
En solo dos cuartillas y media, el periodista Manuel Marquez Sterling recorre cuatro períodos de política doméstica en la Cuba republicana frente a la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de la Isla. Los malabares éticos –cuando los hubo– fueron el fruto del patriotismo cuyos buenos pertrechos salieron de la experiencia libertaria fraguada en la manigua del Oriente del país. Y esos, Márquez Sterling los aquilata con júbilo sapiente. Al mismo tiempo, con idéntica vocación de cubano de buena voluntad, sitúa y explica los vahídos políticos de las administraciones nacionales frente a lo que llamó “la injerencia extraña”. Este artículo, publicado inicialmente en La Nación, el 13 de febrero de 1917, es todo un ejercicio periodístico de riqueza informativa, claridad en la exposición y enjundia en la prosa. En 1943 fue escogido para la compilación en forma de libro titulada Antología de Periodistas Cubanos, publicada en La Habana.
Contra la injerencia extraña
Por Manuel Márquez Sterling
El memorándum de la Cancillería de los Estados Unidos al Gobierno de la República de Cuba y la respuesta de la Cancillería cubana al Gobierno de Washington, ponen de relieve la importancia y trascendencia del momento actual y se prestan a muy hondas y al mismo tiempo dolorosas consideraciones. Antes de penetrar en ellas debemos declarar al lector que las advertencias del Gobierno Americano al nuestro, en punto a las dificultades interiores de la política cubana, nos producen inconformidad, y la prueba más alta de patriotismo que, a nuestro criterio, puede dar un gobierno cubano, es impedir, con su propia conducta, con la diafanidad y pureza de sus procedimientos, que aquellas advertencias del extranjero poderoso se funden en arbitrariedades cometidas en el ejercicio del poder.
El reeleccionismo, que domina hoy en las altas esferas que rige los destinos de la República y se adueña de todos los resortes de la opresión, de antiguos conocidos y experimentados por el país, forma ya ambiente internacional; y el conflicto íntimo que agita y estremece a la sociedad cubana es, a un tiempo, conflicto exterior y diplomático, en los turbios horizontes que nos contristan. Detrás del memorándum de Mr. Lansing se oculta algún designio, para nosotros impenetrable; en la oscura prosa del documento se guardan no sabemos qué suerte de misteriosas intenciones; en la sonrisa afable de su aparente benevolencia hay algo de indefinida energía, de opaca insinuación, que pone mayor alarma, en nosotros, que las órdenes contra la prensa, y que se dilata, a enormes proporciones, al leer la respuesta insincera, inadecuada, irreflexiva, del señor Desvernine. El Canciller de la República no ha penetrado en la sustancia del memorándum; no ha meditado la crisis que su contestación suscitaría; y envuelta en su breve y desaliñado escrito, sin forma y sin fondo, sin elevación moral y sin el dominio de las responsabilidades de su gobierno, lanza a la Patria al regazo de las tinieblas, indiferente al dolor de su pueblo, sumiso a las orientaciones inconexas de una política inflamada.
El memorándum debió ser, en Palacio, el signo de graves complicaciones que eran necesario cortar en sus raíces, debió medir, en el acto, el Presidente, la magnitud y el carácter de esas complicaciones; y los actos del Gobierno debieron ceñirse al patriotismo previsor, que, en medio de la pavorosa tempestad, es áncora única de salvación. Han sido, sin embargo, posteriores al memorándum que ahora se ha publicado, pero que lleva cuatro días a manos del Gobierno, las medidas más ajenas al respeto de la Ley, las actitudes airadas y descompuestas del Coronel Aureliano Hevia, como si el Presidente Menocal, mostrándose implacablemente fuerte, eliminase todo peligro extraño que amenazara la vida de la República. Y lo que ha logrado el Gobierno con esta equivocada táctica, es alejarse más aun de lo que estaba de la opinión pública; ahondar más aún que antes la pugna entre sus intereses políticos y los intereses políticos del pueblo; añadir a los agravios de ayer los agravios de hoy; condenarse a sí mismo, por su propio fallo; agregar a las pruebas que lo hacían sospechoso, las pruebas que esclarecen de un modo absoluto su olvido de las prácticas republicanas, su olvido del régimen democrático, su olvido de los derechos que conquistaron, para el pueblo, los próceres inmortales. La respuesta al memorándum se ha inspirado en esta caótica subversión de conceptos, en este circunstancial desorden de las ideas, y el señor Desvernine, en su censurable nota a la Cancillería de Washington, usó el tono que la diplomacia le vedaba usar; apeló a recursos de habilidad en perjuicio de la República; puso política, y quiso demostrar la ancha base del reeleccionismo, notificando a Washington, la conspiración supuesta contra la vida del Jefe del Estado. En pleno escepticismo de las funciones que desempeña y de las responsabilidades que pesan sobre sus hombros, el Gobierno se ha dirigido a Washington de idéntica manera que el Directorio Liberal: las palabras, en desacuerdo con los hechos; la altivez en desacuerdo con la rectitud; y su constante inaudito desprecio a la mirada vigilante del país. El doctor Zayas y su compañero de candidatura, el Dr. Mendieta, encontraron montaña, cercado de alambres y rodeado de tropas; y el fusil de un centinela negó el paso a los dos ilustres cubanos que reclamaron inútilmente sus derechos dirigiéndose, por telégrafo, al coronel Aureliano Hevia, Ministro de la Gobernación, además Ministro de la Guerra. Afirma, sin embargo, el señor Desvernine, en un documento que compromete el prestigio del Gobierno y la fe en el testimonio del Canciller de la República, y la virtualidad y los alientos de la República misma, en un documento diplomático enderezado a un país donde jurar vanamente es delito perseguido de oficio, que “El Gobierno de Cuba no ha ejecutado ni pensado ejecutar acto alguno que no se ajuste a las disposiciones legales”. Y el Gobierno que así se expresa, por el órgano de su Cancillería, es el mismo Gobierno que rompió sus relaciones con el Tribunal Supremo porque sentenciaba en discordancia con los intereses reeleccionistas.
El memorándum de Washington sólo tenía una respuesta; y esa respuesta no podía salir del cerebro del Canciller, sino del corazón del Presidente. A la injerencia extraña, sólo podía responder la virtud doméstica. Y la virtud doméstica sólo era conciliable, en esta crisis, con un cambio súbito del sistema implantado, vaciando la política del General Menocal en los mismos moldes y en el mismo sentido de la avenencia y cordialidad que recomendó y quiso imponer, el propio General Menocal, a Don Tomás Estrada Palma, en los días en que la República se desplomaba por las mismas causas que ahora amenaza desplomarse. A la intervención amistosa de los Estados Unidos precedió, en aquel tiempo, el consejo paternal; obcecado el moderantismo, sobrevino la catástrofe. El memorándum ocupa, en este proceso, la misma página que en la historia de aquella demencia la famosa carta del Presidente Roosevelt al Ministro Gonzalo de Quesada. La respuesta del memorándum debió ser concebida en términos de elevada dignidad nacional, que hiciese retroceder al Gobierno de Washington; pero la dignidad cubana únicamente podía brillar con todo el fulgor del nacionalismo si en el escrito iba estampada la protesta de todos los ciudadanos y de todos los patriotas, bajo la égida del concierto común; si ante el ultraje a su carácter, el Gobierno hubiera podido responder al memorándum en nombre todos los cubanos, en nombre de todos los partidos, fundida para siempre, por su justicia y por su virtud, en una sola aspiración, el alma de la patria hecha pedazos.