
I
Después de una conferencia impartida por monseñor Carlos Manuel de Céspedes, en la Semana Social Católica, celebrada en el año 1994 (donde cobraron cuerpo las primeras proyecciones de la metáfora Casa Cuba), muchas personas manifestaron sumo entusiasmo; pero otras, desde diferentes posiciones, atacaron diversos argumentos y opiniones del autor. Ante esto, De Céspedes se sintió obligado a redactar otro texto, casi de la misma envergadura que el anterior, para responder a un conjunto amplio de aquellos embates; y lo tituló “Me sorprenden las sorpresas”.
Ahora, al escoger un título para este texto, consecuencia de las posiciones en torno a mi artículo acerca de la actual situación del profesor Jorge I. Domínguez, le tomo prestada la idea al sacerdote amigo, ya fallecido; aunque con una modifición (“No me sorprenden las sorpresas”), porque esperaba exactamente lo que sucedió.
Sin embargo, deseo precisar que no pretendo redactar un artículo, sino más bien una especie de conversación con tantos amigos que me han escrito, o han escrito en las redes, a propósito del tema, con los cuales me resulta imposible un encuentro personal. A estas alturas, con los que me han agredido, no necesito debatir. No obstante, quiero incorporar entre las destinatarias de este texto a Sandra Abd´Allah-Alvarez y Dulce María Reyes Bonilla, a quienes no conozco personalmente, y sé que me han objetado fuertemente. Lo hago porque respecto mucho el quehacer que realizan, y porque estoy seguro que sus objeciones públicas no provienen de ningún tipo de “saña”, ni de oportunismo alguno, sino de un clamor sincero que emana de sus más profundas convicciones. Yo sé distinguir.
II
Cuando escribí el texto que circuló por redes sociales y en casi todos los que he escrito en mi vida, siempre he tratado de tener como referencia la idea de “Casa Cuba”. A partir de este “sueño”, realmente un mero sueño, pero que hemos colocado en el centro de nuestro quehacer, no puede caber dudas de que estoy en contra de todo acoso; ya sea el sexual, el racial, el político y cualquier otro. Por eso, en mi texto jamás defendí el acoso sexual; sino todo lo contrario. Incluso, en el mismo señalé que “el profesor Domínguez tendrá que cargar con esa culpa, si ella resulta cierta”. Sin embargo, en consecuencia, también apunté como algo negativo el linchamiento humano de Jorge I. Domínguez y el rídiculo desprecio por una obra académica que todos los interesados en los temas tratados por él tendrán que consultar en el presente y en el futuro (si desean investigar con rigor).
Considero necesario advertir también acerca de este otro tipo de acoso, que llamo linchamiento y lapidación, porque el mismo forma parte de ese pecado nuestro del cual tanto nos advertía Félix Varela, desde la primera mitad del siglo XIX. Este ha sido causa de muchísimos de nuestros fracasos históricos, de innumerables frustraciones presentes y de inminentes peligros. A Varela le preocupaba que fuéramos soberbios con los débiles y débiles con los poderosos. Y no entendamos esta debilidad sólo ante el poder político, ante el gobierno y ante todo jefe (aunque lo incluye); sino también ante el que más tiene, ante el más hábil y fuerte, ante la mayoría, ante la multitud. En tal sentido, deseo agregar que, si fui capaz de interpretar bien, ahí mismo coloca el importante escritor Leonardo Padura nuestros “esenciales pecados históricos” en su obra La novela de mi vida.
Por ello, a continuación, presento algunos apuntes necesarios a partir de las críticas (en algunos casos muy bien intencionadas) y también de los ataques a mi posición.
III
El contexto desde el cual opino tiene relación con las dinámicas del ciberespacio; pero también, en gran medida, con los resultados de mis conversaciones personales. Yo estoy en Cuba, y no tengo casi acceso a Internet; incluso, poseo demasiada dificultad para beneficiarme de los incomodos espacios públicos habilitados para hacerlo.
En estas conversaciones, muchos coinciden conmigo, pero otros no. Sin embargo, esto sería normal si, por lo general, no fuera de la manera siguiente. Algunos amigos, que han sido amigos de Domínguez, me dicen que ya él reconoció ese grave error hace unos 30 años y que eso es una prueba de lo deleznable que él es; pero estos mismos lo auparon (para emplear un término cómodo) hasta hace unos días. También existen otros, amigos suyos, que me dicen lo mismo, pero me agregan que sabían que él continuaba bajo ese accionar deleznable; sin embargo, también ellos lo auparon hasta hace unos días.
Considero que, en el caso de estos amigos y colegas, lo más decente hubiera sido recriminar la culpa sin agredir a la persona; o hasta exigir justicia, pero también guardando la compostura debida; o hacer silencio hasta conocer la confirmación de lo que se ha validado (pues al parecer era conocido, pero no importante para muchos, por el hecho de no arrastrar ningún peso acusatorio) por medio de un periódico. No obstante, debo precisar que, si vamos a validar todo, sólo a partir de lo que diga un medio de prensa, ¡pobre de tantos de nosotros! Bastaría con que alguien revise y alerte acerca de los contenidos de La pupila insomne, para que muchos “dejemos de ser personas”. Claro, aquí debo hacer una salvedad. El autor de La pupila insomne es soberbio con los débiles, pero (aunque sin demasiada audacia y sin llegar jamás a la inmolación) no es tan débil con los poderosos. Los “Lineamientos” del PCC aprobaron la gestión económica privada y él no dejó de pregonar que eso era ajeno al socialismo; y mientras los presidentes de Cuba y Estados Unidos compartían en el estadium Latinoamericano, él insistía en que el país vecino del norte y su mandatario, eran realidades peligrosas para Cuba.
Por favor, resulta importante asumir que el derecho, la ley, los tribunales, la presunción de inocencia hasta que se pruebe la culpa, y la imparcialidad de la justicia, constituyen atributos civilizatorios desde hace cientos de años. Y en la contemporaneidad, hemos dicho que el empeño a favor del Estado de Derecho constituye un compromiso encaminado a desarrollar todo esto. De ser así, esas alumnas o colegas del profesor Jorge I. Domínguez no habrían tenido que esperar tanto tiempo para hacerlo público, ni procurar su defensa a través de un periódico; y Domínguez estuviera protegido del escarneo y del linchamiento, y tuviera que responder aún con mayor rigor por tales acusaciones; y nadie podría haber actuado en la esfera pública con agravios en su contra, sin que ello no le costara legalmente. De eso es de lo que hablo, y también eso es lo que reclamo: civilidad (que ni siquiera tiene que ser sinónimo estricto de humanismo) y Estado de Derecho.
Llegado aquí, debo darle las gracias a quienes, en estos momentos, han expresado un apoyo (aunque siendo críticos en diversos aspectos) sobre mi posicionamiento. Pero lo han hecho desde el respeto. Ellos no aceptan resignarse al cinismo, ni renunciar a la civilidad y al Estado de Derecho, incluso al humanismo. En este sentido, quiero agradecerles, de manera superlativa, a David Corcho, Armando Chaguaceda, Alexei Padilla, Almicar Pérez y a Leduán. Preciso que digo “de manera superlativa”, porque estos intelectuales se han solidarizado conmigo en un momento difícil, no precisamente por este debate, sino por la “soledad moral” que suele padecer toda persona que, como yo, en cualquier sociedad, es “criminalizada” desde el poder.
IV
Las respuestas a mi artículo se desarrollaron a través del ciberespacio, y como no puedo acceder a Internet me ha costado mucho seguirlas y poseer todos los elementos necesarios acerca de las mismas. No obstante, según lo recopilado, puedo asegurar que los ataques se concentran en indicar que mis criterios se sostienen en ciertas características personales. Las más expuestas han sido que soy “hombre” y que soy “blanco”, y por ciertos lugares casi recónditos incorporan que soy “católico y elitista”. Realmente esto me ha sobrecogido y me alerta ante potenciales prejuicios, discriminaciones.
Soy hombre y soy blanco. ¿Acaso ser hombre y blanco es contranatura, un delito, un pecado? Además, soy hombre y, de seguro, me comporto como hombre, y tal vez esto marque toda conducta; pero esto resulta normal. No obstante, les aseguro que mi razón y mi voluntad tratan siempre de orientarse a partir de fundamentos humanistas, que no desestiman la dimensión sexual pero la trascienden, así como también debe trascender –igual, sin llegar a desestimarlo- las preferencias y los intereses particulares.
En cuanto a lo católico, ¿tengo algo más decir al respecto? De todos modos, acoto que sí soy católico. Sin embargo, ha sido vox populi que mi manera de ser católico, que respeta y valora la necesaria pertenencia a la institución eclesial, difiere de esa otra manera de ser católico, que sí expresa esos criterios y posiciones que ellos le critican a la Iglesia; y, además, que por eso mismo un grupo de poder de esa Iglesia consumó mi “linchamiento” en la institución, con suma agresividad, el 10 de junio de 2014.
Elitista no me siento, ni lo soy, y nunca podré serlo. Tengo suficiente acertividad como para que no me haga falta. Soy un cubano, que ha vivido en Cuba, que ha estudiado como la generalidad de mis conciudadanos, pero menos que muchos otros, y que desea trabajar favor de una triada, integrada armónicamente como un todo: “mi familia-la sociedad cubana, ya transnacional-y mi persona.”
No soy un intelectual y, además, provengo de una familia humilde. Hace años resido en el barrio de Colón, en Centro Habana, donde tengo pensado envejecer y morir. Además, durante la infancia, mi hogar se sustentaba con un presupuesto muy por debajo de la media de cubanos con bajos recursos. De igual modo, si bien es cierto que durante mi adolecencia y mi primera juventud, un período de 15 años, mi padre ocupó altos cargos en las más importantes instituciones de poder en Cuba, esto no contribuyó ni un milímetro a que cambiara lo anterior. Desde una militancia revolucionaria que no encuentro frase para catalogar, pero de la cual hoy siento orgullo, él siempre nos prohibió, por ejemplo: intentar conseguir algo empleando relaciones suyas, vestirnos con ropas que no se adquirieran en tiendas cubanas, y consumir alimentos que no estuvieran al alcance de toda la población. Hasta tal punto fue esto último, que no podíamos hacer compras en el entonces llamado mercado “Sears”, que tenía precios asequibles, pero él consideraba que había sectores sociales que no poseían los recursos para ser asiduos de este mercado. Parecerá muy raro, sobre todo hoy; pero fue exactamente así. Mi padre morirá en la ciudad de Matanzas tal como nació: pobre.
Por otro lado, como si todo esto fuera poco, para “formarme”, mi familia decidió que antes de estudiar debía primero trabajar y pasar el servicio militar. Así, muy joven, trabajé durante dos años en una fábrica, cargando hierros y con horario rotativo. Una semana laboraba de 7 de la mañana a 3 de la tarde, la otra de 3 de la tarde a 11 de la noche, y la otra de 11 de la noche a 7 de la mañana, y así sucesivamente.
En cuanto a lo blanco; pues miren, se sorprenderán, pero ha sido con estas “pedradas” acerca de la “blancura” de la pigmentación de mi piel que he tomado conciencia de que soy “blanco” y de que ser “blanco” puede constituir “ser un otro”; o al menos nunca lo había percibido en la rara y desagradable magnitud como lo hago ahora. Por otra parte, nací y crecí en el barrio de Simpson, en Matanzas. En aquel entonces, allí el 80 por ciento de los niños eran negros, de familias santeras y abakúas. Con ellos cursé los estudios primarios y secundarios, e hicimos muchísimas travesuras, que siempre hermanan; y después, con ellos mismos, ya iniciados y maduros en la santería y en el plante de abakúa, disfruté el servicio militar.
Hasta tal punto continúa siendo mi natural relación con muchos de ellos que dos vecinas, madre e hija, que forman parte del grupo de personas que deben informar sistemáticamente al MININT sobre mi familia y mi persona, reiteran en sus informes, al modo de una frase acuñada: “ellos son de Matanzas, son negreros y p´mi que son brujeros”. No tengo certidumbre acerca de por qué esas dos señoras tienen obsesión con esto; aunque imagino que tal vez lo consideren una agravante mayúscula a la ya “pecaminosa” existencia de mi familia y de mi persona. Se preguntarán cómo sé estos detalles.
Simplemente porque el “visitante” llega, se sienta en la sala de mis vecinas, les hace preguntas, ellas responden, y conversan; mientras ciertos vecinos siempre escuchan y después comentan, comenta y comentan. La dimensión positiva de este accionar es que siempre me entero sobre qué indagan. Pero el hecho de que todos en el edificio nos enteremos de lo que habla “el visitante” es, precisamente, para crear un “clima enrarecido” generalizado entre todos los vecinos; y, de esta manera, dañar emocional y moralmente a mi familia.
La otra crítica presentada en estos días, pero que va más allá de mi persona e incluye a Cuba Posible, se víncula a un supuesto criterio selectivo en cuanto a quiénes pueden colaborar con nosotros y formar parte de la estructura de la asociación. Han sacado muchas cuentas, han mostrado muchos datos, y afirman que somos excluyentes, que discriminamos.
No he podido análizar estas cuentas y esos datos, pero puedo adelantar que dicha afirmación constituye, por lo menos, un error. Quizá ninguna otra plataforma ha dado tanto espacio a muchas agendas que otros quehaceres mantienen casi preteridas, ni al darle estos espacios le ha pedido jamás alguna condición o preferencia. En tal sentido, desde una convicción muy profunda hemos deseado acompañar, aunque desde nuestra modestia, los esfuerzos vinculados a las reivindicaciones raciales, de género, de inclusión, de pobreza, de equidad.
De este modo, ha podido participar en Cuba Posible todo aquel que ha estado dispuesto a emprenderlo. Asimismo, puedo asegurar que el único criterio para ser recibido y manterse estable en los quehaceres de la plataforma e integrar su equipo de trabajo, ha estado mediado por la disposición de los implicados de asumir los rigores de ser denigrado públicamente porque estarían formando parte de una realidad que, según el criterio de algunos poderosos, es estructuralmente negativa para Cuba. En tanto, nuestras puertas siempre continuarán abiertas y la posibilidad de conseguir una mayor representación de nuestra diversidad depende de los otros.
No obstante, estoy obligado a reconocer que sí hemos tenido un único criterio de exclusión. Este se relaciona con el empeño de no incluir argumentos y posiciones agresivas, revanchistas y subversivas; sean de un lado u otro del espectro ideo-político. Esto lo hemos decidido y lo mantendremos por principio. Sin embargo, a veces tengo dudas acerca de la manera en que lo implementamos; pues mantenemos excluidas opiniones por ser “opuestas” al gobierno, sin que realmente lleguen a constituir actos agresivos, revanchistas o subversivos; y también me he convencido de que la mayoría de los amigos que sustentamos dicho principio lo hacemos por convicción, pero no han faltado quienes, en su momento, lo esgrimieron por oportunismo, comodidad.
V
Sobre mi texto anterior, la mayoría ha discursado acerca del acoso sexual, que tiene una relación intrínseca con el contenido del mimo, pero que no es el contenido del mismo. En relación con el tema del acoso sexual, como dicen los propios opinadores, yo no tenía nada que cuestionar. Además, estoy a favor de la protección de toda mujer y de todo ser humano; y ofrezco todo mi esfuerzo para ello y, por ende, en contra del acoso sexual, de todo tipo de acoso y de toda apatía ante la vulnerabilidad de los débiles (de cualquier índole).
No obstante, algunas personas, obviaron la esencia del trabajo y reafirmaron sus preocupaciones; y esto cualquiera puede comprenderlo y aceptarlo. Otras, tal vez no entendieron el texto; y en este caso yo debo aprender a escribir mejor lo que deseo expresar, o ellos deben aprender a comprender mejor lo que leen. Algunos, evidentemente, pueden haber entendido con toda exactitud, pero no deseaban afrontar el meollo del artículo, y también sentían que no podían obviar la interpelación y, por eso, se encaminaron por donde más rentable les era; en este caso, pues toda persona tiene derecho a hacer lo que mejor le plazca, aunque hubiera sido mejor que callaran. Y no faltaron quienes aprovecharon para “cobrar cuentas”, con saña.
Para culminar, después de dos textos abogando por una cándidez auténtica, que no se parezca a la sorna o al oportunismo, y alertando sobre los riesgos de ser soberbios con los débiles y débiles con los poderosos, debo reconocer que también yo, en múltiples momentos y por disímiles razones, he criticado a débiles por actitudes que no le he criticado siempre a los poderosos de cualquier índole o lugar, incluso -o sobre todo- de Cuba. Y por ello, en este instante, sí quiero pedir dísculpas.