Memorias y reconciliaciones.


Mi memoria es magnífica para olvidar.

Robert Loius Stevenson.


I

Las reconciliaciones nunca han obedecido a voluntades, sino a necesidades. Tampoco caben en reglas generales pues cada proceso tiene singularidades muy específicas donde se entrecruzan tiempos, lugares, actores e imprevistos. La verdadera y definitiva recomposición de las relaciones humanas necesita un punto de no retorno, en sistémica resulta alcanzar un nivel cualitativamente distinto al anterior para hablar de permanencia. Cambios en la superficie, de primer orden, traen imprevisibles consecuencias; a menudo conllevan rompimientos peores que los que antecedieron al fallido proceso de reconciliación pues queda, además de las recriminaciones ya conocidas, la “mala memoria” del fracaso.   

El papel de las “buenas” y las “malas” memorias en las reconciliaciones humanas es imprescindible. Ciertos atascos en el proceso se deben, precisamente, a reminiscencias intrusivas que habitan en lo profundo del inconsciente humano. Aunque el tema de la reconciliación del individuo con él mismo, con una deidad –desde donde el tema tomó cuerpo-, con una pareja, familia, amigos, nación o entre países, transita por lugares similares; una de las características a tener en cuenta es cómo y hacia dónde se maneja el pasado. Un amigo muy ocurrente tiene una frase que tomo prestada: “hay veces que uno no sabe el pasado que le espera”. Como cada ruptura y recomposición de las relaciones humanas es única e irrepetible, las experiencias personales y grupales cobran peaje. Así, una manera muy sana de mediar en un proceso de sanación relacional es siendo humildes y empáticos desde el principio; colocarse siempre en el “aquí y ahora” y en el “aprendiendo a aprender”. Y sobre todo, actuando de manera muy creativa y original sobre las memorias “buenas”, en definitiva, las únicas de las cuales es posible construir algo distinto.   

La memoria humana, a la cual le debemos una parte importante de nuestra sobrevivencia, suele tener esa parte oscura, oculta, cuyos efectos podrían ser devastadores para las buenas obras y las reconciliaciones. Ya el psicoanálisis clásico se ha encargado, hace más de un siglo, de advertirnos sobre esos olvidos involuntarios, casi siempre molestos, tristes y dolorosos, que nos impiden ser felices. Y de los mecanismos de defensa que tenemos. La “máquina” casi perfecta que es el cerebro humano almacena –no sin un costo adicional- las “malas” memorias de varias maneras. No hay razón alguna, si se quiere hacer un proceso de mediación y sanación de conflictos, para abrir esas gavetas sombrías en las cuales la ingeniería de la Creación o de la Naturaleza ha puesto los malos ratos para seguirnos dando un poco de felicidad y buenas relaciones con los demás.    

II

De cierta manera, es imposible la reconciliación de una familia, un pueblo o una nación si no se comienza por el individuo mismo. Y una parte importante depende de cómo la persona asuma su propia historia o las historias con las cuales ha estado relacionado. Los teóricos de los sistemas humanos, como Carlos Sluzki, creen que todo comienza cuando quedamos atrapados en memorias pasadas, no importa si “malas” o “buenas”. En esa narrativa, el eje tiempo hace la gran diferencia. Por lo general, las personas que son incapaces de reconciliarse consigo mismas, de no perdonarse y, por extensión, de no perdonar a los demás, cuentan con una vida personal estática, en el pasado, casi nunca dinámica. Su narrativa es intemporal, sin los matices propios de los cambios de estaciones o las puestas de sol; lo que sucedió hace medio siglo, es tan válido como lo que sucede ahora o puede suceder mañana. La Tierra no gira con ellos. Son ellos, tan anti-copernicanos, los que hacen girar la Tierra.

Tampoco los individuos irreconciliables consigo mismos hacen distinciones de espacios. Para ellos lo que les sucedió en un lugar debe repetirse –“fatalismo espacial”- en cualquier otro sitio. El apotegma filosófico de no bañarse en el mismo río dos veces carece de valor. Por tal razón, los recuerdos siempre estarán atados a experiencias negativas, descontextualizadas, desprovistos “del aquí”. Una vez más, los irreconciliables poseen otra “gracia” contra la reconciliación a modo de antídoto: la ubicuidad.     

Las personas reacias a la reconciliación personal cambian las causas u orígenes por los efectos de las cosas. Aunque la sistémica nos enseña que en la vida real no todas las causas conducen a los mismos efectos, y que estos pueden ser, incluso, causas con o sin efectos, los individuos en “bronca” con ellos mismos tienen una visión lineal de la vida. Para ellos, todo efecto debe tener una causa. Y si no existe, la inventan. Es en este plano, el de la causalidad, donde los individuos que no desean sanación atribuyen el no-cambio a las malas intenciones de los demás o a la mala vida propia. En su discurso, tales personas permanecen en una narrativa acusatoria depositada en lo ajeno. Por esa razón, porque las causas están fuera, no hay cambios posibles hacia el perdón y la cura. Desplazar las causas o culpas hacia otros, o a un pasado ya inmodificable, quita toda posibilidad de reconciliación con el presente y una vida futura.  

Resumiendo, las memorias “malas” tienen la característica de ser intemporales, ubicuas, y casi siempre lineales, culpabilizando a otros. Es muy difícil ayudar a una persona, una familia o un pueblo que dice con orgullo de titanes que si volvieran a nacer, harían exactamente lo mismo. La lectura es que no han aprendido nada, y repetirían los mismos errores. No es fácil trabajar con alguien que desconoce el presente, y el pasado solo sirve para justificar sus fracasos. Un grupo humano creído centro del Universo y que como cruz cartujana, el mundo gira a sus pies. Es triste ver un grupo humano mayor, familia o pueblo, atravesado por esas memorias malas, inamovibles en tiempo, espacio y causalidades. Es muy difícil intentar diálogo donde muy duraderos y fuertes han sido los malos recuerdos. Parafraseando cierto slogan cubano pudiéramos decir: ¡el Poder de los malos recuerdos, ese si es Poder!  

III

Pero nada más alejado de estas breves líneas que olvidar los ultrajes, las humillaciones, los crímenes. También la única manera de evitar que se repitan, es no olvidarlos. Sin embargo, las preguntas éticas y deontológicas últimas deberían ser: ¿Por qué y para qué sirve la memoria? ¿Qué hacemos y qué haremos con los “malos” recuerdos?

Si la respuesta es que sean como correctivos para impedir repeticiones trágicas, está muy bien. Solo que necesitaríamos algunas anotaciones al margen. Los malos recuerdos sociales, cual memorias desagradables para el cerebro humano, deben estar escondidos en gavetas gigantes llamadas museos, bibliotecas, documentales, hemerotecas, “media centers”. Solo cuando se cumple un aniversario y el hecho fue muy sonado, se desempolvan por breve tiempo. Es muy feo, y puede resultar contraproducente, inmiscuir a niños pequeños en conmemoraciones onerosas desde el punto de vista de su salud mental. Los niños no saben odiar. No es su naturaleza. Antes, más bien, dan lecciones a los adultos de cómo se pelean con un amigo por la mañana y en la tarde pueden jugar con el mismo amigo otra vez.

Hagamos una breve pregunta retórica: ¿por qué y para qué incitar, cultivar, abonar los malos recuerdos? En primer lugar, y es el núcleo de estas líneas, para alejar toda posible reconciliación. Es lo que hace todo individuo que no quiere perdonarse ni perdonar; rumia todos los días y a toda hora lo “malo” que hizo otra persona, sin asumir su propia responsabilidad en los hechos, sin tener en cuenta que hubo una situación particular, un “aquí” y un “ahora” que en unos días ya no serán los mismos. De tal manera, cuando una pareja se separa, suelen ambos bandos familiares recordar lo “malo” de ella y de él, sembrando así la certeza de una separación justa, honrosa, necesaria. Muchas veces la pareja desea la reconciliación, pero son los familiares quienes dicen las palabras mágicas: “acuérdate de lo que te hizo….”.

En la historia de los pueblos condenados al aislamiento y al fracaso, las “malas” memorias funcionan como frenos que imposibilitan a las personas reconciliarse con ellas mismas, con los connacionales, con otros pueblos. Los gobiernos rígidos, inamovibles, de cualquier pelaje ideológico, apelan a las tragedias y a las humillaciones para machacar el consciente y el inconsciente colectivo. El escritor francés Roger Martin du Gard escribió que la vida sería imposible si todo se recordase. El secreto, continuaba el Premio Nobel de Literatura, es saber elegir lo que debe olvidarse. Ciertas sociedades, o grupos sociales, a veces, parecen elegir solo lo malo para perpetuarse en el poder mediante el odio y la enemistad.  

IV

Vistas así las cosas, los procesos de reconciliación individual y grupal no pueden generalizarse; suceden, son singulares. Pero al tener las rupturas ciertas cosas en común, como en un rompecabezas, puede ser muy útil ir componiendo las piezas de los bordes hacia adentro. En este caso, el tema de las “malas memorias” completa la periferia del cuadro y si logramos darle otro sentido a la narrativa opresora, más en el presente que en el pasado, más en lo local que en lo exterior, más en la responsabilidad personal que en la colectiva, podríamos ir armando un cuadro en el que muchas piezas van a encajar sin dificultad. Michel Focault habló del poder de las historias subyugantes, dominantes; de cómo ciertas narrativas tendían a “normalizar” a los seres humanos, a ponerles etiquetas y a ejercer sobre ellos poderes reticulares de control.

Es difícil escapar a esa red invisible de certezas asumidas, pues quien intenta huir de la telaraña, tendrá primero que enfrentarse consigo mismo. Es un proceso difícil y largo, que atraviesa, como las pérdidas, varias etapas que van, desde una breve confusión inicial al mal humor, una depresión con culpas –por pensar contracorriente-, a la aceptación y el cambio. Es espinoso aunque sea sano mudar de aires. El proceso de sanación personal lleva tiempo, energía, romper con ataduras humanas, sociales y hasta económicas. Por tal razón, lo frecuente es permanecer en el odio, la revancha y la enemistad. Es mucho más fácil estar atrincherados en el “acuérdate de lo que te hicieron” o el “te lo van a hacer de nuevo”. Sin duda alguna, re-escribir el guión de la paz y la amistad con los demás es lo más sano mental y hasta físicamente.   

Es por lo expuesto en líneas anteriores, que cualquier evento reconciliatorio funciona, primero, desde los afectos, y no desde lo intelectual. Desde las escaseces y no desde las abundancias. La reconciliación comienza con acciones, y no con ponencias o buenas intenciones de tres o cuatro “elegidos”. Incluso la excesiva teorización, la banal búsqueda de quedar bien con todos –al final no se queda bien con nadie-, no hace otra cosa que dilatar un proceso que, como se indicó al principio, es asunto de necesidades y no de voluntades. Los intelectuales, los “elegidos” y las personas con buenas intenciones, solo pueden predisponer los ánimos, apelando a contar las historias de otro modo.

Es en ese punto de encuentro donde la necesidad busca un “buen” recuerdo, la labor de quienes apuestan por la paz y las buenas relaciones entre las personas, tiene aquí su lugar. Aunque se diga que los historiadores solo sirven para contar la historia de los vencedores, muchísimo pueden hacer para desenterrar las “buenas memorias” de los perdedores. Pueden hacerle la vida muy cara a los irreconciliables que han intercambiado las “malas” memorias por la “buenas” en las oscuras gavetas del inconsciente colectivo. Solo ellos, los intelectuales, quienes por su conocimiento, pueden contrarrestar semejante malversación.        

De nuevo podríamos observar a los niños, esas personas pequeñas repletas de sabiduría original. Cuando se pelean con un amiguito, y no tienen con quien jugar, buscan la manera de coincidir en algo, en algún sitio, con el enemistado. Y comienzan a hablarse, como si nada hubiera sucedido. No se dan disculpas. Volverán a fajarse, porque para pelear, paradojas humanas, hay que ponerse de acuerdo. Pero uno los observa y parecen haber olvidado la bronca. Nada, que como dijera Marcel Proust, también hay “ciertos recuerdos que son como amigos comunes, saben hacer  reconciliaciones”.
 

Sobre los autores
Francisco Almagro Domínguez 7 Artículos escritos
(La Habana, 1961). Médico psiquiatra. Psicoterapeuta y Supervisor clínico. Licenciado por el Estado de la Florida. Escribe narrativa, ensayo, periodismo. Ex-miembro del Consejo de Redacción de la revista Palabra Nueva, y ex-editor de Espacio Laic...
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