
Arturo López-Levy es, sin dudas, una de las voces intelectuales más respetadas cuando de temas cubanos se trata; más allá, incluso, de las relaciones internacionales y la política exterior. Para el doctor López-Levy, el senador Marco Rubio y otros elementos del exilio histórico, están manipulando los incidentes para perjudicar los intereses nacionales de los dos países, y no sería la primera vez. Estos no han vacilado en actuar contra Estados Unidos cuando de perpetuar la hostilidad entre los dos países se trata. Además, piensa que la animadversión de estos elementos hacia el sector privado en Cuba compite con la de los blogueros de la extrema izquierda. Arturo López-Levy es graduado del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Tiene un doctorado en estudios internacionales por la Universidad de Denver y maestrías en Relaciones Internacionales por la Universidad de Columbia (Nueva York) y Economía por la Universidad de Carleton (Ottawa).
¿Cuál es su análisis sobre las condiciones en las que el gobierno de Estados Unidos ha tomado estas medidas? ¿Está Ud. de acuerdo con ellas?
El gobierno de Estados Unidos ha reducido el personal diplomático propio y el de Cuba en Washington como parte de una agenda presidencial de Donald Trump dirigida a sabotear los avances en las relaciones bilaterales; sobre todo a partir del 17 de diciembre de 2014. Es difícil entender las decisiones estadounidenses fuera de una lógica hostil donde predomina el deseo de poner las relaciones entre La Habana y Washington en una ruta de confrontación. Incluso si admitiéramos los alegados incidentes que afectaron la salud de los diplomáticos norteamericanos, y la responsabilidad de Cuba por no proteger la integridad y seguridad de ese personal en virtud de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961; es difícil mirar los pasos de la Administración Trump como dirigidos a esclarecer y superar lo ocurrido. Se trata de un tema en el que, hasta la comunidad científica de Estados Unidos, el país más desarrollado del mundo, no tiene hipótesis claras, ni respuestas.
Cuba ha ofrecido colaboración a través del presidente Raúl Castro, y Estados Unidos debería interesarse en encontrar una explicación plausible a lo ocurrido. Preocupa que no se avance en ese camino pues hay una historia, en la comunidad exiliada, en la que terceros actores no han vacilado en actuar contra Estados Unidos cuando de perpetuar la hostilidad entre los dos países se trata. Aliados de esos sectores, como el senador Marco Rubio, están manipulando los incidentes para perjudicar los intereses nacionales de los dos países. Más que ser la causa de este congelamiento de los avances logrados con los 23 acuerdos de los últimos años, los incidentes apuntan a ser pretextos para los impulsos de la Administración Trump.
¿Cuáles podrían ser las consecuencias de estos hechos para el estado actual de las relaciones entre los distintos actores no estatales de ambos países?
Los actores no estatales son variados en Cuba y en Estados Unidos, y algunos tienen agendas positivas hacia la distensión mientras otros buscan generar la confrontación. Hay un espectro medio, que no se debe idealizar tampoco, con agendas que a veces se alinean, y a veces no, con lo óptimo para los dos países. Las acciones del gobierno norteamericano contra los viajes y el personal diplomático cubano a cargo de las actividades económicas apuntan a golpear a los públicos que abogan y justifican el acercamiento entre los dos países en ese campo. Léase la proyección del senador Rubio y los grupos afines a su agenda y se verá que su animadversión hacia el sector privado en Cuba compite con la de los blogueros de La Pupila Insomne.
Dicho esto, no estoy por la idealización de los grupos no gubernamentales como la panacea para acercar a Cuba y a Estados Unidos. Por experiencia he visto mucho actor no gubernamental cubano y estadounidense temeroso de hablar desde la ética y cortando su discurso político a la medida del gobierno o cualquier audiencia a la que se trata de cautivar. ¿Qué sino eso fue el penoso pedido de perdón de Descemer Bueno al exilio histórico por haber criticado al bloqueo en una entrevista con Russia Today?
Una de las causas del retroceso que hoy experimentamos fue la falta de coraje de alguno de esos actores no gubernamentales. Cuando la oportunidad estaba abierta fueron a Washington a criticar al gobierno cubano sin priorizar la condena al embargo, moldeando su gestión a las agendas de los anfitriones. Lo mismo se puede decir de actores estadounidenses pro-distensión que, en aras de congraciarse con el gobierno cubano, no agitaron la urgencia de que este aprovechara los resquicios creados por la política de Obama para blindar lo avanzado con reformas, negocios, contactos y públicos dispuestos a batallar contra la cancelación del rumbo “pro-distensión”.
El propio equipo de Obama creó sus propios problemas. Después del 17 de diciembre renegó de muchos de los que lo empujaron a la fórmula de la liberación paralela de Gross y “los tres” del grupo de “los cinco”, descalificó a algunos de ellos como “izquierdistas” y se montó un tinglado con sus cubanoamericanos favoritos entre un grupo de mercaderes y comedidos llegados a la postura anti-embargo a última hora. Esa gente se preocupó de sus intereses sectoriales, y nunca tuvo coraje o el tacto político para estigmatizar al grupo pro-embargo como lo que es: anti-cubano y anti-norteamericano.
La política moderada, la martiana, no es tirar la diagonal en un paralelogramo, sino actuar desde los principios patrióticos, pagando el costo que haya que pagar. ¿Lo hizo Cuba Posible, por ejemplo? ¿Los empresarios agrícolas? ¿Los cuentapropistas y académicos de Cuba que visitaron la capital norteamericana? ¿Los cubanos emigrados que fuimos al Congreso o a los tanques pensantes de la cuestión cubana? Allí están las crónicas y hasta videos de las presentaciones en el Diálogo Inter-Americano y Brookings Institution de cada uno de nosotros y hay responsabilidades individuales.
La derecha cubana cavernícola, no la de Saavedra y la aplanadora, sino la que se viste de frac, es insaciable y vengativa. Persiguen e inventan cualquier pretexto para morder al que le planta cara, pero no queda más remedio que hacerlo. Ojalá que el pueblo cubano pueda ver quién habla en Washington y en Miami sin hacer concesiones algunas de soberanía y quien dice aborrecer el embargo, pero llega allí preocupado por luchar la plaza de preferido sin romper ni un plato a sus anfitriones.
Aquellos que por intereses, o por valores, favorecen una agenda de distensión van a sufrir ahora por la forma cortoplacista y poco urgente en la que muchos asumieron los retos y las oportunidades que el proceso posterior a diciembre de 2014 generó con Obama en Estados Unidos y en Cuba.
En Cuba hay quien también debe analizarse. Ojalá que los que escribían en Cubadebate, y otros blogs que no merecen mencionarse, que lo de Obama era “alcanzar los mismos objetivos de desestabilización con diferentes métodos”, entiendan que en política los medios no son independientes del fin. Una política que reconocía como interlocutor al gobierno cubano, y partía de no desconocer áreas importantes de legitimidad política asociadas a la Revolución, no podía plantearse su desmontaje total por medios persuasivos, por mucho que discrepara del comunismo. Ojalá se hubiese aprovechado más la visita presidencial a Cuba. Lo de Obama era 100 veces mejor para Cuba que la visión de la ley Helms-Burton o la postura de Trump. Eso lo saben hasta los que viven de la matraca “anti-centrista”, pero no lo admiten porque su modo de vida depende de la movilización militante en la trinchera. Están hechos para la “combatividad”.
Nada bueno para los intercambios sociedad-sociedad, las oportunidades de negocios, los eventos académicos, culturales, educacionales y la urgencia de una emigración ordenada, legal y segura se puede esperar de una reducción drástica del personal diplomático y consular, así como del establecimiento de una lógica de hostilidad. En ausencia de “estabilizadores”, como son los contactos diplomáticos de buena fe, para una relación tan accidentada como la cubano-estadounidense, la tendencia es al deterioro.
¿Cree usted que existe la voluntad política de ambos gobiernos para superar este obstáculo, o es el comienzo del deterioro (de nuevo) de la relación bilateral?
No creo correcto hablar aquí de la voluntad política de ambos gobiernos como si se tratara de una responsabilidad compartida por igual en esta crisis. Como ha dicho el senador Patrick Leahy, con amplia experiencia en política exterior, Cuba no tiene ningún interés en entorpecer la distensión y sí en esclarecer estos incidentes.
El reporte de los “problemas de salud” puso a prueba la voluntad cubana de esclarecer lo ocurrido y actuar en consecuencia para preservar el proceso de distensión. Las evidencias apuntan a que las acciones del gobierno de La Habana han sido constructivas. Raúl Castro caminó “la milla extra” para no ser responsable por dinámicas de ruptura y ofreció una colaboración, sin precedentes dentro de Cuba revolucionaria, con el FBI al embajador Jeffrey DeLaurentis. Bruno Rodríguez solicitó una reunión con el Secretario de Estado Tillerson, en la que insistió en buscar soluciones constructivas, pero la Administración Trump ha sido impermeable a esas propuestas.
Desde la Casa Blanca no se ha hecho nada por ampliar un legado de distensión de la Administración anterior, de por sí bastante frágil. Todo lo que hemos visto es la utilización de los incidentes para no solo retirar al personal diplomático por razones de seguridad, sino como pretexto para reducir el personal cubano en Washington y hasta recomendar a los norteamericanos no viajar a Cuba. En la mente de los diplomáticos y los analistas, las palabras importan mucho, y de Trump solo han salido retóricas arrogantes e imperiales, no solo con respecto a Cuba, sino también contra la Administración anterior.
¿Cómo influiría este conflicto en el nuevo gobierno cubano que asumirá en 2018?
La Administración Trump ya está en un rumbo en el que Estados Unidos perdió la oportunidad esbozada en la directiva presidencial de octubre de 2016, de ayudar a la democratización del sistema político cubano en la coyuntura crítica post-2018. Trump no ha podido retrotraer la relación con Cuba a la era de Bush, pero su pensamiento carga la mentalidad imperial (consagrada en la ley Helms-Burton) de asfixiar a Cuba para que se produzca una rebelión anti-gubernamental. Por dignidad soberana, Cuba, no solo su gobierno, sino como proyecto nacionalista, se tendrá que atrincherar.
En un contexto internacional amistoso a las reformas, la pregunta central de legitimidad era si los nuevos dirigentes cubanos eran capaces de modernizar al país en un contexto post-Guerra Fría y aprovechar las puertas abiertas para aumentar las libertades y el bienestar de sus conciudadanos. La hostilidad de Trump canceló ese cuadro y vuelve a poner el conflicto en los términos que Fidel Castro lo situó, en jugada política maestra, en el primer semestre de 1959: nacionalismo versus política imperial. La medida de la legitimidad, con consecuencias importantísimas para las décadas posteriores, será entonces si el nuevo liderazgo puede encabezar una resistencia exitosa a las presiones imperiales de Washington.
Esa resistencia no implicará la paralización del proceso de reformas económicas, habrá continuidad y hasta profundización, pero desde una política cauta. Trump mitiga, con su agresividad, la probabilidad de que esos cambios en la estructura económica se traduzcan en necesarios procesos políticos de apertura, empoderando las fuerzas y las tendencias dentro de Cuba interesadas en una democratización soberana del país. Se equivocan los que subestiman la capacidad de resistencia de la élite y el pueblo cubano ante una política archiconocida de presiones externas, a la que derrotarán nada más que sobreviviendo. Algo que ni Marco Rubio -ni Trump- entienden, es el peso del nacionalismo en la cultura política cubana. En esas condiciones, la alternativa a un nacionalismo totalitario es un nacionalismo democrático, no una posición plattista o subordinada a una lógica imperial, como se exhibió en el Teatro Artime de Miami, en junio.
La postura imperial de Trump acercará Cuba más a la Venezuela chavista, a Rusia, y a China. Una incógnita importante es cómo manejarán Europa, Canadá y una América Latina con importantes giros a la derecha, las presiones de Trump contra con Cuba. La situación de hoy es muy diferente a los años 90, cuando Estados Unidos vivió un “momento unipolar”, como lo llamó el columnista neoconservador Charles Krauthammer. Hoy Estados Unidos sigue siendo la primera potencia del mundo, pero en lugar del liderazgo de Bill Clinton abogando por opciones multilaterales, y acomodos negociados como el área de libre comercio para las Américas, Trump muestra un desdén permanente por aliados y rivales, un desconocimiento por las dinámicas cubanas y una preferencia por lo contencioso, que compite con la de los blogueros ideológicos del comunismo cubano más rancio. Con esos truenos, no luce bien la perspectiva del próximo año para las relaciones Cuba-Estados Unidos.
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Domingo Amuchástegui: “Lo que buscan es el colapso económico, político y social en Cuba”
Michael J. Bustamante: “Me cuesta trabajo entender la expulsión de los diplomáticos cubanos”
Geoff Thale: “The size of the personnel cut looks a lot like a punitive measure, not a safety one”