
Foto: Radiomambi.cu
Como adelanté en un artículo anterior en este espacio, publicado la semana pasada, culmino estos apuntes sobre la educación ofreciendo criterios al respecto del sacerdote italiano-alemán Romano Guardini, del sacerdote cubano Félix Varela y del profesor argentino Guillermo Jaim Etcheverry, quien fuera rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006. Con ambos trabajos me propongo provocar el pensamiento, la deliberación y la creatividad sobre un tema que, como ya he afirmado, considero medular.
Para hacerlo, comenzaré dejando claro que toda educación contribuye al desarrollo de las personas, así como al crecimiento de la capacidad y de la disponibilidad de estas para aportar a la evolución social, únicamente cuando la proyección de la enseñanza tiene claro que educar es conducir a la persona en desarrollo hacia lo que todavía no es, pero desde lo que ella ya es en forma de posibilidad. Por tanto, debemos comprender que educar significa ayudar a la persona a encontrarse si misma. Sólo entonces la educación aportaría a ese postulado filosófico cristiano que considera que los miembros de una sociedad forman un cuerpo de personas, donde cada una es única e irrepetible, razón por la cual pueden complementarse mutuamente, pues cada una posee algo que a las demás le falta. Sobre esto argumentó, con suma solidez, el sacerdote italiano-alemán Romano Guardini, en sus análisis compilados en el libro Ética. Lecciones en la Universidad de Múnich.
Por ello, el sacerdote cubano Félix Varela, una vez publicado el plan único de enseñanza para todos los territorios españoles, opinó sobre el tema de la educación y en particular acerca de la necesaria libertad académica. Sostuvo que una pretendida generalidad del plan de enseñanza convertida en una generalidad de doctrinas, sería absurdo y ridículo, pues todas las personas no tienen por qué coincidir en unas mismas ideas. Eso sería, en la práctica, aseguró, enseñar únicamente lo que quiere el gobierno, quitando la libertad de pensar aún en las materias que nada ofenden ni a la moral ni a la política, lo cual no puede convenir a un pueblo libre. Afirmó que la prudencia de los profesores debe ser quien acomode el plan a las circunstancias y decida el método más adecuado para cada caso.
No aceptó Félix Varela el argumento de una doctrina única y de un método único de enseñanza, como recursos necesarios para consolidar la identidad de la nación. Acerca del tema sentenció que “distinguiéndose las personas en sus ideas más que en sus rostros, la variedad de pensamientos no puede desdecir, antes adorna una nación que aspira a distinguirse por las luces”. Incluso aseguró que aun cuando dicha restricción no se refiriera a la libertad de pensar en general, dada la importancia de la educación, sería como darles a las personas libertad para caminar, después de haberles roto o torcido los pies.
También señaló la necesidad de una educación extendida a todos y bien estructurada, como requisitos imprescindibles para procurar el bienestar general. Sostuvo la exigencia de capacitar a las personas, desde su niñez, para combinar las ideas y apreciarlas según los grados de exactitud que ellas tengan, con unos pasos fundados en la naturaleza, a través de un plan científico, lo más luminoso y prudente posible. Pues, así como un magnífico edificio, aseguró, nunca puede provenir de la aglomeración desarreglada de diversos materiales, tampoco es posible que el orden armonioso de las ciencias sea el producto de infinitas nociones mal combinadas. No es la multitud de ideas, sino el orden de ellas quien forma a los sabios, afirmó. Convencido de la importancia de una educación sólida para el bienestar personal y social, advirtió que dejar al pueblo en la ignorancia constituye el establecimiento del capricho y el desarreglo, la inexactitud y la fiereza, el desorden y la miseria.
Precisó la necesidad de comenzar dicho proyecto a partir de una reforma en la primera enseñanza, capaz de estimular una educación totalmente analítica, donde la memoria tenga muy poca parte y el convencimiento lo haga todo. Para lograrlo aconsejó realizar una obra elemental, lo más breve y clara posible, sin técnica ni palabra alguna que los niños no hayan oído millares de veces. En cuanto al orden en que se deben impartir las materias para lograr el propósito anterior, opinó acerca de comenzar por las ciencias (por ejemplo: la matemática, la física y la química) y las artes (especialmente la música). Consideraba Félix Varela a la música como el arte más adecuado para prevenir o curar un alma.
Sobre el modo de transmitir el conocimiento y la comunicación que se ha de establecer entre maestros y alumnos, afirmó la necesidad de sacar partido de los talentos y buenas disposiciones de los alumnos, para lo cual se hace inevitable estudiar el carácter individual de cada persona, así como conseguir su amor, tratarlos con franqueza y con mucho tino, evitando siempre las cantinelas, sobre todo en relación con los jóvenes entre las edades de 15 y 18 años, la época más peligrosa de la juventud.
En relación con el método para procurar efectividad en la explicación del contenido de las materias, propuso llamar la atención de los discípulos, sin mortificar con largos discursos, poniendo cuidado en no divagar mientras se explica con mucha claridad y precisión, para después elegir a uno de ellos con el propósito de que, considerando también al profesor como discípulo, explique la lección. Aseguró que, de este modo, se consigue mayor fruto con menos trabajo, pues la experiencia prueba que mientras el profesor hace una dilatada exposición de su doctrina, están sus discípulos, unos casi dormidos, otros haciendo reír a sus compañeros con alguna travesura, y otros, que tienen deseos de aprender, se hallan sumamente disgustados, porque pueden no entender una parte de la explicación e incluso perder la esperanza de entenderla, porque el maestro sigue divagando, como es indispensable que suceda cuando se quiere hablar mucho sobre un punto, cuya explicación exige muy pocas palabras.
Félix Varela se empeñó en demostrar que la enseñanza debía basarse en el análisis reflexivo y comenzar por las ciencias, con el objetivo de crear en la persona ideas muy exactas, que la capaciten para después aprender las humanidades.
Por su parte, el profesor argentino Guillermo Jaime Etcheverry, en la búsqueda de una educación orientada al desarrollo de las personas y de los pueblos, también ofrece, en la actualidad, un conjunto de criterios científicamente analizados. En tal sentido, señala un cúmulo de necesidades.
Apela por la formación de maestros y profesores sumamente cualificados, que a su vez sean justamente retribuidos. Asimismo argumenta a favor de una educación básica, sólida y universal, que integre, con amplitud, el estudio de las ciencias y las matemáticas, y el estudio de las humanidades, en el sentido más amplio y profundo posible.
En cuanto a la enseñanza media, indica que esta debe asegurar el desarrollo continuo y sin dogmas de las ciencias y la tecnología, con el propósito de que los estudiantes consigan generalizarlas y descifrarlas. Del mismo modo, aconseja integrar a lo anterior una educación intensa, profunda, diversa, liberadora y lo más universal posible de la humanidades; junto a una metodología que siempre busque y promueva la racionalidad política del ciudadano.
Con el objetivo de continuar formando a las personas, a los ciudadanos, para el ejercicio de sus responsabilidades sociales, profesionales, laborales, etcétera, propone el diseño y garantía de una posible amplia gama de oportunidades en cuanto a una educación de categoría media-superior, así como el imperativo de promover y asegurar que la generalidad de la población pueda acceder a la misma. Sin embargo, alerta que lo anterior no se convertiría en un estímulo popular, ni en sostén del desarrollo, si la sociedad no liberaliza, con garantías, la iniciativa individual, la innovación y la inversión.
Igualmente, sostiene un número extenso de opiniones en relación con la educación superior. No obstante, al respeto sólo señalaré tres de sus señalamientos fundamentales. Argumenta que esta debe ser integral y de excelencia; que en su diseño debe estar integrada a una planificación estratégica de las necesidades y oportunidades del desarrollo social; y que debe asegurar la capacidad humana de comprender y hacer abstracciones, para así alcanzar la posibilidad de superar los conocimientos adquiridos.
Como ya afirmé, con estas notas no pretendo hacer propuestas, sino sólo acrecentar la inquietud en torno al imperativo de discernir y desarrollar cualquier sistema de educación que procure ser pilar fundamental de la justicia, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la democracia y el progreso social. Y lo hago además, porque considero que la Cuba actual, entre sus grandes desafíos, posee dos retos esenciales: la economía y la educción; sin las cuales no conseguiremos un país próspero y sostenible, ya sea de un signo socio-político o de otro.