
A cargo de Walter Espronceda Govantes
En el libro Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda incesante de la identidad, el profesor e investigador vasco Carlos Beorlegui reconoce en Martí a un escritor que trasciende las fronteras del ensayismo para incursionar en la generación de pensamiento filosófico; algo en lo que no suele reparar la investigación social que se ha aproximado a la vida y la obra del Apóstol de la independencia cubana. Sólo que, para Beorlegui, Martí no era un filósofo de la contemplación, sino un pensador que puso todo su esfuerzo en la creación de un sistema de ideas para ser aplicado en el ámbito de lo social.
El pensamiento filosófico-político de José Martí (1853-1895)
Por Carlos Beorlegui
José Martí es un intelectual singular en el panorama hispanoamericano del siglo XIX, en la medida en que vive en pleno período krausista y positivista, pero no lo podemos situar dentro de ninguna de estas dos escuelas de pensamiento, porque su filosofía y su trayectoria política se sitúan al margen y muy por encima de ambas corrientes filosóficas. José Martí estuvo influido en su juventud por los krausistas españoles, con los que estuvo en contacto durante sus años de estancia en España, pero en seguida se desmarcó de ellos. Algo parecido podemos decir de su relación con el positivismo, corriente de pensamiento con la que sintonizó, pero de la que también se desmarcó en muchos de sus aspectos. Desde muy joven, Martí se comprometió por la autonomía e independencia de su patria. Debido a ello, fue desterrado a España (1871-1874), momento en que entra en contacto con los intelectuales españoles, entre ellos con los krausistas. A la vuelta a Cuba, siguió comprometido con la independencia cubana, tomando parte en levantamientos militares, que no tuvieron éxito, muriendo precisamente en uno de ellos.
Angel Rama indica acertadamente que el pensamiento de José Martí cabalga entre dos épocas: una que deja atrás, la que hemos denominado romántica, y otra en la que vive, la positivista, que se presentaba como la época de progreso y modernidad. Esa situación de hallarse en medio de estas dos influencias es común a muchos otros intelectuales hispanoamericanos, pero la originalidad de Martí está en que construyó un pensamiento propio con todas esas influencias, situándose como un adelantado del pensamiento de su época, puesto que en muchos aspectos, como vamos a ver, se puede decir que Martí es un pensador del siglo XX. Esta originalidad de su personalidad y de su obra, hace que, como indica Pablo Guadarrama, su pensamiento se resista a un encasillamiento clasificatorio. Se trata de un pensador no sistemático, polifacético, y que, a pesar de que murió joven (42 años) y se dedicó activamente a la actividad política, escribió mucho. Muchos le han negado a Martí su condición de filósofo, considerándolo como un simple ensayista.
Pero eso también ha ocurrido con otros muchos pensadores. Su pensamiento es una síntesis personal, confeccionada con un cúmulo de influencias. En relación al pensamiento cubano, podemos decir que es el heredero de los mejores pensadores cubanos de su época, de los que ya hemos hecho referencia: José Agustín Caballero, Félix Varela Morales, José de la Luz y Caballero, y sobre todo Varona. En cuanto a las influencias externas, también hemos hecho referencia al krausismo, así como al idealismo alemán, el romanticismo y el positivismo. Su filosofía fue positiva, pero con estilo nuevo, y no dejándose guiar escolarmente por el positivismo entonces en boga.
A la hora de indicar la originalidad del pensamiento de Martí y señalar los rasgos más interesantes de su filosofía, vamos a seguir al filósofo cubano Raúl Fornet-Betancourt, buen conocedor del pensamiento martiano. El intento de Fornet es «interpretar a Martí como una praxis filosófica que no es simplemente fruto de una determinada filosofía, porque su cumplimiento es en sí mismo operación de transformación de toda filosofía heredada y marca de esta suerte el punto referencial fundador de un modelo nuevo de filosofar». Martí fue un pensador peculiar, no un «pensador de lámpara», como él decía, sino un pensador veedor, analista, fundador y transformador de realidades.
Fornet, partiendo de la distinción que Ortega y Gasset realiza entre ideas y creencias, considera que todo el pensamiento de Martí estuvo atravesado por dos creencias fundamentales: «la creencia rectora de que el hombre que se quiere humano, tiene que echar su suerte con los pobres o hacer causa común con los oprimidos»; y «la no menos fuerte creencia de que sin el desarrollo pleno y libre de lo particular-diverso no se podrá alcanzar jamás una universalidad digna de este nombre». Esto nos hace ver que su interés por el filosofar no se cifraba en un interés meramente erudito de aprender lo que las escuelas filosóficas anteriores habían enseñado, sino que su centro se situaba «en un examen crítico orientado precisamente a esclarecer cómo la filosofía en su historia se hace cargo de la vida y de la historia humana». En ese sentido, nos hace ver Fornet que a Martí le interesó menos la historia de la filosofía en cuanto tal, cuanto la función de la filosofía en la historia, preguntándose si la filosofía era capaz de aportar algo a los procesos históricos a favor de los pobres y los últimos de este mundo.
Esto es lo que nos hace ver que la relación de Martí con la filosofía estuvo llevada siempre por este interés, intentando transformar la filosofía para que tomara ese sesgo liberador. Y este interés y especial modo de entender la filosofía le llevó, en primer lugar, nos indica Fornet, a «una revisión del vínculo entre filosofía e historia». Le interesa, por tanto, una filosofía que no entienda sus reflexiones como un ejercicio de pensar al margen de la realidad histórica, sino que se halle comprometido con ella. Por ello, Martí «aboga por una filosofía que tenga la historia real como uno de sus pilares fundamentales». Además, esa relación transformadora que Martí quiere tener con la filosofía se refiere, en segundo lugar, a que busca que la filosofía «sea una práctica teórica cuyo ejercicio quede finalizado por el programa histórico del “romper las jaulas de todas las aves”». Esto significa que, para Martí, la filosofía tiene que ser el momento teórico que acompañe a la liberación del hombre y de la naturaleza. Se saca de aquí, dice Fornet, una consecuencia doble. La primera significa que «la filosofía debe romper la jaula de su propia tradición», liberarse de sí misma; y la segunda supone «un aporte específico de la filosofía a la liberación histórica». Se trata, en este segundo caso, de la filosofía sea práctica, resolutiva, puesto que, para Martí, «conocer es resolver». Esta función práctica es la que acerca a Martí al positivismo, pero sólo en el sentido amplio en el que hablaba Alberdi al reclamar para Hispanoamérica una «filosofía positiva».
El tercer aspecto en que Martí quiere transformar la filosofía se refiere a la necesidad que tiene la filosofía de contextualizarse, de situarse en el ámbito histórico en el que se realiza. En ese sentido, Martí entiende que no hay una sola filosofía, abstracta y universal, sino que lo que hay es solamente filosofías contextuales, filosofías propias de culturas y de contextos históricos específicos. Por eso que Martí propone «la creación de una filosofía nuestra-americana que sería justo la filosofía nacida de la ocupación con la historia y el contexto de Nuestra América». De ahí que considere que la filosofía que se haga en América, aunque tenga que aprender de las demás filosofías, ha de seguir un rumbo específico, el de las circunstancias y urgencias de los pueblos americanos, que buscan la justicia y la libertad.
Estos rasgos que atribuye a la auténtica filosofía, o a la filosofía que consideraba debían realizarse entre los pueblos americanos, se hallan presentes en la filosofía que él practica. Y un texto que Fornet considera paradigmático de este modelo martiano de filosofar es su artículo «Nuestra América», puesto que es «ejemplar y representativo no de su ocupación con la filosofía, sino que lo es de su modelo de hacer filosofía.
Y por eso nos importa que sea un texto que de suyo no es reconocido como un texto estrictamente filosófico por la filosofía profesional. Nos referimos a Nuestra América». En esa obra queda, pues, reflejado de modo especial el modelo martiano de filosofar. Este modelo de filosofar está conformado por varios rasgos específicos. El primero de ellos es que se trata de un pensamiento creativo. No imita a otros estilos de filosofar, sino que «en este ensayo se ensaya pensar América desde sí misma; desde sus profundidades propias, pero también desde sus problemas heredados». De ahí que insista Martí en filosofar creativamente, y considera que ya lo está haciendo la nueva generación, esos jóvenes que «entienden que se imita demasiado, y que la solución está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación». Esta filosofía creadora se tiene que orientar hacia un pensamiento inculturado, que convierta la propia realidad de América en objeto y materia del filosofar. Pero eso no es suficiente, sino que, a la vez que se hace de América el objeto del pensamiento, tiene también que ser América el sujeto del filosofar.
Esto no significa caer en un provincialismo o regionalismo intelectual, sino que se trata al mismo tiempo de un pensamiento comunicativo, abierto a las demás perspectivas y puntos de vista. Así es como hay que entender su conocida frase: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas». No se trata, por tanto, de injertarse en un árbol común, la filosofía universal abstracta (algo que no existe), sino que saber recoger y asimilar los mejores frutos de otros pensamientos filosóficos.
Un segundo rasgo de la filosofía martiana consiste en ser un pensamiento que se hace desde la marginación, «en el sentido fuerte, nos dice Fornet, de pensamiento que expresa la perspectiva y los intereses de los oprimidos, de los marginados. Pero para Martí esta marginación no es condición metafísica de exterioridad sino condición histórica, esto es, producto de un proceso brutal y sistemática destrucción de los elementos “naturales” de América». La filosofía de Martí será siempre una filosofía comprometida, llena de una profunda carga ética, expresada en otra importante frase: «Pensar es servir».
El tercer rasgo del filosofar martiano consiste en considerar la filosofía como un saber previsor. En este rasgo, nos indica Fornet, se conjugan dos aspectos complementarios, como son «el aspecto analítico del veedor de realidades y el aspecto idealista del visionario de realidades transfiguradas». Pero no se trata de un idealismo que no pisa tierra, sino que se trata de un soñar una realidad nueva, que sea la realización posible de planes que se proponen mejorar la realidad alienante que ve ante sus ojos. Y habría un cuarto rasgo característico de su filosofar, en la medida en que se trata de un pensar consciente de que «las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas».
Ningún pensamiento o propuesta filosófica es absolutamente verdadera, ni vale para todos los tiempos y lugares, así que tiene que proponerse de forma que se relacione y hermane con las demás, porque sólo en el conjunto de todas las demás se consigue acercarse a la verdad. Así es como se explican las palabras de Martí, al decir que la filosofía que pretendía era una «filosofía de la relación». En definitiva, como resume Fornet, «comunión y solidaridad son la clave, según Martí, para llegar a conseguir la universalidad en la que cada humano siente, a la vez, él y todos».
Así, pues, la filosofía de Martí, como insiste Pablo Guadarrama, está fuertemente impregnada de un humanismo liberador, que se orienta a perseguir un proceso desalienador, que empieza en lo político, pero que es más integrador y va mucho más allá de él. Martí orientó todo su pensamiento, como hemos dicho, y toda su vida a la liberación de Cuba, pero también a la emancipación mental de toda «Nuestra América». En ese sentido, fue uno de los intelectuales que más contribuyó con sus ideas a cambiar el giro particularista que las políticas hispanoamericanas habían ido tomando tras la primera fase independentista, para volver de nuevo a defender la necesidad de formar una federación de naciones hispanas, aglutinadas en torno a un proyecto modernizador.
Así, su lucha por la independencia cubana se complementó con esta lucha por la unión de todos los pueblos hispanoamericanos. «Martí suele ser considerado, dice Josef Opatrny, como autor de la idea de las dos Américas, la española y mestiza y, por otra parte, la anglosajona, marcadamente distintas una de la otra». En realidad, esta idea la había ya enunciado Benito Juárez, pero Martí la expresó con mucha mayor precisión y sugestividad que sus antecesores. En la contraposición entre latinos y sajones, Martí no se situó en posturas extremas, sino que reconoció las virtudes y defectos de ambos, desde el conocimiento directo que tuvo de la vida norteamericana en sus años de estancia en Nueva York. Considera que «de virtudes y defectos son capaces por igual latinos y sajones», pero «es de justicia, y de legítima ciencia social, reconocer que, en relación con las facilidades de uno y los obstáculos del otro, el carácter del norteamericano ha descendido desde la independencia, y es hoy menos humano y viril, mientras que el hispanoamericano, a todas luces, es superior hoy externo de comparación».
Cuando Martí habla de la nación cubana, extiende el concepto de nación a todos los pueblos hispanoamericanos, puesto que, para él, «es cubano todo americano», «cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro». Él era consciente del fondo común de la América hispana, en cultura, lengua y religión, por lo que consideraba deseable y posible llegar a formar una sola comunidad, aunque con diferenciaciones y descentralizada. No era tan ingenuo como para no darse cuenta de las grandes diferencias en los intereses económicos, pero veía que no eran obstáculos suficientes como para superar a los elementos que empujaban a la unión.
Pero donde se centró más a fondo la actividad política de Martí fue en la lucha por la independencia cubana. Cuando hablamos del positivismo en Cuba, veíamos la división tan fuerte entre los partidarios de la autonomía y de la independencia. Martí siempre se situó en el bando de los independentistas. Si Rafael Montoro, y el Partido Liberal, se habían situado entre los autonomistas, apoyando sus posturas en una lectura hegeliana de la filosofía de la historia, otros como José Varona, apoyado en la filosofía de Spencer, y José Martí se sitúan decididamente por el independentismo, y murió en el empeño por conseguirlo, sin alcanzar a ver realizados sus sueños.
En el empeño por conseguir la modernización de las naciones hispanoamericanas, Martí defendió fórmulas muy diferentes a las de los intelectuales de la generación romántica, como Sarmiento. Martí no contrapuso, como Sarmiento, la civilización frente a la barbarie, sino que más bien la oposición él la veía entre «la falsa erudición y el hombre natural». Así mismo, se diferenció claramente de los positivistas de su generación.
En definitiva, el pensamiento de Martí constituye una síntesis teórica sobre la situación de la América hispana («Nuestra América») y la orientación que la filosofía debía tener dentro de ella, llena de originalidades y aciertos. A pesar de vivir en la segunda mitad del siglo XIX, es un adelantado a los hombres de su tiempo en su pensamiento. No cede a la opinión dominante de su época de pensar que el futuro de Hispanoamérica se cifra en imitar a la Europa más adelantada (Francia e Inglaterra), sino en buscar su propia autenticidad desde la asunción de su realidad. En esto coincide con A. Bello, y se adelanta a la idea que va a constituir el centro del pensamiento latinoamericano a partir de la generación de Rodó.
La filosofía que Martí defiende para Hispanoamérica será una filosofía positiva, pero no tanto en el sentido positivista, sino en el sentido de concreta, como ya propuso J. B. Alberdi, no imitando a las filosofías anteriores, sino creando desde Hispanoamérica, desde el contexto histórico-cultural que le ha tocado vivir, y, por tanto, apegada a las necesidades de su pueblo, Hispanoamérica. De ahí que Martí ponga una gran insistencia en la latinidad, frente al sajonismo, adelantándose a Rodó y su Ariel. Pero en esta contraposición es más moderado que Rodó, en cuanto que, desde el conocimiento más cercano del estilo de vida estadounidense, considera que los latinos tienen muchas cosas que aprender de los yankis, aunque también mucho que rechazar. En ese sentido, podemos decir que la latinidad de Martí es más auténtica y profunda que la de J.E. Rodó, puesto que, como algunos autores han considerado (…), Rodó es un autor que reduce lo latino y lo hispanoamericano a lo criollo, mientras que Martí, desde un admirable planteamiento intercultural, acoge dentro de lo hispanoamericano tanto lo mestizo e indígena, como lo afroamericano. De este modo, intenta formar un conglomerado cultural que sea fruto de un amplio y no restringido diálogo intercultural.
Ahí está precisamente para él la riqueza de Hispanoamérica. De este modo, como señala Fornet-Betancourt, en su artículo citado, la filosofía y la mentalidad que Martí defiende es abiertamente intercultural, tanto hacia dentro como hacia fuera. Y como último rasgo a recordar, indicamos en su momento que la filosofía de Martí está atravesada por una clara opción liberadora, pensada a favor de los más pobres y marginados, constituyéndose, de este modo, en un adelantado de la filosofía de la liberación, la filosofía más original y específica de Hispanoamérica, que florecerá a partir de finales de los años sesenta.
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