
“En el origen de nuestra lucha está el sueño de todas las libertades”
Alejandro Modarelli
Nací en La Habana de 1964, una ciudad entrañable, de la cual sigo enamorado. Mi amor por Buenos Aires comenzó en 1999 cuando llegué a la Argentina. Y mi amor por Claudio, mi actual esposo, comenzó una tarde de marzo del 2000, cuando la formación de la línea del subte D en que viajábamos se rompió en la estación Pueyrredón. Todos estos hechos son material para otras historias, sólo los traigo a colación para contextualizar el tema del que quiero hablar: el Matrimonio Igualitario en Argentina, esa institución de la que tengo –como tantos- el raro privilegio de ser objeto y sujeto.
Para una columna LGBTIQ que hago en una radio comunitaria, estuve investigando en el 2016 sobre lo que pensé llamar inicialmente “la historia de la homosexualidad”, pero con rapidez a medida que avanzaba en la investigación me di cuenta que de lo que se trataba era del origen de la homofobia.
La homosexualidad es una de las maneras en que se manifiesta la sexualidad humana y, como ya se hizo evidente, en otras especies también. Si a estas alturas tienen dudas, pregúntenle a Gonzalo Fernández de Oviedo, que escribía su experiencia en las Antillas así: “Así que, lo que he dicho de esta gente en esta isla y las comarcanas, es muy público, y aun en la tierra firme, donde muchos de estos indios e indias eran sodomitas, y se sabe que allá lo son muchos dellos (sic.) y ved en que grado se prescian (sic.) de tal culpa, que como suelen otras gentes ponerse algunas joyas de oro y de preciosas piedras al cuello, así, en algunas partes de estas indias, traían por joyel un hombre sobre otro, en aquel diabólico o nefando acto de Sodoma, hechos en oro de relieve.”1
Pero la homofobia es una construcción sociocultural. Por eso la homosexualidad no puede desaparecer, pero la homofobia sí. Cuando en un país se promulga una ley que equipara los derechos de todas las personas en cuanto a la institución del matrimonio, ese hecho significa, entre otras cosas, un paso en la destrucción de la homofobia. Las leyes otorgan derechos a los homosexuales, hasta ese momento negados, y a los heterosexuales los educa en una experiencia de igualdad hasta ese momento desconocida.
La Unión Civil
Mi primer contacto en serio con el tema de los derechos para las parejas homosexuales fue en el 2003, cuando se promulgó y reglamentó la Ley de Unión Civil en la Ciudad de Buenos Aires2. Hasta ese momento había leído algunos documentos y panfletos sobre los esfuerzos de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) encaminados a lograr una ley que protegiera los derechos de las parejas homosexuales. Sin embargo, fue con la promulgación de la Ley, y la llegada de la noticia a medios de comunicación, que lo que había leído y escuchado adquirió un sentido de pertenencia para mí. Antes era una utopía, una idea de lucha, de arenga.
La realidad de la Ley, con todas sus falencias, me hizo pensar por vez primera que se podía. Sentí entonces un inmenso agradecimiento por quienes llevaron adelanta esta lucha y comencé a involucrarme de una manera más activa.
La Ley de Unión Civil es como una prima lejana de la Ley de Matrimonio. Es válida para parejas de cualquier sexo, pero no permite heredar (no se pudo con la sacrosanta propiedad privada), ni adoptar (así se garantizaba el “no contagio”). Sin embargo, permitía que la pareja tuviera las riendas de las decisiones médicas en caso de enfermedad de uno de los miembros, y conformar familia a los efectos de los servicios de salud privados. También, en el caso de empleados del Gobierno de la Ciudad, se interesaba por los derechos a vacaciones conjuntas, por ejemplo. Es, sin dudas, una norma tibia, pero visto en aquel contexto representaba, además de la conquista de derechos, un impulso del tema a nivel social.
Mi pareja y yo hicimos uso del derecho a la Unión Civil en agosto del 2009, a la cual asistieron muchos amigos, compañeros de laburo y nuestras familias. Nos preparamos para ese día, lo pensamos todo: hotel, ropa informal, las palabras que diríamos en nuestra fiesta íntima con amigos, la música… absolutamente todo.
Lo único que realmente nos sorprendió fue el comportamiento de la jueza3, quien llegó al salón en el Juzgado, se paró en el estrado, puso las manos en el enorme escritorio y dijo: “Yo acá no vengo a hacer un trámite”. Lo que vino luego fue hermoso: hizo hablar a los testigos, padres, amigos, nos preguntó –para nuestro terror y emoción- cómo nos habíamos conocido y, al final, nos felicitó por la unión y nos dijo que era sólo un paso, que en el futuro podríamos dar el sí definitivo. Sin embargo, en ese momento, no había manera de pensar en que eso fuera cierto.
Matrimonio igualitario: la fuerza de una idea
El periodista argentino Bruno Bimbi cuenta en su libro Matrimonio igualitario, intrigas, tensiones y secretos en el camino hacia la ley, todo el proceso que desembocó en la Ley4. Su lectura es apasionante. Se trata de una clase magistral de construcción política, de perseverancia y dedicación, donde se revela cómo se logró aprobar el Matrimonio Igualitario, en una sociedad, que a pesar de su altísimo nivel cultural, mantenía una veta retrógrada respecto a las libertades sexuales. Bimbi fue protagonista del proceso, inspirado por la experiencia española, y con el aporte fundamental de Pedro Zerolo5, diputado homosexual español, alma mater de la ley en su país.
La aventura en Argentina comenzó el 14 de febrero de 2007, cuando dos activistas por los derechos de la comunidad LGBTIQ, María Rachid6 –quien llegaría a ser Diputada– y Claudia Castro se presentaron en el Registro Civil situado en Uruguay 753 (el mismo donde nosotros nos casaríamos 4 años después) y solicitaron turno para contraer matrimonio. Les acompañó un notario que tuvo a bien certificar la negativa que ellas recibieron.
El día anterior ambas activistas habían ofrecido una entrevista al diario Página 12, y ya para cuando se presentaron en el Registro Civil, el caso se encontraba en todas las noticias (7). Este fue el inicio, el disparo de largada. La estrategia era, por un lado, judicializar el proceso, hacerlo llegar a la Corte Suprema, como un caso de inconstitucionalidad, dado que se estaba cercenando un derecho humano básico; por otro, se buscaba poner el tema en la agenda pública nacional.
Para mí esta fue una experiencia impresionante. Reconozco que he recibido el apoyo de mi familia, la cual ha aceptado sin problema alguno mi orientación sexual; sin embargo, en los entornos laborales no he sido siempre franco. Lo reconozco. Hasta el momento que aquí les narro pertenecí al grupo numeroso de personas homosexuales que parecía no tener experiencias los fines de semana, por ejemplo, con nuestras parejas, debido al absoluto silencio acerca de nuestra vida amorosa y familiar.
Para ese momento, en mi trabajo, muchos compañeros sabían que era homosexual, pero no todos. Fue una experiencia maravillosa escuchar el debate entre todos. Durante todo el proceso, y en especial cuando se acercaba la discusión y votación en el Congreso, fue el tema más importante de todo el país. No hubo un programa de televisión, una casa, un club, una empresa, una escuela, donde no se hablara del Matrimonio Igualitario. Ese, creo yo, fue el mayor logro alcanzado, junto a la ley en sí misma.
Los sospechosos habituales
En la investigación que menciono más arriba, pude descubrir con qué libertad vivían la sexualidad la mayoría de las culturas en la época en que se practicaban religiones politeístas. Con la llegada de las religiones monoteístas, y el cristianismo en especial, esas libertades se terminaron. La imposición de una moral judeo-cristiana jugó un papel dolorosamente estelar en la conformación de las bases de la homofobia; y si bien no estamos en épocas de la Inquisición, hay prácticas punitivas que no han desaparecido.
“El mal siempre tiene su diva”, y el Opus Dei no dejó que le quitaran su cetro. Por eso, una de las intenciones de las campañas a favor del Matrimonio Igualitario fue mostrar historias de vida, gente de carne y hueso, muy diferentes a los bichos raros, enfermos mentales, máquinas de tener sexo que la Iglesia y los grupos religiosos creen que somos.
Como uno de los temas más debatidos fue la adopción, hubo varias historias que impactaron. Daniel Lezama, un adolescente adoptado por un padre gay –la ley permitía que lo hicieran si se era soltero–, escribió una carta que se leyó en el Congreso (8). Les contó su historia a Senadores y les dijo: “Cuando pasó el tiempo y me animé a hablar con mi viejo de lo que es la homosexualidad, al principio, no me gustó, pero porque no lo entendía. A ustedes señores senadores, les debe pasar lo mismo ¿no…? ¿Ustedes entienden con el corazón lo que es ser gay?”. Historias como estas fueron condenadas por la Iglesia, acusando de manipulación de los menores de edad. Algo pasado por alto cuando movilizaron a los infantes de las escuelas religiosas para marchar contra la Ley.
Dicho sea de paso: el papa Francisco, ese mismo que hoy resulta simpático y que se pregunta ante la prensa internacional “¿Quién soy yo para condenar a un homosexual?”, siendo el en aquél momento el cardenal Bergoglio en Argentina, envió una carta a su congregación diciendo que lo que se libraba en el país era una “guerra de Dios”, “una movida del Padre de la Mentira” (Satanás) y convocaba a los fieles a participar activamente en esa guerra (9).
El trabajo de los activistas tuvo que ser de hormiga. Se reunieron con cada uno de los diputados y senadores. Los atiborraron de información histórica y científica. Convencieron al gobierno, que terminó dando todo su total apoyo.
La gente
Hubo muchas marchas y manifestaciones, una de las mayores fue el 28 de junio frente al Congreso. Recuerdo que había mucho frío, pero el calor humano era mucho mayor. Creo que, hasta esa fecha, fue el único acto político que me hizo realmente feliz. Había muchas organizaciones políticas y sociales, partidos obreros y de izquierdas, asociaciones de defensas de género, inclinaciones sexuales y formas de vida, asociaciones civiles y de luchas por los DDHH, y mucha gente que no pertenece a ningún partido ni asociación, pero que quería estar allí. Había gente de todas las edades, incluyendo gente grande y bastantes niños, pero sobretodo había gente joven. Gente de todo color, de toda pinta, gente en ropa deportiva, gente en ropa común, gente con ropa de diseño, gente con traje y corbata, porque salieron directo de la oficina. Gente.
Hablaron muchas personas: diputados, senadores, luchadores, representantes de organizaciones, como el secretario de la CTA. Habló un cura sobre las ideas discriminatorias de la curia traicionaban al Evangelio. Impresionaba cómo cada discurso tenía el tinte de su organización, los dejos de sus luchas, pero todo el común apoyo a un derecho postergado. La que más me impresionó fue la madre de Natalia Gaitan (10), una chica que este año fue asesinada por quien, en lugar de su asesino, debió haber sido su suegro. La voz dolorosa de la madre –de una extracción muy humilde, pero con esa poesía que nace de lo auténtico– gritó: “que los dejen volar, que los dejen elegir”. Un chico de una organización de San Juan denunció cómo el gobierno de esa provincia impidió un acto similar allá y, además, presionado por la Iglesia organizó una marcha en contra, a la cual hizo asistir a los niños de las escuelas públicas llevándolos en ómnibus. El abucheo fue unánime, y el rechazo explícito del chico a que los gobiernos utilizasen a los niños por intereses políticos (no pude evitar recordar mi experiencia pioneril).
Estuvo Mariela Muñoz, una conocida luchadora trans, que justo se hizo conocida por haber criado a 23 chicos de la calle entre 40 meses y 14 años, y haber luchado por su nombre elegido. Sus argumentos fueron contundentes: “pude criar todos estos hijos, y hoy son varones y mujeres de bien” y “lo que los niños y niñas necesitan es amor, garantías y disponibilidad. Nada más.”
Hubo reggae, pop, tango, cantaron muchos, como Julia Zenko, Fito, Vicentico y cerró Pedro Aznar. Fue una noche de lucha. Fue una noche de celebración.

Ernesto y Claudio en Marcha de Orgullo Gay, Buenos Aires, Argentina.
El mismo amor, los mismos derechos, con el mismo nombre
Cuando la Iglesia se dio cuenta que su oscurantismo, su manipulación y su dinero no alcanzaban, comenzó a trabajar para que se diera un derecho menor: algo que no se llamara “matrimonio”, pues decía que este era un patrimonio (siempre al patriarcado) de la Iglesia.
Las explicaciones, todas ridículas, iban desde los dogmas, hasta lingüísticas, como decir que dos hombres no podían celebrar un matrimonio, pues la palabra “matrimonio” viene de madre. La respuesta fue contundente: el mismo amor, los mismos derechos, con el mismo nombre. Otra movida fue impulsar un plebiscito. A sabiendas de que todas las encuestas daban un apoyo mayoritario, pero con la esperanza de que con plata podrían inclinar la balanza. La respuesta fue contundente también: los derechos no se plebiscitan.
Todos tenemos un familiar que se apellida Contreras
Hubo dos puntos discordantes, que se manifestaron desde dentro de la Comunidad en contra de la Ley. Ciertamente minoritarios, pero con presencia como permite la Democracia.
El primer planteamiento era “yo no apoyo esta Ley porque yo no me quiero casar, no es una prioridad para mí”. Los que así hablaban olvidaban dos cosas: no se estaba hablando de obligaciones, sino de derechos. Y –como señalado- lo que se jugaba tenía un impacto social inmenso que iba más allá de un simple trámite individual.
La segunda crítica: ¿para qué unirnos a una institución burguesa tradicional y acatar sus normas? Más que una respuesta, amerita una pregunta: ¿cambiamos nosotros o nosotros logramos cambiar las bases de esa “sacrosanta” institución?
La votación
La sesión en el Congreso duró 14 horas. Dentro de los discursos a favor hubo muchos muy emotivos, bien argumentados y expuestos con amor; los hubo también técnicos. Los discursos en contra, sin embargo, no pudieron separarse de la ignorancia, la discriminación y el odio.
Recuerdo que me emocionó hasta las lágrimas (esa noche fue una muy llorona) el discurso de la senadora Nora Morandini: “Esta no es una ley progresista; no es porque queremos parecernos a Suecia que estamos legislando para garantizar derechos a aquellos que llamamos minorías, que son nuestros iguales, nuestros compañeros, nuestros vecinos, nuestros colegas, nuestros familiares. La verdad es que me cuesta muchísimo, no tengo argumentos, he buscado en todos los argumentos jurídicos una razón que me permitiera justificar por qué negar derechos a aquellos que son iguales.”
El 15 de julio de 2010, sobre las 4 de la madrugada, se aprobó en Argentina el dictamen de modificación de la Ley Civil de Matrimonio, permitiendo el matrimonio entre personas del mismo sexo, tal cual había sido sancionado en Diputados. Con 33 votos a favor, 27 en contra, 3 abstenciones y 9 ausencias, Argentina se convirtió en el noveno país del mundo en reconocer el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, con todos los derechos que esta figura jurídica otorga, y el primero en Latinoamérica.
Cristina Fernández de Kirchner, que estaba en China, dijo: “Miles habían conquistado los mismos derechos que yo tenía. No se le quitó nada a nadie, se dieron derechos a quienes no los tenían”. El 21 de julio promulgó la Ley Nacional N° 26.618 (11) en un acto en la Casa Rosada que, nunca antes, tuvo tantos visitantes de la Comunidad LGBTIQ.
Lo que ahora sucedió es una modificación del Código Civil, que elimina la condición necesaria de que fueran personas de diferente sexo para contraer matrimonio, en lo formal solo sustituye las palabras “marido y mujer” por la expresión “los contrayentes”.
Es casi risible que, en lo formal, sea tan simple y, en lo social, tan complejo. La verdad es que me enorgullece que haya sido en este país, porque alguno tenía que abrir el camino en América Latina, región que arrastra una cultura patriarcal moldeada por la Iglesia Católica. La misma institución que sigue luchando para que este camino no se siga en otros lugares del mundo, la misma Iglesia que se complota con gobiernos para que sus todos ciudadanos no tengan los mismos derechos. Que lo acontecido haya tenido lugar en mi segunda patria, fue un honor. Ojalá un día suceda en mi patria primera.
El 15 de julio, al despertarme, Claudio me dijo:
-
Vos, che, ¿te querés casar conmigo? Una pregunta impensada cuando nos conocimos allá en el 2000.
Nos casamos el 3 de marzo del 2011, justo el día que cumplimos 11 años. Todo fue más sencillo. En la foto del juzgado estoy en sandalias. ¿El detalle?: buscamos a la misma jueza que nos había hecho la unión civil y que había augurado, ante nuestra incredulidad, que un día podríamos hacerlo 100 por ciento igual al resto. Ese día ella lloró más que nosotros.
¿Es este el final de un camino, el final de una lucha? No, si acaso una etapa. Un paso trascendental que da fuerzas y herramientas legales para todo lo que falta, que es mucho. Porque la violencia homolesbotransfóbica no para. Sin embargo, estamos menos lejos que cuando se inició esta lucha. No es poco lo que se ha hecho. Hay que celebrar, por nosotros y por todos los que nos ayudaron a llegar hasta acá.
Para cerrar robo a Bruno la estrofa de una canción que, a su vez, él le robó a Teresa Parodi para comenzar su libro:
Se puede, se puede,
se puede, se debe.
Se debe, se debe,
se debe, se puede.
NOTAS
1 Fernández de Oviedo, Gonzalo: Historia General y Natural de las Indias. 5 Tomos, Edición y Estudio Preliminar de Juan Pérez deTudela Bueso, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1959, Libro IV, Capítulo III.
2 La Ley de Unión Civil N° 1004 fue presentada en agosto de 2001 en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Fue sancionada el 12 de diciembre de 2002, promulgada el 17 de enero de 2003 (Decreto 53), reglamentada el 14 de mayo de 2003 (Decreto 556) y finalmente puesta en funcionamiento el 18 de julio de 2003.
3 En Argentina los casamientos son efectuados en juzgados civiles.
4 Bruno Bimbi. Matrimonio Igualitario. Planeta 2010. ISBN 978-950-49-2467-8
5 Pedro Zerolo (Caracas, Venezuela; 20 de julio de 1960 – Madrid, España; 9 de junio de 2015), fue un político español miembro de la Ejecutiva Federal del PSOE y uno de los activistas LGBTIQ más importantes de España y Europa. Fue uno de los promotores de la ampliación del derecho al matrimonio y la adopción homoparental en España.
6 María Rachid (Mercedes, Provincia de Buenos Aires; 8 de noviembre de 1974). Política y dirigente social del área de Derechos Humanos y del colectivo LGBTIQ en Argentina. Fue Legisladora Porteña desde diciembre de 2011 hasta diciembre de 2015 por el Frente para la Victoria. Fue Vicepresidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI). Es una de las fundadoras de La Fulana y de la Federación Argentina LGBT.