
A cargo de Walter Espronceda Govantes
El general mambí, Bernabé Boza, tuvo muy a bien acometer y culminar con éxito más que probado, la honrosa tarea de atesorar cartas cruzadas entre líderes de la segunda de nuestras guerras de independencia, así como disposiciones y ordenanzas de la más alta instancia militar cubana. El texto que reproduce ahora esta sección se halla en el Tomo 2 de Mi diario de guerra (Desde Baire hasta la intervención americana).
Se trata de una Proclama del Generalísimo, Máximo Gómez, destinada al Ejército Libertador a propósito de los primeros gestos públicos del general español Ramón Blanco en su condición de Capitán General de la Isla. Pero Boza también da a conocer la misiva que el general Gómez le envió al gobernante español. Ambas comunicaciones están vertebradas por un patriotismo inquebrantable; al tiempo que se aprecia cincelado por una realidad antropocéntrica, digna de los grandes modernos.
El libro de Bernabé Boza está publicado en La Habana, en 1974, por la Editorial de Ciencias Sociales.
Proclama del Generalísimo Máximo Gómez
Al Ejército Libertador:
Soldados, hombres que peleáis por la redención de un pueblo: el sustituto del sanguinario Weyler, el general Ramón Blanco nos desprecia y amenaza, y viene a imponer nuevos rumbos a esta guerra.
Eso dice en su proclama “al País y al Ejército”.
Nosotros no tenemos necesidad de hacer modificación ninguna, y la guerra la seguiremos haciendo como la principiamos, pues mis circulares todas, están ajustadas a las leyes de la guerra.
Todo lo que favorezca al enemigo, debe destruirse, y todo lo que pueda perjudicarlo, debe hacerse, ese es nuestro derecho.
En cuanto a nuestros propósitos, ellos están bien definidos y demasiado proclamados ante el mundo.
La independencia del país; Cuba para los cubanos; la América para los americanos.
Para realizar esos altos y hermosos fines, contamos con nuestro honor comprometido. La posesión de la isla y el tiempo. Los recursos brotan de nuestra resistencia.
Las esperanzas de España para dominar, son esperanzas muertas ya, y el general Blanco representa su postrer y último esfuerzo.
Vuestro General en Jefe, M. Gómez.
El General en Jefe del Ejército Libertador, ha dirigido al general Ramón Blanco la siguiente carta:
En campaña, noviembre de 1897.
Excelentísimo señor gobernador general Ramón Blanco:
Es muy posible obre en conocimiento de usted lo que en una carta dirigida al general D. Arsenio Martínez Campos, dije un día, no obstante encontrarse aquél en mejores condiciones que usted para dirigir su ejército en esta guerra sangrienta y cruel. No hizo caso el general, a mis sinceras y humanas insinuaciones de paz, hermosa para todos y en aquella época, más provechosa todavía, y la contestación fue confiada a la espada sangrienta de Weyler. A este hombre inspirado en el odio profundo a esta bella tierra y a sus heroicos hijos, que en la gloria, no era decoroso que yo me dirigiera en el sentido que lo hice aquella vez con aquel humano y honrado español. El tiempo ha pasado impasible, como pasa siempre por encima de todas las catástrofes, y los hechos han justificado plenamente todas mis predicciones, y el general Weyle, después de haber ensangrentado inútilmente este suelo de una manera despiadada, y reduciéndolo a cenizas, dejando la guerra en pie, se retira para la península con su espada rota por el fracaso. Y viene usted a sustituir a Weyler, pero a un hombre de las condiciones de usted, lo mismo que lo hice con el general Campos, sí me atrevo a dirigirle las siguientes preguntas: ¿Con qué objeto y cuáles propósitos? ¿De exterminarnos? Es posible; y el pretenderlo, puede ser poco honroso para usted. ¿De someternos? Es absurdo y puede ser ridículo para usted. Nuestro credo está bien conocido y claro, y en este concepto ni los exterminios ni los sentimientos significan paz. Por esta razón de mucho peso, repito a usted lo mismo que le dije un día al general Martínez Campos.
“No más sangre, general, no más tea.”
España no debe permitir que Cuba deba su independencia, ni poco ni mucho, a favores extraños. Las deudas mejores y las que mejor se pagan, son las impuestas por la gratitud, aparte de la honra, que más cabe a la mano que o recibe. Las armas españolas están ya demasiado honradas en esta contienda, y esa competente declaración corresponde legítimamente hacerla a nosotros los cubanos y al mundo que nos contempla asombrado. No puede España hacer mayores esfuerzos para hacer morir en su inútil empeño a tantos valientes que reclaman la humanidad y el amor de la madre España. Bórrese de una vez para siempre el abismo que separa a los cubanos y españoles, con el abrazo que implica el reconocimiento de la República de Cuba, y entonces se habrá firmado la paz eterna.
Que sea usted, general, el predestinado a recoger la gloria inmensa, como el valiente entre los españoles, iniciador de esta obra grandiosa levantada en medio de la América libre, para beneficio de España misma en su presente y porvenir.
De lo contrario, fue y sangre nos manda nuestro honor y decoro y eso haremos hasta que el Dios de las batallas resuelva y que para los defensores fervientes del derecho es siempre la violencia. De usted, s. s. Máximo Gómez.