
I
La imperiosa necesidad de asegurar un sendero de desarrollo social en Cuba, que satisfaga los nuevos imaginarios sociales y culturales, y responda ante los desafíos de las viejas y nuevas frustraciones, demanda enormes transformaciones del modelo socio-político que, además, debe sustentarse en un nuevo “pacto social”. Algunos se niegan a considerar este reto, pues temen que “cambiar todo lo que deba ser cambiado” sea una debilidad, un peligro, una apostasía. Sin embargo, en mi opinión, no hacerlo será lo que constituya un abandono, una desgracia, una “blandura”; pues debilitaría aún más a Cuba como “comunidad”, resquebrajaría de forma imperdonable los ligámenes entre la ciudadanía (sobre todo de las generaciones más jóvenes) y el país, e hipotecaría (quizá de manera definitiva) “el sueño de lo cubano” –que atraviesa nuestra historia y aún late en las entrañas de tantos.
Por ello, reitero que resultan necesarias enormes transformaciones del modelo socio-político, pero también que ello debe sustentarse en un nuevo “pacto social”. Destaco esto, porque de lo contrario no será posible un adecuado ligamen entre la ciudadanía, y entre el pueblo y el país, y menos aún Cuba constituirá una “comunidad”, y entonces será difícil favorecer “el orgullo de ser cubano” –fundamento de toda Patria, de cualquier República y de toda dinámica social humana, humanista y humanizante.
II
Desde hace tiempo se han venido desdibujando los elementos que han integrado el “pacto social” que hubo en Cuba durante el último medio siglo. El país contaba con un contrato social que emanaba de ciertos consensos. Como es lógico, nunca dejó de existir una pluralidad de opiniones críticas acerca de cómo se debía desarrollar esas realidades consensuadas. Incluso, un sector nacional ha aborrecido de plano todas las políticas implementadas para lograrlo. No obstante, la inmensa mayoría sentía seguridad y compromiso con el desempeño de estas realidades.
De ese universo de acuerdos, que imbricaba a la ciudadanía entre sí y a ella con el gobierno, hoy quedan en pie únicamente los consensos acerca del acceso a la educación y a la salud; y no sin grandes insatisfacciones por el deterioro de estos dos servicios y por la existencia en el país de una diversidad amplia de opiniones acerca de cómo reestructurarlos.
Igualmente, son múltiples las visiones que existen en la sociedad acerca de todas las realidades: sobre cómo enrumbar el desempeño espiritual y cultural de la nación, sobre cómo refundar nuestra democracia social, económica y política. Y es muy grande la distancia que existe entre muchos aspectos de estos imaginarios, así como entre ellos y los de una buena cantidad de funcionarios que, con sus actitudes, van formulando –y, en muchos casos, impondiendo férreamente- la política oficial.
Cuba ha vivido en los últimos tiempos un proceso creciente de diversificación de las identidades sociales. La distancia entre la inmensa mayoría de la juventud del país y los contenidos del pasado “pacto social” cubano ha comenzado a ahondarse progresivamente. Un número nada despreciable de ciudadanos, que gozan de una buena educación y cultura, se ha dedicado a formular y prácticar nuevos imaginarios. De este quehacer han emanado “diversas Cubas”, que hoy son constatables en nuestra sociedad transnacional. Esta amalgama de proyectos, al parecer, sería fácil de consensuar porque, según mi opinión, tiene en común a) el anhelo de una libertad personal responsable, b) de un desarrollo humano progresivo y sostenible, c) de una sociedad civil dinámica, d) de un democracia sólida, e) de una fortísima seguridad legal y ciudadana, f) de una buena gobernanza, g) de un creciente progreso económico, y h) de una equidad social humanizante, así como i) de unas relaciones internacionales basadas en la cooperación y la paz. Ratifico que resulta plural el criterio acerca de cómo poder materializar estas realidades, pero también que se hacen evidentes puntos de contacto capaces de facilitar el diálogo y el consenso. Además, se hace imprescindible y patriótico comprender que sólo así nos abriremos al bienestar que podemos ofrecernos mutuamente.
III
Sin embargo, todos esos principios (que tal vez resulten en Cuba aspiraciones compartidas e incluyentes) suelen ser estimados, por muchos, como compromisos y medios para consolidar continuamente la dignidad de las personas y, por ende, la igualdad humana (la igualdad en la libertad –si se quiere decir de otro modo). Sólo el esfuerzo auténtico de los ciudadanos de una sociedad para intentar, a toda costa y de manera sensata, la igualdad entre personas singulares y diferentes (únicas e irrepetibles), además en, desde y para la libertad, hace posible un “pacto social” real y no una fórmula impuesta o inducida por algún tipo de oligarquía, una República real y no una ilusión frustrante, un Estado con ciudadanos soberanos y no un aparato estatal con un novo siervo. Cualquier “pacto social” resulta tal, únicamente si asegura los esfuerzos para que todos los ciudadanos de la correspondiente sociedad maduren humanamente, crezcan en autonomía, desempeñen la cooperación y/o la solidaridad, y no abandonen a quienes resulten resagados o en desventajas.
En tal sentido, cualquier “pacto social” debe asegurar las oportunidades y las grantías para que todos los ciudadanos puedan disfrutar de empleo, retribución digna, seguridad social, vivienda adecuada, servicios de calidad, cuidado del medio ambiente, recreación, cultura, educación, información, atención a la salud, asistencia social en caso de dificultad o desventaja, seguridad ciudadana, protección legal y acceso a la justicia. De igual modo, debe garantizar las libertades de conciencia, palabra, reunión, manifestación, prensa, asociación y políticas. Todo esto, siempre en el marco de un Estado democrático de derecho, que realice la soberanía ciudadana.
No obstante, el disfrute, por igual, de todos estos beneficios, depende de la creación de condiciones económicas y culturales, así como de las aptitudes y actitudes de la ciudadanía. Ello, por supuesto, en la generalidad de los casos coloca el logro de muchas de estas igualdades en horizontes por conseguir y quedan condicionadas a la capacidad de la sociedad para desempeñar las responsabilidades individuales y sociales, privadas y públicas. En tal caso, mucho dependerá de lo que se pueda y logre construir, y del ritmo para construirlo, así como del compromiso de los ciudadanos a favor del bienestar general. Sin embargo, todo “pacto social” debe esbozar y asegurar este umbral, e institucionalizar y garantizar senderos que conduzcan a la equidad social.
Por otro lado, quiero resaltar que en toda sociedad, y en todo momento, resulta imprescindible diseñar y concretar (sin dilación, y a toda costa) un universo de igualdades; o sea, igualdades que no pertenezcan a horizontes por alcanzar, ni dependan de la magnanimidad de unos individuos hacia otros, ni resulten posibles sólo a partir del peculio de cada cual. Esto constituye un imperativo político, pues no habrá sociedad estable allí donde todos, o la generalidad, no sean iguales, o casi iguales; al menos en un conjunto de aspectos.
Asimismo, lo anterior resulta una cuestión que debe ser considerada de fuerza mayor -a partir de una profunda dimensión humana y social-, porque siempre será indispensable el accesso de todos a un conjunto de derechos que, sin tener primacía sobre los otros, suelen asegurar condiciones antropológicas y sociológicas fundamentales para el desarrollo y garantía de los demás derechos. Ya desde cierta tradición, entre estos se resaltan los derechos de educación, cuídado de salud, seguridad social, y asistencia social en caso de dificultad o desventaja.
Al inisitír en el tema de la igualdad, debo ratificar que, en mi opinión, se hace necesario clarificar la diferencia entre diversidad y desigualdad. En tal sentido, no considero que la diversidad esté dada porque tengamos diferentes pigmentaciones en la piel, diferentes ingresos financieros, residencias en barrios con diferentes status de confort, unos vivan en la ciudad y otros en el campo, unos estudien y otros trabajen, unos impartan docencia y otros laboren en empresas, unos sean profesionales y otros no, unos sean ciudadanos trabajadores y otros dirigentes de disímiles niveles y ámbitos, unos sean mujeres y otros hombres, unos sean heterosexuales y otros homosexuales, entre otras diferencias. Si consideramos la diversidad, per se, a partir de estas disparidades de condiciones o de identidades, estaríamos confundiendo la diversidad con la desigualdad y, tal vez de modo inconciente, naturalizando esta última.
Según mi criterio, la diversidad radica en otra naturaleza. La misma está signada por las diferentes ideas, actitudes, proyecciones, gestiones, esfuerzos y compromisos a favor del incremento equitativo de la capacidad social para que sus ciudadanos, cada vez más diversos, sean también cada vez más iguales. Lo que nos hace diversos, por dignidad, pasa por la diferencia entre el bien que cada persona, grupo, o incluso sector, pueda ofrecer a la sociedad toda, sin exclusiones ni preferencias. Entonces, la diversidad social se erige sobre las distintas cualidades que enaltecen la dignidad de las diferentes personas o grupos, todas únicas e irrepetibles; y no por las distinciones que emanan de antropologías agredidas o en desventajas, ni por identidades varias pero iguales en la realización de la dignidad humana.
IV
En cuanto a la necesaria renovación del “pacto social cubano”, considero la posibilidad de sostener que, al parecer, pudiera fundamentarse en los siguientes principios, ya indicados: a) libertad personal, b) desarrollo humano, c) sociedad civil dinámica, d) democracia, e) seguridad legal y ciudadana, f) buena gobernanza, g) progreso económico, y h) equidad social, así como i) unas relaciones internacionales basadas en la cooperación y la paz. Todo ello, orientado a la consolidación de realidades que le aseguren a todos un crecimiento incesante del acceso a la vida digna, en todos los ámbitos y dimensiones humanas. Asimismo, abogo por un conjunto de igualdades bien aseguradas que garanticen equilibro y armonía social, así como condiciones que favorezcan el más integral desarrollo personal y comunitario, desde la mayor igualdad posible en la libertad.
En este sentido, respaldo (como ya es tradicional en varios lugares del mundo) el acceso universal a) a la educación, b) al cuídado de salud, c) a la seguridad social, y d) a la asistencia social en caso de dificultad o desventaja. Sin embargo, en nuestro caso colocaría en el mismo pilar e) a la seguridad ciudadana, y f) a la protección por parte de la justicia. Asimismo, preciso que para todo ello se hace necesario disponer de recursos económicos y, por ende, el trabajo habría de considerarse un derecho/deber de cada uno y de todos los ciudadanos. Realmente el trabajo, como derecho igual para todos, y en igualdad proporcional de condiciones, siempre dependerá de las dinámicas de desarrollo cultural, laboral, económico y social y, por tanto, sería imposible asegurarlo de la misma manera que los derechos anteriores. No obstante, debo resaltar que no habrá sociedad próspera, ni desarrollo humano, y mucho menos igualdad, sin libertad y cultura, sin trabajo y economía.
Por ello, la economía ha de constituir un tema esencial del “nuevo pacto social”. Mucho se ha debatido, sin suficiente éxito hasta ahora, en relación con el diseño de un modelo económico mixto-sincrónico. La mayoría propone que sea reconocida la naturaleza del mercado y se penalice la desnaturalización del mismo, se reconozca la lógica de relación entre oferta y demanda hasta donde ella no vulnere la justicia, y se sustituya el concepto de planificación de la administración económica por el criterio de planificación estrategica. En tanto, ha tomado fuerza el consenso acerca de que las empresas de sectores estrategicos, y otros más, según la preferencia de algunos, sean propiedad del Estado, y las restantes gestiones económicas formen parte de un entramado creativo con disímiles formas de propiedad no estatal.
No obstante, aún estamos ante el reto de comprender y consensuar las dinámicas económicas de tal sistema empresarial mixto, que resulten posibles para Cuba y sean capaces de asegurar los recursos que demanda el desarrollo de nuestra sociedad. En dicho análisis se debate, por ejemplo, acerca de a) qué cantidad de finanzas, capital, necesita Cuba y cómo conseguirla; b) cuál podría resultar una estrategia integral de desarrollo de la industria del turismo; c) cuál una estrategia de desarrollo de servicios médicos (excepcionales y/o especializados) pagados, en Cuba, para extranjeros, sin detrimento de los servicios de salud pública para cubanos, que han de ser universales; d) el posible sostenimiento y desarrollo progresivo de la biotecnología, en un contexto económico interno e internacional diferente; e) la capacidad estrategica de crear, desarrollar y consolidar un mercado internacional de capitales en Cuba, que beneficie a la Isla; f) las potencialidades de creciemto económico posibles por medio de la participación de la emigración cubana en la Isla; g) la factible creación, desarrollo y consolidación, en La Habana, de un nodo de conexión aéreo hemisférico e internacional; h) el esbozo una estrategia adecuada de inversión extranjera que: -permita el crecimiento acelerado de la misma y -garantice niveles proporcionales de inversión en todos los ámbitos, para que así toda inversión logre encontrar en la Isla empresas a las cuales contratarles y/o subcontrarles riquezas, servicios y gestiones que no encontraría en empresas cubanas, y –dichas inversiones se realicen de manera que potencien el desarrollo de la virtud empresarial de la ciudadanía y de toda la sociedad cubana, contribuyendo a su capacitación, a su capitalización y progresivamente a su empoderamiento económico; así como i) la necesidad y conveniencia de promover el ejercicio autónomo de las profesiones.
Del mismo modo, aumenta la comprensión en torno a que la contribución tributaria, sobre todo aquella dirigida a sufragar las igualdades generalmente compartidas, sea suficiente para cumplimentar sus propósitos. Además, que provenga, en paridad proporcional, a partir de las ganacias de todas las personas naturales y de todas las personas jurídicas (estatales o no). Asimismo, que para lograr cualquier igualdad jamás se distorcione la naturaleza de los procesos económicos o sociales, ni se restrinja infundadamente la libertad de la ciudadanía.
V
Algunos, bien ubicados en zonas de poder, no desean (o no pueden) comprender la necesidad de un “nuevo pacto social” y, además, consideran que propónerselo resulta una ruptura; como si crecer fuera una apostasía. Además, para no asumir este reto, enarbolan las banderas del “radicalismo” a favor de los ideales históricos. Sin embargo, en esto también yerran, porque confunden el “radicalismo” con la dureza y la rigidez. Ser “radical” constituye todo lo contrario; porque demanda la capacidad de, si fuera necesario, entregarlo todo (incluso los intereses, las preferencias, las certidumbres, etcétera), siempre que con ello se salven y/o desarrollen los principios y los ideales que se defienden. Por supuesto que nadie tiene el derecho de exigirle este desprendimiento a otros; pero en este caso, esos otros deben ser honestos y no deberían recurrir a galimatías (estériles y penosas).