
A cargo de Walter Espronceda Govantes
En 1886 tuvo lugar una fuerte movilización de las ideas independentistas en cubanos radicados en la emigración cuyo interés marcado era el rápido inicio de una nueva guerra. Acaso uno de los principales abanderados de esta tendencia fue el brigadier José Fernández Ruz, veterano de la gesta del 68, quien arribó a Cayo Hueso como destino de un viaje iniciado en Barcelona, con el objetivo de persuadir, para tal propósito, a un núcleo fuerte de patriotas igualmente convencidos de la necesidad de una nueva contienda, pero también de cuán imperioso resultaba la preparación para desatarla a su debido tiempo.
José Fernández Ruz expuso su propuesta el 9 de noviembre ante José Martí, Serafín Bello, Emilio Martínez, Sellén, Párraga y Trujillo, entre otros. En total desacuerdo en relación con la premura, este grupo de patriotas redactó el 16 de diciembre una Circular que enviaron a los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo, Rafael Gutiérrez y Francisco Carrillo. A continuación aparece el texto en cuestión, tomado del libro Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. Tomo I (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975), con la autoría de José Luciano Franco.
Circular de la Comisión Ejecutiva de patriotas cubanos en New York
La hora parece llegada. Los enemigos de la Revolución se dividen y desordenan. El país está a punto de perder su último pretexto para demorar la solución que defendemos. Se están reuniendo de todas partes a la vez, y de un modo natural y espontáneo, los elementos de la guerra en la Isla, con cuya rectitud y voluntad hemos de contar, y a los que tenemos a un tiempo el derecho de aconsejar y el deber, de oír, puesto que ellos nos permiten realizar nuestros ideales y nosotros sin ellos somos impotentes para realizarlos. Debemos, pues, organizar la guerra que se aproxima, en acuerdo con el espíritu del país puesto que sin él no podemos hacer la guerra. Es un crimen valerse de la aspiración gloriosa de un pueblo para adelantar intereses o satisfacer odios personales. Es una obligación –por cuyo cumplimiento honrarán mañana los nombres de nuestros hijos e irán los pueblos a contemplar su fe a nuestras tumbas– disponer con desinterés que bien mirado es el mejor modo de servir el interés, los elementos para el triunfo de la guerra inevitable. La Revolución surge, y nosotros podemos organizarla con nuestra honradez y prudencia, o ahogarla en sangre inútil con nuestra torpeza y ambiciones.
Urgen los tiempos. El principio de nuestra campaña ha sido acogido con notable favor en Cuba y en las emigraciones. No parece que la situación de Cuba dé ya más espera que aquella a que nosotros mismos la invitemos, para que sea más completa la conspiración de los espíritus –más ordenado el movimiento militar– y más capaces de ayudarlo desde fuera las emigraciones. Todo a la vez; –la opinión sobre todo– los trabajos de organización y extensión en la Isla: los trabajos de unión, espíritu republicano y ayuda constante en la guerra en el extranjero.
Estas ideas comenzaban a tomar fuerza en la emigración de New York, y tuvieron su expresión primera en la reunión pública del 1 de octubre. Sus ecos, y sobre todo sus ecos en Cuba, coincidieron con las evoluciones de los cubanos de Cayo Hueso, y con la reunión convocada por un cubano de New York, para conocer del plan de un jefe dispuesto a invadir la Isla. De esta reunión compuesta por los cubanos cuyos nombres figuran al pie de esta carta, surgió el acuerdo de recomenzar las labores revolucionarias, con una política vasca, cordial y fija, la única que puede reanimar la confianza lastimada del país. Y sin provocar por ahora reuniones públicas que revelasen a nuestros adversarios el estado de principio de nuestras labores, cuando nos suponen con mucha más actividad y fuerza moral –sin asumir ante usted más autoridad que la de su patriotismo, la del nuestro, la de los hombres que nos comisionan para esta campaña y la adhesión voluntaria de los clubs revolucionarios de Cayo Hueso, y los cubanos de Cayo Hueso, únicos con los que hasta hoy nos han alcanzado el tiempo para comunicarnos– esta reunión de cubanos en que acaso por primera vez se vieron reunidos con una tendencia clara y decidida los que antes trabajaban en grupos dispersos y a veces hostiles determinó nombrar de su seno una comisión ejecutiva, inspeccionada y aconsejada por todos los miembros de la reunión, para iniciar enérgicamente los trabajos de organización revolucionaria con arreglo a las cuatro resoluciones de la junta primera, que incluían la de la necesidad de ayudar a la preparación racional de la guerra para llevar la invasión armada, y a estas cinco bases que han de inspirar nuestras palabras y actos:
1.- Acreditar en el país, disipando temores, y procediendo en virtud de un fin democrático conocido, la solución revolucionaria.
2.- Proceder sin demora a organizar, con la unión de los jefes afuera –trabajos de extensión y no de nueva opinión, adentro– la parte militar de la revolución.
3.- Unir con espíritu democrático y en relaciones de igualdad todas las emigraciones.
4.- Impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra.
5.- Impedir que con la propaganda de la idea anexionista se debilite la fuerza que vaya adquiriendo la solución revolucionaria.
Pero esta Comisión Ejecutiva, y esta reunión de cubanos de New York, no se erige por sí como árbitro de un poder que sólo puede venir con el desorden del destierro, de la autoridad y eficacia de los actos realizados y de la confirmación pública de ellos. Lo que los cubanos de New York ven es que hay un deber difícil e imperioso que cumplir. Lo que ven es que la guerra no puede hacerse sin que el país tenga fe en ella principalmente. Lo que ven es que el país se decide a la guerra y es necesario desvanecer los temores que la guerra le inspira, e impedir que el gobierno de España, como lo desea, haga estallar la lucha prematuramente para sofocarla con mayor facilidad. Lo que ven es que la guerra se acerca y que los militares ilustres que la pueden dirigir no se han puesto aún al habla, ni se distribuyen el trabajo. Lo que ven es que cada día aumenta la necesidad de realizar estos objetivos esenciales:
Unir con un plan digno de la atención y respeto de los cubanos, el espíritu del país y el de las emigraciones.
Dar ocasión a los jefes militares de desvanecer en la Isla, con sus declaraciones de desinterés, civismo y subordinación al bien patrio, los reparos –injustos sin duda–, que algunos de ellos inspiran, por suponérseles equivocadamente faltos de las condiciones; aún a los mismos dispuestos en Cuba a trabajar por la independencia de la patria.
Reunir en un trabajo común, preciso y ordenado, a los jefes del extranjero entre sí, y a éstos en junto con los de la Isla, a cada uno con sus amigos, a cada jefe de influjo con su comarca –todo con aquel místico respeto y grandeza que originan placeres más vivos, y autoridad más alta y durable que los proyectos privados e incompletos, sin más fin que la alarma y la impotencia, que a patriotas menos probado que a usted pudiera aconsejar la ambición desordenada…