Preocupaciones sobre la cultura política en Cuba (I)

Foto: El País

A 60 años del triunfo de la Revolución cubana no es sano identificar al “socialismo” solo con el Estado que lo representa. El proyecto político, económico y social cubano, durante mucho tiempo indefinido, ha sistematizado conceptos y líneas de trabajo en los últimos años, sobre todo producidos por el Partido Comunista de Cuba. El proyecto de nación de José Martí no es el que se ha dispuesto a construir el Estado cubano: el primero se contenía en una República inclusiva y democrática, con todos y para el bien de todos. Esta idea tiene relieve constitucional en Cuba desde 1992, pero se hace de ella un uso simbólico, porque el pluralismo político no es una opción para la actual dirección política del país.

La relación del pueblo de Cuba con el socialismo es interesante. Para muchos, repetidores de la ideología anticomunista que nunca se erradicó en el país, decir socialismo es una ofensa, y le llaman “comunista” a cualquiera que defiende una posición oficial, o usa un lenguaje distinto al de los canales de televisión de Miami.

La cultura política del pueblo cubano es pobre, así lo indican investigaciones sociológicas, psicológicas, jurídicas, históricas y económicas, y la simple observación cotidiana de la evolución del comportamiento de la población ante problemas globales y nacionales.

A la misma vez, el socialismo ha servido, a mucha gente, para defender posiciones radicales ante la desigualdad, la exclusión, la inequidad, la injusticia, el quiebre del Estado de Derecho, entre otros problemas, porque se supone que un sistema sociopolítico y económico socialista sea diferente o alternativo al capitalismo.

Los medios de difusión masiva, el discurso político oficial, la propaganda política, y hasta las ciencias sociales, han enseñado a la ciudadanía cubana, durante décadas, que se pueden usar como sinónimos conceptos como “patria”, “revolución” y “socialismo”, lo que elimina cualquier posibilidad de debate sano y constructivo alrededor de la complejidad teórica y práctica de cualquiera de esos conceptos y sus manifestaciones históricas concretas en Cuba.

Todavía, en 2005, Fidel reconocía que nadie sabía en Cuba qué era el socialismo y cómo se construía y, además, alertaba que solo nosotros mismos lo podíamos destruir; un “nosotros” que podía incluir, tanto al pueblo, como a la dirigencia del Estado y el Partido, que en el discurso político cubano tampoco se distinguen.

La confusión conceptual que antes mencioné ha traspasado el ámbito de lo teórico, o histórico, para adentrarse en la estricta institucionalidad, porque también se confunde todo el tiempo al pueblo con el Estado, al Partido con la administración, al gobierno con el Estado. Los dirigentes políticos y de cualquier tipo en Cuba, dicen sin sonrojarse -como acabo de ver recientemente en una Mesa Redonda dedicada al sector jurídico- que la Asamblea Nacional del Poder Popular es nuestro máximo órgano de gobierno, lo que significa que no se conoce la Constitución de 1976 y, por lo tanto, tampoco la de 2019.

La crisis del marxismo en Cuba no es responsabilidad de la caída del Campo Socialista, sino de los métodos de enseñanza usados, la bibliografía y la incapacidad de los profesores para educar con entusiasmo las doctrinas del Materialismo Dialéctico, el Materialismo Histórico, la evolución de las ideas del marxismo en la contemporaneidad, etc.

El desuso del marxismo en Cuba es brutal, pasamos de su muestra como estandarte sin convicción, con frases hechas, lugares comunes, dogmas de manuales, esquematismos reductores, que le hacían el juego más que la competencia a las críticas sobre el supuesto economicismo de Marx y Engels, a un panorama en el cual se hizo extraño el uso de conceptos como “clase social”, “fuerzas productivas”, “modo de producción”, “base económica”, “superestructura”, “materialismo”, “explotación del hombre por el hombre”, “plusvalía”, etc., lo que demuestra que la dirigencia política cubana no estaba formada en realidad en el marxismo, sino en su márquetin.

Ahora mismo el Proyecto de Constitución había borrado las alusiones al comunismo, el papel protagónico de los trabajadores en la decisión económica en empresas y fábricas, y ha sido el pueblo de Cuba quien ha rescatado estas nociones que son parte de la historia de la lucha social en este país.

Para el pueblo de Cuba es extraño el uso, y más la comprensión, de conceptos, categorías, usos, que son propios del movimiento político progresista, de izquierda, en el mundo. Nosotros estamos de espaldas a las luchas de los movimientos sociales globales, para enfrentarse al capitalismo salvaje, la depredación de los recursos naturales, la lucha de grupos desfavorecidos por siglos, como pueblos originarios, mujeres, niños y niñas, comunidad LGBTI, trabajadores, estudiantes, campesinos, que no pasan de ser, para nosotros, personas que protestan en el mundo.

Nuestra lejanía manifiesta y controlada de las ideologías que alimentan, sustentan, sostienen y explican a los movimientos antes mencionados, nos hacen sospechar de la diversidad, el pluralismo, el radicalismo político, las marchas, las manifestaciones pacíficas, los plantones, las huelgas, las protestas, los desfiles no programados por los jefes, la crítica al Estado, la crítica al gobierno, al partido, a los dirigentes, etc.

La cultura política que se produce por ser marinero confiado del viaje dirigido por el Almirante indiscutido, que va por buen rumbo, sin desvíos, que no teme a los enemigos, que reprime legítimamente cualquier conato de sedición a bordo, que es bondadoso con los confiados y agradecidos, que no permite el lujo, pero te entrega lo mínimo para sobrevivir con seguridad, es contraproducente para mantener viva la llama de la Revolución.

La Revolución, por lo tanto, tiene que ser mantenida como emblema oficial, no como sentimiento de las masas, lo que se expresa en que las políticas implementadas que tienen éxito, son logros de la Revolución, no de la administración. De la misma manera, la otra cara de la navaja, que también tiene filo, es que los problemas administrativos, de gobierno, o de dirección errada, son endilgados por el pueblo, lógicamente, a la Revolución. Todavía hoy se maneja que la Revolución es una sola, rescate que se ha hecho de la idea de Fidel, que se convirtió en interpretación histórica indubitable, de 1968, sobre la continuidad de la gesta de 1868 hasta los procesos revolucionarios del siglo XX.

La asunción acrítica de esta interpretación es de por sí engañosa, porque los motivos, aspiraciones y principios de la Revolución de 1868 no tienen nada que ver con los de 1930, y menos con los de 1953, y menos aún con los del siglo XXI.

El propio programa del Moncada, de 1953, es una muestra de las diferencias entre los procesos políticos, sociales, económicos en siglos de lucha, lo que deja la idea de la Revolución continuada como una noción de uso simbólico, pero no histórico; y así debe aclararse, por el bien de la cultura política, y de todo tipo, del pueblo de Cuba.

El socialismo cubano necesita del Estado, pero no solo del Estado; la sociedad civil debe ser elevada a su rango merecido, de sostenedora de la institucionalidad oficial mediante su trabajo, casi siempre anónimo, de solución de problemas, de creación de una espiritualidad, de valores, de formas de trabajo distintos y, en muchos casos, superiores a los que usa el Estado.

La superioridad de la sociedad civil (que el Estado cubano, ni aun con su gran hegemonía, ha podido asumir sin nerviosismo), en asunción de temas, prácticas de trabajo, imaginación, comprensión de problemas sociales, es esperable; dada la formalidad heredada de la maquinaria estatal, que obliga a un Estado cualquiera, también a un Estado socialista, a ser más parecido a otro Estado que a su propia y complementaria sociedad civil.

La comunicación entre Estado y sociedad civil en Cuba está atrapada en una maraña que la ideología de la sospecha y la conspiración no dejan respirar. La consecuencia para la cultura política de nuestro pueblo es importante, porque la sociedad civil cubana tiene en sus manos las posibilidades, la experiencia, la cultura, los valores, para sumar a millones de personas, con apoyo y sin trabas estatales, en movimientos, acciones, programas, eventos, que hoy son puntuales, pero que podrían ser masivos, y propiciadores de una cultura política progresista, al menos con enfoque de derechos humanos, lo que ya sería una gran victoria cultural.

Las muy editadas sesiones de la Asamblea Nacional, en Comisiones Permanentes y en plenario, del  mes de diciembre de 2018 (en las discusiones sobre los cambios realizados al Proyecto de Constitución de la República, por la Comisión Redactora, después de estudiar las propuestas no vinculantes del pueblo en la Consulta Popular) nos mostraron una cultura política, jurídica, institucional, de los diputados y diputadas cubanos, verdaderamente pobre, y claramente no progresista.

Lo anterior es resultado de la selección, que de esta candidatura hizo, en un cien por ciento, las Comisiones de Candidatura, que no priorizan en su filtrado político la instrucción, la cultura, la comunicación, la formación política más allá de la militancia, la verdadera ideología (no la que enseña la pertenencia a organizaciones que te hacen “integrado”).

Fue notable, en una muestra selecta de intervenciones de diputados, el mal uso del idioma, los discursos trillados llenos de lugares comunes, las peticiones propias de políticos de derecha en todo el mundo (como las del trabajo obligatorio), las confusiones entre conceptos clave en las discusiones (como los de identidad de género y orientación sexual), la vulgaridad de los discursos y los ademanes, incluidos aquí algunos que coordinaban los debates desde las respectivas presidencias de las Comisiones.

El pueblo de Cuba merece, incluidos esos diputados, otra representación política, pero por ahora, necesitamos una cruzada por el adecentamiento de nuestras ideas, lo que incluye el combate de la ideología conservadora silvestre, y para esto es necesario que el Estado cambie, que el Partido cambie, que la democracia se asiente, que el Estado de Derecho se respete y practique, que la legalidad se use y defienda, que la República recuerde a su principal sujeto y valedor: el pueblo.

Sobre los autores
Julio Antonio Fernández Estrada 31 Artículos escritos
Julio Antonio Fernández Estrada. Licenciado en Derecho y en Historia. Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor Titular. Docente desde 1999 en la Universidad de la Habana, con experiencias en cursos presenciales, y semipresenciales. Profesor de la Fac...
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