La globalización neoliberal de las últimas décadas no ha arrojado al capitalismo internacional resultados alentadores y ha estado mostrando, de hecho, significativos inconvenientes. La economía estadounidense y otras del viejo continente, han confrontado pesadumbres económicas y sociales, que hasta el presente no han podido solucionar; mientras la globalización neoliberal/financiera, se ha visto beneficiada, tras un derrotero exageradamente especulativo y corrupto. Se puede comprender, además, que “desarrollo económico” sin mejoramiento del bienestar social, al final resulta en un rotundo fracaso.
Esos han sido los resultados, al menos hasta hoy, de estos años de neoliberalismo globalizado y de las decisiones de sus instituciones representativas; patentizado en realidades y síntomas visibles (prácticamente estables), como es el caso los procesos económicos recesivos o los bajos índices de crecimiento. Estos han ocasionado desempleo, inseguridades, migraciones y restricciones al bienestar social, mientras las élites del capital transnacional financiero continúan garantizando pingues ganancias.
Recientemente, después del Brexit en Gran Bretaña y llegada de Donald Trump a la Casa Blanca (con las políticas presumibles que ambas situaciones comportan), puede comprenderse que no han sido acontecimientos fortuitos, ni totalmente inesperados, los que hoy inquietan o crean incertidumbres en el mundo. Tales hechos tienen relaciones de causa/efecto: entre las circunstancias económicas por la que atraviesa la economía mundial, los efectos sociales que acontecen y la puja por un nuevo papel político/económico de los hegemonismos planetarios, indudablemente entre Estados Unidos, China y Rusia.
Cierto que el mundo se encuentra en un momento de gran incertidumbre, con preocupaciones políticas, economías de lento crecimientos y guerras. Además, visualizamos la conformación de nuevas áreas de influencia mundial y la desaparición del hegemonismo unipolar; es muy posible que por imperativo de las circunstancias económicas, veamos ante nuestros ojos la formación de otro mundo de jerarquías tri-polares o probablemente multi-polares. Lo que se dice (y comienza a hacerse) en Estados Unidos y Gran Bretaña, insinúa un posible acomodamiento a esas situaciones; todo hace prever que nada será igual a lo que venía sucediendo y sus tendencias; o como dice un viejo amigo: “el mundo muda su piel”.
Aunque nos encontremos fragmentados en casi 200 países y las sociedades posean diferencias económicas, científico/técnicas, étnicas y culturales, no es posible pensar o desconocer sus estrechas interrelaciones y, por tanto, de ahí los inevitables efectos que cualquier política predominante pueda originar a escala universal. Estos efectos, producto de las interconexiones existentes, rebotan o determinan sobre el conjunto de las relaciones económicas y políticas internacionales. Algo de eso ha sucedido (con conciencia o sin ella) a los líderes mundiales, que han visto fracasar sus esfuerzos y manidas políticas, que otros momentos dieron lugar a resultados positivos.
Puedo poner de ejemplo la carrera armamentista, guerras frías y calientes, nacionalismos extremos, privatizaciones y/o reducción de las competencias gubernamentales en detrimento social y, finalmente, las prácticas neoliberales; todas ellas convertidas en políticas relativamente inútiles o pasadas de moda. Estas han ocasionado inconmensurables desgastes económicos, gastos innecesarios, pérdidas de recursos naturales, afectaciones ambientales y sociales, o haciendo perdurar los actuales desequilibrios entre países. Esas políticas, todo hace pensar, no podrán ser las adecuadas para el mundo del mañana.
No faltan los que consideran que Estados Unidos no supo proceder con inteligencia y racionalidad cuando, después de la desaparición de la Unión Soviética, se convirtió en la única nación con hegemonía mundial y no aprovechó las ventajas (estratégicas, de recursos y eficiencia) que le ofreció aquella excepcional e inesperada coyuntura histórica.
Las exigencias del siglo XXI son bien diferentes y comienzan a distanciarse de las del XX que las precedió; entre otras razones por el significativo aumento de la población mundial, los extraordinarios adelantos científicos y tecnológicos, el desarrollo industrial y la expansión de los mercados, el auge de las comunicaciones y el transporte, y el mismo consumo, los problemas ambientales y las limitaciones de recursos naturales, así como por la redistribución de las nuevas esferas de influencia o ubicación de las naciones, dentro de una nueva geopolítica mundial.
Diversos analistas comienzan a coincidir en que el modelo neoliberal está feneciendo, aunque existen fuerzas y políticos que no lo piensan o desean así y se aferran a su naturaleza, a pesar de las fuertes tendencias que se observan a cuestionarlo. Insisten en reavivarlo, considerando al neoliberalismo como tabla de salvación a sus críticos problemas económicos, sin comprender que las economías no pueden reñirse con las necesidades de las gentes. El olvido de estas necesidades, precisamente, fue el legado y las nefastas consecuencias de las políticas neoliberales y su empantanamiento económico.
Otros analistas consideran que las estructuras están cambiando, que el fenómeno de la llamada globalización neoliberal fatigó a las democracias y las puso en crisis. Eso los hace pensar que nos hayamos en el preludio de la des-globalización neoliberal; anticipándose incluso a pronosticar, que las tendencias económicas mundiales se orientarán hacia los regionalismos, valorando que desaparecerán los paradigmas político/económicos mundiales y serán sustituidos por otros que se encuentran en marcha.
La irrupción de Trump y su equipo de radicales conservadores estadounidenses a la mansión palaciega de Washington, no ha sido un relámpago en cielo despejado; he ahí la importancia de seguir con atención y comprender el momento que vive y vivirá, domésticamente, Estados Unidos y sus nuevas relaciones internacionales.
Todo hace pensar que la Administración republicana pretenda salir con urgencia de la situación de retroceso económico en qué cayó Estados Unidos, dejando atrás las políticas del viejo orden establecido, entronizadas desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial.
Todo parece indicar que la nueva Administración estadounidense se aventura a crear una nueva política económica y a promover relaciones internacionales diferentes; donde una visión más pragmática posibilite acomodar la necesidad de compartir con otras naciones como China y Rusia (las mayores esferas de influencia o dinámicas económicas mundiales). Esta realidad, probablemente, la veremos consolidarse en los próximos años.
Las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía global en general, deben comportarse de manera atenta y alerta ante las nuevas políticas y acontecimientos que se produzcan en Estados Unidos y resto del mundo. Debemos, al menos, poder exigir comprensión y responsabilidad sobre aquellos aspectos que puedan ocasionar angustias o peligros a las gentes. Son tiempos difíciles, de cambios, donde no podemos darnos el lujo de mantenernos al margen de lo que ocurre, o hacer como el avestruz, metiendo la cabeza bajo tierra; porque se encuentra en marcha el rediseño de un nuevo orden político y económico mundial y de sus hegemonías; por lo que la ciudadanía no debe proceder con indiferencia ante tan trascendentales circunstancias.
Finalmente, pongo el ejemplo de un país como México, de conocida orientación neoliberal en los últimos años. En realidad la sociedad mexicana se ha visto afectada por el TLCAN (al menos la mayorías de sus actores empresariales y laborales), aunque se diga lo contrario en Estados Unidos. Se ha beneficiado una parte de los políticos y de la oligarquía mexicana. El Tratado ha sido, en buena medida, causante directo del éxodo masivo hacia Estados Unidos (11 millones de indocumentados). Sin embargo, las autoridades mexicanas (paradójicamente), continúan defendiéndolo de los anunciados ajustes o revisiones que desea hacer el presidente Donald Trump.
Al parecer sus gobernantes no logran comprender o no les importa, la crítica situación por la que a traviesa el país y sus gentes. Después de tantos años es tiempo suficiente para comprender los inconvenientes de integrar una economía atrasada, de tipo agrícola y desarrollo industrial limitado y proteccionista (como es la mexicana), con Estados Unidos y Canadá, que se encontraban (y encuentran) en una etapa superior (mucho más adelantada, moderna y eficiente) y en condiciones jurídicas e institucionales mucho más favorables.
Se conocen las políticas priistas de su actual Presidente, de situar el petróleo mexicano en manos extranjeras y privatizarlo, así como otros recursos y reformas que se desean implementar; sin embargo, son cuestionadas por amplios sectores de la sociedad mexicana, al considerarlas que entregan los recursos naturales patrimoniales y estratégicos de la nación al extranjero, en función de una política (la neoliberal), que precisamente y en estos momentos, puede valorarse comienza a entrar en una época de disociación que quizás llegue a ser definitiva.
No hay dudas que vivimos momentos de singular interés y habrá que seguir el ritmo de los sucesos que ocurran; sólo la vida dará la razón o no a estos comentarios y nos mostrará el rumbo definitivo que tomen las nuevas situaciones políticas y económicas mundiales.