Una educación para la libertad, la igualdad y el desarrollo

Foto: Gigantesdelaeducacion.com

En diversas ocasiones me he referido al tema de la educación, pues considero que la misma constituye uno de los fundamentos principales de la libertad y la igualdad, así como del desarrollo y del equilibrio social. En este trabajo repetiré algunas ideas particulares publicadas en un artículo que titulé “La República de Cuba habrá de ser siempre laica”, y en una siguiente entrega presentaré algunos criterios del sacerdote italiano-alemán Romano Guardini, del sacerdote cubano Félix Varela y del profesor argentino Guillermo Jaim Etcheverry, quien fuera rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.

Ya he sostenido que la libertad es la capacidad humana de escoger, decidir y actuar a partir del discernimiento propio, así como responder por ello; por eso, la libertad resulta un desempeño del conocimiento y de la voluntad. A través de la educación las personas han de poder conseguir la capacitación necesaria para poder realizar sus mayores cuotas de libertad e igualdad en las circunstancias reales que impone la vida en cualquier país del mundo, muchas veces por medio de una cruel competencia.

Sin embargo, a diferencia de otras personas, he ratificado mi opinión a favor de lo que llamo “una escuela para todos”. La primera razón para sostener dicho criterio tiene como pilar la preocupación de que un acceso demasiado diferenciado a la enseñanza pueda originar una lamentable desigualdad educativa y cultural y, por tanto, se desequilibren también las capacidades de las personas y de los diversos estratos sociales para ejercer la libertad y conseguir, al menos, los niveles básicos de igualdad. La segunda razón resulta sólo instrumental, pues está al servicio de la anterior; al pretender, con “una escuela única”, universalizar la preocupación y el esfuerzo a favor de los recursos económicos e intelectuales para la educación de toda la sociedad.

La tercera razón sí posee otro motivo, que la aproxima a la finalidad de la propuesta. Con “una escuela para todos” pudiera aportarse un instrumento fundamental para la integración social y la existencia de una idea de país, con carácter de espíritu. Cuando los niños, los adolescentes y los jóvenes comparten un espacio y una dinámica, tienden a conocerse, a acercarse, a tenerse en cuenta, a solidarizarse. Esto suele conllevar a que unos y otros, en muchos casos en condiciones socio-económicas diferentes, o muy diferentes, se acerquen; y al hacerlo, se acercan también a otros próximos a cada uno de ellos, y entonces así se van tejiendo relaciones humanas y sociales comunitarias, edificadoras de “un solo pueblo”, aunque sea entre personas y estratos desiguales.

Esto, por supuesto, no debería anular las singularidades, ni la riqueza que se consigue al integrar todo el caudal acumulado durante la historia de la humanidad por diversas cosmovisiones, culturas, segmentos y clases sociales, perspectivas y circunstancias, así como todo lo nuevo y lo diferente que emane de las dinámicas sociales en cada instante. Todo ello podría participar en la enseñanza, pero para incluir, igualar y solidarizar; y no para asegurar desigualdades, abismos entre segmentos sociales, varios pueblos en un mismo país, e indiferencia ante los peligros que pueda padecer la dignidad del otro, o de otros, o de casi todos los otros.

En tal sentido, estaríamos forzados a considerar que las diversas religiones, espiritualidades y cosmovisiones filosóficas y de otra índole, deberían poder participar de la enseñanza pública para dar a conocer, con argumentos, las singularidades que las fundamentan. Como es lógico, esto siempre debería estar condicionado a la aprobación debida por parte de la entidad correspondiente del gobierno, de acuerdo a procedimientos legales establecidos, que además arbitren los requerimientos académicos y pedagógicos de estos programas de enseñanzas, así como las condiciones de los docentes que los impartirían. Esto, unido al debido control popular sobre dichos procesos. Por otro lado, muchos advierten otros dos requerimientos. El primero, que se estudie en qué medida basta que estos docentes sean meros especialistas en el tema, y en qué medida deberían participar también docentes con capacidad para combinar la especialización en el tema y “la militancia” en la cosmovisión que enseña. La segunda, que en todo caso la matrícula a esas potenciales asignaturas debería ser opcional, aunque realmente puedan conceder a los alumnos beneficios curriculares.

Por otro lado, también he sustentado que toda la institucionalidad del país, aunque no sean entidades del sistema de enseñanza, debería poder participar, de forma “complementaria”, en la formación de las personas y de la sociedad. Por ende, las iglesias, las instituciones culturales, las asociaciones de profesionales, las cámaras de comercio, los centros de pensamiento, las entidades comunicativas, las empresas especializadas, etcétera, podrían brindar cursos básicos y de superación, diplomados, master o hasta doctorados, de acuerdo a su naturaleza institucional. Sin embargo, no deberían poseer planteles para los estudios primarios, secundarios, preuniversitarios y de pregrados universitarios. Con la salvedad, tal vez, de que las iglesias y religiones organizadas sí puedan ofrecer enseñanza universitaria de pregrado, pero sólo para los contenidos propios de las mismas. Por ejemplo, que las iglesias puedan ofrecer licenciaturas en biblia, teología, historia de las religiones… Sin embargo, también esto debería ser posible por medio de un legislación bien pensada y elaborada, que establezca las regulaciones y garantías necesarias, y en todo caso dicho quehacer debería ser aprobado y supervisado de manera responsable por la entidad de gobierno correspondiente.

En tanto, “una escuela para todos” debería constituir un desempeño obligado a ser mucho más que un plantel de enseñanza, porque debe constituirse, en cualquier comunidad humana, en “el milagro” capaz de construir un país y una sociedad, que sólo consigue hacerlo cuando, a su vez, va construyendo una “patria” de todos y para todos. Y esto sólo se puede alcanzar por medio de la mayor convivencia posible entre todos los ciudadanos de una misma tierra; lo cual sólo puede ocurrir y ofrecer resultados eficaces a través del crecimiento físico e intelectual mancomunado. Estos niños, adolescentes y jóvenes, cuando ya maduros tengan la responsabilidad de sostener y conducir la sociedad podrán estar en mejores condiciones para hacerlo teniendo cercana la imagen del otro y considerando las necesidades de los otros, y entonces el país podría dejar de ser, en alguna medida, lo que resulta para muchos: “yo, mis iguales, y las preferencias que compartimos”.

Sobre los autores
Roberto Veiga González 95 Artículos escritos
(Matanzas, 1964). Director de Cuba Posible. Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas. Diplomado en Medios de Comunicación, por la Universidad Complutense de Madrid. Estudios curriculares correspondientes para un doctorado en Ciencias Pol...
Cuba Posible 188 Artículos escritos
Cuba Posible es un “Laboratorio de Ideas” que gestiona una relación dinámica entre personas e instituciones, cubanas y extranjeras, con experiencias y cosmovisiones diversas; en algunos casos muy identificadas con las aspiraciones martianas. Si...
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