
Tratar de entender hoy la sociedad ignorando la estadística, como ocurría hasta hace 350 años, sería una extravagante invitación al oscurantismo. Que se haya hecho tal convite en la Cuba del siglo XXI es algo que necesita ser comentado. No es el tipo de deriva intelectual que puede ser pasada por alto, especialmente cuando tal noción forma parte del intento de pontificar sobre el socialismo cubano.
Haciendo una crítica a lo que se considera como reformismo contemporáneo en Cuba, se ha afirmado que “el reformista confía en las estadísticas y en descripciones exhaustivas de su entorno que terminan haciéndolo incompresible”. Eso se ha dicho sin pestañar. Es lo que ha expresado Enrique Ubieta en una entrevista publicada bajo el título “¿Es posible unir lo mejor del capitalismo y el socialismo?”, Cubadebate, 6 de julio de 2017. Ver aquí.
Según ese razonamiento, debería desconfiarse de las estadísticas y de las descripciones exhaustivas. Reconocer el valor de las estadísticas parece considerarse como una veleidad reformista.
De acuerdo con esa lógica, Carlos Marx clasificaría como un impenitente reformista. Pudiera comprobarse fácilmente tomando nota de la exhaustiva descripción y de las abundantes estadísticas que utilizó en El Capital. Lo de Engels también sería tremendo. Solamente habría que asomarse al detalle narrativo y a la profusión de datos de una obra como “La situación de la clase obrera en Inglaterra”.
Si se es coherente con la disquisición de Ubieta, también Fidel Castro entraría en esa clasificación. ¿Se han olvidado ya del levantamiento estadístico minucioso que se hizo durante la “Batalla de Ideas” para censar a los grupos sociales con situaciones críticas? Se midieron con precisión los problemas de niños con bajo peso y talla, las embarazadas con alimentación deficiente, los ancianos desamparados, y un largo etcétera de difíciles situaciones sociales. Todas y cada una de ellas son estadísticas “feas” y “complicadas”, pero fueron muy valiosas para poder colocar sobre bases firmes las medidas adecuadas para resolver problemas concretos.
Llamo la atención acerca de que lo que ha dicho Ubieta no se refiere a los problemas que pudiera presentar una exagerada idealización de la estadísticas (una discusión que sería válida), ni tampoco se refiere a una inadecuada utilización de las estadísticas (otra discusión pertinente).
Lo que se ha cuestionado, a rajatabla, es el valor de las estadísticas como dispositivo confiable para la producción de conocimiento. Se ha dicho que no hay que confiar en ellas, punto.
El problema pudiera residir en la idea del entrevistado acerca de que las estadísticas lo que ofrecen es una “descripción minimalista”, cuando en realidad las estadísticas permiten hacer todo lo contrario. Lo que caracteriza al conocimiento resultante de la estadística -que, por cierto, no se limita a ser una colección de cifras sino que también incluye métodos de recolección, de validación y de análisis- es precisamente su característica de ser un conocimiento abarcador que permite representar la sociedad completa, o grandes componentes de esta, sin necesidad de hacer una medición puntual de todos las partes individuales. Entre otras cosas, las estadísticas son herramientas que facilitan el trabajo del gobierno.
No tiene sentido entrar aquí en una discusión sobre la importante función desempeñada por las estadísticas –a pesar de las limitaciones que pudieran tener- en el avance del conocimiento científico durante los casi últimos cuatro siglos, incluyendo el desarrollo de las ciencias que estudian la sociedad. Sobre eso existe una abundante literatura. Quien necesite ilustrarse sobre el tema no tendrá dificultad para encontrar los textos adecuados.
En vez de ello me limitaré a señalar dos posibles implicaciones del planteamiento de Ubieta para el actual debate político en Cuba. En primer lugar, la diferencia entre el tipo de sociedad que puede ser explicada cuando se cuenta con estadísticas y la visión que, de otro modo, pudiera tenerse de la sociedad en ausencia de datos confiables. En segundo lugar, la propia calidad del debate político y las ventajas que pudieran tener en el mismo –si se les permite que se salgan con la suya- quienes insisten en que no debe perderse el tiempo con estadísticas y con descripciones detalladas de los fenómenos sociales, económicos y políticos.
Las estadísticas permiten que un amplio espectro de actores sociales –no solamente los expertos- puedan discutir acerca de la sociedad en su conjunto, pero no sobre la base de anécdotas, sentimientos, o prejuicios, sino de una manera en que las posiciones del debate pueden ser validadas de una manera razonablemente objetiva.
Sin embargo, lo anterior, que debería ser ampliamente visto como una ventaja de las estadísticas, también favorece actitudes de desconfianza. Para algunos, las estadísticas pueden ser “incómodas” y hasta “peligrosas” cuando la sociedad completa que las estadísticas permiten representar y explicar, se aleja de las idealizaciones de la sociedad que algunos tienen o aspiran imponer. El conocimiento estadístico siempre ha importunado a los charlatanes.
Tratar de desacreditar el valor de las estadísticas para sugerir la conveniencia y la posibilidad de una sociedad post-estadística en Cuba es una utopía sombría, pero no solamente para la producción de conocimiento riguroso sino porque reduce la posibilidad de tener como referencia para el debate político constructivo una perspectiva relativamente compartida de la realidad social.
Por ejemplo, es muy diferente debatir acerca de cómo reducir la desigualdad, cuando todas las partes del debate concuerdan en la extensión e intensidad de la desigualdad, porque ha logrado medirse, que tratar de discutir cuando las partes no pueden tener una idea –ni siquiera aproximada- del problema. Pudiera equivaler a tratar de discutir como si se tratase de países distintos.
La alternativa al conocimiento apoyado en las estadísticas no es una sociedad democrática “liberada” de la tiranía técnica de expertos y de tecnócratas, como a veces trata de hacerse ver, sino más bien una sociedad donde los demagogos insistirían en vender “su verdad” con total menosprecio de la realidad.
Marlene Azor Hernández dice:
Excelente análisis de Pedro Monreal. La narrativa de Enrique Ubieta es francamente embrutecedora, representa las posiciones que ha defendido la prensa oficial por muchas décadas y que mantiene en la actualidad. Describir un país al margen de la realidad e impedir el análisis crítico mínimamente racional. Un poder que no publica todas las estadísticas necesarias y fiables es un poder despótico y dictatorial. Gracias Pedro por este análisis.
Randol dice:
Muy buen punto el de Monreal. Si estas cosas fueran debatidas por quienes realmente toman las decisiones, todo el proceso de actualización sería menos complicado… Pero, nada. Como de costumbre, quienes tienen que enfrentarse al problema hacen mutis y luego se quejan de que otros (taimados que nunca faltan) se aprovechen de esas fallas para apoyar sus discursos (ahora sí) francamente contrarrevolucionarios. No sé si algún día aprenderán, Pero, de momento, merecido se lo tienen, porque espacio que no ocupe la crítica revolucionaria, será llenado oportunistamente por esos «bichos» políticos. Tal vez sin pretenderlo, Cubaposible ha posibilitado detectar mejor que nunca a los pillos de siempre, a los que, incapaces de teorizar con rigor, se valen de las perspectivas (manipuladas, obviamente) que no pocos intelectuales cubanos han expresado aquí todos estos años.