El profe Loyola en su nación insurrecta

Foto: Cubadebate

La emoción es la onda sonora del espíritu

Pablo de la TorrienteBrau

“El magnetismo personal de Rubén”. Así se titula esa formidable crónica-semblanza que Pablo de la Torriente Brau escribiera a raíz de la muerte del poeta y líder revolucionario Martínez Villena. “Tenía Rubén el secreto profundo de la emoción”, afirma Pablo, quizá definiendo en síntesis perfecta su propia silueta de imán de hombres.

“El magnetismo personal de Oscar Loyola”, pudiera titular estas líneas, pues si el insigne cronista contaba la Revolución cubana de los años 30 desde la que él definiera como “la onda sonora del espíritu”, el historiador y pedagogo Loyola narraba y razonaba los hechos, protagonistas y procesos de la Historia Patria con no menos energía aglutinante.

Acaso sea este el primer y más alto valor de La Nación Insurrecta (Ciencias Sociales, 2018), compilación que los jóvenes profesores Fabio E. Fernández Batista y David Domínguez Cabrera han hecho de la obra dispersa de su maestro en torno a las gestas independentistas nacionales del periodo 1868-1898: es un libro que emociona. Y a renglón seguido habría que subrayar en él la extraña sumatoria de belleza escritural, rigor analítico e investigativo y capacidad problematizadora, que distinguen la obra loyolista toda y se palpan con renovada frescura en los 20 textos seleccionados por Fabio y David para integrar el volumen.

En las 311 páginas del compendio se conjugan sustanciales monografías, ensayos y artículos de divulgación del docente que por más de 40 años hizo vivir en sus clases el pasado de la Isla, con sus relumbres heroicos, sus borrascosas mezquindades y la complejísima escala de sentimientos, logros y derrumbes que arman cualquier devenir social.

Si decimos Dr. C. Oscar Antonio Loyola Vega (1949-2014), nos estamos refiriendo, en el rango frío de los datos curriculares, al profesor titular de la Universidad de La Habana que presidió la Comisión de Grados Científicos para las Ciencias Sociales y Humanísticas de dicha casa de altos estudios; al miembro del Consejo Científico del Centro de Estudios Martianos, del Tribunal de doctorado en Historia de la República de Cuba y de la Comisión nacional de planes y programas de la carrera de Historia en el país; al merecedor de órdenes, distinciones, reconocimientos, medallas; al educador impecable de tantas promociones de historiadores.

Si sugerimos “profe Loyola”, de inmediato activamos una sensitiva fibra de evocaciones que unen bajo el santo y seña de la admiración y el afecto a generaciones de alumnos; desde los que lo tuvieron en el aula por largos semestres de pregrado y postgrado hasta los que, como quien esto escribe, solo alcanzamos a escucharlo en conferencias, paneles y conversatorios aquí, allá y acullá y no hemos podido olvidar jamás su encanto de pedagogo.

La enseñanza de la Historia en el archipiélago, en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, ha cometido -más de lo que debiera- el abominable crimen del aburrimiento. Sobrecargadas o insustanciales peroratas de hechos, cronologías, cifras, y —en el peor de los casos— puras consignas dictadas por el maniqueísmo al uso, han hecho de las lecciones (y muchos de los textos) de esta ciencia social, insufribles “ladrillos” a los ojos de alumnos y lectores.

Sin embargo, siempre han resaltado entre los “datólogos” (término “loyólico”), analistas con suficiente nervio y flama para entrar al tiempo que fue, buscar sus claves evidentes o recónditas, y después compartirlas —de forma oral o escrita— con el atractivo suficiente como para enamorar auditorios. De esa tropa, singular, escasa e imprescindible, era el maestro que ahora releemos. Y así están armados sus textos, combinando la referencia académica con el giro metafórico, la holística visión cultural con la sabrosa savia picaresca, lo fenoménico con lo universal, lo cubano con lo foráneo, lo abstracto y oscuro con lo simple y llano.

Mencionando tan solo algunos títulos de las piezas doradas que integran la selección, el olfato del buscador avezado puede comenzar a saborear con qué estilo, profundidad y garra fueron concebidas: “Guáimaro 1869: una constitución para una revolución”, “Cuba: para entender una revolución finisecular”, “La alternativa histórica a un 98 no consumado”, “Recordar a Carlos Manuel de Céspedes”, “Imaginar a Agramonte”, “Ser mambises sin dejar de ser amigos”, y —mi preferido— “Ficcionando a Bayamo”. (Debe decirse, sin temor a la hipérbole, que algunos de estos impactantes abordajes, por sí solos, ya valen el libro).

“Nos guste o no, y más allá de la hondura del nexo que hayamos establecido con ellos, los mambises están aquí. La nación insurrecta que construyeron es la nuestra”, advierten los compiladores en el enjundioso prólogo de la obra.

El profe Loyola también está en esta carga mambisa. A cinco años de su muerte, está reorganizando, con lugartenientes que forjó en plena manigua universitaria, las tropas dispersas de ensayos, ponencias, intervenciones, para la batalla decisiva. Esa en la que está en juego, para decirlo con el periodista Leonardo Padura, más que el rescate del pasado,“la memoria del futuro”.

Sobre los autores
Jesús Arencibia Lorenzo 8 Artículos escritos
(Pinar del Río, 1982). Licenciado en Periodismo (2006) y Máster en Ciencias de la Comunicación (2012) por la Universidad de La Habana (UH). Diplomado en Humanismo y Sociedad (Universidad Alberto Hurtado, 2014). Profesor Auxiliar en la Facultad de ...
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