
En 1996, decías en tu tesis de licenciatura que: “La naturaleza violenta de esta etapa que vive Cuba podría expresarse en el hecho de que no existen –o se encuentran muy difusas— declaraciones oficiales sobre cuál es el modelo del tipo de sociedad a que se aspira (…) Cuba (…) se propone encaminar la sociedad con un diseño propio que pueda hacer conciliables mercado e igualdad, democracia con unipartidismo y Estado fuerte, y eficiencia con justicia social”.
Alexei Padilla (AP): Transcurridas casi dos décadas y en medio de otro proceso de mudanzas económicas, en tu opinión, ¿qué modelo de sociedad tenemos hoy y qué modelos o proyectos de sociedad están hoy en pugna?
Milena Recio (MR): El modelo de sociedad siempre existe. Me refería a la declaración de un propósito de modelos de sociedad. Lo que ocurría, incluso hasta hace muy poco tiempo (desde finales de la década del 80 y principios de la década del 90) es que los centros generadores de proyectos como el Partido, algunas zonas del Gobierno y el liderazgo político fundamental de Fidel Castro, habían tenido una dinámica, previa a la década del 80, en que era muy importante, dado el modelo copiado del mundo socialista, la proyección de la planificación del futuro.
Por ejemplo, eso que ahora uno enuncia en chanza, los famosos planes quinquenales tenían, además, el propósito de ubicar un horizonte de futuro. Era una función importantísima porque las personas podían tener un patrón, un criterio, identificar claramente el camino que se iba recorrer para llegar a un punto determinado. Había una idea de futuro, había un proyecto de sociedad, un modelo de sociedad donde supuestamente había cosas muy claras; por ejemplo, el tema la propiedad estatal sobre todos los medios de producción. Esa era una de las características fundamentales del modelo hasta finales de la década del 80 y principios de la década del 90. Otra característica del modelo era la planificación exhaustiva.
Supuestamente, había un criterio orgánico y organizado entre los inputs y los outputs del modelo. Existía, claro está, un tipo de relación muy ventajosa con el mundo socialista que permitía, prácticamente en calidad de trueque, ciertas garantías para la continuidad de producciones secundarias en Cuba y ciertas garantías para la exportación de materias primas, que era en lo que en nuestro país seguía siendo más fuerte: la producción de azúcar, níquel, cítricos. Es decir, una serie de renglones que participaban de manera ventajosa en el mercado acotado del bloque socialista. En ese estándar, bajo esas precisiones, esa sociedad se movía de manera acompasada. Salía el cítrico, salía el azúcar, entraba el petróleo, las piezas de repuesto, entraba el equipamiento industrial y se mantuvo así durante, al menos, 15 años hasta finales de los 80. La característica fundamental de ese estatus era la planificación y la idea de caminar hacia un futuro previsible. Cuando se producían los congresos del Partido se hacían allí balances, algunos más objetivos que otros, acerca de los cinco años anteriores; inmediatamente se generaba una proyección de los próximos cinco años. Se organizaba así una visión de futuro declarada por las autoridades, consensuada socialmente, y que repercutía inmediatamente en ciertos niveles de la vida cotidiana. ¿Qué es lo que ocurre después? En mi tesis del año 1996 está apareciendo la segunda parte de esa historia.
Cuando sobreviene la crisis de los 90, cuando se desploma todo el mecanismo de relaciones internacionales que Cuba tenía a nivel económico y político con el campo socialista europeo, la tensión con Estados Unidos modifica sustancialmente las condiciones en que ese modelo de sociedad se había estado desenvolviendo. Dado que desaparecieron abruptamente esas relaciones privilegiadas, todas las fuerzas del bloqueo financiero, económico y comercial de Estados Unidos contra Cuba, intensificaron su capacidad de afectar el desenvolvimiento del país en términos económicos. Cuba queda en una situación de desventaja muy terrible porque estamos hablando de una economía muy abierta, con una industrialización todavía muy baja, con cadenas de valor que dependen de elementos externos, carentes de recursos financieros propios. Esa sociedad arranca en los 90 proponiéndose la conservación de lo que se había conseguido en términos de asistencialismo social y empleo –reconvirtiendo una buena cantidad en formas de sub-empleo. El consumo se desplomó, pero los sistemas de redistribución aseguraron mayoritariamente la protección social. En términos políticos la aspiración fundamental fue mantener articulado el modelo político del que veníamos: unipartidista, centralista, basado en el liderazgo carismático de Fidel Castro.
La crisis afecta gravemente el nivel de la vida cotidiana. Empiezan a aparecer angustias arrinconadas para la mayor parte de la sociedad cubana de entonces: ¿qué comeremos hoy? ¿Cómo me aseguro de que mi hijo crezca sano? ¿Cómo me curo si mi enfermo? ¿Cómo me calzo y cómo me visto? El Estado y las instancias directivas ya no respondían esas preguntas. De manera que en muy pocos años una idea de futuro convergente en el nivel macro y micro; un sentido de unicidad micro y macro social, se debilitó. En una primera etapa de ese llamado “Período Especial” lo que se instaló en nuestra idea del porvenir fue una súbita suplantación del mañana por el hoy inmediato. La tarea era sobrevivir. El único sentido de futuro era resistir, aguantar. Pero, sobre todo para quienes éramos más jóvenes en aquel momento, y que ya no lo somos tanto, la resistencia implicaba otra serie de preguntas, y una sostenida erosión de la idea de futuro.
Resistir, contenernos, aceptar, conservar, estaba acompañado –algunos lo percibieron más pronto que otros- de un enorme signo de interrogación detrás. ¿Cuándo termina la resistencia? ¿Qué hay después del aguante? ¿Qué hay después de la sobrevida? ¿Qué vamos a hacer mañana cuando ya haya pasado el tiempo de resistir? Esa respuesta no fue dada, se pospuso casi hasta el olvido. El “Período Especial” nunca terminó. En todo sentido: ni en su esencia de precariedad material y desgaste psicosocial, ni en su enunciación. Pasó toda la década de los 90, pasó la década de los 2000 y no fue hasta que se realiza un nuevo Congreso del Partido (a la altura de 2011), que empieza a articularse a nivel de discurso un sentido de “programa de país”, proyecto de políticas que se comparte con la sociedad y se consensua con ella.
O sea, al fin se establece una definición de momento de partida y una proyección de qué vas a hacer para mejorar esa posición de partida. Así es como veo yo los “Lineamientos”… como un programa de gobierno y de intención de políticas que durante más de 20 años, olímpicamente, nadie se detuvo a elaborar; y no porque no fuera exigida. Es la época de la “decretocracia” en Cuba: gobernar básicamente a través de Decretos, con el amparo de un liderazgo autocrático que dominó el espectro político hasta 2006. En los períodos legislativos que van desde 1986 hasta la actualidad, la Asamblea Nacional ha aprobado 65 normas legales de diferente porte, y ha sido informada de 170 Decretos-Leyes.
Entonces, no dejó de existir un modelo de sociedad, lo que dejó de haber y eso fue terrible para varias generaciones, incluida la mía, fue un puerto al que llegar. Vivimos nuestros 20 años en un estado absoluto de incógnita, a diferencia de nuestros padres que creían estar construyendo algo que creían conocer. Nosotros no sabíamos qué iba a pasar en ningún sentido. En líneas generales no recibíamos de la sociedad un claro sentido de futuro: prácticamente la única apelación era la resistencia. Teníamos, además, una relación con el futuro individual muy acoplada a una visión social del futuro. (En generaciones posteriores ya eso no es así).
Lo que nos pasó es que estuvimos así durante muchísimo tiempo, sin oportunidades de soñar, sin posibilidades de elaborar sentido del mañana. Eso que hace que las personas puedan planificarse y que en las sociedades es sumamente importante; eso que nos hace pensar en si vamos a poder o no comprar un sofá o un tractor, o cambiar el color de las paredes o construir un cuarto más, o hacer unas vacaciones o aprender a tocar guitarra. Eso que hace que las ciudades crezcan ordenadamente, aún en la precariedad, o que se defina la posibilidad de desarrollar un sector de la economía que pueda crear empleo, estimular sectores colaterales; ese piso básico que hace que la gente se persuada de que más tarde o más temprano llegará a algún lugar; que más tarde o más temprano lograremos algo.
AP: En medio de la polémica que generaron las discusiones en torno a la validez del término “sociedad civil” en la realidad cubana, ¿qué receptividad tuvo tu tesis?
MR: Hace un tiempo di una entrevista y tuve que reconstruir todo aquello y sacar las conclusiones desde esta visión que tengo ahora, y que es distinta. Uno madura, ve otras cosas. Algo de lo que más recuerdo de aquella experiencia es el entusiasmo de cada una de las personas que yo contacté. El entusiasmo con el que me acompañaron con la preparación de la tesis. Les parecía muy interesante que alguien se dedicara a sistematizar eso que en Cuba cayó como un meteorito que lo remueve todo y lo deja fuera de lugar, que es ese concepto tenaz de “sociedad civil”.
Estamos en 1995, 1996, 1997. En aquel momento había que empezar a descubrir la etimología del término, su pedigrí teórico, sus resonancias contemporáneas, de dónde venía ahora, quién lo estaba enarbolando, por qué estábamos hablando de la sociedad cubana desde el punto de vista de la sociedad civil. Por qué el término no estaba en el lenguaje cotidiano de la teoría marxista al uso, por lo menos de la teoría marxista manualista de origen soviético, que era la que más se había entronizado en ciertos círculos, sobre todo en los núcleos teóricos o de producción ideológica del Partido. Yo era una estudiante de Periodismo interesada por los temas de la política cubana y lo que yo percibí que estaba ocurriendo era una gran revolución “sorda” dentro de la sociedad cubana sumida en esa crisis terrible, donde se estaba produciendo un movimiento intenso de valores y visiones del mundo. Donde estaban floreciendo y apareciendo o mostrándose las diferencias que siempre estuvieron solo que estaban agazapadas, escondidas, opacadas de forma intencional.
Te repito, era una estudiante de Periodismo que quiere hacer una tesis y detecto que este tema de sociedad civil es interesante para pensar una Cuba en la que muchos empezamos a adquirir conciencia acerca de un elemento que no está bien resuelto: la democracia. Esto en un contexto muy específico en que el concepto de democracia que se había estado esgrimiendo contra Cuba en los discursos políticos externos está cargado en negativo y cuesta mucho trabajo retomarlo sin ser equiparado con los ataques que llegan desde la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, de grupos de intelectuales, de políticos de Occidente que una y otra vez se referían a los déficits democráticos en Cuba, donde preponderaba, según ellos, un diseño dictatorial, montado en el unipartidismo y la tiranía de una sola persona. Ese concepto de democracia, a principios de los 90, está en Cuba sumamente “peyorativizado”.
No obstante, algunas personas ya tenían muy clara la resistencia momentánea y la resistencia futura frente a las adversidades que la sociedad cubana iba a seguir viviendo; y la posibilidad misma de mantener un ideal socialista pasaba por fortalecer, o incluso establecer, nuevos ideales y formulaciones democráticas. Cuando yo entrevisté a Armando Hart, entonces ministro de Cultura y uno de los fieles más incontestables, él lo decía rotundamente: “El socialismo, o es democrático, o no es socialismo”. En ese momento había quien trabajaba sobre la idea del fortalecimiento de la democracia, sobre la base de que la sociedad cubana había logrado unos estándares encomiables de democracia económica y de democracia política. Partiendo también del supuesto de que las políticas de acceso a servicios y derechos básicos garantizaban per se un alto estándar democrático. Y de que el Partido y las organizaciones de la sociedad representaban sobradamente las necesidades de la población –escasamente se hablaba de ciudadanía.
Desde esa visión la idea era fortalecer o perfeccionar los mecanismos creados, con voluntad y conciencia “revolucionaria”. Había otras visiones, menos satisfechas, que cuestionaban otros elementos del diseño del modelo político cubano y que más que un fortalecimiento veían una necesidad de la reescritura de la democracia en Cuba, dentro de márgenes socialistas planteados: un fuerte Estado y, en todo caso, hablaban de la necesidad de fortalecer las instancias del Poder Popular, los poderes locales, mejorar las formas de rendición de cuentas, la separación de las funciones políticas del Partido y las funciones administrativas del gobierno en las distintas instancias, etc. Y había, claro está, una tercera posición negadora de cualquier logro en ese plano de la sociedad cubana y que se atenía todo el tiempo a una intención, implícita o explícita, de cambio de régimen. No querían la continuidad de la Revolución, por considerarla incapaz de un estatuto mínimamente democrático, y aspiraban a la sustitución del gobierno y del modelo político cubano vigente.
Ese grupo, deliberadamente, no estuvo representado en mi tesis. Quizás no me habría podido graduar. Pero apartando este último cause, se veía que entre la tendencia que se proyecta sobre el perfeccionamiento de una democracia casi perfecta y el polo del rediseño de la democracia había posibilidades de diálogo… algunas. Sin embargo, en una sociedad tan polarizada como la nuestra lo que preponderaba era la idea del enfrentamiento. Y entonces yo veía una especie de diálogo de sordos en el que no se iba a conseguir mucho. Si lees las entrevistas que están en la tesis, te das cuenta que hay quien está buscando, simplemente, mejorar la calidad democrática de la sociedad cubana y hay quien está diciendo que el modelo está mal diseñado, que el modelo está partiendo de unos supuestos equivocados. Hay algunos que, a partir del concepto de sociedad civil enfocan la imposibilidad de que el Estado pueda garantizar per se las necesidades, los objetivos y los derechos de la diversidad social.
Siguiendo la tradición de la politología y del pensamiento marxista post-gramsciano se enfatizaba en que es engañosa, no existe, una identificación entre el Estado y la sociedad civil, en que hay una continua tensión y esa tensión es la base del esfuerzo democrático. Esa tensión no se puede desconocer, ni tratar de limitar o de aniquilar, porque se produce, entonces, una dictadura.
AP: Como dijo Isabel Monal en un artículo, evitar que el Estado se trague a la sociedad civil, como ocurrió en la Unión Soviética.
MR: Exactamente, y basándose en la crítica de los propios sabios padres del marxismo que vieron en el Estado un mecanismo opresor, y que como el propio Lenin preveía, en el camino hacia el comunismo, el Estado socialista tiene que desaparecer. Estamos muy lejos de todo eso, por supuesto. Pero en los 90 en Cuba, habiendo visto, hasta donde nos dejaron, los hechos de Europa del Este, y a partir de que los propios marxistas cubanos topaban con otras fuentes teóricas y de pensamiento, y observaban nuevas prácticas políticas de insurgencia social en América Latina, era lógico que se empezaran a plantear más claramente la significación opresiva del Estado, cualquier Estado.
Al mismo tiempo, eran capaces de explicitar más abiertamente que esa tensión entre la sociedad civil y el Estado era necesaria. En Cuba había ya síntomas inequívocos del desgaste del modelo que las organizaciones políticas y de masas que tendieron a subsumirse, en todos los espacios, a los designios estatales y gubernamentales. No obstante debes saber que cuando hablabas –y hablas- de tensión entre sociedad civil y Estado, se le ponían los pelos de punta a muchos. El debate estaba sometido a esa dinámica en la que cuando decías demasiado alto que los CDR no funcionaban bien porque habían perdido sentido en la reconstrucción de la hegemonía, parecía que te estabas enfrentando a Fidel Castro directamente.
AP: En un país que se nos muestra cada vez más diverso y plural, incluso en lo político, ¿qué hacer con aquel que piensa diferente? ¿Cómo legitimar, incluso legalizar, el disenso?
MR: Yo no tengo fórmula ninguna. Suelo ser solo una observadora. Pero creo que en la sociedad cubana (esta de la que hemos hablado) desde los años 90 hasta aquí, ha vivido situaciones traumáticas, ha habido un proceso intenso, difícil, que todavía estamos padeciendo, de crisis económica que ha sido la razón, la motivación fundamental para producir o para que se mostraran una serie de anomias, una serie de desequilibrios de ese modelo, una serie de patologías sociales, y de que se reestablecieran ciertas diferencias indeseables.
Las diferencias hoy en Cuba, las diferencias sociales no se dan solo desde el punto de vista de la “marca ideológica” que cada uno de nosotros carga; no se da solo en relación a los grupos de pertenencia: homosexuales, mujeres, negros. No me refiero solo a esas identidades, que son muy importantes y que han venido detectando y denunciando sus desventajas particulares, al tiempo que buscan reivindicaciones propias y generales. Pero creo que no podemos dejar de ver que en la base de todas esas desventajas, desigualdades y desequilibrios está la madre de todas: las diferencias en relación con el trabajo, con el consumo y con la distribución de la riqueza.
Esas grandes diferencias ya se están notando en la sociedad cubana y ya están propiciando nuevas desigualdades que el socialismo cubano intentó salvar de determinadas maneras, pero que ya no puede resolver completamente. Esas diferencias de base económica están produciendo un país donde están emergiendo zonas de exclusión crueles y zonas de inclusión privilegiadas. ¿Cómo hacer para integrar, para incluir? Creo que lo fundamental, incluso para no desviar el sentido histórico de todo lo que fue la Revolución, no solo desde 1959 sino desde antes, todo el apetito independentista del pueblo cubano, es restituir la noción de igualdad que el pueblo fue desarrollando a lo largo de su historia. Creo que para no perder el sentido de lo que hemos sido y de hacia dónde debemos ir, hay que identificar claramente que las zonas fundamentales de definición de esas desigualdades están ahí: en la vida económica.
De ahí emergerán desigualdades terribles. Si no queremos perder el rumbo tenemos que identificar ahí los elementos fundamentales de observación y de acción política. Una agenda mínima para Cuba tendría que estar presidida por tres ejes fundamentales: igualdad social, soberanía nacional y democracia social e individual. Estos tres elementos tendrían que ser las claves para no perder el rumbo. Nunca fuimos más Cuba que en estos días, y nunca como hoy tenemos más riesgo de perdernos. El nuevo contexto de las relaciones con Estados Unidos impone nuevos retos, pero ha sido un gran triunfo soberanista. En toda la historia de Cuba nunca un actor metropolitano, ni España, ni Estados Unidos, tuvo que dialogar de tú a tú como hoy con nuestro gobierno, a pesar de que no es de su gusto.
Yo sé que muchos no piensan así, porque hay muchas injusticias vigentes, como el bloqueo, por supuesto, pero para mí los sucesos del 17 de diciembre de 2014 fueron un parte-aguas en nuestra historia y demostraron la consumación real de un estatuto de independencia: cuando somos capaces de conversar de tú a tú entre ambos gobiernos, forzando el diálogo para ponernos condiciones mutuas de la misma envergadura. Pero ahora que estamos en el mejor momento, digamos, en el goce mayor, en la fragua de ese proceso, es cuando también tenemos más riesgos.
El gobierno de Trump ya está recurriendo a mecanismos que vuelven, otra vez, a desconocer nuestra soberanía y que pretenden humillarnos. Y la persecución de la soberanía, no solo en términos políticos, sino también económicos, energéticos, alimentarios, etc., tiene que fortalecerse como uno de los vectores principales en el ordenamiento de nuestra sociedad. Junto con eso debe marchar la idea de la igualdad social, como principio básico, igualdad en la diversidad, igualdad responsable, igualdad sustentable. La igualdad realizada construye tejido social, proporciona unidad y base política. Lo demás es discurso. El valor de la soberanía se desmorona progresivamente sin igualdad y justicia social. Esos son valores a los que hay que rendirle pleitesía en el modelo que construyamos como sociedad.
Esa es la herencia que hemos recibido y que hay que abonar. Pero esos dos valores juntos tampoco fraguan en un contexto no democrático, o de insuficiencias democráticas como las que nos aquejan hoy. Entre los riesgos mayores que corre la nación cubana están los tienen que ver con la incapacidad que hemos tenido para seguir desarrollando, aun sabiendo nuestras dificultades y limitaciones, los estatutos democráticos de la sociedad cubana. Y no solo en términos de expresión política o inclusión social; en todos. Por ejemplo, en temas electorales, legislativos, en cuanto al acceso a la información, en temas de rendición de cuentas, de representación, de dirección colectiva o concertada en procesos institucionales, empresariales, sociales, entre otras. Existe una amplia agenda de demandas de mejoras democráticas en Cuba que debe ser abiertamente expuesta, analizada y respondida colectivamente.
Tener en línea estos tres factores: soberanía, igualdad y democracia, tendría que ser, a mi juicio, la base de todo análisis sobre el futuro posible de Cuba. La búsqueda democrática no puede ser pospuesta en función de la soberanía, tal como ha venido ocurriendo. Eso es un contrasentido que fue abogado por décadas y que hoy no solo es falaz; es peligroso. O vienen juntos, de la mano, estos elementos, o perdemos güiro, calabaza y miel.
AP: A ese debate en los años 90 se incorporan las publicaciones religiosas, específicamente las católicas, en el abordaje de estos temas que quedaban preteridos o se abordaban muy superficialmente o desde la perspectiva oficial. ¿Cómo valoras el desempeño de algunas de esas publicaciones católicas?
MR: No tengo toda la información que hace falta para tener un criterio sólido sobre eso. Desconozco el conjunto de las publicaciones católicas, su historia y su devenir. No ha sido algo en lo que me haya fijado.Sé que a pesar de la crisis con el Estado cubano, la Iglesia católica mantuvo un espacio de autonomía social, no solo hacia abajo, también hacia arriba, que le permitió ciertas posibilidades de comunicación propia. Creo que la Iglesia local cubana mantuvo la posibilidad de tener un discurso y una intención de sociedad civil, de alteridad, por decirlo de alguna manera.
Tengo entendido que algunas zonas de esa Iglesia católica y algunas zonas de esa militancia discursiva se alinearon con visiones o con intenciones anti-gubernamentales, buscando la manera de socavar al gobierno cubano. Otras no lo hicieron, y se mantuvieron como acompañantes críticos, abordando la vida social desde una eticidad que guarda muchos puntos de contactos con el corpus ideológico y ético de la Revolución. Más allá del mundo propiamente católico, el resto de las iglesias cristianas en Cuba han tenido una mayor capacidad de comunicación y de propagación de mensajes. Pero repito: no tengo una visión panorámica completa… Esos son los rasgos generales de los que te puedo hablar.
Dentro de esa emergencia se destacó de manera inequívoca Espacio Laical, por diversos factores. En primer lugar, por la calidad del debate que perseguía la publicación. La calidad teórica, analítica, discursiva que intentaba articular Espacio Laical. En segundo lugar, porque tenía una visión ecuménica, buscando unión de lo diverso. Creo que practicaron de manera militante ese ecumenismo y esa búsqueda de diversidad. En tercer lugar, porque consiguió aliviar una mal que, cuando yo hacía mi tesis, Jorge Luis Acanda me hacía ver: nuestros debates son muy orales. Y efectivamente, los debates en Cuba en torno a los problemas sociales y humanísticos transcurrieron, sobre todo en estos últimos 15 o 20 años, básicamente en la oralidad. Todavía existen muy pocas revistas, que son las encargadas siempre de darle vida a los debates. Las que hay tienen poca tirada y a veces frecuencias disparatadas, además de unos márgenes de (auto)censura notables.
Muchos intelectuales, sobre todo profesores universitarios, dejaron de practicar la escritura. En Cuba, donde nos gusta discutir, puedes llegar a debates, soltar una parrafada, e irte. Con suerte todos celebrarán tu inteligencia o acaso tu habilidad para la oratoria, pero de ahí no pasa. La revista Temas, con una dignidad infinita, se mantuvo en los peores momentos del “Periodo Especial” y después de la década del 90 y durante la del 2000 como un reservorio, un cierto alivio para esa inveterada oralidad. Y en ella está hoy nuestra memoria. Pero Temas es una revista mucho más diversa de ciencias sociales y humanísticas que se encarga lo mismo de la literatura femenina que de las prácticas religiosas yoruba en Cuba, que del urbanismo y las nuevas tecnologías de la comunicación.
Espacio Laical pudo concentrarse más en la politología, la historia, la sociología, la filosofía, la economía, desde una perspectiva no cientificista, y sobre todo, laica. De modo que Espacio Laical cumple, en cierta medida, ese deseo implícito de Jorge Luis Acanda de traducir al lenguaje perdurable de la impresión las “broncas” sobre diversos problemas de la sociedad cubana actual. Y ahí están. Sus páginas pueden ser consultadas. Espacio Laical ayudó a darle corporeidad a un debate muy diverso donde fueron partícipes muy diversos actores. Desde las personas y debatientes más apegados a las líneas más ortodoxas de la ideología oficial, hasta (este sería el cuarto elemento que agregaría como virtud encomiable de Espacio Laical y de su función editorial en esos años) personas que desde fuera de Cuba trabajan temas cubanos, desde la llamada “cubanología” o no, en las universidades, organizaciones y otras instancias, y que también tienen algo que decir.
Poner en la perspectiva de lo transnacional el debate sobre Cuba tuvo un gran valor. O sea, se trató de aceptar que la capacidad predictiva y analítica de un Carmelo Mesa-Lago (emigrado cubano) tiene la misma importancia, el mismo impacto, que pueden tener las de José Luis Rodríguez, quien ha sido el ministro de Economía de Cuba durante tanto tiempo. Espacio Laical consiguió muchos logros de la mano de Lenier González y Roberto Veiga. Le auguro el mismo futuro al proyecto Cuba Posible, porque retoma todos estos valores de los que estoy hablando. Ese ecumenismo militante: hablamos, oímos, nos entendemos. No es la tolerancia como gimnasia intelectual. Va más allá: debemos entendernos, debemos construir juntos visiones acerca de los fenómenos que observamos, aunque nuestros puntos de vista sean diferentes. Una ejercitación para ir aprendiendo a abandonar el apetito de preponderar unos sobre otros.
Espacio Laical, y ahora Cuba Posible, propicia la producción de una literatura sobre temas sociales que no intenta ser teoricista, sino que estudia los temas inmediatos y prácticos de la vida cotidiana que pueden y deben tener una repercusión en la política real. No podemos olvidar los debates interesantísimos sobre la educación en Cuba, los debates sobre la racialidad en Cuba. Son los temas del día a día y no los temas de un pináculo intelectual. Espacio Laical tenía una intención y Cuba Posible mantiene esa intención de proyectar el futuro. De acompañar a todos los actores cubanos en la proposición de un futuro: la Casa Cuba, como diría monseñor Carlos Manuel de Céspedes. La Casa Cuba es un ideal, es una utopía, es la construcción de una posibilidad. Esa posibilidad tiene que ser lo que te mueva. No te mueve otra cosa. Te mueve una posibilidad y socialmente, te mueven las posibilidades. Un gran trauma de la sociedad cubana, por lo menos de mi generación, es no haber tenido claro por mucho tiempo una idea de futuro.
AP: Llama la atención cómo desde el discurso oficial se habla sobre la aceptación, el respeto a la diversidad. Sin embargo, esa diversidad aún no está presente en los medios de comunicación.
MR: Sí. Cada vez está más presente. Lo que pasa es que el estatuto de mayor libertad, el estatuto de mayor tolerancia social nadie lo regala, en ninguna sociedad. Tenemos una visión equivocada sobre eso. Tenemos una visión muy centrada en la metodología “dadora” del Estado. Es decir, el Estado garantizando cosas. Ningún poder se desprende de su propio poder fácilmente. Todo poder tiene que ser contestado. Todo poder tiene que ser tensionado. Todo poder tiene que ser cuestionado. Ningún poder, ni siquiera el que se estructura en los espacios privados, domésticos, en los más primarios de las relaciones humanas, se ceden espontáneamente. Los poderes se ceden únicamente cuando están en una situación de tensión. Puede haber una declaración pública, un acto de fe, golpes en el pecho y yo puedo creer firmemente en la palabra dizque sincera de cualquier actor de poder; cualquiera de ellos, o cualquiera de nosotros, puede declarar que se deshace, que entrega… pero en realidad lo que ocurre es que el poder ha sido obtenido por el otro; siempre y cuando las condiciones sean propicias para desarrollar esa puja.
Tiene que haber reglas del juego en la que sepamos que tú y yo vamos a estar continuamente intentando alcanzar más espacios, y en lo que tú vas a intentar equilibrar esos espacios que yo trate de lograr. Tiene que haber reglas del juego donde yo pueda operar y tú también, equilibradamente. Cuando esas reglas del juego no están claras, se producen desequilibrios de poder de cada una de las partes que puede llegar a situaciones muy reprochables como el uso incontrolado de la fuerza represiva, física o moral. Una de las cosas que nos pasa es que las reglas del juego nuestro no están del todo claras. Ni desde el punto de vista jurídico, ni desde el punto de vista moral o axiológico.
Aun así, en los últimos años estamos viendo una sociedad mucho más diversa, tolerante, inclusiva. No puede decirse lo contrario. Hay muchos síntomas de que la sociedad cubana es mucho más diversa, está más abierta y mejor comunicada. Los límites impuestos se van corriendo, se van re-negociando. Los esfuerzos democráticos son forcejeos. Es una estupidez considerar lo contrario. El forcejeo es bueno, es sano, es útil, es necesario, es la tensión creadora, donde se dirime lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo socialmente adecuado, lo socialmente negativo, lo que sirve a la mayoría y lo que sirve a las minorías. Lo que puede estar a favor de un proyecto democrático soberanista o lo que puede estar a favor de un proyecto entreguista.
Porque en Cuba hay más de un actor político que se prepara para restaurar un modelo de sociedad basado en la sobre-explotación de mano de obra baratísima, en la segregación del consumo a grandes tramos de la sociedad y en la usurpación de las instancias democráticas actuales. Hay momentos en que me siento muy agobiada porque yo creo que nuestra sociedad requiere muchísimos cambios y estamos viviendo extraordinarios riesgos. Algunos de esos riesgos se refuerzan aún más en la lentitud e ineficacia evidente de los cambios que se implementan. Ese no es más que un síntoma de la falta de democracia. Porque el tempo no ha sido consensuado, ha sido impuesto. Uno de los actores ha determinado cuál es el tempo, y otros actores estamos simplemente observando para ver cómo ese actor (al que hemos cedido todo nuestro poder para que nos represente), toma las decisiones. Y no es solo una persona, son varias, y son, sobre todo, mecanismos.
Hay momentos en que miro a mi alrededor y me siento pesimista. Pero luego vuelvo a estudiar mi entorno y me doy cuenta de que sí hay avances, que todo se mueve y que también yo soy parte y consecuencia de ese cambio que se está produciendo.
Antonio Fidel Medina Lamchong dice:
Muy buena entrevista con Milena Recio, y dándole el pésame por el fallecimiento reciente y repentino de su padre Renato. Me gustó mucho la manera sencilla y profunda con que tocan los temas y con una gran visión de la realidad y el futuro. Angustias arrinconadas del período especial, suplantación del mañana por un hoy inmediato, la ausencia de un puerto a donde llegar, sin oportunidades para soñar, separación de las funciones políticas del Partido, las diferencias entre trabajo, consumo y distribución de las riquezas, y lo que no es una fórmula pero si cosas vitales, como son la igualdad social, la soberanía y la democracia social e individual y que las reglas del juego todavía no están del todo claras, en ámbitos jurídicos, moral o axiológico. Fueron ideas extraídas del propio texto de «Un trauma de la sociedad cubana en los 90 es no haber tenido una idea de futuro». Agradezco este tipo de publicaciones y sus visiones propuestas. Felicitaciones para Alexis Padilla y a Milena Recio. Antonio F. Medina
Mariana Aguilera dice:
Querido Primo, querida Prima
Después de decir que el tiempo se paró, que la vida se nos fue, que los que hoy tienen 20 años tampoco saben para dónde van: a dónde se fue toda la angustia para terminar diciendo que «todo está que no puede está que no puede estar mejor»? Lo que sea que se mueve, se mueve feo y mal, con todos esos peligros que ha descrito, de un modo pasivo donde nadie percibe que tiene el deber y la capacidad de participar más allá del simulacro de ser representado! Tiene toda la razón, más allá de los daños ya causados, no vamos a llorar por la leche derramada a estas alturas, aún hay mucho más en peligro, mucho más que nadie parece disponerse a salvar de manera activa…esos movimientos de los que habla se reducen a partir o a istaurar esas grandes desigualdades que usted pálidamente sugiere. Ha de tensionarse sí, pero recuerde por dónde que rompe la cuerda…..