
Eugenio Rodríguez Balari (o “Balari”, a secas, como lo llaman sus amigos y compañeros de lucha) es un hombre de figura serena y hablar pausado. Las ideas que pone sobre la mesa (a la hora de hilvanar un argumento) vienen siempre finamente esculpidas: cada palabra, cada frase, cada gesto, parece el resultado de una síntesis; como si estuviese acostumbrado a la introspección y a la meditación perpetua. Con pocos seres humanos se disfruta más debatir sobre política en Cuba que con él; resulta un conocedor filoso, como pocos, de los procesos sociopolíticos vividos en el país después del primero de enero de 1959. También de los de hoy.
Balari, desde muy joven, se incorpora a la lucha revolucionaria (1955), vinculándose con sectores del “Movimiento 26 de julio” y del “Directorio 13 de Marzo”, en La Habana. Luego del triunfo revolucionario, fue miembro del Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (allí se desempeñó como Secretario de Relaciones Exteriores y director del semanario Mella). Además, fue fundador del Partido Comunista de Cuba (PCC) y creador del Departamento de Relaciones Exteriores de su Comité Central. Fue presidente-fundador del Instituto Cubano de Investigación y Orientación de la Demanda Interna; formó parte del Gobierno (como ministro-presidente de la Demanda Interna) y fue director-fundador de la revista Opina.
Es Licenciado en Historia, periodista y Doctor en Economía; ha sido investigador titular de la Academia de Ciencias de Cuba y profesor titular adjunto de la Universidad de La Habana, lugar donde se jubiló. Como buen miembro de su generación, guarda una fidelidad espartana a la Revolución y, también, un compromiso activo con el futuro de Cuba.
Hay hombres, como tú, que llevan el legado de la Revolución cubana en la sangre. Fuiste fundador del “M-R-26 de Julio”, te relacionaste mucho con el “Directorio 13 de Marzo”, y viste morir en acción a muchos de tus compañeros de lucha. ¿Cuál crees que es el mayor legado de dignidad de ese suceso que conmocionó al país en el año 1959?
Sería incompleto expresar sólo “un” legado, porque la Revolución de 1959 ha sido un proceso rico en transformaciones y aportaciones sociales. Es por ello que, ante todo, acudo a ideas y valores existentes en los inicios de la lucha para, desde ahí, poder valorar en qué medida se defendieron en el transcurso de los años.
Una parte consciente de la juventud cubana, desde el golpe militar del 10 de marzo de 1952, orientó sus inconformidades y aspiraciones a través de la lucha insurreccional; ofreciendo, de ese modo, un épico y patriótico ejemplo de valor a las futuras generaciones. Más adelante otras generaciones supieron defender, con las armas en las manos, la soberanía e independencia nacional y el proceso de la Revolución.
La acción del 10 de marzo resultó una arbitraria decisión contra la nación (pocos meses antes de unas elecciones generales). Este hecho trajo consigo la disolución de las instituciones democráticas. Batista y sus partidarios destruyeron los marcos de libertades y democracia que (aunque en un contexto de corrupción), le permitía al país desenvolverse bajo los principios de la Constitución de 1940.
Lo pudo hacer por la deshonestidad y confianza débil de las masas en los políticos, en el sistema de partidos y en los gobiernos de la época. Aquel multipartidismo se encontraba en bancarrota. Los partidos políticos no se enfrentaron al régimen, más bien se plegaron a él. Solicitaron garantías y pidieron que se convocara a elecciones. Pensaban que esa vía podría derrotar a Batista y lograr la normalización del país. Pero en esos partidos no primaban ideas, ni existía voluntad alguna, para eliminar los males de fondo y las frustraciones que primaban desde los orígenes de la república. La imagen negativa sobre los partidos y sus procedimientos, caló profundo en las generaciones que conocieron aquel sistema político.
La Constitución del 40, apreciada por los cubanos, se consideraba un logro del país y de sus sectores progresistas. Se constituyó en un cuerpo legal de referencia sobre las aspiraciones ciudadanas, aunque ciertas cláusulas fueran letra muerta. Al producirse el golpe del 10 de marzo, Batista no contaba con una imagen pública positiva. Con el cuartelazo congeló la Constitución del 40 y luego se olvidó de ella. Esto provocó un trauma sociopolítico en la vida nacional, ya que varios de sus principios rectores se habían hecho “conciencia ciudadana”.
Sin embargo, antes y después del golpe, la deleznable politiquería y corrupción continuaron manifestándose, minando o haciendo metástasis en el tejido social. No se trataba de algo novedoso, pues desde los inicios de la república se transitaba por similares situaciones. Circulaban ideas de que la Revolución del 30 y el derrocamiento del régimen de Machado, habían concluido en una gran frustración. No faltaban quienes deseaban reivindicar aquel proceso. La nueva etapa revolucionaria (justificada por la vida), considerábamos que permitiría honrar las transformaciones no ocurridas en décadas anteriores.
Ante los frecuentes desaires “del extranjero” hacia la nación y sus nacionales, surgió un fuerte sentimiento popular sobre la necesidad de que se respetara a Cuba y a los cubanos. Debíamos darnos a respetar. Esas ideas se conectaban con las de consolidar la independencia y soberanía del país, conscientes que habría que ponerle fin a las concesiones se le hacían a Estados Unidos.
La victoria de la insurrección se materializó contra todo pronóstico. Conquistado el poder, fue posible defenderlo, frente a las poderosas fuerzas que se le opusieron, gracias a la conciencia y a la disposición del pueblo. El éxito revolucionario mostró a la oligarquía y a las clases poderosas de la sociedad, que no se encontraban preparadas para asimilar y menos para participar, en el proceso de transformaciones estructurales y sociales.
No obstante, los conflictos vividos a lo largo del tiempo, les han abierto a los cubanos nuevas visiones políticas y económicas; pues han ampliado sus conocimientos y sus relaciones por el mundo.
En un escenario internacional complejo, desequilibrado y contradictorio, donde poderosas naciones sacan partido de las más débiles, las nuevas generaciones deberán ser conscientes de mantenerse erguidas y con firmeza, continuar ejerciendo el patriotismo, conscientes de la rica y ejemplar historia de la nación cubana, sus próceres, combatientes, luchas y sacrificios. Considero que el proceso que conmocionó al país en 1959 deja un fuerte legado de gloriosas rebeldías, respeto hacia la nación, hacia la dignidad y la solidaridad humana, la resistencia patriótica, la firme defensa de la independencia nacional y los serios empeños de promoción de la justicia social.
¿Qué elementos traídos por la Revolución crees que deben ser salvados (a toda costa) de cara al futuro?
Las acciones y programas acometidos por la Revolución le otorgaron un significativo giro a las situaciones sociales que la sociedad cubana de la época arrastraba. Esto es necesario ubicarlo en las diferentes etapas transitadas, pues ya son casi seis décadas y las situaciones se modifican.
Con la Revolución surgieron diversas medidas de beneficio social, en áreas vinculadas a la educación, la salud, los deportes, la cultura, la vivienda, el transporte, los servicios públicos “agua, teléfonos, gas, electricidad), el comercio minorista, la canasta de abastecimientos básicos y la extensa red de comedores obreros, escolares, etc. Ello garantizó unas gratuidades universales y otros servicios a muy bajos precios. Esa relación de acciones sociales ofrece seguridad y beneficios a la mayoría de las personas, en especial a las de menores ingresos. En lo fundamental las medidas han sido subsidiadas, consideradas en los planes y presupuestos de la nación; lo que demuestra la responsabilidad política por los destinos del pueblo.
En la actualidad, cuando el país se desarrolla con estrictos recursos y no cuenta con las facilidades en los mercados euroasiáticos, la economía cubana no alcanza los necesarios niveles de crecimiento, eficiencia y productividad.
En esas circunstancias, se trabaja en una reforma (“los Lineamientos”) que por las razones que sean (domésticas o exteriores) lo cierto es que hasta el presente no ha ofrecido los resultados que urgen. Más temprano que tarde las autoridades nacionales necesitarán de Estado moderno, eficiente y rentable, que requerirá realizar nuevos ajustes, racionalizaciones u otras eliminaciones de subsidios (infiriendo que revisarán las cuantiosas asignaciones que reciben los sectores sociales, específicamente salud y educación).
De ocurrir esto, debido a las tensas circunstancias económicas, los servicios de salud y educación deberán mantenerse como derechos universales y gratuitos del pueblo cubano. Ellos son los más relevantes logros con que se valora a la Revolución cubana.
¿Cómo potenciar y redimensionar los sistemas de educación, de salud pública y de cultura para que sean funcionales a las dinámicas nacionales del siglo XXI?
Siendo práctico, y luego de las consideraciones expuestas, pienso que las autoridades deberán poner sobre la mesa (y luego decidir e implementar), cuanta medida inteligente permita reducir asignaciones presupuestarias.
El Estado deberá mantener la responsabilidad en los servicios en salud y educación; aunque efectuando racionalizaciones cuantitativas y buscando mayor eficiencia en sus unidades; acometiendo acciones de autofinanciamiento y brindando espacios complementarios a los sectores cooperativos y particulares. Con esas, u otras medidas inteligentes o de sentido común, podrían garantizarse, sin traumas y cualitativamente, como derechos universales y gratuitos.
No expongo ideas específicas (aunque las hay y no pocas), porque tales resultados deberán ser el fruto de la flexibilidad y de disímiles iniciativas de las autoridades, que luego se conviertan en sólidas realidades.
¿Qué pasos políticos y económicos deberían dar las autoridades para ello?
Cuando pretendes reformar lo que no funciona, has de ser consciente y consecuente; quiero decir: o haces los cambios que resultan necesarios en profundidad, o no los hagas, porque los riesgos en que incurres pueden ser peores a los inconvenientes que dejas atrás.
La pregunta rebasa los marcos de las cuestiones sociales, pero como se relacionan les digo, sabemos lo que ocurre con “los Lineamientos”; fundamentalmente por la irrupción en el escenario económico de los sectores emergentes.
Los sectores emergentes de la economía (privados y cooperativos) se han visto restringidos a la agricultura y a áreas de servicios. Por su parte, las industrias, el comercio, otros servicios, las inversiones, exportaciones, importaciones y el sector bancario, pues continúan en manos de las empresas estatales. Me haría muy feliz que el sector estatal lograra ser eficiente, se potenciase, creciera y alcanzara índices de productividad que permitiera aportar utilidades al Estado y a los trabajadores. Pero de no ser así, debe asumirse, con responsabilidad, el camino de encontrarles un mejor destino o, simplemente, prescindir de ellas.
El país, desgraciadamente, se encuentra en una situación vulnerable (desde cualquier ángulo). No es necesario abundar en esta afirmación, cuando las propias estadísticas y pronósticos oficiales no son optimistas; además, el panorama internacional es complejo y las relaciones con nuestro vecino del norte son una gran interrogante.
Pero, ¿hasta dónde influyen estas variables externas en nuestros asuntos domésticos? ¿Hasta qué punto nos condicionan o detienen nuestras iniciativas, o merman los recursos existentes? Eso, honestamente, no lo sé.
El gobierno cubano no debería continuar “friéndose” en su propia salsa. Debería analizar la conveniencia de publicar el comportamiento económico de sus empresas (al menos de las no rentables), de manera que la ciudadanía conozca qué número de ellas el Estado se ve forzado a subsidiar y por qué razones. La población dispondría de información para, como dicen Fidel y Raúl, poder cambiar lo que deba ser cambiado. No podemos desconocer que los asuntos a transformar son demasiados y complejos.
Como he comentado en otras ocasiones, las economías y las sociedades son realidades sistémicas. Ello hace pensar en la conveniencia de interrelacionar los diversos sectores económicos y ajustar los marcos jurídico/legales, la institucionalidad y hasta las vías o procedimientos políticos, con el objetivo de facilitar las adecuadas correspondencias, que sustenten los cambios estructurales que ocurren, o los próximos se prevean.
No abrigo dudas de que el país no se detendrá. Deberá continuar abriéndose a lo interno y hacia el mundo, con criterios y posiciones cada vez más flexibles y pragmáticas; porque no son épocas de sueños o deseos (aunque se preserven los posibles); sino más bien de enfrentar realidades, en un mundo cada vez más utilitario, insensible humanamente, contradictorio y complejo.
¿Cuán importantes son estos sectores “sociales” para la estabilidad futura de Cuba?
No se requiere mucha sagacidad política para comprender que garantizar sólidos, cualitativos y eficientes sectores sociales (en cualquier lugar del planeta), resulta un elemento imprescindible para la estabilidad política. Lo ejemplifico con la derrota sufrida por el presidente Trump en el Congreso con su propuesta de eliminar el “Obamacare”. Incluso en una institución donde los republicanos son mayoría, el sentido común les dijo a esos congresistas que no resultaba prudente desactivar el “Obamacare”, pues eso afectarían a algo más de 20 millones de estadounidenses; en un país tan dividido como es Estados Unidos después de las elecciones.
En Cuba, con una economía deprimida, con desgastes políticos, con nuevas generaciones que desean visualizar un próspero futuro, con la existencia de dos millones de jubilados con reducidas remuneraciones y una preocupante acumulación de delicados y disímiles problemas, el tema de la cobertura universal se vuelve estratégico.
En tales circunstancias no se me ocurriría lesionar los beneficios sociales, sino esforzarme por consolidarlos en calidad. Desde mi percepción, para las actuales o futuras autoridades del país, los servicios sociales (con o sin un “nuevo modelo”) tendrá que defenderlos con solidez.
Es cierto que la Revolución cubana se caracterizó por romper esquemas, no sólo políticos, sino también económicos y sociales. Algunas áreas se desarrollaron con éxito y beneficiaron al país y a su gente, otras no dieron resultados, y también tuvimos verdaderos fracasos.
Conozco economistas fuera de Cuba que ven como exageradas (o fuera de las realidades económicas), el sostenimiento de nuestros sistemas de salud y educación (por la magnitud y forma en que se brindan). Lógicamente comprenden sus beneficios sociales, aunque desde su formación los aprecian con reservas, porque predomina en ellos un sentido economicista, o criterios convencionales provenientes de las economías mercantiles.
Sin embargo, debemos seguir considerando que el plan y el mercado son herramientas económicas y ambas demuestran su utilidad. Deberíamos ponderar ambas y orientarlas hacia donde puedan ser útiles. Algunos economistas, identificados con economías mercantiles, desconocen u olvidan la importancia de poder hacer correcciones de políticas, y priorizar objetivos estratégicos o tácticos.
No desconozco que cuando favoreces a unos, pues limitas a otros. Con la educación y la salud se aspiró a ello, y luego pudo desarrollarse una economía de servicios o conocimientos. Hoy eso es una realidad, aunque no sea perfecta: los mayores ingresos que arriban al país son por esos conceptos. No obstante, comprendo que será (definitivamente) el crecimiento económico sostenido en que está llamado a consolidar los sectores sociales de cara al futuro.
En muchas ocasiones has sido “un hombre puente”, como le gustaba decir a monseñor Carlos Manuel de Céspedes. ¿Crees que sea posible arribar a consensos entre actores nacionales políticamente disímiles (incluso enfrentados en el pasado) sobre el mantenimiento y también desarrollo de estas políticas públicas de inclusión e igualdad, bajo una noción de “cobertura universal y gratuita”?
En cuanto a posibles identificaciones con personas que enfocan el asunto de manera diferente, pues efectivamente soy de los que creo en el diálogo, en los argumentos y en la búsqueda de entendimientos entre las personas. En relación a diferencias de enfoques sobre políticas sociales, se puede llegar a encontrar consensos en esta área con mayor facilidad que en otros. Siempre habrá coincidencias y diferencias entre los seres humanos; existen entre padres e hijos, entre maridos y esposas, etc.
Imagínense cuando se trata de rivalidades políticas y profundos conflictos de intereses, en ocasiones donde existen resentimientos o gentes interesadas en atisbar odios y mantener rivalidades. No es sencillo desmontar atrincheramientos. Sólo llenándote de buena fe, tolerancia, justos y sólidos argumentos, esclareciendo hechos, desvirtuando manipulaciones, o apartándote de innecesarias expresiones estridentes, es que logras alcanzar acercamientos y puntos de coincidencia.
En los servicios sociales (educación y salud), me “planto” y abogo para que se mantengan bajo la rectoría y la responsabilidad del gobierno cubano, y para que continúen siendo universales y gratuitos. Existen y existirán enfoques diferentes, pero cada país debe garantizarlos en la manera más conveniente a sus circunstancias concretas; en nuestro caso, parten de una experiencia acumulada (que, por cierto, es inseparable a las circunstancias históricas atravesadas por el proceso cubano).
En realidad no preveo en el corto, mediano o largo plazo, que tales servicios sociales pudieran privatizarse y, a consecuencia de ello, limitar o excluir de los mismos a diversos estratos de la sociedad; porque, además de ser algo traicioneramente injusto, sería el momento en que definitivamente dejaría de hablarse de la Revolución cubana.
Los movimientos revolucionarios “26 de Julio” y “13 de Marzo”, artífices de la Revoluciónque triunfó el primero de enero de 1959, asumieron compromisos que constituían reclamos con más de un siglo de historia. ¿Cuáles de esos compromisos hoy deben ser asumidos nuevamente? ¿Cómo hacerlo, para preservar la Nación y la República, y para que la Revolución no sea, pronto, un evento del pasado?
Efectivamente, durante la lucha contra la dictadura de Batista los movimientos revolucionarios asumieron compromisos que constituían reclamos de más de un siglo de historia. Estas son buenas preguntas: ¿cuáles de esos compromisos deben ser asumidos nuevamente? ¿Cómo salvar la Nación y la República? ¿Cómo hacer que la Revolución no sea, pronto, un evento del pasado?
Entre las ideas más extendidas a mediados de los años 50 (reclamos ciudadanos), que dieran lugar al involucramiento de muchos ciudadanos en la lucha revolucionaria, valoro las siguientes:
– La restitución de las libertades y el regreso a la democracia; para ello era imprescindible sacar al dictador Batista y sus acompañantes del poder. Queríamos, sobre todo, restituir la Constitución del 40, propiciar transformaciones económicas y promover la justicia social.
– Adecentar y prestigiar la política y a los gobernantes, porque eran las piezas claves para consolidar una verdadera república, soberana e independiente y, de esta manera, distanciarnos de la mediatizada o dependiente.
– Construir una nueva psicología popular, dada la creencia extendida de que por la cercanía geográfica a Estados Unidos (fatalismo geográfico), no podíamos gobernarnos por nosotros mismos, con plena independencia.
– Fomentar empleos, eliminar la pobreza, erradicar el analfabetismo, promover educación y atención sanitaria (especialmente en las zonas rurales), acabar con los barrios marginales y mejorar las condiciones de vida de la población; tales propósitos se encontraba en los programas de los que se vincularon a la lucha revolucionaria.
– Se comprendía la necesidad de realizar transformaciones estructurales, que permitieran realizar tales aspiraciones; como por ejemplo, la reforma agraria.
Desde mi percepción, alrededor de esas ideas se relacionaron los compromisos que orientaron la lucha; los que luego permitieron obtener la victoria y, más tarde, defender un ideal socialista. Quisiera que continuaran siendo asumidos hoy y en el futuro, pues aún no se encuentran plenamente satisfechos. Son conocidas las complejidades confrontadas actualmente por el proceso revolucionario. Hemos tenido que enfrentar situaciones punitivas y desproporcionadas desde el exterior; muchas de las cuales aún continúan vigentes.
Hoy resulta fundamental avanzar en las reformas económicas; y estas deben llegar hasta donde el país lo requiera. Necesitamos transformar la economía en un sector eficiente, potente, moderno y próspero; que, a su vez, estimule a la ciudadanía, haga retornar el optimismo y mejore las condiciones de vida de las personas.
Debemos, además, rendir culto pleno a las libertades y derechos ciudadanos, en el mayor contexto democrático (absolutamente autóctono e incluyente), donde la ciudadanía ejerza su voluntad en las urnas y no existan injerencias o influencias foráneas de ninguna naturaleza.
La Revolución, como tal, se hizo y es historia: en realidad es un evento del pasado. Lo que inquieta ahora es que se proyecte adecuadamente y visualice su futuro con posibilidades reales de éxito. De una manera u otra, la Revolución dejará su legado histórico y, en mucho tiempo, se continuará hablando de ella; por su significado doméstico e internacional, sus utopías, realidades, aciertos y errores.
Por las circunstancias que fueran, Cuba se orientó a edificar una sociedad socialista (en muy complejas circunstancias). Luego se implementó un proceso institucional, pero el socialismo en cada lugar deberá enrumbarse sobre las peculiaridades y condiciones del país y no las de otros. En nuestro caso, contó con la desventaja de lo desconocido y de referencias deformadas, que luego fracasaron.
En las difíciles circunstancias en que el país continuará desarrollándose, se requiere una economía próspera, porque sin ella será imposible alcanzar, y luego consolidar, los propósitos de la Revolución y el ideal socialista. Esto me obliga a insistir a que se proceda con el mayor sentido pragmático y de urgencia.
A pesar de una encrucijada (mundial y nacional) de incertidumbres y de situaciones conflictivas, es cierto que la sociedad continua brindando su apoyo al proceso de la Revolución. Sería ingrato olvidar la política de dignificación humana a trabajadores, campesinos, profesionales, capas medias e hijos de estos, que adquirieron las posibilidades de acceder a la educación, la cultura, la ciencia, los empleos, en todos los sectores de la vida nacional.
Para finalizar, retomo el tema económico, causa fundamental del éxodo ocurrido; y, además, portador de insatisfacciones ciudadanas y acumulación de necesidades. Este es un asunto medular y lacerante, que debe analizarse desde ángulos domésticos y foráneos. Lo que me queda muy claro es que resulta imprescindible transformar en eficiencia, organización laboral y disciplina a todo el país. Debemos transitar de un socialismo obsoleto hacia otro eficiente y abierto. Debemos hacerlo con transparencia, sin ambigüedades, sin temores, sin criterios excluyentes. Marx dijo que la praxis es el camino de la verdad. Aferrarse a ciertos conceptos no respaldados por la vida, o que no han ofrecido aportes positivos a la sociedad, resulta un disparate o una aberración mental.
Solo una verdadera e integral “reforma revolucionaria”, consolidará la Nación y la República, posibilitará al país salir de su parsimonia productiva y alcanzar el bienestar de la población. Con ello se garantizará la estabilidad social y política de la nación; consientes que las modificaciones estructurales deberán complementarse con las institucionales, jurídicas y políticas; o, probablemente, mejor: con la celebración de una Asamblea Nacional Constituyente (pues pasaron 41 años desde la última y han ocurrido hechos excepcionales en el país). Además, se le han realizado innumerables enmiendas a la Constitución y se esperan otras muchas por introducirse. Por ello, creo que lo mejor sería convocar a una Asamblea Constituyente, que resulta siempre una vía democrática participativa, que posibilitaría acometer una reforma total a la Constitución, acorde a las nuevas circunstancias en que se desenvuelve el país.
Una Asamblea Constituyente permitiría modificar reglas y normas en la convivencia democrática, en un contexto de diálogo, análisis y búsqueda de consensos. Sería importante que las personas elegidas entre la ciudadanía (de diferentes sectores), mediante voto universal, logren llegar a acuerdos y redactar una nueva Constitución, con la que el país se encamine, establemente y con éxitos, en los años futuros.