Presentación a cargo de Aylinn Torres y Diosnara Ortega.
Las migraciones, además de ser procesos de movilidad socioespacial y de distribución geopolítica de la desigualdad, son experiencias históricas, individuales y colectivas, que marcan el curso político de países, instituciones y personas.
Los procesos de migración cubana ocurridos después de 1959 han sido pensados y definidos por académicos y por discursos y prácticas políticas del gobierno y de ciudadanos y ciudadanas. Ellos han hecho parte de las claves para entender Cuba, en la medida que forman parte importante -en los planos económico, político y sociocultural- de su historia, de su presente y del futuro. Al mismo tiempo, los análisis sobre las migraciones cubanas no deben desentenderse de las experiencias, de la memoria y del testimonio de vida de quienes han vivido esos procesos, en modo directo o indirecto, y también de sus sueños, esperanzas, temores, certezas e incertidumbres.
Cuba Posible intenta contribuir a la reflexión sobre las migraciones en Cuba desde múltiples perspectivas. Con un texto del Dr. Edel Fresneda y un dossier en el que participaron los doctores Nivia M. Brismat, Antonio Aja, Jesús Arboleya y Jorge Duany -acompañado de testimonios de madres de migrantes- hemos planteado la sistematicidad de los debates sobre el tema y hemos invitado a quienes colaboran y leen nuestras páginas a debatir sobre el mismo, convencidos de que esa es hoy una de las cuestiones fundamentales de nuestro país.
El dossier que se presenta en esta ocasión explora otra mirada: la de las mujeres cubanas migrantes. El interés por convocar reflexiones de este tipo proviene de un hecho fundamental: los contextos y las experiencias de la migración son diversas, y se encuentran condicionadas por pertenencias de clase, racialidad, género, orientación sexual, generación, ideologías y culturas políticas. De acuerdo con ello, proponemos pensar a Cuba desde esas intersecciones expresadas, también, en las migraciones. La escasez de enfoques de ese tipo, o la sectorialización de análisis habitualmente acotados a una de estas pertenencias sociales -racialidad o género u orientación sexual, etc.-, son otras de las razones y pertinencias de empeños como el que sigue.
Para hacerlo posible, se han invitado a cuatro mujeres cubanas en diferentes contextos de migración a compartir sus reflexiones, experiencias, proyectos y preguntas sobre el presente y futuro de la Cuba de la que son también parte. Ellas no son representativas del universo de mujeres cubanas migrantes no solo por su número, sino porque las cuatro son mujeres que han tenido formación universitaria, que emprendieron migraciones por vías seguras, y pertenecen a grupos generacionales relativamente cercanos. Ninguna de ellas recorrió ocho países en situación irregular para llegar a algún destino, ni ha sido parte de redes de tráfico de personas, ni ha tenido que esconderse por meses para no ser deportada, entre otras experiencias límites reales de migrantes en muchas geografías. Sin embargo, como se lee en sus reflexiones, tienen vivencias, ideas y posicionamientos diferentes frente a lo que significa la migración y sobre lo que significa Cuba en sus universos de vida. Esas reflexiones revelan cruces de racialidad, género, orientación sexual, clase e ideologías políticas que provienen de sus vivencias y pensamientos y que los trascienden: otras mujeres, también, hablan en sus discursos. Al mismo tiempo, ellas piensan Cuba con diferencias y comunidades explícitas; entre estas últimas hay una línea clara de continuidad: la Cuba deseada es una Cuba que incluye también a sus migrantes como ciudadanos y ciudadanas de la república pensada con todos y todas.
Participantes: A las participantes de este dossier les pedimos se auto-presentaran, con el objetivo de evitar etiquetas impuestas allí donde hay personas y grupos con voz. A ellas, a ustedes, a nosotras, mujeres cubanas en la emigración, gracias.
Sandra del Valle (S.V.): Cientista social, investigadora y productora ejecutiva de Cine. Ha desarrollado estudios sobre cine y políticas culturales, así como género y racialidad en Cuba. Ha realizado la producción ejecutiva de los largometrajes chilenos de ficción Camaleón (2016), Jesús (2016), y Chile Factory (2015).
Sandra Abd’Allah-Alvarez Ramírez (S.A.): Licenciada en Psicología por la Universidad de La Habana, 1996; Máster en Estudios de Género, 2008; y diplomada en Género y Comunicación por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Editora de la bitácora Negracubana tenía que ser (negracubanateniaqueser.com) desde junio de 2006. En la actualidad desarrolla el Directorio de Afrocubanas (directoriodeafrocubanas.com).
Elaine Acosta González (E.A.): Socióloga formada en la Universidad de La Habana en los tiempos del Periodo Especial. Reside en Chile desde 1995, donde hizo estudios de maestría. Consiguió su doctorado en la Universidad de Deusto, en el País Vasco. En la actualidad, trabaja en la Universidad jesuita Alberto Hurtado, donde participó en la creación de la carrera de Sociología y hoy es directora del Magister de Sociología de dicha casa de estudios. Le apasionan los temas de investigación relacionados con el trabajo de cuidados y su organización social, las migraciones femeninas y las políticas de bienestar.
Claudia Barrientos (C.B.): Cubana residente en Canadá. A los 27 años aún sueña con terminar la Licenciatura en Sociología que dejó en tercer año. Mientras tanto, estudia para asistente legal en un apartamento de Toronto de cuya pared cuelga la bandera cubana más grande que tiene. El corazón insiste en latirle a la izquierda.
1- Las migraciones son procesos complejos en los que intervienen factores de distinto tipo, que van desde lo individual/íntimo a lo público/colectivo. Los escenarios sociales, culturales, políticos y económicos del país de procedencia son relevantes en ese proceso. ¿Cómo piensas que la Cuba que has conocido ha hecho parte de la decisión de migrar?
S.V: Cuando se comienza a experimentar la condición de migrante es, en mi caso, cuando el verbo migrar se incorpora dentro del imaginario que te permite entender dónde estamos como extranjeros moviéndonos y viviendo transnacionalmente. Con esta impresión intento apuntar que la idea de la migración como proceso humano consustancial no era, al minuto del inicio de mi periplo migratorio (junio, 2009), una categoría que sirviera como referente para entender a escala cotidiana la movilidad transnacional que se impone en una sociedad globalizada.
En este sentido, mi viaje de estudios a México no lo concebí como “migrar”. Con cierta contradicción hice mis maletas y no me urgí de que en ellas no cupiera todo lo que dejaba atrás. Sabía que aquella era todavía mi casa. No obstante, es fuera (de Cuba) cuando la “decisión de migrar” sobreviene como una necesidad de definición del proyecto de vida, asumiendo los costos de ese estado.
En mi caso particular, mi viaje inicial asociado a estudios de post-grado estaba estrechamente ligado a la búsqueda de independencia que me podría otorgar la continuación de estudios financiados por dos años a través de una beca. No obstante, esos dos años serían claves para comprender mi relación con Cuba y proyectar mi vida transnacionalmente. Mis redes se extendieron más allá de Cuba y no veía como un conflicto pensarme de manera transnacional a partir de entonces. En estricto rigor no fue Cuba, sino la lógica de ver la movilidad transnacional como parte de una opción de vida, la que incorporó en mi escenario “el migrar”.
S.A: Emigré por amor y por la imposibilidad de legalizar mi unión con mi pareja en Cuba. De igual modo, ella se podría haber ido a vivir a Cuba, si no existieran las pésimas condiciones económicas que existen en el país, de manera que hallar un trabajo en el sector en el que ella se despeña hubiera sido un reto. Por tanto, lo mejor era que yo viniera a Alemania, desde el punto de vista económico y también porque deseábamos unirnos legalmente y, como sabemos, no es posible en Cuba.
E.A: Nada crea tan rápido tantos “extranjeros” como un proceso de construcción nacional, decía Hannah Arendt. El proceso conocido como “Revolución cubana” trajo aparejado una idea de re-construcción nacional, que permitiera el proceso de subversión de la Cuba pre-revolucionaria. Diversas investigaciones han demostrado cómo desde los primeros meses de 1959 se produce un proceso de identificación entre la nación y la Revolución. El proyecto revolucionario se presenta como la razón misma de existencia de la nación. En este proceso, la Revolución no solo crea a los “revolucionarios”, sino también a sus “enemigos”. En la conformación de esta identidad juega un papel fundamental el desarrollo del imaginario del “enemigo” en la figura del “anti” –ya fuera “antiimperialismo” (norteamericano) o del “contrarrevolucionario” y se erige el argumento de la soberanía nacional como fundamento de protección de las hoy llamadas “conquistas de la Revolución”. Durante esos primeros años hay hitos importantes que consolidan la construcción de la identidad nación-revolución y su posterior ampliación a la Patria, e incluso a la figura del líder que la encabezó.
Oponerse, escapar, resistir, o simplemente huir de este convulso y complejo proceso no es indiferente. La conocida frase pronunciada en el discurso a los intelectuales: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada” grafica la carencia de posibilidades de espacio y acción para quienes no se comprometan, involucren o se hacen partícipes del “proceso revolucionario”. En consecuencia, como toda revolución, la cubana fue pariendo “enemigos”, que al salir de la Isla, han sido etiquetados de muy distinta manera -exiliados, apátridas, escorias, gusanos, extranjeros, migrantes, etc.- dependiendo del período en que salieron y de la posición que han sostenido respecto al proceso revolucionario.
La Cuba que me tocó vivir y, particularmente aquella que dejé, a mediados del año 1995, con tan solo 22 años, es resultado de esa construcción y, por lo tanto, inseparable de mi decisión de migrar. En la década de los noventa se experimentó además una de las crisis sociales más severas por las que el país había atravesado durante el llamado período revolucionario. De acuerdo con cifras de la CEPAL (1996), Cuba obtuvo el peor desempeño económico en América Latina y el Caribe en el período 1991-1995, situándose incluso por debajo de Haití, con -7.0 por ciento de promedio anual. Mientras padecía aquella crisis en una barriada “centrohabanera”, testigo excepcional de los disturbios que iniciaron la llamada “crisis de los balseros” de agosto del 94, fui parte de la primera generación de sociólogos y sociólogas que, tras más de una década de cierre de la carrera, nos formamos en medio del derrumbe del campo socialista y de las dificultades que todo aquello suponía para nuestra formación. Pero fue al mismo tiempo una oportunidad para reflexionar sobre la realidad que vivíamos. Nos rebelamos contra las visiones “manualescas” de la disciplina, preguntamos, incomodamos, y nos atormentamos con la pregunta por la perdurabilidad del “proyecto revolucionario” en medio de un contexto mundial que poco favorecía su continuidad. Aquel proyecto migratorio personal puedo leerlo hoy como una forma de rebelión, antes que un “escape” contra un “estado de cosas” que a la gran mayoría incomodaba, pero del cual nos sentíamos incapaces o impotentes de modificar.
C.B: Tengo noción de haberme querido ir de Cuba desde que, a los 10 años, a mis padres y a mí nos invitaron a España y las autoridades le dijeron a mi madre que yo no iba a ninguna parte. No entendí por qué la sobrina de mis amigos, de mi misma edad, viajaba todos los años a Cuba y yo no podía hacerlo a España.
De adolescente no entendí tampoco por qué tenía que ir a la “escuela al campo”, o me amenazaban con un “acta en el expediente” cuando decía que no iría al desfile del 1ro de mayo. Los libros, el cine o el teatro a mi disposición eran productos celosamente filtrados, y cuando puse mis manos por primera vez en una copia clandestina de Rebelión en la Granja, lo leí avisada por mi familia de que no lo podía llevar a la escuela.
Me quedé esperando una explicación de por qué había que bautizar a los niños a escondidas, o por qué no nos podíamos quedar en un hotel. Me quedé esperando también las disculpas que le debía el gobierno a los homosexuales, a los religiosos, a los que escuchaban a los Beatles… Nadie me supo explicar jamás por qué mis vecinos que tenían un paladar, ganaban más dinero que mis abuelos, profesionales ambos con cargos de dirección.
Cuba fue un lugar en el que, de adulta, no encontré ningún espacio en el que pudiera participar, por más que intenté explicar que yo solo quería hacer por mi país, ser parte de la práctica política de la nación; sin violar ninguna ley; sin venderme a ninguna intención extranjera.
Incluso cuando dije que renunciaba a irme, que me quedaba al precio que fuera, no conseguí más que amenazas y el temor de pensar que una puede verse rodeada de pioneros gritando consignas que no pueden entender, y de madres con hijos como yo que no iban a dudar un segundo en repudiarme, aun si yo solo quería ayudar a que sus hijos no se fueran. Cuba fue un lugar en el que con una destreza admirable se lanzaba la palabra “contrarrevolucionaria” como una letra escarlata que no hiciste nada para merecer, y una vez de pie en el cadalso, nadie de la multitud iba a saber diferenciarte del ladrón o el criminal.
Tuve la dicha de nacer en una familia donde no me faltó nada; pero cuando desde la sociología me tocó hacer investigación en barrios genuinamente pobres, vi un lado de Cuba que nunca me había permitido creer que existía. Escuché demasiadas historias de injusticia, de dolor y hambre, de trabajar para nada… Puse su justa culpa en el bloqueo que nos asfixiaba, pero también encontré responsabilidad en la pésima administración del Estado, en burocratismos y caprichos. Las necesidades económicas de los demás se montaron en el carro de mis decepciones.
Me desilusionó notar que el proceso de toma de decisiones funcionaba como un elevador roto que solo sabe bajar. Las decisiones se toman desde arriba, y en el mejor caso, desde arriba mandan un paquete de “lineamientos” que se pueden discutir en la base, pero ya están preconcebidos. Los mecanismos de participación están tan oxidados que resultan más bien objetos decorativos, y cuando algún despistado intenta darles el uso para el que fueron concebidos, no tardan en aparecer los comisarios del “este no es el momento para debatir esto”, o el estéril “eso habría que elevarlo porque aquí todo tiene su proceso”… No hay vehículos reales para construir desde abajo; para que entre todos decidan a dónde camina el país y a dónde no.
Por último, un día me pregunté qué sería de mis padres cuando se jubilaran. Los imaginé envejecidos antes de tiempo, decepcionados hasta la médula, viendo el proyecto por el que trabajaron desdibujarse en una nebulosa de errores que nunca se llegan a corregir. Imaginé a mi madre levantándose a las 5 de la mañana a tostar el maní para vender en la puerta del cine Yara; imaginé a mi padrastro con cataratas haciendo de taxista sin licencia por la avenida 3ra después de 60 años de sacrificios sin nada que llamar suyo, sin seguridad alguna para su vejez. Cuba no supo responderme esa pregunta. Y entendí que Cuba ya no podía responderme, y que su silencio era también una forma de decir “vete, desde allá podrás ayudar también, no te preocupes que yo me las arreglo”. Fue lo mismo que me dijo mi madre.
2- El status de migrante está atravesado por diversas circunstancias, no solo legales; de modo que no siempre se corresponde con el momento en el cual se sale del país de origen hacia otro destino con la decisión de vivir en él. ¿En qué momento sientes te volviste una emigrante? ¿Y en cuál una inmigrante?
S.V: Mi proceso migratorio comenzó en 2009 con mi viaje a cursar estudios de post-grado en México. Residí en Ciudad de México por dos años y luego me mudé a Toronto en 2011 para continuar estudios de post-grado en esa ciudad. En ese lapso conocí a mi pareja que es de nacionalidad chilena, nos casamos, y debido a necesidades legales que él tenía de estar en Chile, nos fuimos a vivir a Chile en 2013, donde permanezco hasta este momento (abril, 2016). Mi estatus de estudiante, durante los primeros cuatro años de vida fuera de Cuba, me aisló de la categoría de emigrante/inmigrante por ese tiempo. Los países de recepción me trataban como una persona bienvenida debido a mi estatus y mi presencia no generaba conflictos o amenaza ya que debía ser temporal. Para el caso de Cuba, mantenía mi residencia y ciudadanía en términos legales al cumplir con los plazos del “Permiso de salida” en su momento, y de ingreso al país de acuerdo a la ley vigente. En mis visitas a Cuba no me sentía tratada como una emigrante, ni lo sentí en mi último viaje entre noviembre y diciembre de 2015.
Sin embargo, esta identificación cambió al mudarme a Chile en donde sentirme in-migrante pasó por no ser incluida, sino excluida. A Chile llegué sin ningún lugar en donde insertarme profesionalmente. Al no tener filiación laboral, mi incorporación al sistema del país fue muy limitada, partiendo por no tener la potestad para tener una línea de celular propia, cuenta de banco, etcétera. Algo que parece mundano, pero que denota tu exclusión en un sistema como el chileno. Era tratada como inmigrante y me sentía una inmigrante. No obstante, hay una encrucijada semántica que, si bien puede estar presente en otras realidades latinoamericanas, en Chile la vivencié directamente. En el contexto chileno están los “extranjeros versus los migrantes”. La diferencia se basa en una relación clasista y “racializada” con “el otro”. Los europeos y norteamericanos son “extranjeros” mientras que los sudamericanos (con la excepción de los argentinos) son inmigrantes. Siguiendo esta lógica, una vez alguien me preguntó de dónde era y respondí “de Cuba”, a lo que esta persona replicó: “Pensé que eras extranjera”. Es decir, según mi apariencia, en el imaginario de este chileno yo no debía ser originaria de América Latina, sino de Europa. Por lo que, si bien soy inmigrante dentro del sistema, en la sociedad soy tratada como “extranjera”, término que tiene un sentido positivo al contrario de inmigrante, asociado con un significado negativo.
S.A: Pues emigrante aun no soy, vivo en Cuba legalmente, tengo mi residencia permanente allá y además, espiritual y emocionalmente, vivo allá. Mi familia está allá, mis amistades, mis amores, mi pasado y mi presente, pues parte de mi trabajo tiene que ver con Cuba. Me enmarcan allá, por lo tanto emigrante no soy, a pesar de que la gente en Cuba sí siente que ya no soy de ahí y que he perdido mi derecho a hablar por no estar allá, un fenómeno muy cubano, además. Como me preguntó hace poco una comentarista en el blog: “¿desde cuándo no vienes a la Isla?”, intentando desacreditar un punto de vista que ni siquiera era mío, pero como estaba en mi blog hablaba por mí. Otra me preguntó si era “cubana, cubana”, porque tampoco le convino mi manera de pensar sobre la huida de los Gourriel. No obstante, esas pugnas las vivo en Cuba cada día de mi vida. No me he ido, ahí estoy (por muy esquizofrénico que suene).
Sin embargo, inmigrante soy desde el momento en que estoy en Alemania, por dos condiciones fundamentalmente: una porque soy negra y dos, por el idioma. La primera de las condiciones, o sea el hecho de tener negra la piel, convierte incluso a las personas afroalemanas en inmigrantes. Alemania es un país muy duro para inmigrar, donde la palabra de orden es INTEGRACIÓN, la cual es una falacia rotunda porque supone la existencia de barreras o límites entre quienes llegan y quienes ya están, hayan nacido o no aquí. Ser negra me situará siempre en el lado de los inmigrantes. Para colmo, en Alemania la nacionalidad se otorga no por nacimiento sino por sangre, aunque bajo determinadas y estrictas condiciones puedes llegar a hacerte alemán, lo cual no me interesa, pero lo menciono como evidencia del estricto control social, legal, y de toda índole, que se tiene sobre este asunto. La lengua es el otro elemento que, en mi opinión, dificulta la inclusión y que desde el principio, y siempre, te va a reforzar que no eres de aquí, sino una inmigrante. No solo se debe a que es extremadamente difícil (aprendí ruso, francés e inglés y ninguna es como el alemán) sino a que existe una idea socialmente aceptada de que para hablar bien alemán tienes que haber nacido acá. Esa idea muchas veces no es expresada de manera directa sino: “qué bien hablas alemán para llevar solo tres años acá” o a mi esposa, quien es una cubana que llegó acá en 1957 le preguntan: “¿por qué tú hablas tan bien el alemán si no eres alemana?”.
E.A: La migración es un proyecto y un viaje, un viaje que se inicia antes que se emprenda formalmente por la vía o el medio que se escoja –o que sea posible-, un proyecto que podrá estar más o menos elaborado, dependiendo de la biografía del sujeto que migra, pero que es difícil situarlo en una coordenada espacio-temporal particular. Hay sociedades donde se ha ido construyendo un imaginario cuya idea articuladora tiene que ver con el hecho de que para conseguir un mayor bienestar y progresar no queda otra opción que salir del lugar donde se vive. La sociedad cubana post-revolucionaria ha sido un ejemplo de ello. Siguiendo a Degregori, Blondet y Lynch (1986), la migración expresa, por tanto, “tendencialmente”, un cierto ánimo, una cierta actitud psicológica que acentúa la apertura a lo nuevo y la orientación al futuro. De ahí la idea de la migración como proyecto que, por lo general, no se construye en solitario.
Siguiendo estas premisas, conviene repensar los moldes con que suele clasificarse a la migración cubana, tipificándola, dependiendo de la conveniencia ideológica-política, como de tipo económica o política. Siguiendo la idea de Degregori, Blondet y Lynch (1986), podemos complejizar y enriquecer esta discusión considerando que el hecho mismo de migrar constituye ya en la mayoría de los casos, en mayor o menor grado, un acto de modernidad. Por lo general, no migra el resignado a su suerte, sino aquel que se rebela contra ella y busca cambiarla en el mundo exterior. En tal sentido, podría explorarse la hipótesis de que el aumento y diversificación de la migración cubana pueden ser analizados como una forma de rebelión contra el “continuismo” e inercia del estado actual de cosas en la sociedad cubana y, al mismo tiempo, como una vía alternativa de transformación -desde abajo- económica, social, cultural y, más imperceptiblemente, política. Como analiza Franco (1991) para el caso peruano de las últimas décadas, los cubanos y cubanas que han emprendido proyectos migratorios al optar por sí mismos por el futuro, por lo desconocido, por el riesgo, por el cambio, por el progreso, en definitiva, por partir, liberaron su subjetividad de las amarras de la tradición, del pasado, del suelo, de la sangre, de la servidumbre, convirtiéndose psicológicamente, en “hombres libres”.
Mirado entonces desde el punto de vista de la subjetividad, partí de Cuba antes de migrar y desde entonces he comenzado a ser parte de esa comunidad transnacional cubana, construyendo una biografía migrante que sigue marcada por mi país de origen, pero que no obedece su curso solo a él.
C.B: Me fui de Cuba cuando todavía existía el “Permiso de salida” y por circunstancias ajenas a mi control, con “Salida Definitiva”. El momento en el que el avión despegó se sintió como una fractura. Volví en menos de siete meses, pero comprobé una vez llegué al aeropuerto que sí era definitivo, sin importar cuántas veces pudiera regresar. Me sentí emigrada, en toda su magnitud, cuando regresé a Cuba y me sentí extranjera. Todo me era ajeno, mis calles ya no eran mis calles, y comprobé que lo que había sentido al despedirme en el aeropuerto era real: Cuba ya no era mi lugar.
Al mismo tiempo los primeros dos años en Canadá fueron vividos como quien está de visita, por más que mi cotidianidad fuera la misma de los que llevan aquí toda la vida. Es un país de inmigrantes, y en gran medida es mucho menos perceptible esa sensación de “yo no soy uno de ellos”. No sé definir exactamente cuándo empecé a sentir que este era mi país, pero recuerdo que un día, estando en Cuba de visita, extrañé Canadá como si me faltara el oxígeno. Poco a poco fueron cayendo bloques que construyeron mi sentido de pertenencia: la primera vez que al regresar a Canadá un oficial de inmigración me dijo “welcome home” y significó algo real; la primera vez que me cegó una rabia inmensa porque alguien criticaba Canadá sin fundamentos; la primera vez que sentí que este país, con todos sus problemas, valía mi mayor sacrificio. Pero creo que pasé de esa etapa de “turista de larga duración” a sentirme verdaderamente canadiense (aún sin ciudadanía) sin hacer mucha escala en la categoría de inmigrante. También pienso que ayudó mi decisión de integrarme, de no dejarme definir por más que mi disposición a ser parte de esto y mi amor por el país que me recibió sin decirme jamás “tú no eres de aquí”.
3- ¿Crees que en los modos en que transcurren las migraciones interviene, también, la condición de género de la persona que migra? ¿Cómo has sentido que ser mujer ha influido en el proceso migratorio propio y/o en el de otras mujeres que conozcas? ¿Qué otros elementos, provenientes de la identidad, del status de clase, de las convicciones e ideologías políticas, crees que hacen parte de ese proceso y en qué sentidos?
S.V: En mi caso, la experiencia de la migración, la que asocio mayormente a mi vida en Chile, ha estado atravesada por un fuerte componente de clase y de “racialización”. El género ha entrado a jugar como parte de vivir en una sociedad fuertemente patriarcal y desigual en donde ser mujer es visto, en sí mismo, como inferior, sobre todo en el ámbito profesional. La clasificación de clase y “raza” que me otorgan de acuerdo a los prejuicios chilenos ha favorecido que mi estatus sea el de “extranjera” y no de “inmigrante”, lo que en un contexto altamente clasista y racista como es el chileno otorga ciertos beneficios y ventajas para acceder a espacios restringidos a una clase establecida en espacios de poder.
S.A: En mi caso no creo que haya influido, tampoco mi orientación sexual, pero como dije antes el color de la piel sí, y sobre todo el proceder de Cuba. Los y las alemanes tienen muchas ideas preconcebidas sobre la Isla y me los he encontrado en una amplia gama que va desde los que piensan que Cuba es un paraíso y, por tanto, no tengo de qué quejarme, hasta quienes piensan que la Isla es la peor de las procedencias. De tal modo que en determinados momentos he usado oportunistamente (creo que no existe la palabra) mi identidad nacional, lo mismo para decirle a los alemanes que su sistema de salud es una porquería (disculpen) y sentirme grande de nuestros médicos que conversan en consulta una hora con una, como para justificar que bailo de determinada manera.
Decididamente, en el tema de las convicciones políticas e ideológicas, me he vuelto más radical desde que vivo fuera, desde todo punto de vista y esto me aleja ahora mismo de la posibilidad de vivir en Cuba nuevamente (aunque lo deseo). Acá puedes militar en lo que desees, que nadie hará caso de eso y puedes hacerlo conscientemente. Además, la posibilidad de poder ir a demostraciones, poner mi cara y mi vida en ello, es algo que he aprendido acá y con lo cual me siento muy cómoda. En Cuba cualquier participación política, y hasta cívica, es harto cuestionada y a la altura de mi vida me da demasiada pereza. Es una pena que este capitalismo feroz me haya permitido sentirme libre en cuanto a mis opiniones y decisiones. En Cuba tendría que empezar por explicar qué tan radical soy o por qué veo porno feminista, ¿me explico? El mismo feminismo en Cuba me harta y si vamos al tema racial pues peor, decir en Cuba algo como: “por favor personas blancas, cállense la boca y déjennos hablar” es considerado racismo, mientras acá supone empoderamiento y conciencia racial.
Reconozco que vivo en una burbuja que va desde las organizaciones autónomas, esas que no reciben un centavo del Estado, que se autofinancian con el trabajo conjunto de sus miembros y que son completamente antisistema (cuando Las Krudas estuvieron acá, en ese contexto fue que se realizó su concierto) hasta iniciativas de izquierda donde hago radio, por ejemplo, o apoyo cuidando bebés cuando hay un evento de personas refugiadas.
Desde que estoy en Alemania he luchado abiertamente contra el nacionalismo que llevo en mis ideas, cada día derrumbo una piedra de ese sentimiento de mierda que nos dieron en cucharadas. Cuba es una Isla, lo sé, que se ha “construido” -en los últimos 50 años- en contraposición no solo a Estados Unidos, sino al mundo (ya lo dice el Noticiero: Cuba y el resto del mundo). Además, en el imaginario social existen no ya ideas, sino teoría de lo diferente que somos los cubanos y cubanas. En mi opinión ideas sin sentido alguno y que son todas “deconstruibles” y nos hacen un daño tremendo en nuestra aceptación de la diversidad. Un ejemplo a mencionar es la incipiente pero creciente comunidad musulmana cubana, de la cual soy parte indirecta pues mi esposa es musulmana, convertida aproximadamente en 1975, y por eso llevamos ambas apellido Abd´Allah. Pues ya he leído el rechazo a la existencia de cubanxs musulmanes, como si la Isla fuera de otro planeta o si no hubiésemos tenido un vínculo muy estrecho con poblaciones africanas musulmanas (aquellos niñxs y jóvenes que fueron a estudiar a Cuba, ¿recuerdan?) Es más, nuestro “Malecun Salam”, que dicen los Yoruba cuando se encuentran, es musulmán.
E.A: El género incide y condiciona, tanto el proyecto, como la trayectoria migrante. La decisión sobre quién, cuándo, cómo y dónde emigrar está condicionada genéricamente, dependiendo de los roles y responsabilidades genéricas asociadas a la persona que migra. A esta condición, sin dudas, se suman otros factores, como la edad o la clase social. Además, el género no solo marca a la persona que migra, sino también a las familias que quedan. Cuando es una mujer quien migra los reordenamientos familiares que se producen en la sociedad de origen son de mayor número y complejidad que si es un hombre el que parte. El crecimiento numérico de las migraciones femeninas a nivel internacional, válido también para el caso cubano, junto a los cambios cualitativos en los modelos migratorios de las mujeres, invitan a considerar de manera ineludible la variable “género” en el análisis de las migraciones. Sin embargo, al igual que en otras aristas de la migración cubana, se reconoce que ha faltado un tratamiento sistemático de un aspecto importante en dichos procesos, como es el de las relaciones de género (Nuñez, 2005).
El análisis de género nos permite identificar la presencia de una cada vez mayor pluralidad de proyectos migratorios femeninos. Marrero (2011) ratifica que una característica de la feminización de las migraciones cubanas son los crecientes proyectos de vida en los que la mujer decide, cada vez más, migrar sola como alternativa de supervivencia frente a la crisis económica y proveer el sustento de su familia. Para lograr dicho objetivo, las mujeres cubanas retrasan su reproducción en función de sus expectativas migratorias. Por tanto, la decisión de emigrar de la mujer en edad reproductiva provoca un descenso en las tasas de fecundidad, afectando sustancialmente el crecimiento de los segmentos jóvenes de la población, cuestión que se ha venido convirtiendo en una creciente preocupación demográfica en la Cuba actual.
En mi experiencia, también en la de muchas mujeres migrantes que he conocido en mi travesía, la migración ha visibilizado y cuestionado otras fuentes de desigualdad social, como las de la clase, el origen nacional, la raza, e incluso las creencias políticas. Al entrecruzarse con el género suponen desigualdades y obstáculos múltiples para las mujeres. Mi condición de mujer, blanca, cubana, que emigró joven y con estudios universitarios concluidos, ha implicado una serie de ventajas comparativas si se me compara con otras mujeres inmigrantes, como las peruanas o bolivianas, que llegaron en el mismo período en que lo hice a una sociedad como la chilena, que valora positivamente lo blanco, la juventud y la instrucción universitaria, como señal de progreso y modernidad frente a lo indígena/mestizo o la escasa instrucción.
Sin embargo, el sistema de estereotipos y prejuicios que se construye en las sociedades receptoras sobre la mujer inmigrante y sobre el tipo de trabajos que ellas pueden realizar, también me ha reportado desventajas y discriminaciones varias, a veces más directas, en ocasiones más solapadas. Las sociedades receptoras, sobre la base de estos estereotipos, construyen un perfil laboral que condiciona los procesos de reclutamiento y selección de los trabajadores/as. Se nos “prefiere” para cierto tipo de trabajos y no otros porque se nos supone con mayores “necesidades” y mayor capacidad de “resistencia” y “aguante” a condiciones precarias de trabajo (menores sueldos, más horas de trabajo, etc.) por nuestra propia condición migrante. Por ser mujeres y migrantes se nos atribuyen determinadas “cualidades”, dependiendo de nuestro color o nacionalidad. En muchos de los procesos de contratación de mujeres migrantes, tienen más peso las características adscriptas y los requisitos adicionales, inscritos en el cuerpo o la salud mental de la mujer inmigrante, que en las competencias laborales. Estas competencias, como resultado de la devaluación social de la condición migrante, no son reconocidas en toda su amplitud por las sociedades receptoras.
C.B: Cada arista de lo que soy ha intervenido de alguna manera en mi proceso migratorio. Mi salida de Cuba y mi llegada a Canadá se vivió desde una piel femenina. Por ejemplo, en Canadá he estado mucho más expuesta a la objetivación de la mujer en los medios, a sentirme rodeada por todas partes de señales que dictan cómo debo lucir, qué debo vestir, qué cremas me tengo que poner antes de dormir para no envejecer antes de tiempo. En alguna medida, la sociedad canadiense parece hacer resistencia a esas señales, y siempre he sentido que las personas a mi alrededor respetan mi condición de mujer, mi peso y mi apariencia, y no me juzgan en esas claves. Pero es difícil dejar de juzgarse a uno mismo, y cuando se es inmigrante, pareciera que colocamos todo lo que somos bajo una lupa, y se analiza hasta el cansancio.
También fue una mujer la que salió de Cuba; la que odiaba el no poder caminar por la calle sin que le chiflaran, o le dijeran obscenidades; la que no encontró recurso legal para denunciar que su jefe coqueteaba inapropiadamente con ella, y a la que a veces le daba miedo quedarse sola con él en la oficina.
Por otro lado, las concepciones que traía de Cuba sobre ciertos aspectos de ser mujer, también chocan contra concepciones nuevas, y una tiene que estar muy al tanto de ver cuáles sobreviven. Por ejemplo, en Cuba, en un centro de trabajo o estudios, si hay que cargar cajas, o mover mesas, los hombres enseguida se ponen a ello, porque son el género “más fuerte” y “sería injusto poner a una mujer a hacer eso”. Sin embargo, en Canadá trabajé en un almacén donde jamás ningún hombre se ofreció a cargarme o ayudarme con nada. La igualdad de condiciones implica que las mujeres somos tan capaces como los hombres, y a menos que pidamos ayuda, nadie va a venir a cargarnos nada. Lo mismo se aplica al asiento de la guagua.
Conozco también casos de mujeres que han migrado a otros países donde han sido víctimas de concepciones machistas y patriarcales: de que les prohíban salir a trabajar porque el lugar de una mujer es la casa; que no las consideren para un puesto de trabajo tradicionalmente desempeñado por hombres; que les miren raro en una tienda si le compran a su hija un camión de bomberos de juguete…
El ser político que seamos o no, también se monta a un avión y aterriza en otro lugar político, donde los materiales y las técnicas de construcción son otras. Tener una brújula ideológica con el Norte a la izquierda, puede hacer el proceso de adaptación más difícil cuando se llega a un lugar con ritmo de derecha. Si en Cuba no pasaste hambre jamás, hacerlo en Canadá te llevará a cuestionarte muchas cosas. Si por el contrario encuentras en un nuevo país la satisfacción de tus necesidades económicas, y eran estas las únicas causantes de tu decisión de dejar Cuba, el proceso se podría vivir en un tono más simple, de “Alemania sí, Cuba no”. Y parte de nuestra identidad es también a qué estamos dispuestos a renunciar; qué se nos hace más urgente y necesario. Hay quien no logra jamás adaptarse a vivir en Noruega porque la gente es fría y distante, porque la socialización es distinta, porque no hay vecinos a los que pedirles azúcar o que vengan a tomarte el café sin avisar. Si una parte indispensable de tu felicidad está ligada al calor humano, a estar siempre rodeada de familiares y amigos, vecinos, compañeras de trabajo, gente en la parada de la guagua que te da lecciones de economía…, y nada de esto lo puedes encontrar fuera de Cuba, quizás sobrevivir con menos acceso a otras cosas y oportunidades no signifique un sacrificio tan grande.
4- ¿Estarías de acuerdo con la idea de que la sociedad cubana es una sociedad transnacional? ¿Por qué?
S.V: No describiría a la Cuba contemporánea como una sociedad transnacional, aunque dado los cambios en la ley migratoria, se tiende cada vez más a que la migración sea entendida como movilidad humana. No obstante, en mi experiencia siento que está teniendo lugar un proceso de “diasporización” de los cubanos que viven fuera de Cuba, sobre todo en la medida en que el Estado está estableciendo varios mecanismos de reincorporación social, política y económica de los cubanos que habían perdido el vínculo con el país.
S.A: Cuba tiene más de dos millones de personas que, nacidas en la Isla o descendientes de quienes allá han nacido, viven fuera del Archipiélago. Quizás bastaría con eso para considerar que tenemos una sociedad transnacional. Pero no sé, no estoy segura, porque creo que depende también de las identidades individuales y estas últimas muchas veces dependen de las leyes migratorias de los países en cuestión, hasta del posicionamiento político. Yo creo que la transnacionalidad es un evento del siglo XXI, si bien nuestra existencia, como seres terrícolas, ha estado siempre marcada por las migraciones. Por otra parte, el concepto de nación no es muy antiguo y en la geopolítica juega un papel impresionante. Sin embargo, cada día se desdibujan las fronteras (Europa, Centroamérica y Sudamérica son ejemplos).
A nivel personal siempre juego con mi esposa y le digo: “hoy estás en tu fase alemana” o “hoy eres más cubana que el tocororo”. La idea que está de fondo es que la identidad nacional también puede ser un performance y una puede escoger a cuál ponerle piel en un determinado momento. Ese también puede llegar a ser un proceso angustioso, por lo que en varias ocasiones le he dicho: “tú no eres ni cubana, ni alemana, ni británica, tú eres Esmeralda y tienes una identidad transnacional”.
E.A: Cuba es un país con una larga historia migratoria, tanto en lo referido a desplazamientos internos como a movimientos internacionales. En la actualidad, el movimiento poblacional más distintivo del país caribeño es la migración internacional, caracterizada por una gran diversidad de destinos, pese a que mantiene una alta concentración en los Estados Unidos (a inicios de este siglo se reportaban cubanos en 148 países, aunque el 98% se concentra en 20 naciones). A la variedad de destinos habría que agregar la diversidad en cuanto a la composición social de los y las emigrantes cubanos/as (por sexo, nivel de estudios, edad, etc.), pasando de ser un fenómeno asociado fundamentalmente a variables sociopolíticas, a otro de carácter más complejo y multidimensional. Comienza a comprenderse hoy como un proceso que responde a una multiplicidad de causas, partiendo por aquellas vinculadas con factores internos de la sociedad cubana, pero también a un conjunto de dinámicas y formas de ser y estar en el mundo actual que remiten a la ampliación de horizontes de vida, dejando a un lado ataduras políticas e ideológicas vinculadas a un Estado-nación.
Al plantearse la pregunta por el carácter transnacional de la sociedad cubana actual conviene aclarar que las comunidades transnacionales se entienden bajo el planteamiento teórico del transnacionalismo, al hacer referencia a procesos de articulación en los ámbitos cultural, económico y social entre comunidades e instituciones sociales distantes geográficamente. Se rompe así con el concepto tradicional de comunidad, en términos de dimensiones espaciales y territoriales. Uno de los giros más importantes que introduce la idea de comunidad transnacional es ampliar el marco de análisis de los fenómenos migratorios y mirar a la migración como una práctica social que está presente en la vida de las personas desde sus distintas posiciones: como migrantes de la misma comunidad, como agentes económicos, políticos, etc. Es decir, involucra y articula de manera simultánea a “los que se van”, como a “los que se quedan”, a la comunidad de origen y la (s) de destino en su conjunto.
A pesar de que la perspectiva transnacional no ha sido suficientemente incorporada en el análisis de las migraciones internacionales cubanas, se puede afirmar que por sus actuales características, composición y dinámicas, las redes transnacionales de migrantes cubanos, además de cumplir otras funciones, han actuado de correa transmisora de distintas informaciones que circulan entre origen y destino y entre destino/s y origen, en un fluir continuo que tiene su razón de ser en los contactos familiares frecuentes que se mantienen entre los miembros que se han movido y los miembros de la familia que se han quedado en Cuba. Esta comunicación ha supuesto la construcción de un espacio transnacional que abarca Cuba y otro país -o varios países-, dependiendo de si los miembros de la familia que han emigrado están instalados en uno o en más países. Estas redes han hecho circular información que se transmite en la sociedad cubana y produce cambios, continuos, en pequeña escala, pero que al multiplicarse generan tendencias y transformaciones de mayor alcance. De alguna forma, las redes transnacionales que hemos tejido los cubanos y cubanas al migrar, han servido de mediación intercultural, abriendo la sociedad cubana al mundo y viceversa, toda vez que nos convertimos, unos y otros, en portadores de informaciones, ideas y estilos de vida.
En este contexto, la(s) familia(s) cubana(s) ha aparecido como un actor central en el desarrollo de prácticas trasnacionales y en la construcción de comunidades transnacionales. Dentro del ámbito económico, el envío de remesas es probablemente uno de los factores más visibles que mantiene el vínculo entre la comunidad de origen y aquellas de salida (para el 2016, se habían enviado 3,5 billones de dólares a Cuba, cifra que se espera siga aumentando en virtud de las nuevas medidas de apertura, mientras que los viajes a la Isla alcanzaron en 2013 un récord histórico de más de 600,000 visitantes entre cubanoamericanos y estadounidenses de paso por la Isla). Pero los(as) cubanos(as) no solo enviamos dinero. También enviamos/intercambiamos una serie de recursos/capitales sociales, culturales y simbólicos que contribuyen de manera decisiva a la transformación de la familia y la comunidad, tanto en Cuba como en las sociedades donde se insertan los(as) migrantes cubanos(as). El alcance de todos estos intercambiamos y su incidencia en la conformación de ciudadanos y ciudadanas transnacionales está por verse. Este tipo de ciudadanos son aquellos que reclaman y actúan en relación a más de un gobierno. Ejemplos que grafiquen este hecho comienzan a aparecer con más frecuencia. Para su comprensión, sin embargo, se requiere ir más allá de las definiciones legales, e incorporar lo que se conoce como ciudadanía social y cultural, así como las múltiples experiencias de vivir en sistemas plurales de leyes, costumbres y valores. Ello supone un desafío para la ciencia social, por cuanto, ese sujeto transnacional es resultado de la forja colectiva de discursos y representaciones en pugna.
C.B: El mundo está lleno de sujetos nacidos en un lugar y que ahora viven en otro. Sin embargo, los cubanos parecemos tener una capacidad sobrenatural para seguir viviendo en Cuba, aun cuando estemos físicamente en Alaska. Como las razones por las que migramos tienen un carácter distintivo, nuestra conducta una vez fuera de Cuba es igualmente particular, en cierta medida. En muchos casos, estamos más al tanto de todo lo que ocurre en Cuba que de la realidad política de los países en los que vivimos ahora. Incluso cuando sabemos que el precio de las frazadas de piso no nos afecta, muchos de nosotros seguimos pendientes, comentamos, nos insultamos, nos sube y baja la presión con la Gaceta Oficial… Al mismo tiempo, los cubanos que siguen en Cuba tienen cada vez mayor comunicación con sus parientes y amigos que emigraron. El imaginario popular está lleno de nociones que no necesariamente han nacido del territorio nacional, sino de la combinación de vivencias de cubanos dentro y fuera de Cuba. En ese sentido, la sociedad cubana se extiende más allá de las fronteras de la Isla; se expande como un organismo vivo y creciente, con ramas que sobrepasan los muros y conectan a miles de sujetos que, en el fondo, forman parte de un mismo todo.
5- ¿Cómo crees que se han pensado en Cuba las realidades de los procesos migratorios y de las personas migrantes?
S.V: En Cuba conviven básicamente tres niveles de análisis de la realidad migratoria que pasan por la manera en que se manejan desde la institucionalidad, lo que discute la Academia, y cómo lo experimentan los individuos empíricamente. Muchas veces hay una disonancia entre estos tres ámbitos, lo que resulta preocupante cuando se aspira a una mirada comprensiva de la movilidad humana. Términos como “se quedó”, “se fue”, “emigró”, han denotado un entendimiento de la movilidad como una acción definitiva y terminante. Si bien el marco legal ha cambiado, se debe avanzar en un tratamiento de la migración como movilidad, así como en los estudios de la economía política de la migración, el impacto en los ciclos de cuidado y la reproducción social.
S.A: Ni idea.
E.A: Pensar los procesos migratorios en Cuba, sus distintos ciclos, características y realidades que fueron generando es, categóricamente, una asignatura pendiente para las Ciencias Sociales dentro y fuera de Cuba. En primer lugar, es preciso situar el estado actual de la investigación sobre el tema, para desde allí reconocer –cuestión que no siempre hacemos- los avances y hallazgos conseguidos, al tiempo que identificar los inmensos desafíos que suponen las rápidas transformaciones de los movimientos migratorios de cubanos y cubanas en la actualidad.
La migración ha sido un tema estudiado en Cuba, pero principalmente en forma descriptiva, mostrando volumen, estructura por edades y sexos, destinos y mecanismos de salida del país, pero sin adentrarse en preguntas más complejas que conecten el fenómeno con el resto de procesos sociales que están en su base, con sus múltiples causas y también con los variados impactos que ocasionan, que suelen ser de distinta índole. La producción científica, en particular en el campo de la Sociología que es el que más conozco, ha tropezado con un conjunto de limitaciones que han afectado la reflexión sobre el tema migratorio. La “sobre-ideologización y sobre-politización” de la cuestión migratoria y del sujeto migrante, la escasez o poca variedad de categorías analíticas para estudiarlo y el confinamiento del tema a determinados espacios institucionales académicos desde donde “podía” ser estudiado, la escasez o poca accesibilidad a los datos, la baja o nula presencia de la temática migratoria en los planes de estudio de pre y postgrado en Cuba, han sido algunas de las barreras que han dificultado que las Ciencias Sociales -y en particular la Sociología-, hayan tenido un papel más relevante en la producción de conocimiento sobre este tema.
Cabe agregar que en este contexto, el nivel de productividad, recursos e incidencia de las principales comunidades científicas productoras sobre el tema (especialmente ubicadas en universidades y centros de investigación en Estados Unidos y Cuba) no solo es dispar, sino que también se ha caracterizado por un bajo nivel de colaboración académica, cuestión que hubiera permitido multiplicar esfuerzos en promover y desarrollar la investigación interdisciplinaria, incorporando las distintas miradas y aproximaciones, tanto teóricas como metodológicas, sobre las migraciones.
En consecuencia, la reflexión sociológica sobre las migraciones cubanas contemporáneas ha adolecido de ausencias y debilidades significativas, lo que redunda en una carencia de visión crítica sobre el tema, que pueda aportar y enriquecer el debate público. Aunque en los últimos años han aparecido estudios más acuciosos sobre el tema, sigue siendo claramente insuficiente la producción científica, tomando en consideración la importancia cada vez más creciente que adquiere el fenómeno, tanto en la sociedad cubana como en la región, ya sea en las sociedades de destino como en aquellas que sirven de tránsito de los y las migrantes cubanos(as). La reciente crisis migratoria de cubanos(as) que ha involucrado a varios Estados centroamericanos, y el impacto que ha tenido el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos en el aumento de los flujos migratorios, son un claro ejemplo de la necesidad urgente de repensar el tema y plantear una agenda compartida de investigación que involucre, al menos, a las principales comunidades científicas productoras. Para ello se requerirá un esfuerzo de superar miradas dicotómicas y empobrecedoras de las migraciones, de las que se ha venido huyendo desde el momento en el que se pretende dar un mayor protagonismo a las articulaciones y conexiones que se producen en las migraciones contemporáneas, con el fin de no sucumbir frente a los nacionalismos metodológicos y superar las múltiples miradas de fronteras (políticas, teóricas, metodológicas, etc.).
C.B: Para analizar cómo se han pensado en Cuba los procesos migratorios es necesario entender que la representación social que se ha tenido de estos ha estado firmada por la complejidad del contexto histórico, que no ha tenido un día de descanso. El efecto de plaza sitiada que definió (y en menor grado define aún) gran parte de los significados que dimos a las cosas, no dejó de tocar la emigración. Cuando la sociedad toda estaba llamada a trabajar por el bien común, por parir un futuro de prosperidad y equidad, la decisión de dejar el país se sentía como una traición. Cuba se sacrificaba para construir un proyecto de nación y algunos de sus hijos decidían abandonar esa lucha para perseguir objetivos materiales, para buscar oro en el río. En algún momento el dolor de ver multiplicadas las separaciones, sumado a la percepción de que quizás el proyecto de nación se estancaba, o demoraba, llevó a mucha gente a cambiar su manera de ver la emigración. El primo que se había ido cuando el Mariel, al que habíamos tildado de gusano, resultó ser nada más que un ser humano con necesidades concretas cuya satisfacción no podía esperar más. La familia vecina que había ganado la lotería de visas, y que habíamos considerado como traidora porque en ella se iban dos contadores y un ingeniero, volvió a ser la misma que estaba integrada por personas que conocíamos de toda la vida; los que nos dieron su cuota de aceite del mes para que nuestros hijos tuvieran un pan con aceite que llevar de merienda a la escuela.
En fechas más recientes, la cúspide política pareció entender que seguir llamando gusanos a los hijos y nietos del pueblo que sudaba por diez dólares al mes era el despropósito, sobre todo porque quedaba claro que el “no los queremos, no los necesitamos” había expirado. Cuba sí quería a sus hijos emigrados, y de cierta forma también los necesitaba. Descomponer la cuadratura de pensamiento con la que se observaba la emigración pareció alcanzar su maduración a la altura de la eliminación del “Permiso de salida”. En las fechas posteriores a mi salida de Cuba, noté un tímido incremento en los viajes de amigos y conocidos –hecho influenciado también por las reformas económicas que permitieron la expansión del cuentapropismo e incrementaron el poder adquisitivo de algunos- y de esos que ahora viajaban con menos trabas, muchos regresaron. También vi dispararse los procesos de repatriación, sobre todo de personas entre los 35 y 50 años, quiénes después de varios años fuera de Cuba, disponían ahora de un capital que invertir en el remozado sector cuentapropista, y decidían regresar a su tierra, donde ya nadie los iba a recibir con mítines de repudio. La despolitización (lenta y levísima) del proceso de emigración permitió un acercamiento entre cubanos de dentro y fuera, aun cuando ciertos derechos siguieron ausentes.
Persiste, sin embargo, un pensamiento dicotómico en ciertas esferas -sobre todo en las del sentir y pensar políticos- que insiste en observar la emigración como abandono, y ¿qué derechos de construir puede tener quien abandonó su tierra? Desde esa perspectiva, se menosprecian muchos detalles de la decisión de emigrar; se desconoce que marcharte de tu país es también un sacrificio. Esta postura no solo lastima a individuos, sino que limita el potencial de desarrollo de la nación. Excluye también la experiencia de haber vivido en otras tierras, otros sistemas, otras realidades, enriquece la contribución que se puede hacer al pensar el futuro, a la construcción de lo que Cuba quiera ser.
Desde el otro lado del espectro hay también reservas y, en algunos casos, instinto de conservación. Entre los emigrados hay quienes han tenido que romper con Cuba, desentenderse de su vida política e intentar darle un hacha al dolor, aunque caiga incluso la palma. Porque sentir y pensar Cuba también es fuente de decepción, desgaste, frustración. Hay quien llora en un mercado viendo lo fácil que es comprar comida (la mínima, aunque sea) y se acuerda de que su madre en Cuba ha recorrido dos municipios buscando leche en polvo –o papel sanitario, o yogurt- y no encuentra. Y los sujetos son, al final, hijas, padres, hermanas; incluso si tuvieran todas las nociones políticas claras, hay realidades que tocan un nervio expuesto, sobre el cual no actúa ningún razonamiento filosófico, y duele.
6- ¿Cómo piensas el futuro de la relación de Cuba y los cubanos con sus migrantes, en los planos social y estatal? ¿En qué medida la política migratoria cubana responde, o no, a las necesidades de cubanos, dentro y fuera de Cuba?
S.V: La política migratoria debería inclinarse a ser una política reguladora de la movilidad. En ese sentido, aspiraría a no ser clasificada como migrante por mi propio país, categoría que implica cierto desentendimiento en algunos casos y total en otros por parte del Estado y de la sociedad de origen.
S.A: ¿Cómo pienso o cómo deseo? Complejo tema. Cuando bajas una planilla del Consulado cubano, en cualquier lugar donde estés, te das cuenta que ni siquiera ese documento responde a la ley migratoria actual. Yo, que no soy migrante, pues salí después de enero de 2015, tengo que poner una dirección de mi contacto en Cuba, que no es más que mi propia dirección. Espero que la política migratoria cambie también para los cubanos y las cubanas que están fuera y tienen (tenemos) que pagar para entrar al país con un pasaporte que no está vencido. Es doloroso y si es una cuestión solo económica (me imagino que recauden decenas de miles de dólares por esta vía, dinero que quizás usen en hospitales y escuelas) es algo que dado el impacto que tiene en la psique de las personas, sería muy conveniente analizar. Ellos le dan otro nombre, pero sabemos que funciona como un permiso (visa) para entrar al país que te vio nacer, algo a nivel identitario muy “desestructurador” o “desestructurante”.
Otro elemento importante sería la posibilidad de votar, cuando sea posible votar en Cuba de manera directa, por la presidencia. Hay países del área que te ponen una multa si no vas a votar al Consulado. En Cuba estamos en el otro extremo, la gente que recarga los móviles, compra los “féferes” de los chiquillos para iniciar el curso escolar y sostiene buena parte de la economía nacional, esa gente no tiene ni voz ni voto. Contradictorio para un país que depende no solo económicamente de sus migrantes, sino también emocional y espiritualmente.
E.A: El tema migratorio debe formar parte del debate público en la misma proporción a la importancia que el fenómeno ha ido adquiriendo en la sociedad cubana. El problema radica en que la definición del carácter y contenidos de ese debate no le corresponde en exclusivo a la clase política. Por el contrario, debe irse promoviendo y direccionando desde la propia sociedad civil y los distintos actores sociales y políticos, donde a la Academia le corresponde un rol fundamental. Es un debate que debe considerar el carácter transnacional de la migración cubana y, en consecuencia, sus objetivos y desafíos no pueden limitarse a las fronteras del Estado/nación cubano.
El resultado de ese debate es el que debe animar e impulsar una nueva política y marco regulatorio de las migraciones en Cuba, que no responda de manera reactiva y coyuntural a los desafíos que imponen los desplazamientos continuos de los cientos de miles de cubanos y cubanas. Por el contrario, el contenido de las reformas que en materia de legislación y política migratoria requiere Cuba, pese a los cambios introducidos en 2013, deberá ponerse en sintonía con los instrumentos internacionales de protección de los derechos humanos y en particular, con aquellos referidos a la protección de los derechos de todos los trabajadores migrantes y de sus familias, así como con las demandas y nuevos desafíos que ha generado la realidad migratoria actual, tanto a la sociedad cubana o aquellas donde los cubanos han decidido residir, especialmente las que concentran mayor número.
Para que la nueva política se ajuste a las necesidades generadas por los intensos y sostenidos procesos migratorios en la Isla se deberá colocar a los derechos humanos de los migrantes como uno de los principales fundamentos de los cambios iniciados, y pensar el tema migratorio en una perspectiva más integral en relación con el desarrollo del país y el bienestar de los cubanos y cubanas. Esta perspectiva requiere incorporar, además, una mirada centrada en la persona, apostando por los derechos a permanecer en su territorio, a la movilidad, a arraigarse en el país en el que se establece, a retornar…
Lo antes dicho implica pasar de una política migratoria, con sus correspondientes correlatos jurídicos, basada en la seguridad y defensa nacional, a otra fundamentada en los derechos de las personas a circular libremente y a retornar a su lugar de origen, sin ningún tipo de condiciones o trabas. Implica además considerar los distintos planos y consecuencias (positivas o negativas) en que la migración se expresa, ya sea en forma individual, familiar, identitaria, jurídica, demográfica, económica, política o cultural, tanto para la sociedad cubana, como para los destinos donde los cubanos y cubanas se instalan. Conlleva necesariamente a incorporar el concepto de la ciudadanía universal o transnacional de las personas migrantes, sea desde el ángulo de los derechos en la sociedad de origen como aquellos de participación en las sociedades de destino, sea desde la organización internacional de medidas de presión para la conquista de mayores cotas de reconocimiento para los migrantes, sea planteando una nueva gobernanza mundial de la migración.
C.B: Alguien me comentó hace poco tiempo que quizás La Giraldilla también representa a Cuba parada en lo alto de la torre y mirando al mar con nostalgia, esperando el regreso de sus hijos ausentes. Me dio risa y luego dolor. Pensé en las madres que se han quedado solas, esperando a los hijos que nunca volvieron. Pero pensé también que tiene que quedar espacio para la esperanza, para dejar de vivir la emigración como ese desgarre, como esa fractura a medias. La sociedad cubana, en toda su extensión transnacional, tiene aún heridas que sanar, pero tiene también que encontrar los mecanismos efectivos para que esas heridas no sigan apareciendo. Hay que ser nación con normalidad, sin que el pasado o las amenazas de todo lo que se puede perder nos definan el ritmo y los pasos. Ya hemos sido reacción, hemos sido un parto doloroso y contra todo pronóstico, hemos sido nación libre y soberana contra viento y marea, sin embargo tenemos que aprender a navegar en aguas mansas también. Tenemos que ver a la gente recoger todo y mudarse a “Tuvalu” sin aplicarle a ello significados definitivos.
Hay mucho por hacer, empezando por devolver a los cubanos que residen en otras partes derechos universales, como el de propiedad y herencia. Perder el acceso a la salud o educación cuando no se es residente tiene al menos un respaldo lógico (aunque enteramente debatible) –son estos servicios costosos que se pagan con el dinero que los ciudadanos residentes en el país generan a través de su trabajo- pero es inconsistente con exigir un pasaporte cubano (a precios escandalosos) a quienes en todos los demás aspectos son tratados como extranjeros.
Las leyes migratorias no pueden responder a los intereses de quienes jamás han participado de su concepción; los sujetos de derecho que somos (o debiéramos ser) los cubanos dentro y fuera de Cuba, tendríamos que ser también parte activa, no solo pasiva, del proceso de elaboración de leyes de las que seremos objeto.
Las particularidades del contexto cubano necesitan también ser tomadas en cuenta a la hora de determinar cómo se regula el tema migratorio. En la medida en que el país no sea capaz de garantizar ciertas necesidades a sus ciudadanos, quizás la alternativa de residir en otro lugar tenga que ser observada con mayor flexibilidad por los instrumentos legales.