
Foto: Jorge Luis Baños/IPS
Un partido político es una organización que tiene como objeto ocupar el Estado y sus instituciones para poner en práctica determinada agenda. Nunca he sido parte de un proyecto partidista; aun soy joven. El Partido Comunista de Cuba (PCC) se percibe a sí mismo como la única organización política legítima para administrar las instituciones del Estado cubano, con el objeto, además, de construir un proyecto socialista. El espacio político que ocupa hoy el PCC, a pesar de una tenue apertura, sigue siendo excluyente; y tal exclusividad se acentúa con una Constitución que lo coloca como única alternativa a la construcción de una sociedad próspera y justa. Se abren, entonces, otros espacios políticos que, ante una legislación que lo prohíbe, aún permanecen “desocupados”, pero que eventualmente serán inundados por dinámicas que representen mejor a la gente.
El “partido político” del que me gustaría formar parte se debería valorar a sí mismo como la mejor alternativa para gobernar; sin embargo, debería entender que otras proyecciones políticas, incluso con proyectos de país diferentes, son también legítimas. El “partido político” que apoyaría con todo mi esfuerzo y tiempo debería rescatar el paradigma y espacio socialista que ha usurpado el PCC dentro de Cuba. Sin embargo, estas premisas ideológicas no podrían interferir la promoción del diálogo entre toda la nación. Este “proyecto partidista” que no existe, pero que de forma irreversible se va estructurando en el imaginario y en el alma de una parte de la nación, podría conciliar a los cubanos y cubanas, enfatizando lo que nos une y celebrando las diferencias como elemento saludable para el desarrollo.
Este “proyecto político”, que me causaría emocionantes desvelos y seguramente también amargas noches, debe democratizar la posesión del paradigma de una sociedad socialista. Una de las principales tareas, en el plano discursivo, sería entonces rescatar y recrear en el imaginario popular lo que debe ser una sociedad socialista, y cómo construirla. Debemos insertar nuevos conceptos en el discursivo socialista que han sido despreciados por el PCC: democracia, equidad, Estado de derecho, prosperidad, apertura, transparencia, pluralidad y nación. Después de casi tres décadas de recesión, estancamiento y/o imperceptible crecimiento económico (que ha potenciado el deterioro de la infraestructura del país, pilar esencial para el desarrollo), el mayor reto que debe enfrentar cualquier organización política, responsable, será el de convencer a la gente de que un proyecto socialista para Cuba no tiene y no debe estar divorciado del desarrollo económico.
Para que este “proyecto partidista” nos mantenga a muchos exaltados y animados no deberá confundirse con los caminos del reformismo insípido, que solo se ocupa en última instancia de gestionar el status quo sin que este tenga carácter transformador. Debería, entonces, transformar el actual orden de cosas sin que eso sea destruirlo. Un proyecto próspero para Cuba, que aúpe esfuerzos, deberá ser transversal y rescatar lo positivo del modelo que defiende el PCC, y también retomar ideas que este ha despreciado. Elementos del pasado de la nación deberán ser rescatados de la desmemoria (o memoria ultra-selectiva) que ha promovido el PCC desde el gobierno. La conmemoración plural de pasados difíciles de la nación será crucial para convivir todos en paz, respetando las diferentes formas de remembrar estos pasados.
Para construir la base filosófica que pueda sustentar este “proyecto político” se debería incorporar el elemento esencial del proyecto renacentista, del cual el propio Marx es hijo. De modo que el racionalismo científico y el uso de este para el desarrollo económico y el progreso de la especie humana, son claves para el redimensionamiento de un proyecto socialista para Cuba.
Este “proyecto político”, que tal vez muchos piensen, podría traer de vuelta el sentido común a Cuba y tal vez pondría a la política y a los políticos en el sitio que les corresponde: la primera como el arte de lo posible, más allá de discursos cargados de ideología y vacíos de pragmatismo; y los segundos, al servicio y bajo el escrutinio de la gente. Un “partido político” que tenga como objeto construir un proyecto nacional sostenible no rechazaría de facto a sus detractores. Una nación que dialogue hacia dentro y hacia afuera sería, entonces, el vehículo para construir un proyecto nacional “con todos y para el bien de todos”.
El respeto a la soberanía de los pueblos deberá ser pieza clave para la aproximación a los problemas globales. Ante un entorno histórico de desencuentros entre los intereses de la nación cubana y los de Estados Unidos, un proyecto socialista serio no actuará con arrogancia, pero tampoco con debilidad. El desmantelamiento del embargo/bloqueo y la ocupación de la base naval de Guantánamo, mientras perduren, deberán ser demandas constantes a las administraciones estadounidenses por parte de la nación cubana que lo sufre; pero esta legislación norteamericana no debe servir de pretexto para abandonar o rechazar el diálogo y la colaboración con cualquier actor socio-político norteamericano. Al “adversario” político se le tiene cerca, se trabaja con él, no se le adula, pero tampoco se le desprecia.
Un sistema político pluripartidista no es, necesariamente, mejor que uno unipartidista. Un país pluripartidista puede tener tantos o más problemas políticos que uno unipartidista. La corrupción, la demagogia, el populismo (entendido aquí como la práctica de políticas públicas que son populares, pero son perniciosas para el país en el largo plazo), están presentes con uno o con cinco partidos políticos. Sin embargo, hay un elemento clave que un sistema político unipartidista no consigue manejar, y esto debe hacernos meditar: la garantía de que ningún proyecto, grupo o sector social sea excluido de facto del legítimo derecho de intentar emplear las instituciones del Estado, ya sea ocupándolas directa o indirectamente, para articular una específica agenda política, social, y económica.