
Cuba Posible ha dialogado con un grupo de intelectuales y activistas sobre cuáles son los 5 aspectos que más deberían ser tenidos en cuenta para conseguir un Parlamento deseado y por qué.
En primer lugar, creo que el Parlamento debe estar compuesto por servidores públicos que se dediquen a servir, y no a otra cosa. Es decir, nuestros parlamentarios deben cobrar por ser parlamentarios y legislar. El Parlamento debe ser un empleo digno, no un pasatiempo o una carga para quienes tienen que ejercer otros empleos para sobrevivir.
Además, el Parlamento debe ser el resultado de un modelo electoral con representación proporcional. Es decir, en un sistema donde cada partido político tenga listas (abiertas o cerradas) y según el por ciento (con un mínimo porcentual establecido necesario para obtener representación; dígase, el 5 por ciento de votos) de electores que voten a cada partido debe ser el por ciento de asientos que ocupe ese partido en el Parlamento; siempre premiando (o al menos no penalizando) a los partidos que menos puntos porcentuales alcancen y penalizando (o al menos no premiando) a los partidos mayoritarios. De ese modo, aquellos grupos minoritarios tienen ciertas garantías de tener voz en el aparato legislador.
El Parlamento, en un sistema democrático, no puede tener competencia revisionista de las leyes. Es decir, el Parlamento no puede tomar decisiones sobre la constitucionalidad o no de las leyes que el mismo Parlamento aprueba. Esa competencia, que creo es fundamental, debe estar en manos del Poder Judicial.
El número de asientos del Parlamento debe también ser reducido. Creo que un Parlamento Nacional unicameral en un país con menos de 14 millones de ciudadanos (contando a los ciudadanos transnacionales) no necesita más de 300 asientos según la experiencia que podemos ver en otros países.
Finalmente, el Parlamento cubano debería transmitir (al menos en su página web y perfiles en redes sociales) todas las sesiones, tener una web neutral (en tanto es un aparato que representa a todos los cubanos), y tener un espacio icónico donde reunirse y ser el máximo símbolo de la democracia.