
Foto: Notas.org.ar
Estimado Francisco Almagro Domínguez:
Aquí está su nombre y, también, las disculpas si le pareció falta de cortesía que no lo nombrara en el texto anterior (excepto en el título). Las ofrezco por respeto, aunque no comparto esa interpretación y le explico por qué. A mí no me interesa si usted me llama “Liudmila Morales”, “la señora Morales” o “la autora”, yo no escribo para sustentarme como una “voz autorizada” o para “hacerme conocida”. Simplemente, prefiero el último término y me referí a usted como eso: el autor de las críticas.
La razón, señor Almagro, es que usted y yo podemos coincidir en otros temas; usted o yo podemos mañana encontrar nuevos argumentos y cambiar de idea sobre lo que ayer defendimos en nuestros textos. Podemos y debemos, si seguimos una lógica de pensamiento basada en la apertura y no en el dogmatismo, si entendemos el aprendizaje como un proceso dialéctico y si estamos dispuestos a desafiar lo que sabemos y en lo que creemos. Y eso está muy bien, pero los textos quedan, los argumentos quedan. Son esos argumentos, los de las críticas, los que no comparto; no los argumentos pasados, presentes y futuros de Francisco Almagro. Yo polemizo con el autor de las críticas a mi texto y, por eso, me dirijo a él. Si encuentra la distinción demasiado sutil o innecesaria, por favor, acepte las disculpas.
Ahora, porque los argumentos quedan, es nuestra responsabilidad aceptar su peso, de ahí que considere necesarios estos apuntes finales (de mi parte) a una discusión que, a mi juicio, ya agotó sus cauces en este medio y que espero continuar en el futuro, en otros escenarios donde coincidamos. Parte de esa responsabilidad es no apelar al “donde dije ̔digo̕, digo ̔Diego̕”, implícito en tres de sus afirmaciones. Estas son: “no desprecio al feminismo”, “no criminalizo a las mujeres que abortan” y “no apelo a las paridoras de la especie”.
Primero: si se ironiza sobre las mujeres “liberadas” y se reducen décadas de reflexión política y militancia política al slogan “el feminismo odia a los hombres y a la familia”, los adjetivos que el acto (no usted, no su texto, sino esa simplificación) merece son los que utilicé antes. Es ignorancia o al menos desconocimiento, porque se están suprimiendo lapidariamente las complejas reflexiones sobre muchísimos temas que el feminismo ha posicionado en las academias y en el debate social. Es peligroso porque invisibiliza el quehacer de pensadoras y pensadores que han contribuido a un mejor entendimiento de nuestras sociedades y porque, además, implica un acto de ridiculización, desde un supuesto sentido común, a complejas y sofisticadas maneras de conocer el mundo. Y, por eso mismo, es un asesinato conceptual.
Decirlo no es ser altisonante, ofensiva o faltarle el respeto, es exigirlo para quienes han dedicado tiempo y energía a conformar un campo de estudio y un accionar político que no tendrían el menor sentido, si solo se tratara de “odiar a los hombres y la familia”, como usted afirmó. Intentar justificar esa frase con una división entre el “feminismo disfrazado” y el “verdadero”, que usted entiende como “quienes defienden la familia y el amor a los hombres”, es como recrear el mito del buen salvaje. Es, una vez más, cerrar la puerta a lo diverso, a lo que no acomoda, a lo que no puede ser absorbido, moldeado e incorporado al mecanismo funcional del sistema hetero-patriarcal. La distinción, en sí, no es nueva ni inocente; por algo lo dijo Audre Lorde: “Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo”.
Segundo: si se critica que las mujeres “se ríen” a la espera de un procedimiento para interrumpir un embarazo, que no sienten culpa, se les llama “abortistas” y se hacen “chistes” sobre matar a Mozart, se está criminalizando a las mujeres. ¿Cómo piensa usted que funcionan la culpa y la criminalización? La ley es una parte de ellas, pero no lo es todo.
Tercero: si se insiste en desconocer el derecho a una maternidad elegida y se refuerza la responsabilidad biológica de las mujeres de reproducir la especie, ¿a qué se está apelando? Por ese desconocimiento es que usted afirma que embarazarse y parir es un “privilegio”. Tal vez para quienes lo elijamos; no así para quienes se vean obligadas a hacerlo. Esa lógica de pensamiento reproduce, en primer lugar, los prejuicios sociales que deben enfrentar quienes ejercen su derecho y eligen no ser madres y, en segundo, los estereotipos culturales de la “madre sacrificada” que debe abandonar todo por sus hijos.
Todos estos son los “digos” de su texto; no vale disfrazarlos de “Diegos”. Y no vale hacerlo porque eso, precisamente, es lo que lo lleva a afirmar que en Cuba “hay asuntos mucho más importantes que la igualdad sexogenérica”. Primero: no confundamos “importante” con “urgente”. Ya debe conocer el refrán sobre eso. Y segundo: ¿cuáles son? ¿La pobreza? ¿La desigualdad? ¿La violencia? ¿Los cambios en la estructura social? Usted no los menciona, pero puedo imaginarme a qué se refiere, con una lógica que intenta posicionar estos asuntos como “urgencias materiales”, mientras unos pocos idealistas insistimos en “perder el tiempo con debates estériles e, incluso, innecesarios en el escenario cubano”. Discutir la falacia en eso lleva mucho más que este corto espacio; lo invito a leer los aportes de otras autoras (mucho mejores que yo) y también otros textos míos sobre la interrelación del género con otras categorías de opresión y sobre la inter-seccionalidad, como mecanismo para entender las desigualdades.
Aquí solamente resaltaré que la desigualdad sexogenérica es transversal a todos estos temas. No es una apreciación, lea estudios sobre la pobreza y verá cómo tiene particularidades de género; sobre la violencia y verá el papel de la misoginia, de la homofobia, transfobia o de la masculinidad hegemónica. No viven igual la pobreza, la violencia o los cambios en la estructura social una mujer anciana y/ o negra o una persona transexual o transgénero, por ejemplo. Nadie puede negar, entonces, que el debate sobre estos problemas es pertinente en la Cuba de hoy. Al menos, nadie cuya idea de igualdad y justicia social se corresponda con las realidades actuales de la Isla.
Pero el hecho de que usted considere otros asuntos más importantes que la igualdad sexogenérica es exactamente la razón por la que aprovecho este espacio en Cuba Posible para promover debates sobre temas y enfoques que corren el peligro de ser marginados en la agenda de un país que ha cambiado, cambia y cambiará. En esa coyuntura, es lógico que se repiensen y, tal vez, se transformen muchas políticas y discursos incorporados a la realidad social como “hechos aceptados, incuestionados e incuestionables”. Entre ellos puede figurar lo concerniente al pluripartidismo, la libertad de culto o de prensa, temas sobre los que usted formula ciertas demandas en su último texto. Seguramente las instituciones y personas implicadas serán bienvenidas a presentar dichas demandas y alzar su voz en el debate; pero afirmar que en Cuba existe la libertad de interrumpir un embarazo, mas no estas libertades y concluir que “no es justo” resulta, cuando menos, desafortunado. Hay un espacio para cada una de estas demandas, hay canales fructíferos de debate; la comparación con la interrupción del embarazo no es uno de ellos. Eso implicaría una digresión mayor que traer a colación otros temas en los que, como en el caso del aborto, se observa un doble estándar entre la condena moral y el procesamiento legal, que usted criticaba antes en mi respuesta, con el ejemplo de la pedofilia.
Precisamente para que no se subordine el género a otras categorías, para que no proliferen las confusiones que sus textos expresan y para que no se reproduzcan las desigualdades que estas simplificaciones y “nociones incuestionadas” encierran, considero pertinente analizar los términos en que el debate sobre el aborto encuentra un lugar en la Cuba que cambia. Por eso escribí el primer texto: para analizar los retos y los avances, lo que necesita repensarse y lo que no debe comprometerse. Todo eso no “según lo que yo creo” o “porque es mi santo derecho a pensar así y expresarlo”, sino con base en el debate teórico sobre el tema y en las luchas políticas en la región, pues considero que esto contribuye a la contextualización y el enriquecimiento de las discusiones que puedan suscitarse en Cuba.
Discusiones en las que no podemos permitir que los argumentos se trasladen al campo de la moral promovida por cualquier institución, que se conecten con inquietudes “éticas” sobre la “objetividad de los números” o se parta de entendimientos del mundo que son, de por sí, opresivos para las mujeres. Por eso, señor Almagro, hablo de “resistencias” y de “privilegios” porque cada persona ha tenido los primeros y ha disfrutado los segundos, cuando se ubica en una categoría de opresor, no de oprimido.
Yo, por blanca; usted, por hombre; los dos, por tener un alto nivel de educación. Resistencia es negarse a reconocerlo y llamar “ensonatados”[1] a quienes planteen demandas por estas opresiones; lo que puede pasar (y pasa) cuando las mujeres intentan visibilizar las relaciones de poder que se ejercen sobre sus cuerpos, sobre sus identidades y sobre sus conocimientos, ante un tema concreto. Cuando ese tema sea el aborto en Cuba y, ante la posibilidad de que se someta a discusión en un contexto de cambio, tal vez haya muchos con los mismos argumentos que usted. Pero confío también en escuchar muchas más voces “ensonatadas”, que trasladen el debate al lugar de donde nunca debió salir; uno en el que lo que más cuente sea el derecho a elegir, de manera informada y libre; uno que contribuya a (esto le va a encantar) un mundo más justo.
Notas:
[1] No había escuchado antes la palabra y tampoco la reconoce el diccionario, pero asumo, por contexto, que se refiere a “envalentonados”.
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Anacleta Jímenes Arias dice:
Yo pienso, no, reafirmo, que cada cual hace con su vida, con su cuerpo lo que desea hacer, es el colmo que manden o legalicen que hacer con el cuerpo de uno, o lo que lleva o no lleva adentro de su cuerpo, lo que uno lleva dentro del cuerpo es de uno , de una sóla propiedad, del dueño, que es uno mismo. El cuerpo de nadie tiene dueño, sólo el mismo individuo que lo lleva
facundo dice:
no, anacleta, no,…ni su vida , ni su cuerpo, son absolutamente suyos, ya esto es el colmo de la aberracion,…y por supuesto que la vida que usted lleva en su seno, ni remotamente le pertenece, ni puede etica ni moralmente disponer sobre ella, a menos que graviten sobre ellos causales de extrema justificacion,…..seguimos jugando el juego de hacernos los tontos o despistados,….vamossss que nadie aqui lo es..ok