corroídos por el colonialismo mental, que William DuBois y Frantz Fanon me ayudaron a entender. La defensa de una nación va más allá de los signos traducidos en conceptos positivistas o historicistas (Ernest Renan), marxistas (Iosif Stalin) o decoloniales (Boaventura de Souza Santos). Cuando hablamos de defender el “ser cubano” no podemos permitir una connivencia con el racismo estructural/institucional como está aconteciendo en el proceso tildado de “dinamizador de la economía cubana”, que maximiza la situación precaria de la población negra empobrecida de Cuba.

La defensa del “ser cubano” también pasa por una inclusión, positiva y sin represiones, de nuestra Diáspora, que son –como dice el trovador Fernando Bécquer– “cubanos por donde tú quieras”. En este caso, permitirle a una persona, que se dice comunicador social y realmente es un adulador/tartufo del poder secular, proferir en público una frase tan desafortunada y ofensiva como “ex-cubano” es una actitud anti-nacional que nos mantiene sumidos en una encrucijada perversa promovida por los “teje manejes” de un Estado Selectivo Estratégicamente que desprecia a los sujetos diaspóricos.

Nuestra cultura cubana, en sus raíces profundas, –y ahora pienso en Gustavo Urrutia y Walterio Carbonell– defiende el diálogo y no la exclusión. Pero lo que realmente tenemos hasta hoy es un monólogo que se presenta como inclusivo, cuando realmente representa la práctica de inclusión/exclusión. En mi casa me enseñaron que deberes y derechos han de ir de la mano; pero cuando salía a la calle “las parcas homéricas” estaban totalmente desequilibradas a favor de los deberes con el Estado basados en los altos fines políticos. Sufriendo las prácticas de racismo, las actitudes discriminatorias y los gestos prejuiciados, entendí el sentido y la razón de la continuidad de aquel slogan colonial que reza “las leyes se acatan; pero no se cumplen”. Esto también es una actitud anti-nacional que amenaza las relaciones raciales aún dominadas/penetradas/mediadas por el racismo “a lo cubano”.

Sobre los autores
Pedro Alexander Cubas Hernández 26 Artículos escritos
(La Habana, 1969). Licenciado en Historia (1996). Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, El Caribe y Cuba por la Universidad de La Habana (2002). Diplomado en Cultura Cubana por el Centro Nacional de Superación para la Cultur...
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