El vocablo “revolución” mantiene su vigencia en el imaginario de los cubanos.

Despierta mucho interés conocer cómo después de más de medio siglo del triunfo de la Revolución cubana, muchas autoridades y el pueblo continúan, cuando se refieren a algo relacionado con el país, identificándolo con el vocablo “revolución”. Resulta lógico pensar que el término caracteriza, o más bien define, determinadas intenciones de alcanzar mayores beneficios sociales, económicos o políticos, a través de cambios o transformaciones que resultan imprescindibles. Si intentamos un repaso sucinto de diferentes etapas de nuestra historia, aprecio con frecuencia el uso del término como concepto recurrente; aunque siempre con el propósito de mejorar situaciones para el bien común.

El interés por el tema me llevó a conversar en La Habana con un grupo de jóvenes estudiantes universitarios y, debo decir, que el encuentro me resultó satisfactorio. Pude verificar cómo varios de esos jóvenes expresaban con énfasis, y con pasión (como lo pudieran haber hecho individuos de anteriores generaciones), que no serían menos patriotas, ni menos revolucionarios, que sus padres o abuelos. Dijeron no me ofrecerían respuestas superficiales o para salir del paso, menos aún oficialistas; sino sólo sus ideas al calor de sus experiencias vividas, lo conocido por ellos, o lo estudiado de la historia de Cuba.

Continuaron expresando haber adquirido conciencia histórica respecto a Cuba y, por eso, les resultaba imposible (si de sentirse verdaderamente cubanos se trataba), dejar de asumir una posición que no fuera patriótica y revolucionaria. Uno de ellos, con énfasis, me dijo: fíjese que agregamos lo de revolucionario, pues bajo las circunstancias históricas de Cuba, ha sido casi imposible ser lo uno sin lo otro.

Les pregunté para ver si reiteraban su idea: ¿acaso identifican “patriotismo” con “revolución”? La respuesta no se hizo esperar, siendo cortante y concluyente: “efectivamente así lo apreciamos y sentimos”.

 ¿Y por qué?

Para mi sorpresa los jóvenes comenzaron a ofrecerme argumentos históricos y contemporáneos de rigor; porque para ellos (más allá de las diferencias políticas e ideológicas que nos han caracterizado), lo esencial resultaba Cuba y los cubanos. Me dijeron que toda política o acción (tanto dentro como fuera del país), que se distanciara de esa idea, no podría justificarse, mucho menos invocar patriotismo alguno, y debía ser rechazada. Dado el fructífero diálogo sostenido, que sin pretenderlo me permitió ser espectador y, a la vez, participante del mismo, traslado varias de las cuestiones argumentadas.

Estos comenzaron diciéndome, que las revoluciones políticas, databan de la contemporaneidad y no de épocas remotas, ubicándolas, en lo fundamental, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Mencionaron la revolución industrial inglesa, la norteamericana, la francesa, mexicana, rusa, china y, por supuesto, la cubana; las que valoraban (tecnológica, económica y políticamente), como las más trascendentes y radicales en sus respectivas épocas; no sólo por sus impactos domésticos, sino por sus repercusiones e influencias internacionales.

Respecto de Cuba les pregunté: ¿consideran que tras las primeras ideas de nacionalidad o del surgimiento de esta, se acuñó en nuestro país el término “revolución”?

Expresaron que en Cuba el vocablo “revolución”, se había abierto paso gradualmente, aunque siempre relacionado a las necesidades de cambios para beneficio social. No obstante, precisaron, debía investigarse más exhaustivamente el tema, poniendo como ejemplo la transición de algunos pensadores que, viniendo desde posiciones autonomistas durante el siglo XVIII cubano, terminaron asumiendo ideas independentistas. Pusieron como ejemplo el caso del presbítero Félix Varela, que transitó de las posiciones reformistas a independentistas y abolicionistas, mucho más más radicales y transformadoras.

Al especular acerca del término “revolución” dijeron que, probablemente, este se utilizó (en mayor o menor grado) cuando aparecieron las contradicciones económicas con la metrópoli española y aumentaron las inquietudes e inseguridades políticas de los hacendados u otros elementos en la Isla.

Señalaron que las posiciones hieráticas e intransigentes asumidas por las autoridades españolas, de acuerdo a sus ideas, estimularon la corriente independentista y a ciertos grupos que, preocupados por la posibilidad de la abolición de la esclavitud, conspiraron para buscar la anexión a Estados Unidos. No obstante, enfatizaron en que el término “revolución” se había utilizado con frecuencia para identificar las luchas independentistas en Cuba.

Les di la razón en todo ello, agregándoles que para aquella fecha ya se conocían la revolución industrial inglesa, la francesa y la norteamericana y las gestas independentistas en América del Sur. Continué diciéndoles que el término estaba asociado a requerimientos de cambios y transformaciones necesarios; pero siempre para mejorar la sociedad o modificar, significativamente, X tipos de situaciones.

Les manifesté que, en ciertos casos, los procesos revolucionarios se veían en la necesidad de realizar transformaciones radicales; por lo que el vocablo “revolución”, históricamente y no sólo en Cuba, se apreciaba más de esa manera. Aunque indudablemente las revoluciones representaban siempre factores de cambios.

Continué diciéndoles que los españoles cuando se referían a nuestros combatientes independentistas, los calificaban de insurrectos o utilizaban otros términos; todo lo cual hacía pensar que deseaban obviar el calificativo de revolucionarios.

Les recordé que José Martí había usado el vocablo “revolución” cuando creó el Partido Revolucionario Cubano; luego, si ese fue efectivamente el partido que orientó y encausó nuestras luchas independentistas y significó la brújula de aquel proceso, pues entonces nuestros mambises, no había dudas, fueron revolucionarios.

Complementé la idea diciéndoles que durante la república, habían surgido partidos y movimientos que se denominaron revolucionarios; igualmente, varios presidentes de la República y varios acontecimientos políticos que se produjeron, deseaban presentarse públicamente de esa manera. Convincente resultó decirles, que después del 59 y en el propio exilio, algunos movimientos opuestos a la Revolución se identificaron como revolucionarios, por lo que hasta organizaciones de la contrarrevolución desearon llamarse de esa manera.

Todo ello supone pensar que el vocablo “revolución”, en especial para nuestro pueblo (cargado de frustraciones desde el comienzo de la república), semántica y objetivamente, mantiene una imagen (cierta o idealizada) sobre la necesidad de que a través de la “revolución”, se posibilite continuar alcanzando beneficios sociales, económicos y políticos.

El diálogo/debate sostenido con los estudiantes me posibilitó acercarme a una primera conclusión: los cubanos, desde el siglo XIX, mayoritariamente vieron como positivo la utilización del vocablo “revolución”. De tal palabra se desprendían las aspiraciones, el apoyo, o la disposición a ser revolucionario.

Con el triunfo de la Revolución, a fines de los años 50, el vocablo adquirió dimensiones inconmensurables, ya que recurrentemente el término se utilizó durante la etapa épica del proceso; años que posibilitaron consolidar las transformaciones iniciadas, otorgándole al término significativos consensos populares y amplios apoyos a los líderes de la Revolución.

Consideré la necesidad de expresarles que, siendo yo de otra generación (bastante distante de la de ellos), estaba satisfecho que así se proyectaran, porque el sentido de “revolución” se nos había presentado muy tempranamente (desde que surgió “lo cubano”); con la virtud adicional de representar las mejores aspiraciones e ideas de beneficio social y políticas para nuestro pueblo.

Eran conscientes que antes de la Revolución del 59 y durante las luchas por la independencia y la república, habían concurrido sobradas justificaciones para enarbolar el vocablo “revolución”. Esto me posibilitó referirles que, si en el siglo XIX se había justificado la revolución, tras la búsqueda de la independencia y abolición de la esclavitud, en el XX  había sido para obtener la plena soberanía e independencia de Estados Unidos y hacer valer la libertad, la democracia, la justicia social, la ética política y el adecentamiento de las costumbres públicas.

Sin dudas el vocablo “revolución” encierra simpatías y logra “identificaciones”, porque de este se desprenden cambios y transformaciones, que lógicamente se infiere que producirán favorables situaciones. Les dije que la palabra “revolución” (en cuanto a lo cubano), estaba asociaba a ideas de independencia, soberanía, democracia, libertades y justicia social; sentidas aspiraciones de nuestro pueblo desde el surgimiento de su nacionalidad.

Agregándoles que plena soberanía, gobiernos honrados, políticas de equidad social y desarrollo económico/diversificado y estable, fueron ausencias que no pudieron alcanzarse durante la época republicana, estimulando la idea de que con la Revolución y sólo con ella, se podrían alcanzar tales aspiraciones.

Insistí que con el golpe de Estado de Batista, desaparecieron las libertades ciudadanas y se cerraron los cauces democráticos. La única salida fue poner en marcha un proceso revolucionario de lucha armada; proceso que al derrotar a las fuerzas militares del antiguo régimen, propició la victoria revolucionaria y, con ella, los caminos para alcanzar las transformaciones no logradas durante la república.

Los estudiantes expresaron que, a su entender, la Revolución había sido un fenómeno imprescindible y que luego, con las agresiones económicas y políticas desde Estados Unidos, y otros factores concurrentes, ante las dramáticas y peligrosas circunstancias que surgían, se aceleraron las nacionalizaciones del sector privado, estimulando la pronta radicalización de la Revolución.

Conocían que parte de la ciudadanía reclamaba medidas de corte radical-nacionalistas, ideas nada novedosas, pero bien frecuentes desde las luchas independentistas del siglo XIX; encontrándose conscientes que en el siglo XIX, las dos grandes aspiraciones cubanas habían sido la consecución de la independencia y la abolición de la esclavitud.

Analizaron la intervención estadounidense en la guerra hispano/cubana y la ocupación del territorio, llegando a la conclusión de que esta (y luego la imposición de la Enmienda Platt y otras cláusulas intervencionistas), habían dañado los anhelos patrióticos e independentistas de nuestro pueblo, dado que en 1902 hubo que aceptar el surgimiento de un protectorado/república. Este hecho más tarde reforzaría los resentimientos y frustraciones nacionales, al no alcanzarse la república plena, independiente  y soberana soñada por Martí y otros próceres revolucionarios, aspiración de la mayoría de los luchadores independentistas y población en general.

Conocían que la mayoría de los patriotas y revolucionarios cubanos habían sido marginados del poder, contribuyendo ello durante la república a nuevas luchas revolucionarias y anti-imperialistas; que en la década de los años 50, bajo condiciones objetivas y creadas las subjetivas, habían hecho posible el surgimiento de auténticos movimientos revolucionarios.

Tras el golpe de Estado de 1952 y varios años de lucha armada, esos movimientos derrotarían a la dictadura y, con ello, se abrirían los causes que garantizarían una plena independencia y se daría inicio a las transformaciones que reclamaba la mayoría de la sociedad cubana.

En el debate se reconoció la importancia del pensamiento de José Martí, promotor inicialmente de la Revolución y más tarde de la resistencia patriótica; luego, las ideas martianas se ampliaron con otras más radicales, pero siempre priorizando la necesidad de garantizar un país soberano e independiente y mantener políticas y proyecciones de equidad social.

Finalmente, les expresé que en medio de las reformas que se implementaban al modelo económico y social cubano, aún se continuaba hablando de “revolución” y “autoridades revolucionarias”; refiriéndoles que prestigiosos académicos e intelectuales, cuando analizaban el rumbo perspectivo del modelo de desarrollo, se referían a la necesidad de transitar, “dentro de la Revolución”, de un socialismo obsoleto e ineficaz, hacia otro más moderno, eficiente, democrático y sostenible.

El aleccionador diálogo con los estudiantes universitarios me reafirmó la idea, de que no obstante el tiempo transcurrido, las limitaciones económicas, los desaciertos y complejos acontecimientos vividos o que aún se viven, el vocablo “revolución”, en Cuba, se encuentra vigente históricamente y favorablemente enraizado en el imaginario del pueblo cubano.

Sobre los autores
Eugenio Rodríguez Balari 24 Artículos escritos
(La Habana, 1938). Licenciado en Historia. Doctor en Economía. Periodista. Se desempeñó como director de las publicaciones nacionales Mella y Opina, de esta última fue su fundador. Fundador y Presidente del Instituto Cubano de Investigación de l...
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