Y después de Raúl: ¿quién y cómo?

Raúl Castro

El 24 de febrero de 2018 culminará el proceso de traspaso de la jefatura del Estado y del gobierno; pues imaginamos, aunque no podemos afirmar, que esté ocurriendo por medio un proceso y que se efectuará a través de ciertos procedimientos. Esto último, en este caso, no debe resultar un formalismo; entre otras muchas y fuertes razones, porque la legitimidad de quien ocupe esos cargos no le viene “del pasado”, tendrá que ser construida casi totalmente, y ello dependerá de su trabajo a partir de ese momento y de cara al futuro de los cubanos.

Esto, como es lógico, puede resultar un beneficio y una oportunidad para el nuevo primer mandatario y para Cuba “toda”. Sin embargo, sobre todo en los inicios, podría ser también un elemento de debilidad. Nuestra historia muestra cómo tradicionalmente los cubanos hemos tenido, porque hemos preferido y, por tanto, han logrado determinada “gobernanza”, aquellos que han arribado al cargo con un importante “capital político”, como portadores (en su historial personal) de acciones significativas. Hemos tenido en la máxima magistratura del país a hombres “amados o respetados” por unos, y “temidos” por otros; han sido, siempre, “hombres fuertes”.

Aunque debo aclarar que, en muchos casos, por más de un siglo, todos estos “atributos” han tenido fundamentos éticos disímiles o contrapuestos, e intenciones diferentes, y se han orientado en unos casos al bien y en otros al mal y, además, han confirmado que ellos no constituyen per se una virtud a favor de la Patria. No obstante, esa lógica sigue latiendo en las entrañas del país y tal vez, al menos por ahora, continúe siendo “una necesidad sociológica”. En tanto, será indispensable que el próximo presidente de Cuba quede, el 24 de febrero de 2018, “fuertemente” colocado en el cargo que habrá de ejercer.

Para esto, será imprescindible que lo asuma por medio de un proceso y que se efectué a través de ciertos procedimientos. En mi opinión, ese proceso y dichos procedimientos, deben garantizar que la persona “electa” pueda erigirse en “puente” que conecte el pasado, el presente y el futuro; y que además enlace, de forma armónica, todos los puntos cardinales de la nuestra nación que, como ya he apuntado de manera metafóricamente en otro trabajo, quizás sean muchos más que el norte, el sur, el este y el oeste.

Esto exige atender muy bien, por lo menos, a tres cuestiones: 1. Cómo será propuesto. 2. Cómo resultará electo. 3. Quiénes lo elegirán. Por supuesto que quizá sea fácil responder a estas interrogantes, pues nuestra Ley Electoral no se ha modificado, ni ya tiene sentido que se transforme antes de este suceso (porque de formularse, en este momento, sensibles cambios en la misma, ya resultaría imposible implementar dinámicas sociales reales, institucionales y efectivas, que puedan aportar éxitos, en tan pocos meses, a “los potenciales y necesarios” cambios de dicha Ley).

En tal sentido, la reforma de la Ley Electoral deberá ser más adelante. Además, está llamada a concretarse en la mayor cohesión posible con las transformaciones socio-políticas y jurídicas que demandan las legislaciones en torno a las empresas públicas y privadas, a las cuestiones asociativas, a los derechos de información y de la prensa, a los sindicatos, y a los grandes cambios que reclama nuestra Carta Magna, entre otros desafíos análogos. Sin embargo, sí se podría aportar al proceso una “orientación” y una “dinámica” política que, apegadas a la actual Ley, aporten la “legitimidad” que exige este momento histórico acerca de “cómo proponer al próximo gobernante” y “cómo elegirlo”, así como sobre “quiénes lo elegirán”.

La Ley Electoral, muy explícita en el amplio procedimiento para nominar los delegados provinciales y la presidencia de las provincias, así como los diputados al Parlamento, desatiende la formulación de un entramado análogo para proponer al jefe del Estado y del gobierno. La norma, por una parte, explicita el complejo procedimiento que cito para sugerir delegados y diputados; pero, por otra parte, nunca precisa los rigores a los cuales deben atenerse las comisiones de candidatura para señalar estos pre-candidatos y casi nada regula en cuanto al presidente del país.

Ante esto, cabría que nos hiciésemos tres preguntas. ¿Acaso en Cuba tiene poca importancia quién sea el primer mandatario y cómo este llega al cargo? ¿Los políticos y legisladores cubanos son tan indiferentes ante la centralidad y dimensión que ocupa en el país el Presidente? ¿O razones históricas, políticas y circunstanciales exigían, para muchos sectores, sostener dicha centralidad y dimensión, todo el tiempo, en una misma persona; y por ello se dejó vacía esta Ley de los requisitos y procedimientos que un día harían falta?

Estimo que en Cuba, históricamente, y en grado preeminente durante las últimas décadas, ha sido muy importante la función y la persona del jefe de la República. Asimismo considero que, dada la centralidad y la dimensión que este posee en nuestro imaginario, es que dicha responsabilidad se mantuvo tanto tiempo en una misma persona. Sin embargo, también estoy convencido de que, en este sentido, ya todo cambió, y esa nueva realidad demanda institucionalizar caminos y modos nuevos. En esto deberá trabajar mucho el sustituto del actual Presidente.

No obstante, para hacerlo tendrá que empinarse sobre los procedimientos actuales; ya establecidos, con sus vacíos y defectos. En tal sentido, este deberá resultar nominado por una comisión de candidatura integrada por las organizaciones sociales que funcionan al modo de órganos anexos al Partido Comunista de Cuba (PCC). Ello podría ser útil para que la persona propuesta esté respaldada por la “legitimidad de la historia”, pues sería señalada con la aquiescencia o por indicación de la más alta dirección de este Partido.

Sin embargo, quiero resaltar que no sería la solidez actual de la estructura del PCC (no me refiero a su militancia), la que posee y garantiza la capacidad de transferir esta “legitimidad”. A pesar del trabajo de muchos de sus dirigentes, el PCC, como institución, debe preguntarse dónde quedó el compromiso de representar a la sociedad; cuánto representa a sus propios militantes; cuánto representa a los ideales, principios y convicciones de la Revolución que triunfó el primero de enero de 1959; y cuánto representa el esfuerzo y sacrificio de generaciones que lo dieron todo a favor de esos sueños. Incluso, puedo afirmar que debería interrogarse sobre algunos de los actuales “ideólogos” de este Partido, que se empeñan en trastocar esos “sueños” en “pesadillas” para muchos cubanos.

En este caso, tal “legitimidad” sería transferida por medio de la alta dirección del PCC; pero estaría realmente “sostenida” por la autoridad de Raúl Castro y por la de un grupo de militares importantes (que poseen un amplio reconocimiento y prestigio popular), que lo acompañan en los quehaceres políticos; sin menospreciar cuánto podría aportar a esto la valía del trabajo de civiles en diversas instituciones y de dirigentes políticos de este Partido. De este modo, el candidato podría afincarse en las potencialidades que puede ofrecer la “legitimidad” de la historia, del Ejército Rebelde, del Movimiento 26 de Julio, y de los ideales, principios y convicciones de la Revolución que triunfó el primero de enero de 1959.

Por otro lado, al no ser transferida y sostenida esa “legitimidad” por aparatos y burócratas opacos, sino por quienes (en algún momento o en diferentes momentos) arriesgaron sus vidas, lo revolucionaron todo, ganaron guerras, etcétera, esta no tendría que ser entendida per se cómo una licencia sólo para el estancamiento y el fracaso, o como una garantía para que nuestro viaje sea sólo al pasado próximo. Todo lo contrario; pues quienes están dispuestos a enfrentar la muerte, suelen estar más dispuestos a construir la vida.

Sin embargo, esto no basta. Se hace necesario, además, discernir acerca de “cómo elegirlo” y de “quiénes lo elegirán”. Esto resulta imprescindible, pues el próximo Presidente también debe portar cuotas de “legitimidad” relacionadas con la reparación de errores cometidos, la solución efectiva de frustraciones acumuladas, y el encauzamiento de nuevas realidades.

Para ello, sería ideal que resultara electo a través de un proceso de elecciones libres, secretas, competitivas y, además, directamente por medio del voto ciudadano. No obstante, en las actuales circunstancias esto no sería posible, ni aportaría eficacia al resultado de la elección. Para que una elección (con estas características) resulte una contribución cualitativa, los candidatos deben provenir con el respaldo de proyecciones definidas y consensuadas, con el apoyo de corrientes de ideas y de opiniones, con el sostén de grupos y de redes sociales, y con el soporte de actores influyentes.

En estos casos, el voto ciudadano “legitima” que la persona electa ejerza con “autoridad” el cargo. Sin embargo, quienes realmente lo sostienen en su desempeño son las proyecciones definidas y consensuadas, el apoyo de corrientes de ideas y de opiniones, el sostén de grupos y de redes sociales, y el soporte de actores influyentes. En Cuba, actualmente, esto no existe, pues no ha debido y/o podido ser posible el ejercicio autónomo de la política, ni la concreción institucional de tendencias ideo-políticas. En esto también deberá trabajar mucho el sustituto del actual Presidente, pues el desarrollo de lo anterior resulta necesario y beneficioso; lo cual, además, sería posible en los modelos pluripartidistas, pero también en los modelos unipartidistas, y tal vez hasta en modelos que no pretendan partido alguno.

Ante ello, tal vez resulte pertinente que el nuevo Presidente sea electo por los diputados de la Asamblea Nacional. Sobre todo, si realmente comenzara a ser un Parlamento activo, ágil, exigente, dinámico y profesional, que en nombre de la sociedad sea capaz de acompañar a la ciudadanía y comprometerse con el desempeño del Presidente y del gobierno. Esta interacción, por supuesto que podría aportar grandemente a la democratización y a la eficacia de la gestión pública, y contribuiría a la “legitimidad” del quehacer del jefe del Estado y del gobierno.

Sin embargo, podría quedar una fuerte duda en cuanto a por qué los diputados actuarían de esta forma y contribuirían así al sostenimiento de la gestión del gobierno y, además, la sociedad conseguiría, de alguna manera, sentirse representada tanto en la elección como en los desempeños del Parlamento y del Presidente. Tampoco para esto habría que modificar la Ley Electoral, sino sólo aportar al proceso una proyección y una dinámica política que procure asegurar esta perspectiva. Bastaría un sólido compromiso en dos direcciones. Una orientada al redimensionamiento de las funciones parlamentarias, esbozada en el párrafo anterior; y otra encaminada a garantizar la cualidad de los diputados. Además, ambos anhelos constituyen reclamos extendidos y debatidos.

No obstante, esto nos enfrentaría ante el dilema de unos candidatos que serán seleccionados por medio de una comisión de candidatura integrada por las organizaciones sociales que funcionan al modo de órganos anexos del PCC. Comisión que, a su vez, parece desempeñarse como si estuviera “totalmente en manos” de cierto/s cuadro/s del PCC. En estos momentos, ya esos candidatos deberían ser propuestos directamente por estas organizaciones sociales que, además, hace mucho debieron redimensionarse y revitalizarse; pero también deberían de ser propuestos por un entramado nuevo de organizaciones sociales, constituidas y nutridas por un universo amplio y prometedor de actores y proyectos, a los cuales se les ha escatimado la legitimidad, la legalidad, la institucionalidad y su deber-derecho de trabajar a favor del país.

De todos modos, si esa comisión de candidatura asumiera la responsabilidad de seleccionar pre-candidatos de acuerdo a las actuales exigencias de la sociedad cubana, podríamos acercarnos a un primer paso de lo deseado. Los ciudadanos aspiran a tener diputados que: i) sean personas respetables y realmente bien conocidas por los ciudadanos-electores, ii) resulten capaces y posean la oportunidad de comunicar la orientación y el horizonte de su proyección como diputados, así como rendir cuenta de toda su gestión, iii) ejerzan sus funciones de manera profesional y permanente, iv) estén en interacción continua con los ciudadanos-electores, y v) posean la capacidad de análizar y representar tanto los asuntos del ciudadano y su localidad, como las cuestiones estratégicas nacionales e internacionales.

Estos candidatos aportarían calidad al proceso electoral, y resultarían electos diputados que entusiasmen a la ciudadanía y posean la capacidad de ejercer sus funciones según los requerimientos de esta época. Por otro lado, quizá esas organizaciones sociales que ya deberían y podrían existir con pujanza, pero no se les ha permitido, en muchos casos hubiesen nominado a esas mismas personas; pues resulta falso que son o serían criaturas o potenciales criaturas del mal, de la confución, del desconocimiento, del desorden, de la desestabilización, de la traición al país. Dichas consideraciones suelen ser, sobre todo, producto de la incapacidad, del temor y del rechazo ante lo nuevo, ante “lo otro”, ante la evolución, ante la historia.

Y culmino refiríendome a la cantidad de candidatos, en 2018, para ocupar la presidencia de la nación. Cualquier elección -el término elección es inequívoco-, demanda la oportunidad de escoger; y sólo se puede hacer esto último cuando existen, al menos, dos posibilidades. De lo contrario, si en un proceso “electoral” no podemos escoger, entonces no estamos “eligiendo” sino sólo “votando” para ratificar (o no) una propuesta única. Sin embargo, nuestra Ley Electoral no brinda la oportunidad de nominar más de un candidato para ocupar la presidencia de los Consejos de Estado y de Ministros. Esto debería cambiar pronto. No obstante, en este caso, ante la realidad de que no hemos desarrollado el ejercicio autónomo de la política, ni la concreción institucional de tendencias ideo-políticas, carece de sentido que la única plataforma programática (además, acotada al monolitismo), legal e institucionalizada, presente dos candidatos o más. Eso sería un exceso de formalismo, por demás innecesario, que podría llegar a ser hasta extravagante. En tal caso, debemos poder esperar un buen candidato, y debemos poder esperar que resulte electo sólo si consigue la cantidad de votos en el Parlamento que la Ley define, y también debemos poder esperar que los diputados electos para esa legislatura se correspondan con el perfil de parlamentario que la ciudadanía solicita.

Si se formula e implementa esta ecuación, o una análoga o mejor, podremos esperar la “legitimidad” suficiente y capacidad indispensable para defender y desarrollar las conquistas sociales, así como para “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Entre esos cambios a realizar, aspiro a que se encuentre la posibilidad de una nueva Ley Electoral que exija el acceso a todos los cargos públicos representativos, por medio de elecciones directas, libres, secretas, periódicas y competitivas.

Comprendo que algunos podrán considerar estéril estos comentarios y afirmarán que este proceso podrá estar marcado por otras lógicas, distantes a las mías, y que como consecuencia estaremos a merced de lo imprevisto. A estos les digo que, ciertamente, en muchas ocasiones no prever conduce al caos, pero en muchas otras conduce a oportunidades que hasta pueden desbordar las expectativas. Por ello, siempre estoy abierto también, con el mismo entusiasmo y compromiso, a lo imprevisto, a lo incierto. Igualmente, sé que en todos los extremos de nuestro universo político habrá quienes estén dispuestos a embestir estas notas sobre la elección del próximo Presidente. Sin embargo, quiero dejar claro que no me interesa, pues no escribo para ellos; sino para los cubanos serenos y responsables (de cualquiera de los lados del espectro socio-político), que no odian y sí procuran asegurar las mejores condiciones para los grandes y radicales cambio que Cuba necesita.

Sobre los autores
Roberto Veiga González 95 Artículos escritos
(Matanzas, 1964). Director de Cuba Posible. Licenciado en Derecho por la Universidad de Matanzas. Diplomado en Medios de Comunicación, por la Universidad Complutense de Madrid. Estudios curriculares correspondientes para un doctorado en Ciencias Pol...
Cuba Posible 188 Artículos escritos
Cuba Posible es un “Laboratorio de Ideas” que gestiona una relación dinámica entre personas e instituciones, cubanas y extranjeras, con experiencias y cosmovisiones diversas; en algunos casos muy identificadas con las aspiraciones martianas. Si...
5 COMENTARIOS
  1. Durante 58 años el problema de la dirección y elaboración de la política en Cuba se ha resuelto espontáneamente, en el sentido de que quienes han cumplido esa labor llegaron a ese nivel de autoridad por haber ellos mismos iniciado, llevado a cabo y mantenido el proceso transformador que iniciaron como una pequeña minoría de ciudadanos que tuvo la visión y la capacidad de realizar una lucha política basada en la fuerza de las armas en manos de civiles que debieron aprender a hacerlo para combatir un aparato militar profesional represivo de cualquier intento de modificar, no solamente el gobierno en funciones, si no que sobre todo el orden económico, social e ideológico que imperaba en Cuba durante la neo colonia. Digamos que ese fue el “momento” de la legitimidad de quienes asumieron el poder político en Cuba.
    Recuérdese que el primer Comité Central del Partido Comunista de Cuba conformado en 1965, era “una mancha verde olivo” salpicada de algunos hombres y mujeres vestidos de otro color.
    La conducción de la política revolucionaria tuvo que ser improvisada por personas que nunca antes habían siquiera participado en ese tipo de funciones a cualquier nivel pero que, si habían elaborado un programa público de transformaciones del país consideradas imprescindibles, el denominado Programa del Moncada. Sabían lo que querían lograr, pero tuvieron que improvisar la forma de cómo hacerlo hasta llegar al convencimiento de que la única manera de lograrlo era establecer un nuevo regimen social de producción en Cuba, a la imagen de sus manifestaciones ya existentes, los denominados países socialistas.
    Aun hasta hoy y pese a la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y los EE.UU., el bloqueo que todavía mantiene este último país en contra del primero, se basó originalmente en The Trading with the Enemy Act de 1917, una legislación aplicada a las relaciones comerciales con “enemigos”, con lo cual no solamente las diversas y pertinaces agresiones a Cuba por ese país manifestaban un estado de confrontación entre ellos sino que además, lo avalaba jurídicamente la aplicación de una legislación con ese propósito. Por consiguiente, hasta el 17 de diciembre del 2014, a los dirigentes cubanos les toco desenvolver sus funciones en medio de un virtual estado de guerra potencial con los Estado Unidos con el propósito de deshacer precisamente las transformaciones revolucionarias concebidas por ellos y llevadas a cabo bajo su administración.
    Dicen los ingleses que” la prueba del pudin es comérselo” y en este caso la gran mayoría de los cubanos “se lo comieron” y quienes no, se marcharon del país.
    Si estamos de acuerdo en lo dicho hasta aquí, entonces el panorama político para Cuba cambia sustancialmente a partir de la fecha mencionada del 17 de diciembre del 2014: ya no estamos en un potencial estado de guerra con los EE.UU. (aunque hay fuerzas en el interior de ese país que no están de acuerdo con ello).
    Es verdad que se ha trascendido los objetivos del Programa del Moncada: los cubanos fueron a Etiopia , a Angola y a Namibia, y regresaron victoriosos, y ahora decenas de miles de ellos están cumpliendo contratos gubernamentales de asistencia en cuestiones de salud, deporte, cultura, en decenas de países del mudo en al menos tres continentes, a pesar de que todavía no han logrado superar las brutales consecuencias para Cuba de la desaparición del campo socialista y solos, contando únicamente con sus propios recursos, los cubanos no logran todavía una economía socialista más eficiente, el problema principal que tienen que resolver .
    Sin embargo, en este país no desparecen decenas de estudiantes sin explicación, no se descubren tumbas colectivas secretas, no se asesina a periodistas, no se reprimen manifestaciones multitudinarias de protesta en las calles en favor de una educación gratuita o en contra de políticas económicas que favorecen a las grandes empresas privadas. Sin dejar de tener opiniones críticas ante la realidad que se vive, los cubanos poseen la comprensión y la disciplina social para comprender que así no se resuelven los problemas en su país.
    El mundo en el cual Cuba está insertada ha cambiado sustancialmente. En él está ocurriendo aceleradamente un proceso de cambios tecnológicos a los cuales hay que adaptarse. Su versión del socialismo tiene defectos graves que hay que cambiar. Y para una gran parte de su población, la más joven, las razones por las cuales se empezó este proceso revolucionario ya se lograron y han devenido para ellos algo normal como si fueran naturales y en cambio su nivel educativo y cultural los hace plantearse objetivos adicionales diferentes en sus vidas. Y al mismo tiempo, el paso del tiempo trascurrido impone objetivamente el relevo de la generación de los dirigentes históricos de la Revolución, esos que legitimaron su estatus con su actuación cuando hubo que tenerla.
    Es lógico que los dirigentes que se retiran dejen como sucesores a aquellos que comulgan con sus ideas y más importante aún, con su espíritu revolucionario que se resume en la frase de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Por razones en última instancia naturales, habrá que definir qué es lo que habrá que cambiar y, como hasta ahora y con mayor razón en el futuro mediato, la experiencia política del pueblo cubano que ya es parte de la cultura que crearon, debe asegurar que sea lo que ellos quieren cambiar.

  2. Excelente!!! Sin dudas sobre este tema hay más preguntas y dudas, que respuestas y certezas. Enorme será la responsabilidad del que ocupe ese cargo, principalmente porque no va gozar de la legitimidad histórica, que han tenido los dos presidentes anteriores (Fidel y Raul)y tendrá que manejar los hilos del poder de forma muy inteligente, sobretodo porque no tiene la garantía de obediencia de los otros que detentan el poder.

  3. Carlos Manuel dice:

    Lo trascendente no está en quien y como. Lo esencial a mi modesto modo de analizar este fenómeno, de hecho trascendental, está en la capacidad de maniobra con la cual cuente este el «quien» para llevar a cabo sus funciones. Necesita de una nueva constitución, necesita de cuadros maduros y verdes que se complementen, necesita de un Partido en franca transformación, que le permita desde la condición de Partido Único (de lo cual estoy perfectamente de acuerdo)ser esencia y ejemplo de democracia. Necesita acelerar los cambios y enrumbar la economía por la senda que permita la prosperidad y sostenibilidad. Es imprescindible ese cambio generacional que nos haga ir de la era analógica a la digital. El «quien» tendrá una tarea muy difícil, porque la generación histórica deja muchas cosas importantes sin resolver. En la economía es donde están los mayores retos y en como esta impacta en la política y la ideología. Cuadros más jóvenes si hay. El compañero Diaz Canel es uno de esos cuadros en los que se puede confiar. Es joven, con mucha experiencia en el trabajo en la base, desde la UJC y luego en el Partido, dirigiendo dos provincias grandes y complejas, sobre todo Holguín, donde se enfrentó a una terrible sequía y luego a un Huracán devastador. Es joven, pero con experiencia de base. Tiene decencia, es un hombre decente, que sabe dialogar, sabe de cortesía, de respeto, es profundamente gentil con las mujeres. ¿Qué le falta?… que lo dejen actuar, que no lo tutelen tanto, que pueda desplegar todas sus capacidades, que las tiene. Confiemos en que los sucesores serán dignos de ese compromiso.

  4. Carlos Manuel:

    Este grandisimo problema que confrontamos los cubanos, el hacer las cosas bien, para decirlo de la manera mas sencilla posible, ya fue resuelto, y muy bien resuelto, por los propios cubanos a partir de 1959. Lamento tener que abusar de este medio, dejar una respuesta,toda vez que es la única manera mediante la cual puedo expresar mis ideas en CubaPosible.
    !Alla va eso!

    Acabo de terminar de leer el libro de mi amigo Eduardo sobre su actuación como piloto de Mig 21 y después como jefe de escuadrón de Mig 23 en Angola. Eduardo nació en Guantánamo en 1949. Diez años después llego yo a Cuba en 1959 como economista de la CEPAL y ese mismo año conozco a Fidel y empiezo a trabajar con el Che. En su oficina, Eliseo de la Campa, que fungía en ese tiempo como piloto voluntario para el Che con su propio avión, me muestra una foto del Mig 21, caza supersónico soviético, lo último en tecnología aérea, apenas 12 años después de que el hombre hubiera roto por primera vez la barrera del sonido en 1947. Eduardo tiene apenas 10 años.
    Ese mismo año 1959, el 26 de julio presencio el Primer desfile del Ejército Rebelde por el Malecón. Es el paso de una horda de barbudos sin disciplina militar alguna, armados cada uno quien sabe cómo y con qué. Recuerdo que Fidel no quedo muy complacido y así lo expreso frente a la televisión. Así y todo, habían derrotado a fuerzas armadas profesionales muy superiores en número y en armamento mediante una manera de hacer la guerra de guerrillas que tuvieron que inventar. Todavía en el transcurso de 1960, anticipando una muy probable invasión norteamericana, el Che me decía, “Sube escaleras para preparar las piernas por que vienen y tendremos que volver a las montañas”.
    Pero algo entonces inconcebible para muchos sucedió, y esa “horda guerrillera” se transformó “silenciosamente” en unos pocos años en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, mientras que nosotros, civiles, organizábamos el socialismo en Cuba.
    Diecisiete años después de 1959, el joven piloto Eduardo parte para Angola como piloto de combate nada menos que de un Mig 21 y empieza a acontecer lo que relata en sus libros.
    Esta vez, el leer sus relatos, ya había leído años atrás otro de sus libros, me impactan y me hacen pensar, los cursos y entrenamientos durante su vida como piloto, la descripción que hace del cuidado profesional que el personal técnico de tierra le brinda a su avión en el cual va a salir a combatir y como para ellos es “su” avión el que le entregan para cumplir una misión, el de ellos, con la esperanza de que lo traiga de vuelta en el mismo estado en el cual se lo entregan, aunque todo su trabajo ha sido en última instancia para él, para el piloto. Su relato me hizo recordar también lo que me contaba un ex tanquista cubano durante la gran zafra de 1970-71, sobre el cuidado exquisito que la tripulación tenía con su carro de combate, como si fuera un automóvil moderno de lujo y de paso me explicaba que un enorme cohete sobre un vehículo que paso por un camino de tierra cerca de donde estábamos, era una unidad denominada “nómade”, moviéndose continuamente para no presentar un blanco fijo al enemigo.
    ¿Cómo lograron las Fuerzas Armadas cubanas ese grado de desarrollo y de profesionalismo militar en tan poco tiempo? ¿Cómo pudieron convertir al muchacho guantanamero de 19 años en un piloto de combate de un avión supersónico en solo tres años? Crear una organización en la cual no vale eso de que “el mecánico de turno no vino por que tuvo una novedad en su casa”, o “el avión no está de alta por que no encontramos la pieza de repuesto que debe ser cambiada, así que usted elige si sale con la vieja o no sale”, o “deberá esperar un poco por que los compañeros están merendando”, o “el avión no está listo porque nos llegó la orden de repararlo hace muy poco tiempo”. Todas excusas normales, repetidas una y otra vez en la vida civil, en donde además, no creo que el dirigente de una empresa haya sido preparado durante tres años para cumplir su trabajo, porque ni siquiera sabe lo que es la contabilidad y por tanto no puede leer un balance de situación de su propia empresa, el equivalente de un piloto que no entiende las informaciones de sus instrumentos en la cabina de vuelo, o mejor dicho, cree poder volar sin instrumentos porque de haberlos no los sabría leer, con lo cual se deduce que ni siquiera sabe para qué sirven.
    ¡Qué diferencia entre dos mundos paralelos, ambos poblados por cubanos que, además, comparten la misma cultura tradicional, el mismo proyecto revolucionario, pero ya no la misma cultura laboral!
    Es verdad lo que dijo Raúl, mencionado por Eduardo en su libro, que “Hemos hecho la historia, pero no hemos sabido escribirla”. Y quizás tampoco hemos sabido entenderla a pesar de haberla hecho. Ya lo dijo Fidel una vez “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”.
    ¿Por qué se prepara un piloto de Mig 21 durante tres años para manejar una máquina de la cual depende el mismo y la misión a cumplir, y no se prepara durante tres años al futuro administrador de una empresa estatal de la cual dependen todos sus trabajadores (iba a decir tripulantes) y, además, todas las personas o empresas en el país para las cuales debe producir? Más aun, el piloto no deja de continuar estudiando y preparándose durante toda su carrera mientras asciende su calidad profesional y aprende a pilotear nuevos aviones. Si el sentido de la responsabilidad es el mismo, ¿porque la desconcertante diferencia en cuanto a la preparación que se considera necesaria para que sea eficiente en su labor un piloto de guerra y un administrador de empresa?
    Un primer intento para encontrar una respuesta es que en ambos casos hay que pasar el test de la práctica, que, en última instancia, dice si se aprobó o no “el examen” correspondiente. Pero en ello hay una gran diferencia. En el caso de los militares, fallar el examen, que es fallar en el combate, acarrea el incumplimiento de la misión y hasta la derrota, que para un piloto en el mejor de los casos conlleva catapultarse y caer quien sabe dónde. Pero en la vida civil, el fracaso termina, a lo más, en una reunión durante la cual sobraran motivos para que la responsabilidad sea ajena, toda vez que se invocaran incumplimientos de entregas necesarias o la ausencia de respuesta de la jefatura a escritos que alertaban sobre lo que podría suceder. Y lo más importante, nadie muere, únicamente quienes dependían de las acciones de la empresa que ha fallado reportaran, a su vez, incumplimientos que afectaran también a terceros y así seguidamente. Las consecuencias del error o del incumplimiento “se socializan” y se acuerda que ello no volverá a suceder durante la ejecución del próximo plan toda vez que “se tomaran las necesarias medidas al respecto”.
    ¿Por qué en los 17 años transcurridos desde ese desfile del Ejército Rebelde el 26 de julio de 1959 y la primera misión de Eduardo en Angola, el MINFAR logro ese cambio radical puesto a prueba en guerras de verdad tanto en Etiopia como en Angola y de las cuales se regresó victorioso (se aprobó el test de la practica), y los otros cubanos, los de la vida civil, crearon una manera de organizarse y de trabajar francamente deficiente que obligo a un primer intento de corrección en 1975 y nuevamente ahora?
    Concluir que el error cometido fue no “militarizar” la economía cubana seria caer en un simplismo que ignora la característica fundamental de cada uno de esas realidades, la militar y la civil.
    A mi juicio, en el mundo militar rige una ley fundamental: hay que cumplir la orden, para lo cual hay que estar siempre preparado. De ahí proviene la manera de actuar y de pensar del personal de tierra que directa e indirectamente atendía el Mig 21 y después el Mig 23 de Eduardo, y también el comportamiento de los pilotos y del jefe del escuadrón. Y quien no es capaz de cumplirla es sacado inmediatamente del dispositivo en el cual se encuentra y sustituido por alguien que ya fue preparado para ello. En el combate la alternativa es muy simple: o se triunfa o se es derrotado con todas sus consecuencias.
    En la vida civil, cuando más lo que sucede es la crítica y la autocrítica y la declaración de que eso no sucederá la próxima vez. ¿Por qué? Porque en esos casos nadie muere, no hay consecuencias trágicas, si no que el incumplimiento es soportado por esa masa anónima constituida por “el pueblo”, concepto abstracto con un doble contenido: por una parte, un conjunto de muchas personas a las cuales el incumplimiento de referencia contribuye a amargarles la vida y, por otra parte, los propietarios en última instancia, de todas esas empresas que cumplen y que no cumplen sus misiones económicas. ¡Vaya contrasentido!
    Una vez leí que en la fábrica Mercedes, cuando una carrocería tenía un defecto en sus medidas de 2 o 3 milímetros, era vuelta a fundir hasta lograr una sin falla alguna. Al respecto, les dije una vez y en tono de broma a unos amigos alemanes que eran un pueblo sin imaginación, observación que ellos no comprendieron toda vez que encubría un amargo sentido del humor de un socialista subdesarrollado y por lo cual tuve que explicarles que, a nuestro juicio, ellos únicamente sabían hacer las cosas bien. Y en efecto, así es en esas economías de los países desarrollados y no solamente en los desarrollados, en donde el error, la desidia, la irresponsabilidad, la incapacidad, no son tolerados y conllevan el despido inmediato. ¿Por qué eso nos pasa a nosotros, los socialistas y a ellos no? ¿Es que ellos han militarizado sus economías? Que yo sepa, no es el caso, aunque todo parece indicar que la capacidad técnica, la disciplina en el trabajo, el sentido de la responsabilidad, que han instaurado en sus economías son principios idénticos a los que rigen en una organización militar. Impera una racionalidad tal que condiciona las acciones de todos a un mismo fin, en el caso de los militares poder cumplir la orden, y en el caso de esas empresas, maximizar su eficiencia que se traduce en el excedente que queda cuando de los ingresos logrados por las ventas de lo producido se le restan los costos necesarios para lograrlo. ¿No será que nosotros sacrificamos esta expresión de racionalidad económica por la del cumplimiento del plan, camisa de fuerza en la cual se envuelve el quehacer de una empresa y de la cual no puede desprenderse, aunque en su desenvolvimiento aparezcan incongruencias e imposibilidades, sin estar para ello autorizados para modificar sus acciones por los mismos que aprobaron el plan, convirtiéndolo en ley de la república? Si esa es la realidad que hemos creado, entonces para que preparar durante tres años a un administrador de empresa cuando se requiere únicamente que “pilotee” su empresa mediante el piloto automático que es el plan.
    Pero, supongamos que pudiera desconectar el piloto automático para tomar medidas correctivas. ¿Qué podría hacer?
    Toda empresa, la economía en su conjunto, así como todo dispositivo militar organizado con un fin, constituye un sistema al cual se le pueden aplicar las leyes de la cibernética.
    “La cibernética es el estudio interdisciplinario de la estructura de los sistemas reguladores. La cibernética está estrechamente vinculada a la teoría de control y a la teoría de sistemas. Tanto en sus orígenes como en su evolución, en la segunda mitad del siglo XX, la cibernética es igualmente aplicable a los sistemas físicos y sociales…La Teoría de Sistemas es el estudio interdisciplinario de los sistemas, en general, con el propósito de dilucidar los principios que pueden ser aplicados a todo tipo de sistemas en todos los niveles anidados en todos los campos de la investigación.” (Wikipedia)
    Un teorema de la cibernética explica cómo se pueden fabricar maquinas infalibles con componentes falibles. La solución radica en la disponibilidad en la máquina de circuitos en paralelo conteniendo cada uno el mismo componente falible, pero de tal manera que, si bien hay una probabilidad de que uno de ellos falle, la de que lo hagan dos es mucho menor y de que lo hagan tres es prácticamente nula.
    En economía la aplicación de este teorema resulta de la existencia en paralelo de varios eventuales suministradores de lo que requiere una empresa para producir, con lo cual, si a la hora de requerir un abastecimiento falla un suministrador, es posible conseguirlo en cualquier otro de los que actúan en paralelo en el mercado.
    Pero nosotros en Cuba cuando procedimos a reorganizar la economía cubana en una socialista, en los años 1960 y 1961, creímos que la multiplicidad de empresas que actuaban haciendo lo mismo en paralelo era una expresión del derroche capitalista y, como principio, procedimos a sustituirlas por empresas únicas responsabilizadas de abastecer a todas las que requerirían de sus servicios en el país, con la tranquilidad de que así sería por haberlo consignado en su plan anual. A un eventual fallo en la planificación le sumamos el hecho de que, si una empresa suministradora fallaba, no había otra a la cual dirigirse para corregir el entuerto. Equivalía a que si un piloto desconectaba el automático que por error de programación lo obligaba a un comportamiento errado en las circunstancias que debía enfrentar, no tenía alternativa al no disponer de instrumentos de vuelo para corregir su comportamiento. A ello le agregamos el desconsiderar la importancia de los inventarios de productos, que desempeñan el rol de reguladores de la oferta disponible entre la producción y las necesidades en cada momento.
    Tal parece que, si bien los principios organizativos son los mismos tanto en lo militar como en lo civil, en un caso, en el mundo militar los errores no son tolerados por sus consecuencias trágicas inmediatas que pueden llevar al desastre en un conflicto bélico. En cambio, en los fallos de la economía no hay muertos, no hay consecuencias trágicas inocultables, y la responsabilidad se diluye por los mismos errores de diseño del sistema que lleva a consecuencias negativas inevitables. Ejemplos típicos son las situaciones de escases de suministros importados por empresas estatales monopólicas en los momentos en que son requeridos debido a fallas en los contratos de entrega, en el transporte o en las dificultades financieras que se derivan del comercio internacional (sobre todo habida cuenta del bloqueo norteamericano).
    La conclusión que se puede extraer de lo dicho hasta aquí, de no haber errores lógicos en el razonamiento, es que si se puede aprender de la forma de hacer las cosas en el mundo militar tomando en cuenta la diferencia en el objetivo final perseguido. En el mundo militar se trata de estar siempre en condiciones de cumplir las órdenes. En el civil, encontrar también las formas organizativas y operativas necesarias para cumplir los propósitos a lograr y en ese contexto, no aceptar los errores de comportamiento.
    Termino con la pregunta: ¿Por qué los cubanos lo han logrado en sus fuerzas armadas, pero no en su economía? Idea que pongo a la consideración de quienes están enfrascados en diseñar el nuevo modelo económico y social del socialismo cubano.

    • Marlene Azor Hernández dice:

      Charles Romeo en una lógica contraria a la que usted plantea, la economía cubana ha sido muy ineficiente precisamente por trasladar un método de ordeno y mando a la economía, es decir por trasladar los métodos de dirección militar al ámbito civil. Un plan nacional centralizado y orientado de manera vertical para todas las ramas de la economía, una centralización de los importadores y exportadores en un sistema vertical y de línea única, una falta de comunicación real de la oferta y la demanda de insumos y bienes por ser un sistema vertical y jerárquico en fin y sin ser exhaustiva es precisamente haber copiado un sistema económico militarizado como en la exURSS, lo que nos ha llevado a la ineficiencia e ineficacia sistémica.

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