El papel de la ideología en la política exterior cubana

No es extraño que la política exterior cubana haya priorizado elementos ideológicos sobre elementos pragmáticos en el desarrollo de sus relaciones internacionales
Foto: REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Cualquier discusión sobre la política exterior de Cuba debe comenzar por identificarle como un Estado revolucionario, diferente totalmente de aquellos que comparten y promueven un status quo, que en este caso es la arquitectura del sistema internacional establecido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por ello no es extraño que la política exterior cubana haya priorizado, en no pocas ocasiones, elementos ideológicos sobre elementos pragmáticos en el desarrollo de sus relaciones internacionales.

Desde los tiempos de la Guerra Fría, la Revolución cubana ha proyectado e institucionalizado rutinariamente una visión ideológica que promueve modelos alternativos de relaciones en prácticamente todas las dimensiones del actual sistema internacional: Norte-Sur, Este-Oeste, y Sur-Sur. No obstante, el Gobierno revolucionario, como una cuestión de supervivencia, ha tenido que establecer relaciones pragmáticas con Estados cuyas ideologías se encuentran diametralmente opuestas con la suya. Ejemplos sobran: desde la relación mantenida con la España de Franco y el régimen militar argentino, hasta más recientemente con el gobierno español del Partido Popular.

En el caso del Medio Oriente, la proyección ideológica de Cuba hacia la región se torna compleja, dado que la ideología de la Revolución cubana tiene considerables diferencias culturales con las visiones dominantes de los llamados actores revolucionarios de la región. Cuba, como país latinoamericano, es esencialmente una nación que manifiesta la cultura occidental. En relación con algunos temas como los derechos de las mujeres, y el rol de la religión en la política, Cuba mantenía afinidades con los Estados seculares pre-revolucionarios. Las relaciones con la Revolución Islámica en Irán son un espacio común de retórica antimperialista, pero también un importante tema de tensiones con afiliados de la Revolución, tanto domésticos como foráneos.

La Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) ha establecido fuertes lazos políticos y económicos con el Medio Oriente bajo el liderazgo de Cuba y Venezuela, teniendo en cuenta los intereses y aspiraciones de cada país miembro. Cuba ha servido como puerta de entrada de distintos países de África del Norte y Medio Oriente a Latinoamérica. Una muestra es que distintos países de esa región fueron invitados como miembros asociados a dicha alianza.

Luego de la Guerra de los Seis Días, las relaciones con Israel (que habían sido bastante dinámicas en los primeros años tras el triunfo revolucionario) se debilitaron y en 1973 Fidel Castro tomó la decisión de romper relaciones con ese país. Ello con la intención de complacer a potencias de la región como Irán y la Jamahiriya, y obtener la presidencia del Movimiento de los No Alineados. A simple vista, pudiera ser observada como una decisión pragmática, por cuanto esta decisión de romper relaciones con Israel y fomentar la alianza con regímenes seculares árabes fue realizada con la intención de incrementar la cooperación Sur-Sur, acceder a importantes petro-economías revolucionarias, y estrechar la distancia existente entre la Unión Soviética y los países del Tercer Mundo.

Sin embargo, esta decisión parte en sí misma producto de la visión ideológica de romper las bases del status quo del sistema internacional en el marco de la Guerra Fría. La decisión fue desbalanceada y careció de reciprocidad, pues los países árabes no rompieron relaciones comerciales o diplomáticas con Estados Unidos. Además, el apoyo fervoroso de Cuba a numerosos frentes en Yemen, Palestina y el frente Polisario contrastó bastante con la falta de apoyo y soporte por los países árabes a los intereses de Cuba, pues estaban más enfocados en sus propios intereses estratégicos.

Paradójicamente, Henry Kissinger, Asesor de Seguridad Nacional y posteriormente Secretario de Estado bajo la presidencia de Richard Nixon, a pesar de ser un ferviente anticomunista, fue uno de los máximos exponentes de la política de détente hacia la Unión Soviética, y acercamiento hacia la República Popular China. En el caso de Cuba, Kissinger manifestó al Gobierno cubano en varias ocasiones su interés por normalizar relaciones diplomáticas y su posición de no confrontación al sistema político y económico elegido por los cubanos, siempre que se cortaran los fuertes lazos militares con la Unión Soviética, incluyendo una eventual retirada de las tropas cubanas presentes en África. Tal propuesta sería formulada más adelante por la Administración Carter.

Ante la disyuntiva de normalizar relaciones con Estados Unidos, o retirar las tropas de África, el gobierno cubano decidió sacrificar lo primero; e históricamente ha considerado la “Operación Carlota” como una deuda histórica saldada con el pueblo africano. A ello se le suma la profunda desconfianza existente entre ambos gobiernos; desconfianza que aún persiste. La cercanía y aprecio de la cultura y tradiciones cubanas hacia el continente negro resultan entrañables y de alto valor etno-sociológico. Justo y necesario resulta reconocer la intervención en esas tierras como un aporte decisivo y fundamental a la descolonización en el continente y el fin del régimen del apartheid. Sin embargo, desde un análisis pragmático, es posible argumentar la utilidad de restablecer relaciones con Estados Unidos sobre la intervención en África. A pesar de que la intervención ha posibilitado ganar nuevos votos en los foros internacionales para los intereses cubanos, el intercambio comercial en mercancías no es considerable comparado con otras regiones. No obstante, a pesar de la existencia del embargo/bloqueo, Estados Unidos es uno de nuestros principales exportadores.

Esto ha llevado a un coste de oportunidad extremadamente elevado. A día de hoy, no ha existido mejor ocasión para intentar normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. En el período histórico de las administraciones Nixon y Carter aún no se había organizado el fuerte lobby cubanoamericano y el embargo/bloqueo no había sido codificado por el Congreso norteamericano, por lo cual el Ejecutivo mantenía en gran medida su poder de negociación con Cuba.

Uno de los mayores elementos de tensión que encuentra la política exterior de Cuba es el caso de Corea del Norte. La relación con el Estado norcoreano no aporta réditos considerables a la Isla, más allá de la retórica comunista compartida. El apoyo al régimen de Corea del Norte, sitúa la política cubana en un espacio incómodo ante la comunidad internacional. El ejemplo más reciente de acciones que cuestan credibilidad a Cuba radica en el caso del buque norcoreano Chong Chon Chang, detenido en Panamá tras descubrirse que transportaba armamento de manera clandestina. Más allá de analizar la legalidad de la operación, a raíz de las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ante el desarrollo del programa nuclear norcoreano, el caso resulta un ejemplo que ha impactado negativamente la política exterior cubana ante la opinión pública internacional.

En el año 2009 quedó sin efecto la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos. El gobierno del presidente Raúl Castro ha manifestado su rechazo a solicitar el reingreso de Cuba a la más importante organización hemisférica, basando esta decisión en cuestiones históricas y en una visión ideológicamente opuesta al mandato e historia de la OEA. A punto de comenzar un nuevo gobierno en el 2018, previsiblemente, estaría en orden sostener un análisis basado en elementos pragmáticos sobre la utilidad o no de mantener a Cuba apartada de la OEA y los distintos mecanismos e instituciones que la conforman. A pesar del intento de establecer la CELAC como una organización sin la influencia norteamericana, esta no ha sido capaz de ganar tracción más allá de la realización de las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, y resulta cuestionable su éxito a largo plazo debido a la reticencia de numerosos países en proveer fondos para instituciones permanentes. La ausencia de Cuba en la OEA priva a su política exterior de voz y voto en decisiones hemisféricas, además de impedirle participar en los distintos organismos, programas y proyectos que esta organización mantiene. Uno de estos organismos es el Banco Interamericano de Desarrollo.

En momentos que Cuba necesita grandes sumas de inversión extranjera y créditos (además de la voluntad política necesaria) para desarrollar la economía, la pertenencia a las principales instituciones financieras internacionales resulta una cuestión de primer orden. La membresía a dichas instituciones debería pensarse como una prioridad. No solo para obtener créditos con más bajos intereses, sino también para mejorar la confianza de los inversionistas extranjeros, dado el prestigio de dichos organismos con su constante calificación de crédito AAA, y su combinación de conocimiento y recursos financieros. A pesar de que el proceso debe comenzar por una solicitud formal por el Gobierno cubano, no podemos obviar que será un proceso largo, y obtener la membresía en dichas instituciones tiene el impedimento de la existencia del bloqueo/embargo de Estados Unidos a Cuba, más allá de la voluntad política del Gobierno cubano.

Lamentablemente, la Isla se encuentra en esta posición debido a las decisiones de no realizar la contribución capital requerida para ser declarada miembro fundador del BID, y retirar a Cuba del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Durante décadas el discurso revolucionario ha acusado a tales organismos de promover una agenda neoliberal de recortes de gastos públicos y privatización de compañías estatales mediante el “Consenso de Washington”. La decisión de no pertenecer a estos organismos, no obstante, ha resultado ser un error a largo plazo si tomamos en cuenta las condiciones actuales en que se encuentra la economía cubana. Debido a su ausencia en las instituciones financieras internacionales, Cuba ha tenido que acudir de manera reiterada a los clubes de Londres y París, donde los intereses de los prestamistas son más elevados. Más recientemente, el enfoque del Gobierno cubano hacia las mencionadas instituciones al parecer ha tomado un tono más pragmático, pues al menos un alto diplomático cubano ha manifestado que Cuba no se opone por principio a alguna relación con las mencionadas instituciones financieras internacionales.

Por las condiciones geopolíticas actuales es posible que estemos ante el inicio del fin de la pax americana, y que el sistema internacional se dirija hacia un futuro carente de superpotencias globales. El rol de las potencias estará más concentrado en dominar sus respectivas áreas de influencia geográfica. Es probable que Estados Unidos retroceda en su papel de superpotencia mundial, y ejerza una política exterior más dirigida hacia el hemisferio occidental. Esto, indiscutiblemente, traerá nuevos retos y oportunidades para Cuba, la cual tendrá que reorientar su política exterior ante las condiciones que se avizoran teóricamente.

Sobre los autores
Luis Carlos Battista 36 Artículos escritos
La Habana (1988). Licenciado en Derecho por la Universidad de La Habana y en Relaciones Internacionales por Florida International University (FIU). Ha publicado sobre las relaciones exteriores de Cuba y Estados Unidos en espacios como OnCuba Magazine...
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